31 diciembre 2020

 

Divertimentos navideños

Roberto Omar Román



Serenata


Me dijo el señor de la tienda que en su casa tiene a la Navidad con fiebre; que le moja los pies con pirú y le inyecta agua de zapote. Para distraerla, su mujer consiguió una garza negra que recita fábulas en francés, mientras ella le orea las axilas con abanicos de pera.

De los cinco cuartos de la casa, dos ocupan para mecerla, dos en colgar su bata de baño y uno para cepillar su dentadura postiza.

En el sótano, una vieja ciega vestida de duende le teje bufandas rojas y le reza en rosarios de cuentas esféricas.

El señor de la tienda le compró pantuflas y un pijama, en abonos. Su mujer, dos sonajas musicales.

Cuando la Navidad duerme, el agente de tránsito le barniza las uñas; los hijos del señor de la tienda la persignan; la vieja ciega toca el arpa y el manicurista infracciona a los conductores ruidosos.

Al oír el tañido de las campanas, el señor cierra la tienda, toma a su mujer de la mano y entran a la iglesia. Arrodillados, oran por la salud de la Navidad y presiden la misa celebrada por la noche, investida de pastor.

El señor de la tienda también me dijo que cada vez que besa a su mujer en el atrio, tres violonchelos de cristal tocan una serenata de amor para ellos, mientras beben vino consagrado y que, entre más beben, la Navidad sana.

El señor de la tienda no me lo ha dicho, pero yo creo esa es la razón por la cual cuando platica conmigo está muy borracho y su mujer baila desnuda detrás del mostrador, agitando dos maracas cintilando.



Armisticio


El bombardeo oscurece la ciudad, las alarmas de guerra ululan, los civiles abandonan sus casas y caminan con desgano a los refugios antiaéreos, enfadados por interrumpir la cena.

Un matrimonio, rendido a la pasión, decide continuar el placer. Edifican en la cruenta devastación de la metrópoli un santuario de amor en su alcoba. Al retumbo de los obuses y la artillería terrestre estrechan sus cuerpos minados por besos cáusticos y cimbreantes caricias. En la sala, su hijo vuela bombarderos de papel.

Las paredes crujen, los vitrales y espejos de la casa estallan, la puerta de la alcoba claudica. Del estante de libros derrumbado revolotean desparpajadas páginas. En catedral resuenan las doce, decretando la tregua de Navidad.

El niño, a falta de papel para sustituir los avioncitos derribados, celebra un armisticio: cambia los foquitos navideños averiados y remplaza las esferas rotas. De una vetusta caja de zapatos –el búnker saca y retoca con acuarelas las descarapeladas figuras en yeso de Jesús, María y José y las planta en el heno del reconstruido cobertizo, junto a la chimenea.

En la ciudad flota un velo áureo con aroma a incienso, los orondos civiles regresan a la cena de Nochebuena.

Sigiloso, el niño asoma adonde sus entrelazados padres siguen amándose. Mira alegre las cromáticas páginas de los libros de cuentos esparcidas en el piso, levanta un hato y corre al desván centro de experimentos bélicos a ensamblar otra flotilla de bombarderos. Los villancicos de la calle, entrando por los ventanales rotos, animan su labor armamentista.



Los tacaños nunca mueren


La familia era numerosa. De niño recuerdo a tío Jonás, el más próspero de los hermanos de mi abuelo. Lo recuerdo por ser el primero en llegar a las cenas de fin de año, comer y beber en abundancia, sin llevar una pizca de sal.

Entre otras cosas, el tiempo nos reduce. Tío Jonás y yo somos los últimos parientes directos. Esta noche lo espero en casa. Conserva su vigor, prosperidad, gran apetito y gusto por las bebidas generosas.

Postrado en mi cama de convaleciente de covid observo a mi envejecida esposa preparar la mesa. Y me pregunto si el próximo año será una viuda cenando con un inmortal.

29 diciembre 2020

 

Brindis por Rizito y Óscar


Julio Sánchez Mingo

 



Buenas tardes a todos:


Rizito, Óscar, en 2020, la vida nos ha asestado un duro golpe en forma de una mortífera pandemia, que ha traído la desolación y la ruina a muchísimas familias. Ello ha impedido que hoy yo pueda estar en La Piedad, con vosotros, acompañandoos con vuestros familiares y amigos, celebrando este acontecimiento que nos llena de alegría. No podéis imaginar lo que me hubiera gustado volver a mi amado México para esta ocasión. Además, a cierta edad, el mejor regalo de Navidad es la compañía de las personas queridas, no los objetos materiales. Lamentablemente, el coronavirus también nos está hurtando esa satisfacción.


