24 noviembre 2018

Convocatoria del III Premio de Escritura Breve de Diario de Madrid, el blog de Julio Sánchez Mingo




Se convoca el III Premio de Escritura Breve de Diario de Madrid, con arreglo a las siguientes bases:

1.- Podrán concurrir todas las personas que lo deseen, cualquiera que sea su nacionalidad, con un máximo de dos trabajos.

2.- Los escritos presentados deberán reunir las siguientes condiciones:
a) Estar redactados en español.
b) Ser originales e inéditos.
c) No haber sido premiados ni estar participando en ningún otro certamen.
e) Tener una extensión mínima d
e 1.800 caracteres y máxima de 10.000.
f) Tema: libre.
g) Género: narrativa, divulgación u opinión, a elección del autor.

3.- Los originales se presentarán por correo electrónico en formato .pdf antes de las 24 horas del 15 de abril de 2019, horario de Madrid.
Para ello se enviará un mensaje con los correspondientes archivos .pdf a la dirección 
diariodemadrid@yahoo.com, con la mención en el asunto III Premio de Escritura Breve de Diario de Madrid. Los ficheros deberá incluir los trabajos presentados a concurso, que se deberán denominar como los mismos. En un archivo .pdf adicional deberán constar exclusivamente los siguientes datos: nombre y apellidos, nacionalidad, dirección, teléfono y dirección de correo electrónico del creador, título de los escritos, así como una declaración de su autoría, asegurando que son originales, no estar pendientes de premio en ningún otro certamen y su carácter inédito.

4.- El editor de jsanchezmingo.blogspot.com designará al Jurado. Éste estará compuesto por un mínimo de tres personas y realizará la elección final de la obra ganadora.

5.- Antes del 30 de junio de 2019 se anunciará el fallo del Jurado en jsanchezmingo.blogspot.com. Será comunicado simultáneamente por teléfono y correo electrónico al autor ganador, en cuyo momento se le informará también del lugar de entrega del correspondiente premio, que consiste en una obra del acreditado pintor Gonzalo Silván Lago.
El trabajo vencedor será publicado en jsanchezmingo.blogspot.com en los días sucesivos.

6.- El premio no podrá declararse desierto. La decisión del Jurado será inapelable.

7.- No se mantendrá correspondencia con los autores de los trabajos presentados desde la publicación de la convocatoria hasta después del fallo del Jurado, excepto para la aclaración de cuestiones relativas a estas bases o a la correcta recepción de los trabajos presentados a concurso. La resolución de todas las cuestiones que puedan surgir o plantearse sobre este certamen son de exclusiva competencia del editor de jsanchezmingo.blogspot.com en calidad de convocante.

8.- La participación en este concurso supone el conocimiento y aceptación de las bases que lo regulan, así como el acatamiento de cuantas decisiones adopte el editor de jsanchezmingo.blogspot.com en lo relativo a su interpretación y aplicación.


