Un
republicano en Mauthausen
Carmen
García Delgado
Al
luchador republicano que me contó su historia en 1983, siempre en mi
recuerdo. A la memoria de tantos hombres y mujeres que dieron lo
mejor de sí para que fuera posible un mundo mejor. Sin memoria no
hay libertad.
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Escalera de la muerte en Mauthausen. |
En
el invierno de 1983 trabajaba como médica de cabecera en una ciudad
próxima a Madrid. Un día me dieron un aviso para atención
domiciliaria, como tantas otras veces: un hombre de 64 años,
con
un severo problema pulmonar, demandaba mi asistencia.
No
era un paciente conocido, no había ido nunca a consulta. Cuando lo
vi, me llamó poderosamente la atención su aspecto: aparentaba más
edad de la que me habían dicho, enjuto, con los ojos brillantes de
fiebre y una mirada triste, pero llena de resolución.
Le
pedí que se descubriera para auscultarlo.
Tenía varias cicatrices en el pecho, algunas las pude identificar
como producto de técnicas antiguas que se utilizaban para tratar la
tuberculosis, pero lo que más me impresionó fue un número en tinta
azul tatuado en su brazo izquierdo.
Su
estado aconsejaba un traslado hospitalario, pero no quiso.
—Señorita,
si es posible, quiero morir en mi cama.
Quedé
entonces en que pasaría a verlo
a
diario y conseguí arrancarle el compromiso de ir al hospital si su
estado empeoraba.
Durante
una semana fui a verlo
todos los días. Lo
exploraba
y me pasaba un rato hablando con él, sin preguntar nada que no
estuviera estrictamente relacionado con su salud. Y, poco a poco, me
empezó a contar su historia.
—¿Señorita,
sabe qué
es este número que tengo en el brazo?
—Parece
un número de un campo de concentración—
contesté.
—Así
es, yo estuve en Mauthausen.
Esta
es la historia que me contó.
Tenía
diecisiete años cuando estalló la guerra y se fue voluntario al
frente, a luchar por la República.
Aunque
me lo dijo, no recuerdo en qué batallas participó, pero sí como
narraba el paso de los Pirineos: el hambre, el frío, el miedo, la
gente que se iba quedando por
el camino.
Tenían
la esperanza de llegar a Francia, de salvar la vida, rearmarse y
volver a luchar por nuestra tierra.
Pero
en Francia no les trataron precisamente bien. Sus esperanzas se
derrumbaron en las arenas de las playas de Argelés,
tras una alambrada de espino, custodiados por soldados senegaleses.
Pasaron hambre y frío, vieron cómo enfermaban las criaturas.
—Pero
lo que nos reconcomía era la impotencia, el no poder hacer nada—
me dijo.
Tras
la invasión alemana, entró a formar parte de la resistencia, con
otros muchos compañeros y compañeras. También las mujeres
republicanas formaron parte de la lucha partisana.
—¡Éramos
unos sabouters
de primera! Teníamos la experiencia de tres años de guerra, de la
que otros compañeros carecían.
Una
noche cayeron en una emboscada.
—No
le voy a contar lo que fueron los interrogatorios a los que nos
sometieron los nazis. La crueldad superaba todo lo que se pueda
imaginar … o eso creía yo.
Tras
un tiempo, imposible decir cuánto, acabó hacinado con otras muchas
personas en un vagón de ganado, rumbo a un destino incierto.
Aquel
viaje fue un infierno. Lo conocemos, hay testimonios que lo relatan;
pero que alguien que lo ha vivido te lo cuente, mirándote a los ojos
… ¡es estremecedor!
Me
habló de la llegada al campo, del hambre, los crímenes, las muertes
y la terrible escalera de Mauthausen, en la que muchos murieron. Me
contó que a los españoles los
identificaba el triángulo azul de apátridas,
con una S en su centro.
¿Apátridas?
Sí, cuando Hitler le preguntó a Franco qué hacía con los
prisioneros españoles, éste le respondió que no había españoles
fuera de España.
Cuando
terminó la segunda guerra mundial renació la esperanza. Pensaban
que los vencedores no consentirían que se mantuviera en Europa un
régimen que había sido aliado de Hitler y Mussolini. La realidad se
impuso poco tiempo después y, sin una tierra a la que volver, se
quedó en Francia. Retornó a España, muy enfermo, a principios de
1980.
Es
difícil describir todas las emociones que me produjo aquel
encuentro.
No
lo
volví a ver, pero lo
recuerdo frecuentemente.
Ayer,
mientras desayunaba, oí una entrevista con un actor que va a dar
vida en la pantalla a Francesc Boix, otro español, conocido como el
fotógrafo de Mauthausen.
La
crítica de la película publicada hoy dice, textualmente: “Los
celebérrimos juicios de Nüremberg (…) no se hubiesen desarrollado
de la misma manera sin el trabajo realizado por el comunista español
Francesc Boix”.
Me
he acordado de mi paciente y de tantos hombres y mujeres españoles
que pelearon contra el nazismo, que padecieron en los campos de
concentración y que perdieron la esperanza de volver algún día.
He
recordado la inauguración en París del jardín dedicado a los
héroes de la Nueve. La Nueve era la unidad de choque de la 2ª
División Blindada del general
Leclerc, compuesta por republicanos españoles. Fueron los primeros
combatientes que entraron en la ciudad
liberándola, el
24 de agosto de 1944.
Revisando
noticias sobre Francesc Boix, he encontrado imágenes de su entierro
en París, al que acudió su
alcaldesa.
Es
paradójico.
Mientras
en otros países se ensalza a los hombres y mujeres de la República,
se reconoce el papel que jugaron en la lucha contra el nazismo, su
país los
condena a la desmemoria. ¡Qué gran injusticia!
Nota
del editor.
A
pesar de la tragedia que sacudió España entre 1936 y 1977,
muchos ciudadanos viven de espaldas a lo sucedido, sin
consideración alguna por los sufrimientos padecidos por muchos de
sus compatriotas y sin aprender las lecciones que ese período
histórico nos ofrece. Igualmente, ahora, desde su posición
privilegiada, ignoran la catástrofe humanitaria de la inmigración
que se produce en el Estrecho y Alborán, con 6.700 muertos y
desaparecidos en los últimos 30 años.
Y
tiene que llegar la celebración del día de Muertos de este año a
México para que desde allí nos den clases de sensibilidad y amor al
prójimo, mientras una caravana de migrantes centroamericanos recorre el país con la
firme determinación de dirigirse a USA.
La
ofrenda,
la instalación que se ha montado en el Zócalo, la plaza mayor de Ciudad
de México, está dedicada a las migraciones contemporáneas, con un
especial recuerdo a los republicanos españoles exiliados.
Uno
de los paneles informativos reza así: “La
imagen de los caminos o senderos plagados de dificultades y peligros
que hay que vencer para llegar al Mictlan1
es una analogía del calvario que pasan los migrantes aquí
representados y simbolizados por cinco catrinas (un joven
latinoamericano contemporáneo, una indígena mexicana, un asiático,
un judío y un republicano español) en su andadura para alcanzar su
destino final….. “
1
Lugar
de los muertos.