Ahora empezáis una singladura que os deseo sea larga, fructífera y feliz. No estará exenta de peligros, tormentas y tempestades. Pero una buena tripulación sabe sortear los escollos y los problemas que la navegación presenta. Creo que una pareja de excelentes profesionales no va a tener dificultad alguna. Además, con mi receta es fácil: bogar en la misma dirección, respeto mutuo, desterrar el egoísmo, mucho diálogo, capacidad de renuncia, sacrificio personal, compartirlo todo y mucha complicidad intelectual, que es la que permite, tras los primeros años de enamoramiento y pasión, mantener una excelente relación hasta la ancianidad.


Como os diría nuestro admirado poeta Antonio Machado:

 

...De hoy más la tierra sea

vega florida a vuestro doble paso1.

 

Rizito, Óscar, ¡qué seáis muy dichosos!


¡Chinchín!


(1) Antonio Machado: Bodas de Francisco Romero. Nuevas Canciones (1917-1930)

 

Receta de paella de marisco

Julio Sánchez Mingo

Elaboración y fotos del autor

Para Rizito, que hoy se nos casa en La Piedad (Michoacán). Para que enseñe a su maridito —vaya pareado— a preparar paellas los domingos, según reza la tradición

 

Ingredientes para una pareja de tortolitos:

- 300 gr de langostinos frescos lo que los chilangos llaman camarones.

- 300 gr de chipirones —creo que los pucelanos de Morelia, Michoacán, les llaman calamares pequeños.

- 3/4 de taza de desayuno —lo que los gringos llaman mug de arroz bomba, vamos, el de la marca SOS, que venden en Superama*.

- 1 taza y 1/2 de desayuno de caldo de pescado.**

- 1 pimiento verde.

- 1 tomate pera jitomate Roma o saladette, le llaman en Chilangolandia.

- Una pizca de sal expresión más castiza no existe.

- Unas briznas de azafrán lo venden en Superama.

- 2 dientes de ajo.

- Aceite de oliva virgen extra.

- 2 ñoras, es decir chile cascabel no picante.


* Advertencia. No es que yo tenga especial predilección por Superama es caro, pero en Chapultepec-Morales hay dos centros, uno en Homero y otro en Horacio, éste a la salida del metro, donde ofrecen productos españoles. Lo procedente sería adquirir todo lo necesario en alguno de los maravillosos mercados de Ciudad de Mexico.


** Lo ideal es preparar el caldo de pescado a base de pez de roca, las cabezas de los langostinos, apio, nabo, zanahoria, ajo, puerro, cebolla, un chorrito de aceite, una pizca de sal y agua, claro está. En su lugar, se puede utilizar el que venden preparado. Nunca adquirir el caldo especial para paellas, que es muy grasiento.


Preparación:

- Sofreir los langostinos pelados en una sartén con un poco de aceite de oliva. Reservar en la paellera —paella para los puristas— o, en su defecto, en una sartén muy grande.


 - En la misma sarté
n, sin limpiarla, sofreir los chipirones. Apartar igualmente.

 

- Eliminar con papel de cocina los residuos del marisco y, a continuación, sofreir el pimiento verde, troceado en pedazos pequeños, y el tomate pera, cortado en cuatro partes. Si se va consumiendo el aceite, poner un poco más.

- Sumar el ajo picado.


- Agregar en la paellera al resto de los sofritos.

 

- En un cazo, hervir durante media hora las ñoras, a las que previamente hemos retirado el rabo y las pepitas. Una vez hidratadas, con un cuchillo fino, rasparles la carne.


- Puesta la paellera en la lumbre, añadir un poco de aceite y sofreir el arroz con todos los componentes que hemos ido incorporando.

- A continuación verter en la paellera el caldo, muy caliente, la carne de las ñoras, el azafrán y una pizca de sal. Remover para distribuir bien todos los elementos y llevar a ebullición. En este punto, reducir la llama a fuego lento.

  - Retirar del fuego cuando se haya consumido el caldo que cubría todos los ingredientes.

 

- Esperar cinco minutos para que pose. Prohibido meter la cuchara o el tenedor en la paellera, hay que aguantar las ganas.

- Servir y ¡a relamerse!


 

24 diciembre 2020

 

Julito en la tele por Navidad


Julio Sánchez Mingo


Ai vecchi compagni di scuola che, assenti o presenti, mi hanno accompagnato tutta la vita

 



Han pasado muchos años. Recuerdo Madrid como una ciudad en blanco y negro. Incluso, la única emisora de televisión existente emitía en grises, tanto contenidos como colores.

