29 abril 2020


Introspección

Charo López Lázaro


Observo los pies, mis pies, esos pies que me trasladan, los que me sostienen. Están envueltos en zapatillas blandas, suaves, de color vino burdeos. Contrastan con el color de la hierba de mi jardín y hacen juego con las florecillas silvestres que asoman tímidamente... Los sigo observando y esa imagen la podría plasmar en un cuadro sencillo, pequeño, para colgarlo en cualquier pared desnuda del pasillo, para romper su monotonía blanca. A menudo me ensimismo en pensamientos sin transcendencia, como si no quisiera ver más allá, porque no hay más allá... No puedo describir lo que siento en este tiempo tan raro, desconocido. Estoy cómoda, en paz, segura, protegida por una envoltura etérea, que sería suave y blanda, de color vino burdeos, lo mismo que mis pies. En el armario dormitan vestidos a los que la oscuridad del lugar, les ha anulado su esplendor. Quizá esperen que los rescate, los libere, lo mismo que los zapatos, escondidos en sus cajas, que ahora son solo eso... cajas grises. Así descansan todas aquellas prendas, bolsos, complementos, adornos... Algún día, algún día... ¿Y si ese día mis pies tan mimados, al enfundarse en los bonitos zapatos de tacón, protestan y mi cuerpo al entrar en aquel vestido ceñido se rebela...? ¿Y si mi alma ya no quiere aventurarse a descubrir el mundo exterior que nos espera? En ello medito mientras la tarde va adquiriendo colores suaves, difuminados, porque anuncia que se va despacio para que la reemplace la noche, ensombreciendo los colores del jardín.

25 abril 2020


Un pequeño cocodrilo que me babea las zapatillas
Marta Rodríguez Maurelo

A mis padres, durante el confinamiento

M. R. M.

Son días complicados, mucho. Creo que es lo poco en lo que estamos todos de acuerdo. Sin embargo, nos centramos en los aspectos negativos del confinamiento, pero estamos dejando de lado las facetas positivas, que también las hay.
Son momentos tristes. Hay muchísimas, miles y miles de familias que están pasando un infierno, tanto en lo personal como en lo laboral. Por eso hay que saber valorar lo que tenemos.
No soy una buena redactora, pero a pesar de ello voy a escribir sobre lo que me está tocando vivir. He tenido la suerte de poder trabajar desde casa. Como tengo un hijo de trece meses, lo primero que pensé fue... "Puf, a ver si lo consigo, aunque sea un poco". Actualmente mi vida es una locura, sí, incluso más que antes. Estoy delante del ordenador mientras un pequeño cocodrilo me babea las zapatillas. O intento concentrarme en un informe mientras oigo una risilla contagiosa, que no puedo evitar escuchar, y salgo corriendo para jugar con él, ¿resultado? Informe pospuesto... Eso sí, a ver quién los lleva el día del desconfinamiento otra vez a la guarde o al cole... ¡pido no!
Algunos instantes del día a día son geniales. ¿Cuántas veces hablabais con vuestros amigos antes? Yo bastante poco, siempre había cosas que hacer. Ahora estamos continuamente en contacto. Ese mensaje que siempre piensas… "mañana lo contesto" y nunca lo respondes… ¡Ahora sí! Nunca olvidaré las llamadas telefónicas entre mis compañeros del departamento y escuchar de fondo un... "¡Papáaaaaaaaa!", mientras mi jefe dice: "¡Estás castigada!".
Son detalles menores de estos días que creo que nos acercan más a las personas. Ayer conversaba con un amigo y él me decía: "Mañana tengo que madrugar, me levantaré a las ocho para hacer lo que tengo pendiente… " Nos entró la risa claro. Madrugar, antes, era ¡levantarse a las seis de la mañana! Y, ¿qué me decís del placer que es tener todos los armarios ordenados por primera vez en la vida?
Hay costumbres que nunca cambian, como recibir el mismo mensaje de tus padres todas las mañanas diciendo: "Hola chata, ¿qué tal estáis?". Por cierto, que sea siempre así. Pero hay otras que creo que todos vamos a incorporar a nuestras vidas. ¿Quién no va a mirar con una sonrisa a todos los perros del barrio recordando los miles de mensajes enviados a su costa?
Para terminar estas líneas quiero mencionar un párrafo de una canción1 que dice: “... Cada día de lluvia tiene su arcoíris […] la vida no es perfecta para ser maravillosa... ".
(1) David Rees: De ellos aprendí.

