Julio
Sánchez Mingo
En
mi colegio había una tía buena, una maciza “oficial”, que
despertaba la admiración y el deseo entre los “varoncitos” y la
envidia entre las compañeras: - “Pues no es para tanto”. Era
dos o tres años mayor que yo. Resultado, yo era transparente para
ella y ella me resultaba tan lejana e inalcanzable como las actrices
que veíamos en el cine. Además,
nosotros teníamos nuestros amorcitos de carne y hueso. Menudo vivero
había en un colegio mixto ¡en la época de Franco!.
En verano yo solía ir con mi hermana y algún amigo a la piscina Stella de Arturo Soria, con unas invitaciones que le regalaban a mi padre. Unas muy cuidadas praderas arboladas daban cobijo a un público adulto. Allí no había niños como en la relativamente cercana piscina Formentor. Además el ambiente que se respiraba denotaba que era un lugar para, digamos, aproximaciones entre adultos de costumbres avanzadas. Uno de los asiduos que allí destacaba era Hercules Cortés, por aquel entonces campeón del mundo, eso proclamaban, de lucha libre americana, esa actividad mezcla de gimnasia, circo y teatro. De estatura notable, musculatura de culturista, siempre impregnado de aceite, nunca se sumergía en el agua de la piscina. En ocasiones exhibía sus dotes y fuerza levantando a pulso a alguna señorita cogida por la entrepierna. ¡Todo un espectáculo! También acudían muchos militares americanos de la base de Torrejón. Y allí solía estar ella, la tía buena de mi colegio, por entoces una jovencita de dieciséis o diecisiete años, tomando el sol y luciendo su espléndida figura. ¡Qué sueño de mujer! Pero allí las dueñas del territorio eran las, llamémoslas, starlettes a la búsqueda de sustento o, si se prefiere, muchachas liberales.
La he visto recientemente, después de tantos años, en la celebración del 75º aniversario de nuestro colegio. Ahora es una atractiva señora de alrededor de 65 años, muy bien conservada. El que tuvo retuvo y guardó para la vejez. Hablé con ella y le recordé los días de verano en la piscina Stella. Se le iluminó la cara. La nostalgia pudo con ella como ahora puede conmigo.
En verano yo solía ir con mi hermana y algún amigo a la piscina Stella de Arturo Soria, con unas invitaciones que le regalaban a mi padre. Unas muy cuidadas praderas arboladas daban cobijo a un público adulto. Allí no había niños como en la relativamente cercana piscina Formentor. Además el ambiente que se respiraba denotaba que era un lugar para, digamos, aproximaciones entre adultos de costumbres avanzadas. Uno de los asiduos que allí destacaba era Hercules Cortés, por aquel entonces campeón del mundo, eso proclamaban, de lucha libre americana, esa actividad mezcla de gimnasia, circo y teatro. De estatura notable, musculatura de culturista, siempre impregnado de aceite, nunca se sumergía en el agua de la piscina. En ocasiones exhibía sus dotes y fuerza levantando a pulso a alguna señorita cogida por la entrepierna. ¡Todo un espectáculo! También acudían muchos militares americanos de la base de Torrejón. Y allí solía estar ella, la tía buena de mi colegio, por entoces una jovencita de dieciséis o diecisiete años, tomando el sol y luciendo su espléndida figura. ¡Qué sueño de mujer! Pero allí las dueñas del territorio eran las, llamémoslas, starlettes a la búsqueda de sustento o, si se prefiere, muchachas liberales.
La he visto recientemente, después de tantos años, en la celebración del 75º aniversario de nuestro colegio. Ahora es una atractiva señora de alrededor de 65 años, muy bien conservada. El que tuvo retuvo y guardó para la vejez. Hablé con ella y le recordé los días de verano en la piscina Stella. Se le iluminó la cara. La nostalgia pudo con ella como ahora puede conmigo.
¡Gracias
Marilù!