Cogimos —mi madre y yo— el 18 en Manuel Becerra y nos bajamos en la esquina de Joaquín Costa con Castellana. Las Rondas todavía conservaban sus arbolados bulevares.

Íbamos a Televisión Española, TVE, a su centro de producción de programas del paseo de La Habana. Yo avanzaba, como siempre, inquieto, nervioso, acelerado, llevándola a rastras. Tenía diez años.

Cuando llegamos, con antelación, por supuesto, —lo habitual estando yo por medio— tras un paseo insignificante para mí, me espetó:

―Hijo, podíamos haber cogido el 14, que nos hubiera dejado en la puerta y no me habrías traído a matacaballo.

Hay que señalar que tomar un taxi no era entonces algo habitual.

Mi padre se incorporaría un rato más tarde, directamente desde la oficina.

Las emisiones de TVE eran en directo, tanto el fútbol como los toros o cualquier programa de entretenimiento. No se grababa nada en el llamado magnetoscopio, que llegaría a España por esas fechas. La parrilla se completaba con películas o series al estilo de Rin Tin Tin, el pastor alemán del ejército yanqui. Los malos eran los confederados y, sobre todo, los pobres indios. Aunque fue Bonanza el serial que arrasó en las pantallas españolas a partir de 1962. Estudio 1, seguramente el mejor espacio de toda la historia del medio en España, no arrancaría hasta 1965. Consistía en la interpretación televisada de una obra de teatro. Por su plató pasarían Historia de una escalera, de Buero Vallejo, Esperando a Godot, de Beckett, Reginald Rose, con Doce hombres sin piedad, Ibsen, Pirandello, Moliere y tantos otros, además de los grandes clásicos españoles. Algo insólito con la dictadura franquista en el apogeo, en su momento más dulce, en plena ola del desarrollismo.

Por aquel tiempo en mi casa no había televisor —mi abuelo era un furibundo opositor al invento— y no se adquiriría hasta 1966.


Aquel año, en la segunda quincena de diciembre, TVE programó un espacio titulado Las Navidades en el mundo, dedicado a mostrar cómo se celebraba la Natividad en distintos países. Para desarrollarlo recurrió a los colegios extranjeros radicados en Madrid, a fin de que una selección de sus alumnos escenificaran las celebraciones propias de cada lugar y actuaran, cantaran y recitaran conforme a sus tradiciones locales.


A nosotros nos tocó, obviamente, representar a Italia. Yo fui una de las estrellas escogidas. Por ello tuve que soportar largas y tediosas sesiones de ensayos, donde nuestros maestros, Tiberio y Miglioli, con la signorina Marchini al piano —o era la signorina Lucia—, pretendían pulir fallos y defectos y que alcanzáramos la perfección absoluta. A los chavales nos parecía que siempre salía todo igual y pensábamos que, para una comparecencia de diez minutos, no merecía la pena malgastar tanto tiempo.


A última hora de la tarde el estudio hervía de niños actores, mamás y papás y personal de producción de TVE. Con los italianos iban a participar los franceses, mucho más numerosos y ruidosos, aunque parezca mentira, que nosotros. Además, sus familiares se comportaban de forma prepotente, como si fueran los dueños del cotarro. Ahora me llama la atención lo que era capaz de percibir un chiquillo como yo a esa edad.


En procesión accedimos al plató, serios y modositos, muy en nuestro papel de protagonistas. Comenzamos cantando unos villancicos tradicionales italianos, mientras adornábamos un belén. A continuación, algunos de nosotros recitamos unos textos escritos exprofeso para la función. Yo introduje esta parte, narrando la leyenda de la creación del nacimiento, del pesebre, por San Francisco de Asís en Greccio, un pueblecito del Lacio, en el siglo XIII: "Era l'anno 1223, San Francesco D'Assisi... ". Era el eje temático de nuestra aportación.


La idea del santo cuajó, cosechando un gran arraigo popular, especialmente en el sur de Italia, donde las figuras de los belenes, talladas o de barro, alcanzarían una notable calidad artística. El palacio real de Caserta, que mandara construir Carlos III, entonces rey de Nápoles, posee una colección única de nacimientos. El monarca, al viajar a Madrid para acceder al trono español, trajo consigo el celebérrimo belén del Príncipe, de factura napolitana, conservado en el Palacio Real, origen de la tradición pesebrista española, de la que la familia de mi abuela materna, los Alsina de la calle Bordadores, ha sido un referente a lo largo de ciento treinta y cuatro años.

