18 octubre 2019


Mi vecina de Porto Salvo

Julio Sánchez Mingo

Fotos del autor

Via Indipendenza, a primera hora de la mañana.

Es un callejón, lo llaman vico, de menos de cuatro metros de ancho, que va del paseo marítimo, lungomare, a Via Indipendenza, la calle comercial del antiguo barrio de pescadores y olivareros de Porto Salvo, en Gaeta, milenaria ciudad, el origen de cuyo nombre atribuye Virgilio en la Eneida a Caieta, la nodriza de Eneas, que por estas tierras fue enterrada. Allí habita María.

La luz cegadora del Golfo, en el Tirreno, lo baña todo. Lamentablemente, el panorama resulta ensombrecido por la presencia inquietante, y a veces ruidosa, de dos gigantescas máquinas de guerra, de muerte. Un buque de comando anfibio portahelicópteros, nave insignia de la VI Flota gringa, la del Mediterráneo, de 189 metros de eslora, clase Blue Ridge, y un gigantesco catamarán de transporte, clase Spearhead, con su doble casco construido en aluminio, de 103 metros de eslora y capaz de alcanzar 45 nudos de velocidad, más de 83 kilómetros por hora, ¡el sueño de cualquier narcotraficante!

El lungomare, orientado a Levante, es un lugar ideal para sentarse a leer a la caída de la tarde.

La belleza ensombrecida por la personificación de la muerte.

Porto Salvo, antiguamente llamado Borgo Nuovo, por haberse desarrollado fuera de las murallas de la ciudadela medieval de Gaeta, reúne todos los tópicos napolitanos, a pesar de pertenecer a la región de Lacio, cuya capital es Roma. Aquí se aposentaron los Anjou, que fueron desalojados por los aragoneses y, antes de la unificación de Italia, fue parte del reino borbónico de Nápoles, como reflejan sus edificios singulares, especialmente su castillo Angioino-Aragonese. Sus calles, estrechísimas para protegerse del sol, empedradas con baldosas cuadradas de basalto o caliza de notable tamaño, están flanqueadas por modestas casas de dos o, máximo, tres alturas. De sus balcones cuelga la ropa tendida. Aquí la vida privada es imposible. Tampoco la buscan sus habitantes, dotados de una notable extraversión. Cualquier conversación es escuchada en las viviendas enfrentadas o colindantes y, a veces, se oye a alguna pareja jadear de amor.

Gaeta medieval vista desde el istmo de Monte Orlando.

Via Indipendenza, cuya anchura no supera los cinco metros, está cuajada de todo tipo de establecimientos, desde la librería Il Sole e la Cometa, donde atiende la juvenil y simpática Rosanna, al local de Santos, un torrefactor napolitano que se presta gustoso a darte una conferencia sobre las variedades del café y su modo de prepararlo de forma óptima con una cafetera moka la italiana de toda la vida, pasando por fruterías, carnicerías, panaderías, colmados, algún bar y el imprescindible chino de turno, que vivimos en la época de la globalización. Es un reducto del pequeño comercio, lo que ahora llaman tiendas de proximidad. La actividad empieza muy pronto, la mayoría abre a las nueve, algunos bastante antes, se interrumpe a la una, entonces se convierte en una calle solitaria y tranquila, para reabrir de cinco a ocho y media de la tarde. A las siete la animación es máxima, con un incesante ir y venir de parroquianos que se saludan continuamente.

26 de septiembre de 2019. Fiestas de los Santos Cosme y Damián. Procesión en Via Independenza. 

Frente a la casa de mi anfitrión, il Dottore, así le dicen todos, vive María, una simpatiquísima anciana que pasa las mañanas sentada a la puerta de su vivienda, en el vico. Para desplazarse sólo usa silla de ruedas y no se deja convencer por nosotros para caminar hasta el lungomare, a treinta metros de distancia, cogida de nuestros brazos, para sentarse frente al mar. Por las tardes sigue la misa y el rezo del rosario a través de un televisor con el volumen del sonido a todo trapo. De sonrisa sempiterna, transmite optimismo, felicidad, ganas de vivir, a pesar de que su existencia se reduce a los pocos metros cuadrados de su casa, una construcción de una sola planta con altillo, con acceso directo desde la calle a la única pieza, que hace las veces de estar, comedor y cocina, casi toda ella ocupada por una gigantesca cama. La acompaña Olga, su badante, su cuidadora, una señora rumana, también muy comunicativa, que se dedica a parlotear con todo el vecindario y a conversar por el telefonino.
Me maravilla el espíritu de María. Con qué poco se puede vivir y ser feliz.