Madrid, noviembre de 2018

Diario de Madrid, el blog de Julio Sánchez Mingo

jsanchezmingo.blogspot.com

09 noviembre 2018


El río

Jesús Ramos Alonso


Por las noches, en la casa donde vivíamos en el remanso del río, mi padre solía leerme un libro con las pastas descoloridas de tanto manosearlo. Ese libro es todo lo que me dejó. No tenía tierras, ni dinero, ni otra cosa que dejarme.
La tarde antes de abandonar la casa para siempre, saqué la vieja maleta del cobertizo donde se amontonaban los trastos de la barcaza: cables, cabos, repuestos oxidados… En ella metí cuatro trapos, y un poco de pan y tocino envueltos en papel de estraza… y ese viejo libro. Eso fue al día siguiente de encontrar a mi padre muerto, al levantarme, ya amanecido, tras ese silencio frío de no oír el ir y venir de todos los días. Fue al ir a despertarle y verle quieto con el semblante como la cera.
Al día siguiente por la mañana le dimos tierra y esa misma tarde vinieron don Faustino y el cura del pueblo. Al segundo sólo le recordaba de la primera comunión: la barcaza no dejaba tiempo para rosarios ni novenas. En cambio a don Faustino le conocía bien; venía a ver a mi padre una vez a la semana, se sentaban en unas grandes piedras que hay en el embarcadero, junto al fresno, y hablaban de sus cosas mientras bebían vino. Mi padre le entregaba un sobre y él, tras contar los billetes y las monedas, hacía dos partes de las que se guardaba la mayor en el bolsillo de su zamarra.
Nuestra vida era el río, y la barcaza que lo atravesaba una y otra vez, guiada por el cable y movida por el viejo motor. Los campesinos, entre orilla y orilla, nos contaban las anécdotas acaecidas en el pueblo cercano, cualquier cosa que se saliera de lo corriente; también, cuando ocurrían, traían noticia de los nacimientos o las muertes. De las otras cosas nos enterábamos por Radio Nacional, a las dos y media, mientras comíamos. Los domingos venían los hijos de los guardeses de la masía de don Faustino y le dábamos unas patadas a un balón un poco desinflado o íbamos a pescar. En el buen tiempo pasaban por allí algunos turistas buscando la España profunda: ¡qué cosas!, las gentes del campo en desbandada y esas familias ruidosas y multicolores hablando maravillas de la vida en la naturaleza.
En vida de mi madre era ella la que me leía. Al cumplir yo seis años dijo: “Vas a aprender a escribir”. A partir de entonces, por las tardes, me enseñaba a formar palabras y frases, y también las cuatro reglas: el colegio estaba lejos y yo tenía que ayudar con la barcaza. Era una mujer sencilla que, intuyendo su pronto final, supo crear en mí la rutina de la lectura. Esa rutina fue la escuela que no tuve, donde me hice amigo de los cuentos, esas historias que a fuerza de oírlas una y otra vez, ya desnudas de personajes y aconteceres, dejaban un poso que perfilaba mi carácter, creando la paleta y el estilo con los que pintaría el cuadro de mi propia vida, eligiendo en cada encrucijada el mejor ángulo, los tonos más adecuados…el camino a seguir.
Mi padre, al quedarnos solos, se afanó en continuar esa labor y me leía en alto páginas del libro. Lo hacía muy despacio, después de la cena, con aquellas viejas gafas de concha que se ponía ceremonioso; leía hasta que al poco rato se le cerraban los ojos de cansancio y nos acostábamos; él, en la cama que compartió con mi madre, en un pequeño cuarto separado por una cortinilla de la cocina; yo en un catre cercano al hogar. Leía a trancas y barrancas, pero con tanta verdad y ternura que los cuentos volaban hasta mi imaginación donde yo les añadía los colores y los matices que la rudeza de un hombre de campo no podía dar.
Don Faustino, algo compungido, me contó una historia de la que solo saqué en claro que vendría otro hombre a vivir allí y yo me tendría que marchar. El cura dijo que iría a una casa muy grande con muchos niños, que aprendería geografía, gramática, ¡y qué sé yo!
Así que, cuando salí con mi maleta acompañado del religioso, empezó para mí una nueva vida por la que transité aferrado a lo aprendido, igual que la barcaza cruzaba de orilla a orilla, siempre sujeta al cable.