El portal primigenio, el de San Francisco en Greccio, fue una instalación viviente, en la que colaboraron los vecinos del lugar, excepto la figura del Niño Jesús que era de terracota.


Al acabar nuestra representación y la emisión del programa, entre la natural algarabía y los besos, abrazos y achuchones de niños y familiares, hubo un detalle que me llamó mucho la atención. A los niños franceses les regalaron unos magníficos juguetes. A nosotros, una caja de bombones. ¿Sería cosa de TVE o algo de los respectivos colegios? Nunca he sido envidioso y, tampoco, especialmente aficionado a los dulces. Pero claro, a los diez años, un juguete es un juguete.


La vuelta a casa, camino de recibir parabienes de amiguetes y vecinos, fue sosegada, tranquila, saboreando las mieles del éxito. Era un niño feliz, ufano por haber aparecido en televisión. Afortunadamente, mis padres no le daban mayor importancia al acontecimiento. Esa noche en casa, y a la mañana siguiente en clase, hubo quienes me hicieron bajar de la nube y enfrentarme a la realidad:

Se caían todos los adornos que ponías— me soltó mi hermana al verme.

Y el gamberro de Ughito se reía de mí, imitando mis dotes declamatorias y mi postura de la tarde anterior, con una mano en alto y la otra apoyada en la barriga, mientras recitaba el texto sobre San Francisco. Creo que exageraba un poco, siempre ha sido muy teatralero, como dicen los castizos.


Feliz Navidad, querido lector.



 


 

18 diciembre 2020

Negacionistas

Argimiro Rubio Cuadrado


Sus amigos lo evitaban desde hacía algún tiempo. Concretamente, desde que empezó a exponerles a darles la matraca, decían ellos sus ideas para terminar con el comportamiento incívico de toda esa gente que, un día sí y otro también, los informativos mostraban celebrando fiestas, botellones y reuniones varias, saltándose las recomendaciones que las autoridades hacían a la población para tratar de contener la pandemia.

A él le soliviantaba aquella impúdica ostentación de estupidez de la que esa masa hacía gala colgando en las redes sociales los videos de sus fiestas y le indignaba, aún más, la tibieza, cuando no la indulgencia, con que, en su opinión, los políticos y los creadores de opinión juzgaban esas conductas: “Ya se sabe como son los jóvenes; el confinamiento es difícil de llevar; los españoles somos más efusivos que los noruegos... ”. En fin, lugares comunes que solían terminar con farisaicas frases del tipo: “Pero claro, no se deberían permitir esas actitudes que nos pueden perjudicar a todos”. 

—¿Qué no se deberían permitir? —se exaltaba— ¿Eso? Eso lo arreglaba yo en cinco minutos. Cuando les contaba a sus amigos cómo acabaría él con esos comportamientos, le decían, entre perplejos y escandalizados: “Que no, que en el siglo XXI eso que dices no se puede hacer; que si los derechos humanos; que si la barbarie; que si bla, bla, bla... ”.

Pero bueno, les preguntaba: ¿Qué tienen de bárbaro los azotes en la plaza pública, o la introducción de astillas entre las uñas, el despellejamiento o el empalamiento, por ejemplo, si se hace con las debidas medidas de higiene y supervisado por médicos y personal sanitario de nuestra magnífica Seguridad Social?

Pero no había manera de que entraran en razón. Varias veces, cuando creían que no los observaba, se dio cuenta de que cuchicheaban a sus espaldas, mirándolo de reojo mientras negaban con la cabeza, y empezó a sospechar. Sí, sus amigos o, mejor dicho, los que hasta entonces él creía que lo eran, también formaban parte de la conspiración. Claro, tenía que ser eso, la gran conspiración mundial para condenar al silencio a las personas como él que sabían como acabar con los negacionistas. 

Sus amigos, pensó, además de conspiradores, eran obtusos, muy diferentes al amable joven con bata blanca que le escuchaba pacientemente y que parecía muy interesado en todo lo que decía.

En el parte de entrada habían consignado: Alucinaciones y manía persecutoria causada por estrés postraumático derivado del confinamiento.

El psiquiatra le recetó Trankimazín 0,50 mg, dos semanas de reposo y nada de televisión.

11 diciembre 2020

 

Giralda

Joaquín Lozano Torres

                           

Lo que el cielo tiene ordenado que suceda, no hay diligencia ni sabiduría humana que lo pueda prevenir.

Discurso del perro Cipión. El Coloquio de los Perros. Cervantes.