En poquísimo tiempo le he cogido cariño a todos ellos.
¡Son tan simpáticos, sociables y acogedores!
 

Gaeta desde Formia. De izquierda a derecha: la ciudad medieval, Monte Orlando y Poerto Salvo.  

Adenda de 11-04-2021. Me acaba de comunicar mi queridísimo Ugo, il Dottore, que el hijo de Maria ha decidido internarla en una residencia de ancianos, porque tiene que alquilar la casa en verano. Qué mezquino, qué miserable. Ya hace un par de días que Maria dejó su pequeña vivienda. Olga, obviamente, se ha quedado sin trabajo y sopesa volver a Rumanía. Qué disgusto, qué pena más grande.

Puerta de la casa de Maria el 11 de abril de 2021



11 octubre 2019


Rumbo a lo desconocido

Ugo Picazio


Fotografía de Enrico Salomone

Querido lector, quiero que, después de la lectura de estas breves líneas, consideres si el título es acertado o no.
No voy a hablar de las peliculitas que TVE nos dedicaba a los chavales en los años sesenta, ni de la serie de ciencia ficción Rumbo a lo desconocido, emitida entre 1963 y 1965, que tanto me gustaba...

Verano pleno de sol y mar, cerca de Alicante. María sabía que aquella noche, en las fiestas de Calpe, Juan, atractivo moreno, le pediría ser novios —se lo había anticipado Elisa, su amiga del alma—. Por aquel entonces no se llevaban los nombre raros, de origen anglosajón.
María era nuestra criada, como se decía en aquellos tiempos. En realidad era como nuestra maravillosa hermana mayor.
Giacomo, nuestro hermano mayor, enfermo grave de asma y con el corazón dañado, no se despertó en la mañana de aquel aciago día. El rumbo de nuestras vidas cambió de dirección y nuestra María no pudo verse esa noche con Juan en Calpe...

Ya imagino lo que el lector estará pensando: afortunadamente hechos tan trágicos no suceden todos los días. Sin embargo, circunstancias secundarias influyen de forma determinante.
Si mi padre aquel día hubiera visto el cartel de Se alquila en José Abascal, entonces General Sanjurjo, en lugar de en la cercana Bretón de los Herreros, todo hubiera sido distinto: amistades diferentes, peripecias diferentes... en el mismo barrio del mismo Madrid.

Nuestras vidas son, por tanto, el resultado de las vidas y de las coincidencias y casualidades de nuestros padres, abuelos y, más allá, de nuestros ancestros romanos, hispanos o fenicios. Y, remontándonos aún más, ¡de cuando la vida se fraguaba en el agua del mar!
Un número de casualidades elevado a tres millones no es suficiente para cuantificar los posibles vaivenes de nuestra vida. Los hechos van más allá de nuestra voluntad. Eso sucede, por ejemplo, cuando las circunstancias terminan con nuestro pretendido amor eterno por otra persona... ¿Cambiaría el lector el título de este breve texto?

Por el contrario, decía Maquiavelo que, donde hay mucha fuerza interior, menor es el peso de la casualidad y de la suerte.
Los depresivos no tienen ilusiones y, por tanto, no tienen vida y lo que nos hace ser felices: capacidad de ensoñación.
Creo que Calderón lo había comprendido perfectamente. La vida es sueño, los sueños son ilusiones.
Nosotros tenemos la vana ilusión de que tenemos el control de nuestras vidas. Sin embargo, la mayor parte de las cosas que nos suceden no dependen de nosotros.
Eso sí, puedo decidir, por ejemplo, que para cenar voy a preparar unas lentejas viudas según la receta de María Luisina o, por el contrario, me voy a tomar unos italianísimos spaghetti alla carbonara.

Ad Maiora.

Ugo Picazio es italiano, médico anestesista, interesado en Psicoterapia. Transcurrió su infancia y primera adolescencia en España.