………

He tenido suerte. Hoy soy profesor de literatura en la Universidad de Los Ángeles, estoy casado con una americana rubia y guapa, tengo una buena vida y un hijo de dos años que se llama como su abuelo.
Las últimas vacaciones hemos estado en España. Hemos ido hasta la casa de don Faustino, un anciano sentado en una mecedora. Le cuida una hija a la que pregunté por los guardeses. Ya habían muerto y también el mayor de los hermanos, que se salió de la carretera con uno de aquellos gordinis. El segundo, al que mejor recordaba por ser de mi edad, era representante de abonos por la comarca, y del pequeño apenas me contó que andaba dando tumbos por Barcelona, metido en asuntos de drogas.
Luego fuimos hasta el embarcadero, que está abandonado: un poco más abajo del remanso han hecho un puente con los primeros dineros de Bruselas. Solo quedan las ruinas de la casa y, entre la maleza, las cuadernas podridas de la barcaza y el fresno y las piedras en que mi padre se sentaba con don Faustino, esas piedras que antaño habrían sido arrancadas de las montañas del oeste. Quizá la corriente, con su eterno discurrir, las hará avanzar hasta el mar, o la naturaleza, si ése es su capricho, las retornará allí de donde vinieron hace millones de años.
Pensando en esto, he sacado el viejo libro y un cuaderno y la pluma y he dejado hablar al río y, mirando de vez en cuando a mi hijo que duerme, he empezado a escribir este relato.

02 noviembre 2018


Un republicano en Mauthausen

Carmen García Delgado

Al luchador republicano que me contó su historia en 1983, siempre en mi recuerdo. A la memoria de tantos hombres y mujeres que dieron lo mejor de sí para que fuera posible un mundo mejor. Sin memoria no hay libertad.
Escalera de la muerte en Mauthausen.
En el invierno de 1983 trabajaba como médica de cabecera en una ciudad próxima a Madrid. Un día me dieron un aviso para atención domiciliaria, como tantas otras veces: un hombre de 64 años, con un severo problema pulmonar, demandaba mi asistencia.
No era un paciente conocido, no había ido nunca a consulta. Cuando lo vi, me llamó poderosamente la atención su aspecto: aparentaba más edad de la que me habían dicho, enjuto, con los ojos brillantes de fiebre y una mirada triste, pero llena de resolución.
Le pedí que se descubriera para auscultarlo. Tenía varias cicatrices en el pecho, algunas las pude identificar como producto de técnicas antiguas que se utilizaban para tratar la tuberculosis, pero lo que más me impresionó fue un número en tinta azul tatuado en su brazo izquierdo.
Su estado aconsejaba un traslado hospitalario, pero no quiso.
Señorita, si es posible, quiero morir en mi cama.
Quedé entonces en que pasaría a verlo a diario y conseguí arrancarle el compromiso de ir al hospital si su estado empeoraba.
Durante una semana fui a verlo todos los días. Lo exploraba y me pasaba un rato hablando con él, sin preguntar nada que no estuviera estrictamente relacionado con su salud. Y, poco a poco, me empezó a contar su historia.
¿Señorita, sabe qué es este número que tengo en el brazo?
Parece un número de un campo de concentración contesté.
Así es, yo estuve en Mauthausen.