 

No sé el porqué del precioso nombre que el coronel Henry Leslie Blundell McCalmont eligió para su espectacular yate; de hecho fue el mayor del mundo perteneciente a un particular y su construcción fue encargada a los prestigiosos astilleros Fairfield Shipbuilding & Engineering Co. Ltd. de Govan, situados en uno de esos hermosos fiordos occidentales de Escocia.

El coronel se podía permitir eso y más ya que el hombre era muy millonario desde la muerte de su tío abuelo Hugh McCalmont, ocurrida allá por el año 1888, que tuvo a bien dejarlo como único heredero de una monumental fortuna. Y como quiera que entre sus aficiones favoritas, además de los caballos de carrera, ocupaba un importante lugar la navegación, se permitió el lujazo que suponía esta preciosa goleta de tres palos, aunque propulsada a vapor. Desplazaba algo más de 1.500 toneladas, tenía una eslora de 96 metros botalón de foque incluido y 10,70 metros de manga.

La embarcación fue puesta a flote en agosto de 1894 y, después de tres meses y medio más de trabajo en los muelles de armamento del astillero, se concluyó la obra y fue entregada a su armador en diciembre de ese mismo año, tras de haber sido sometida a las preceptivas pruebas de mar en las que, gracias a sus dos potentes máquinas que accionaban un par de hélices propulsoras y también, claro está, a sus preciosas hechuras muy marineras, llegó a desarrollar una velocidad superior a 20 nudos. Además había otra gran virtud en aquella embarcación: su gran autonomía de navegación gracias a las 436 toneladas de capacidad de almacén de sus carboneras, estratégicamente situadas protegiendo la vital sala de máquinas.

 

Modelo del Giralda.

En una de sus primeras singladuras de las que hay constancia, el monumental yate con su orgulloso armador a bordo, consiguió batir el record de velocidad al recorrer las mil millas que separan Dartmouth, en el sudoeste de Inglaterra, y Gibraltar en tan solo dos días y medio, a un promedio de más de 16 nudos, lo que era una auténtica hazaña para la época.

Sin embargo, el lujoso juguete pronto comenzó a resultar excesivo incluso para su rico propietario dado el enorme gasto que suponía la necesidad de contar con una auténtica legión de tripulantes para su mantenimiento y manejo. También, por qué no, las inesperadas oportunidades de negocio que repentinamente comenzaron a surgir. Y es que en aquel final de siglo, más de un país estaba a la gresca contra algún otro. Los japoneses, por un lado, habían invadido China y se encontraban inmersos en un terrible conflicto con el gigante continental. Por otro lado, los norteamericanos de los Estados Unidos, oliendo como olía a debilidad lo que aun quedaba del que otrora fuera el gran imperio español, no sabían cómo hacer para provocar la guerra contra España y quedarse a precio de auténtico saldo con joyas tan valiosas como Cuba, Puerto Rico y las Filipinas.

En ese ambiente tan entretenido, no le faltaron al opulento armador del Giralda ofertas para adquirir aquel rapidísimo buque aunque no para ejercer de ostentoso yate sino para reconvertirlo en un aviso de flota, es decir, un buque que, por sus características marineras y de construcción, pudiera desenvolverse con rapidez dando aviso, de ahí su nombre, de las órdenes que se cursaban a las flotas y cuya única manera de hacerlas llegar urgentemente era mediante la entrega en mano de las mismas.

Así, los primeros que se interesaron fueron los japoneses pero no concluyeron felizmente las negociaciones entre las partes por lo que aquel negocio no acabó arribando a buen puerto. Después, se ofreció el Giralda a los americanos que rehusaron la oferta por estar de sobra servidos con su magnífica flota. Por último, fue el gobierno español quien se interesó por la posibilidad de adquirir el buque, así que finalmente, y a través de un próspero empresario marítimo de Cádiz pero de origen británico, Henry McPherson o Enrique Macpherson, como ya lo conocía todo el mundo en la ciudad, se pudo concluir la operación con éxito.

La cantidad pagada por nuestro país podría parecer poca cosa si atendemos solo a nuestro recuerdo de lo que valían las últimas pesetas que circularon en España. Sin embargo, la realidad es que no fue moco de pavo aquel importe de más de dos millones doscientas mil pesetas de la época puesto que, si nos remitimos a lo que era la equivalencia en pesetas de un gramo de oro a finales del pasado siglo XIX y lo comparamos con lo que el mismo gramo de oro supone traducido a nuestros euritos de hoy, estaríamos viendo que aquellos 2,2 millones de pesetas serían aproximadamente 25 millones de los actuales euros y ahí ya la cosa cambia bastante por lo que no creo que hiciera mal negocio aquel millonario coronel.


Anuncio de algunas actividades de Henry McPherson.