21 abril 2020


Todos los días al atardecer

María Yáñez

Valente, protagonista y narrador de estas jornadas de encierro. M. Y.

Eso de las rutinas y los horarios no nos va. Pero, desde hace un mes, no hemos faltado a nuestra cita con el ocaso. Cada día a las siete y media de la tarde, como soldaditos, con cronometro y todo, salimos prestos y emocionados a presenciar ese espectáculo natural. Como si no hubiera un mañana.

Mi ama está enamorada de las puestas de sol y de sacarme fotos a cada rato. No sé si salimos a caminar porque se apiada de mí o me agarra de pretexto para tomar aire, ver el cielo y usarme de modelo para sus historias en las redes sociales. De que doy ternura, doy ternura. Y mi dueña lo sabe. Ella me adora, así que pensándolo bien, lo hace primero por mí y luego por el aire.
No es que se sienta encerrada, es que quiere que yo vea los colores rojos del atardecer, mi momento favorito del día. Será porque es el único ratito que salimos. Antes era diferente, pero ahora me conformo y me emociono con esa escapadita. Aprendí a apreciar esos momentos, con sus tonalidades, a pesar de que soy chaparro. La luz de esa hora, libre de coches en estos días, me dejan ver esa maravilla en medio del caos en el que parece estar el mundo.

Todo ha cambiado desde hace cuatro semanas.

Al principio me pareció genial que la jefa de la manada se quedara en casa día y noche, pero no le encontré lo divertido cuando se la pasaba en su computadora y no salíamos para nada; que solo me sacara a una asomadita a la esquina de la casa, una embarradita de calle, eso sí, aderezada con el anochecercer y que, al llegar a casa, se pusiera como loca a limpiar mis cuatro delicadas patitas.
Sigo sin entender que pasa. Hace 11 años que caminamos juntos la vida. Hacíamos grandes paseos todos los fines de semana. Ahora han pasado casi treinta días y ella siempre está en casa, pero nada de salidas al parque ni de largas caminatas.

Soy muy perspicaz, siento su angustia, su incertidumbre, su miedo de que algo pase y se desborde. Yo no sé como ayudarla. Últimamente, ella me entiende mejor, aunque ya tengo mis años, casi ochenta años de humano, que si no fuera perro, sería grupo vulnerable en esta época de pandemia. Me acerco a acompañarla, a rascarle una pierna para que repose un poco de su trabajo, que hace a distancia. A veces le llevo mis juguetes para que me los aviente y se distraiga, aunque yo me canse.

Siempre fue más o menos cuidadosa conmigo, ahora me agobia un poquito, me abraza demasiado y según ella, tiene largas conversaciones conmigo. A veces la miro como si le entendiera todo.

Cada día que volvemos de nuestras asomaditas a la esquina de la calle, para ver el atardecer que nos alumbra al atravesar las avenidas Baja California y Monterrey, en la colonia Roma, barrio de la Ciudad de México, conocido porque a la gente los canes le gustamos mucho, nos aprecian. Mi dueña exagera con la limpieza, no me deja pasar hasta que no deja sus zapatos en la puerta y me echa el trapo por encima como maníaca. Pero, si eso le da tranquilidad, me aguanto un poquito.

Sigo sin entender que pasa, esto no es común. Su angustia unas veces crece y otras se aligera. Me gusta más cuando ella fluye, cuando juega conmigo, cuando ríe. Tomemos en cuenta que yo siempre le sonrío, a pesar de que ahora invade mi casa, porque por más de una decada, pasaba horas y horas solo en casa. Ahora, siento que no se me despega.