Esta es la historia que me contó.
Tenía diecisiete años cuando estalló la guerra y se fue voluntario al frente, a luchar por la República.
Aunque me lo dijo, no recuerdo en qué batallas participó, pero sí como narraba el paso de los Pirineos: el hambre, el frío, el miedo, la gente que se iba quedando por el camino.
Tenían la esperanza de llegar a Francia, de salvar la vida, rearmarse y volver a luchar por nuestra tierra.
Pero en Francia no les trataron precisamente bien. Sus esperanzas se derrumbaron en las arenas de las playas de Argelés, tras una alambrada de espino, custodiados por soldados senegaleses. Pasaron hambre y frío, vieron cómo enfermaban las criaturas.
Pero lo que nos reconcomía era la impotencia, el no poder hacer nada me dijo.
Tras la invasión alemana, entró a formar parte de la resistencia, con otros muchos compañeros y compañeras. También las mujeres republicanas formaron parte de la lucha partisana.
¡Éramos unos sabouters de primera! Teníamos la experiencia de tres años de guerra, de la que otros compañeros carecían.
Una noche cayeron en una emboscada.
No le voy a contar lo que fueron los interrogatorios a los que nos sometieron los nazis. La crueldad superaba todo lo que se pueda imaginar … o eso creía yo.
Tras un tiempo, imposible decir cuánto, acabó hacinado con otras muchas personas en un vagón de ganado, rumbo a un destino incierto.
Aquel viaje fue un infierno. Lo conocemos, hay testimonios que lo relatan; pero que alguien que lo ha vivido te lo cuente, mirándote a los ojos … ¡es estremecedor!
Me habló de la llegada al campo, del hambre, los crímenes, las muertes y la terrible escalera de Mauthausen, en la que muchos murieron. Me contó que a los españoles los identificaba el triángulo azul de apátridas, con una S en su centro.
¿Apátridas? Sí, cuando Hitler le preguntó a Franco qué hacía con los prisioneros españoles, éste le respondió que no había españoles fuera de España.
Cuando terminó la segunda guerra mundial renació la esperanza. Pensaban que los vencedores no consentirían que se mantuviera en Europa un régimen que había sido aliado de Hitler y Mussolini. La realidad se impuso poco tiempo después y, sin una tierra a la que volver, se quedó en Francia. Retornó a España, muy enfermo, a principios de 1980.
Es difícil describir todas las emociones que me produjo aquel encuentro.
No lo volví a ver, pero lo recuerdo frecuentemente.

Ayer, mientras desayunaba, oí una entrevista con un actor que va a dar vida en la pantalla a Francesc Boix, otro español, conocido como el fotógrafo de Mauthausen.
La crítica de la película publicada hoy dice, textualmente: “Los celebérrimos juicios de Nüremberg (…) no se hubiesen desarrollado de la misma manera sin el trabajo realizado por el comunista español Francesc Boix”.
Me he acordado de mi paciente y de tantos hombres y mujeres españoles que pelearon contra el nazismo, que padecieron en los campos de concentración y que perdieron la esperanza de volver algún día.
He recordado la inauguración en París del jardín dedicado a los héroes de la Nueve. La Nueve era la unidad de choque de la 2ª División Blindada del general Leclerc, compuesta por republicanos españoles. Fueron los primeros combatientes que entraron en la ciudad liberándola, el 24 de agosto de 1944.
Revisando noticias sobre Francesc Boix, he encontrado imágenes de su entierro en París, al que acudió su alcaldesa.

Es paradójico. Mientras en otros países se ensalza a los hombres y mujeres de la República, se reconoce el papel que jugaron en la lucha contra el nazismo, su país los condena a la desmemoria. ¡Qué gran injusticia!


Nota del editor.
A pesar de la tragedia que sacudió España entre 1936 y 1977, muchos ciudadanos viven de espaldas a lo sucedido, sin consideración alguna por los sufrimientos padecidos por muchos de sus compatriotas y sin aprender las lecciones que ese período histórico nos ofrece. Igualmente, ahora, desde su posición privilegiada, ignoran la catástrofe humanitaria de la inmigración que se produce en el Estrecho y Alborán, con 6.700 muertos y desaparecidos en los últimos 30 años.
Y tiene que llegar la celebración del día de Muertos de este año a México para que desde allí nos den clases de sensibilidad y amor al prójimo, mientras una caravana de migrantes centroamericanos recorre el país con la firme determinación de dirigirse a USA.
La ofrenda, la instalación que se ha montado en el Zócalo, la plaza mayor de Ciudad de México, está dedicada a las migraciones contemporáneas, con un especial recuerdo a los republicanos españoles exiliados.
Uno de los paneles informativos reza así: “La imagen de los caminos o senderos plagados de dificultades y peligros que hay que vencer para llegar al Mictlan1 es una analogía del calvario que pasan los migrantes aquí representados y simbolizados por cinco catrinas (un joven latinoamericano contemporáneo, una indígena mexicana, un asiático, un judío y un republicano español) en su andadura para alcanzar su destino final….. “

1 Lugar de los muertos.