Fue en marzo de aquel horrible año de 1898 cuando el Giralda fue entregado a nuestra marina en el puerto de Barcelona donde embarcó como comandante del vapor el capitán de fragata don Rafael Rodríguez de Vera. Se comenzó inmediatamente a instalar sobre su cubierta reforzada unas pocas piezas de artillería ligera Nortdenfeld de 57 milímetros más un par de ametralladoras. El 20 de abril ya estaba haciéndose a la mar rumbo a Cádiz para incorporarse al servicio.

 

  
Oficialidad sobre la cubierta del aviso Giralda.

 

Muchos fueron las roles bélicos ideados para el versátil buque, pero creo que éste, habiendo probado en su anterior vida las mieles del lujo y los viajes relajados de placer, no tenía alma de tosco guerrero sino solamente de grácil bergantín goleta. Así, de todas aquellas arriesgadas misiones en las que se le encomendaron participar, prácticamente ninguna terminó cuajando. Fue asignado como uno más a la llamada Primera División de la Flota de Reserva, mandada por el malagueño don Manuel de la Cámara Livermore, acompañando al crucero acorazado Carlos V y a los cruceros auxiliares Patriota, Meteoro y Rápido, nada menos que con la intrépida misión de bombardear alguna ciudad americana de la Costa Este a fin de que con esta acción pudiera aliviarse la presión que los gringos estaban ejerciendo sobre la mal defendida Cuba y así, de paso, insuflar algo de moral y esperanza a las tropas españolas en el Caribe que, con mucha razón, lo veían todo cada vez más negro.

Pero se ve que el secreto de aquella planeada operación militar no había salido del hemisferio norte y los ingleses, muy neutrales ellos y siempre dispuestos a echar una mano, se encargaron de frustrarla.


Y como quiera que las desgracias nunca vienen solas, a toda prisa hubieron de cambiarse los planes porque los estadounidenses, literalmente, nos machacaban también en Filipinas, razón por la cual, en junio una nueva flota se conformó para transportar a más de 4.000 hombres de refuerzo e incremento de las defensas de aquellas islas, poniéndose rumbo al Canal de Suez con intención de proseguir después viaje hacia el este. Sin embargo, también estaban los norteamericano al tanto de la jugada, siempre con la inestimable ayuda y colaboración de los neutrales ingleses que controlaban aquel paso y que negaron el reabastecimiento de carbón para las hambrientas calderas de aquellos barcos que, después de muchos días bloqueados al rico calorcito veraniego egipcio, fueron invitados a darse la vuelta para regresar por donde habían llegado.


Para julio ya se había materializado aquel desastre indigerible. Los americanos habían reducido a chatarra la flota del almirante Cervera en Santiago de Cuba y también la de Patricio Javier Montojo en Cavite. Ya todo estaba perdido y con ese panorama tan desgraciado solo quedó regresar a España no fuera a ser que aun nos terminaran atacando también aquí.


La primera misión que se le asignó, ya en tiempos de paz, fue la de trasladar los restos del Gran Almirante desde Cádiz hasta Sevilla, donde el gran marino, descubridor de aquellas nuevas tierras americanas, por fin debiera encontrar su definitivo lugar de reposo. Y es que ya iba siendo hora de que a Cristóbal Colón, o a lo poco que del hombre quedaba, se le depositase en el mejor lugar de todos los posibles, en la catedral de Sevilla. Cuantos saltos, sobresaltos y traslados desde que murió en 1506 y fue enterrado en el convento de San Francisco de Valladolid. Desde allí, después de muerto, su primera visita al monasterio de la Cartuja de Sevilla, aunque tampoco estuvo demasiado tiempo en el precioso lugar porque de ahí lo trasladaron a Santo Domingo, en lo que podríamos considerar el quinto de sus viajes a las Américas y claro, para no perder la costumbre, cuando los franceses tomaron la isla de La Española al amparo del Tratado de Basilea, de nuevo con los restos de Colón para La Habana donde quedaron depositados en su hermosa catedral, hasta que los dichosos gringos terminaron con aquella auténtica joya de la corona que era Cuba.


Entonces sería cuando el crucero Conde de Venadito, mandado por el capitán de navío don Esteban Arriaga, trasladara de nuevo aquellas reliquias hasta Cádiz, donde esperaba el aviso Giralda, que sería el encargado del definitivo transporte hasta Sevilla.