Pase lo que pase, recordaremos esta etapa, en la que aprendimos a apreciar el ocaso del día, pero también el ocaso de la vida.

16 abril 2020


El concierto

Jesús Ramos

A mi amigo Julio, del que tomé prestado un rasgo para el protagonista del relato


La única verdad es la música Jack Kerouac


Siempre que voy a un concierto elijo una localidad desde la que se vean bien las manos del pianista. No es que no me importen los demás intérpretes, claro que me importan, pero ver como las yemas de los dedos acarician las teclas me hace abandonar cualquier otro pensamiento y la música penetra hasta la última célula de mi cuerpo.
Me gusta entonces imaginar un mundo donde conviven todos los sonidos posibles, un mundo regido por una voluntad superior, el azar, que según su soberano capricho, selecciona algunos de esos sonidos, los secuencia, los dota de la intensidad justa y les insufla una porción de vida, la precisa para que esa secuencia, que no es sino la melodía, fluya como la corriente de un arroyo; entonces, cuando ya las corcheas, las fusas y las negras, transformadas en acordes de un adagio, llegan a mis oídos, el pianista y yo estamos solos en el auditorio; a mi derecha no se sienta una mujer rubia con un lunar en la mejilla, ni hay un anciano detrás de mí intentando reprimir una tos inoportuna, ni tengo un pasado o un trabajo que quizá mañana pierda, ni tampoco una hipoteca que pagar o ese amenazante dolor en el costado por el que me acaban de hacer un escáner del que todavía desconozco el resultado; en ese momento, perdida la conciencia de todo, me abrazo al juego de la música, ese juego capaz de alejar cualquier ruido, el ruido de la vida, y me dejo ir en una ensoñación en la que el albedrío supremo del azar se enseñorea de todo, y todo se somete a su tiránico mandato, empezando por las cuerdas del piano que no pueden sino vibrar, y por las teclas, obligadas a transmitir esa vibración a los dedos del solista que se mueven con frenesí, imperceptiblemente para mis ojos que ya, a estas alturas del concierto, están cerrados; y también las manos juegan a ese juego, las manos que imagino tirando de los músculos de los brazos y de los hombros, tirando también del cuerpo que se arquea respondiendo a esa tracción; y todo en el pianista es tensión contenida y fuerza y pasión que brota en forma de sudor de la frente del hombre cuyo traje es negro como el piano y sus dedos blancos como las teclas del piano; y en ese momento, perdido en ese mundo imaginario, soy incapaz de distinguir si el pianista interpreta la partitura o si, por el contrario, es el piano el que insufla al hombre movimiento y vida, o si ambos son solo objetos inertes y solo existen dentro de la música y el azar; para mí, en ese momento, la existencia solo es un concierto, nada más que un sueño; y cuando se acabe la música y el sueño termine, el pianista se quedará quieto, petrificado, congelado en un tiempo vacío de sonidos, las manos estiradas, los dedos descansando sobre las teclas, mientras se apagan los ecos de la última nota del último compás del último movimiento.
Y, al igual que el piano, callará la orquesta, el auditorio quedará mudo, algunos gritarán ¡bravo!, yo me levantaré y aplaudiré a pesar de ese dolor persistente en el costado, que no me abandona ni de día ni de noche, y el pianista, tras saludar al público con una reverencia, volverá a soñar ese sueño en el que la vida es al revés, el piano no es más que madera, acero y marfil y la partitura del concierto la escribió un tal Chopin.