Era una fría mañana de enero del año 1899 y la expectación en la ciudad no podía ser mayor. Con toda la solemnidad de la que en las ocasiones más especiales Sevilla hace gala, el Giralda atracó en el muelle situado bajo el palacio de San Telmo, donde se alzaba una gran tribuna en la que esperaban las autoridades eclesiásticas, civiles y militares. A la cabeza de todos, como descendiente directo del ilustre marino, el duque de Veragua, al que se hizo entrega de los documentos acreditativos del contenido de una pequeña caja de apenas 50 centímetros de largo por 30 de ancho e igual altura, que fue llevada por cuatro cabos de mar del Giraldahasta el armón que el ejército había colocado al pie de la escala del buque.

Desde el lugar de desembarque, la comitiva fúnebre en callada procesión procedió hasta la Catedral.


No estaban sin embargo todos los detalles concluidos. Más bien todo lo contrario, pues el magnífico monumento funerario que había sido encargado al escultor y arquitecto madrileño don Arturo Mélida, no solo no estaba terminado sino que el lugar en el que se pensaba colocar, la capilla de la Virgen de la Antigua, resultaba inadecuado dadas las dimensiones de la misma en relación a las del monumental catafalco. Fue necesario depositar aquella caja, una vez más con carácter provisional, en la cripta del Sagrario donde se inhuma a los señores arzobispos de la Archidiócesis Hispalense.


Vendrían seguidamente las discusiones discretas por parte de la Comisión nombrada por el cabildo de la Catedral, encaminadas a determinar la ubicación más adecuada del sepulcro y por fin se llegó a la conclusión de que el lugar exacto debiera ser en el lado derecho de la nave de crucero, junto a la puerta llamada de San Cristóbal. Sitio espléndido, dónde por fin pudo ser levantado el monumento.


No fue, sin embargo, inmediato el nuevo traslado hasta su lugar de descanso definitivo pues el mismo no se llevó a cabo sino hasta el lunes 17 de noviembre del año 1902, cuando, después de una misa de réquiem a toda orquesta y con un impresionante coro cantando la obra especialmente compuesta por el maestro Eslava, en sobria y muy solemne ceremonia, bajo el continuo repicar de todas las campanas de la Giralda y con la asistencia de nuevo de las más principales autoridades, fue depositada la caja conteniendo los restos del que fuera almirante de la Mar Océana.


Tumba de Colón en la catedral de Sevilla.

                    

En Sevilla se llama capillita a aquel que vive y disfruta de manera más que especial todo lo relacionado con las procesiones en general y la Semana Santa en particular. No son pocos en nuestra ciudad. Pues bien, dicen algunas malas lenguas que un día, emocionado un capillita contemplando el monumento funerario de Colón, con sus cuatro heraldos de bronce policromado y rostros de alabastro, representando las armas de los Reinos de Castilla, León, Navarra y Aragón, un subidón cofrade súbitamente lo invadió y sin poder reprimir el capataz que todos los capillitas llevan dentro, con voz ronca y queda se le oyó decir: “Vámonos valientes. Esa izquierda alante”. En fin…


El Giralda, pasada aquella lamentable contienda, poco aviso tenía que dar ya a flota alguna y fue entonces cuando recobró su verdadera vocación de barco de placer al servicio de un joven monarca que influenciado por su madre la Reina Regente y por aquello de que de perdidos al río, tampoco le hizo ascos al precioso regalito que supuso ese impresionante yate real, envidia de todos aquellos ilustres invitados que a lo largo de los años acabarían pasando por el mismo.


Alfonso XIII en la cubierta del Giralda.

Para que el rey comenzara a familiarizarse con la vida de a bordo y poco a poco se fuera integrando en las maneras de la Armada, su madre, la reina regente María Cristina de Habsburgo, organizó un crucero por el norte de España que tanto agradaba a dicha dama. Era el año 1900 y tan solo contaba el rey con 14 años de edad. Parece que el hombre se lo pasó de cine, dicen que no se mareó y que recorría una y otra vez las diferentes dependencias del hermoso yate. Incluso se encargaba de disparar cada mañana el llamado cañonazo de las nueve. En fin, que se aficionó y mucho al barco hasta el punto de que este fue utilizado ya con asiduidad. En 1904, fondeado en la Ría de Vigo, sirvió de excelente escenario para recibir al káiser Guillermo II, que había llegado en el lujoso vapor König Albert. Durante 1906 y a bordo del Giralda se llevó a cabo la que sería primera visita de un rey de España a las islas Canarias. Al año siguiente y frente a Cartagena se celebró a bordo el encuentro con el entonces rey británico Eduardo VII, que precedió a unas cuantas navegaciones posteriores hasta el sur de Inglaterra, para asistir a unas tradicionales regatas que se celebraban frente a la isla de Wight.


El Giralda fondeado en Santander.

Y aunque todo esto estaba muy bien, verdaderamente resultaba vistoso y supongo que distraía algo al personal, la verdad es que España seguía padeciendo una enorme hemorragia que tal vez se viera poco desde fuera porque se había tornado interna, aunque el país se desangraba igual o más aún que antes; por muchas razones: porque nunca se asimiló el desastre del 98, porque las desigualdades entre los españoles seguían creciendo, porque a la continua gresca entre conservadores y liberales se unió el movimiento anarquista yendo contra ambos, sindicatos dispuestos a romper la baraja, los líos en los territorios de soberanía española en el actual Marruecos, lo de nunca acabar en Cataluña, etc., etc. Vamos, que me recuerda a eso que veíamos en aquellas películas de submarinos cuando, en los momentos más dramáticos y descontrolados después de recibir el impacto de la carga de profundidad enemiga, un oficial, ante el acojone general de todos los que a bordo se encuentran, canta la profundidad en descenso desbocado mientras el segundo va repitiendo de manera estúpida lo evidente: 60… 60, 65… 65, 68… 68, 73… 73, 85… y ya el segundo, como si hubiera algo que aclarar dice: 85 y bajando…

Pues eso, que no estaba la cosa para verbenas y que, si comenzamos con mal pié el siglo, cada día íbamos un poquito peor.


Al poco, comenzó la Primera Gran Guerra y los paseítos en yate dejaron de ser una actividad aconsejable, así que el buen Giralda, que también iba cumpliendo años, dedicaba cada vez más tiempo a contemplar los norayes de proa y popa que, gracias a los tensos largos, traveses y esprines, lo sujetaban firmemente atracado en los muelles de La Carraca.


Ya en 1918 y después de unas obras llevadas a cabo para dotarlo de habilitación para 80 alumnos, se decidió asignarle un nuevo empleo. Sería, a partir de entonces, buque escuela de guardiamarinas en sustitución del poco apropiado Reina Regente. Pero poco duró en este cometido porque, dos años después de haber sido adaptado, se volvió a reconvertir, esta vez para hidrográfico o, como antes se decía, planero. Y este sería su último empleo antes de pasar de nuevo a dormitar en los caños de La Carraca.


La armada lo dio de baja en el 32 del pasado siglo XX y pretendió su venta pocos meses antes de que estallara la Guerra Civil. Pero, naturalmente, no dio tiempo a que llegara oferta alguna porque la nueva tragedia estaba servida y el Giralda allí permaneció durante toda la contienda. Después, recién terminada la guerra, se vuelve a subastar para desguace pero otra vez queda desierta dicha subasta así que, ante el panorama de penuria y escasez de todo tipo de materiales que España padecía, pues al lamentable estado de nuestra nación se unió el horrible nuevo conflicto mundial y, por si esto fuera poco, el embargo internacional que llevó al país a una situación de autarquía donde todo lo que fuera susceptible de ser aprovechado, como era el caso del acero, era de incalculable valor, en 1940 se procedió a su venta directa para ser achatarrado.


Es de nuevo el destino quien ordena y manda. Las casualidades solo son relativas. No podía terminar muriendo aquella noble embarcación mas que en la ciudad que, 45 años antes, le prestase el nombre de su más preciada seña de identidad, Giralda.


Y es que el acuerdo final de venta se firma con un comprador sevillano, don José Cobián, titular de una conocida fundición situada en las proximidades de la Macarena, Industrias Cobián, donde, entre otras manufacturas, se fabricaban camas metálicas.


Se da pues remolque al Giralda hasta Sevilla y, a los pies de la Torre del Oro, sin más, se procedió a su sacrificio.

 

 
Anuncio de Industrias Cobián. 1936.

Una vez más y al contrario de otros países que valoran mucho mejor que nosotros sus buques históricos, no fuimos capaces de mantener con vida a este bergantín goleta, pero, ¿qué nos queda de él? Con certeza el bello mascarón de proa que preside una de las estancias superiores de nuestra Torre del Oro aunque, leyendo el minucioso inventario que la Armada acompañaba a los documentos de venta, el buque llegó bastante completo por lo que es fácil concluir que algún que otro tesoro habrá sido aprovechado para el disfrute por alguien que aprecie cualquiera de esos objetos llenos de callada y sabia vida marinera.


De no ser así, tal vez sirva de consuelo conocer que, al menos, bastantes habrán sido los sevillanos que, sin saberlo, muchos años hayan dormido sobre los fierros transformados que un día surcaron tantos mares.

 

Mascarón de proa del Giralda. Torre del Oro. Sevilla.