09 abril 2020


Amor por y de la naturaleza

Amparo Montoya




I

Así empezó

Doña Libia fue a visitar a su amiga que ya tenía dos meses de tener el bebé.
Doña Fabiola ¡qué pena con usted no haber venido antes, es que me ha tocado trabajar hasta los domingos!
¡No se preocupe por eso, yo entiendo!
¿Y ya le consiguió el nombre al niño?
¡Se llamará José Manuel, ya tengo el padrino para el bautizo, pero no tengo la madrina!
¿Y cuándo lo bautiza?
¡Lo más rápido que se pueda!
¿Por qué?
Creo que se me va a enfermar… No duerme casi en la noche…no nos deja dormir y en las horas de la madrugada, empieza a dormir como un elefante. ¡Creo que tiene el sueño distorsionado… algo tengo qué hacer, pero no sé qué!
¿Ya lo llevó donde el médico?
¡Sí, pero me dijo que el niño estaba bien y que ese problema del sueño, era algo pasajero!
¿Y entonces?
Pues yo no sé nada de médicos, lo único que le digo es que si José Manuel no controla el sueño, va a agotarnos al papá y a mí… Por eso lo quiero bautizar ligero para esperar lo que sea…
Entiendo, porque si el papá no puede dormir de noche y el día entero lo tiene que trabajar, sí se va a enfermar y si es usted, pues lo mismo…
¡Lo bautizaré el próximo domingo! ¿Quiere ser la madrina?
¡Claro, me encantaría!
Más tarde iré con él a comprarle ropita para el domingo, ¡está creciendo mucho!
Pero está dormido…
¡Tendré que despertarlo!
José Manuel se fastidió y empezó a llorar. Fabiola le habló en voz alta:
¡Basta ya de llantos! No te dejaré dormir en el día y cada vez que te duermas, te voy a despertar… porque la noche es para dormir…
José Manuel, a su corta edad, comprendió que Fabiola estaba enojada. Hizo
pucheros y mientras lo vestía para salir, se quedó de nuevo dormido. Fabiola salió con él. Se extasió mirando unas flores. De pronto José Manuel se despertó y miraba para todos los lados. Una mujer que vendía flores le dijo:
¡Es un bebé precioso!
¡Gracias!
¡Yo nunca acostumbro a dar regalos, pero a este niño tan hermoso, le voy a regalar un canario de juguete!
La mujer se acercó más a Fabiola con el juguete y le dijo:
Si le aprieta la barriguita, el canario empieza a cantar… así…
La mujer le explicaba a Fabiola, ésta vio como José Manuel abrió los ojos y sonriendo se quedó de nuevo dormido. Las dos mujeres se despidieron y cada una siguió en lo suyo. Al llegar a la casa, Fabiola acostó a José Manuel, dándole pecho, los dos se quedaron dormidos.
En las horas de la noche:
Fabiola, me dijeron que le diéramos unas gotas de yerbabuena al niño para que nos deje dormir… Estoy demasiado cansado levantándome tres y cuatro veces en la madrugada para saber el porqué del llanto del niño y sé que tú haces lo mismo… Si seguimos así, rapidito vamos a ir a templar al hospital…
Veremos a ver cómo pasa esta noche… Recibió todo el sol del mediodía… Puede ser que tenía frío…

Al día siguiente, en la finca donde trabajaba don Rafael, el patrón decía:
Don Rafael está muy lerdo para trabajar… Se nota que está cansado y así no lo puedo tener en la finca, porque no sólo no cumple bien su trabajo, sino que se le va acumulando, ya tuve que decirle a otro trabajador que le ayudara porque no recogió la papa completa…
Pero no puedes despedirlo, mira que serás el padrino de su hijo…
Celmira, ¡la amistad va por un lado y por el otro el trabajo! Veremos cómo trabaja mañana y entonces le diré que saldré de viaje y que no podré ser el padrino de su hijo… Dejo esta finca en manos de otro y que se encargue de despedir a don Rafael, para yo no tener velas en ese entierro…
¡Lo mejor que puedes hacer es hablar con el socio y que él tome la decisión!
¡Me has dado una buena idea!

La fecha para el bautizo de José Manuel se acercaba. Don Rafael le dice a su patrón:
Don Jaime, dentro de cinco días es el bautizo de mi hijo, para que se acuerde…
Don Rafael, mañana mismo tengo que salir para Bogotá a hacer unos negocios, no podré estar presente en el bautizo…
¿Cómo así?
¡Lo lamento, pero usted sabe que los negocios no se pueden hacer esperar!
¡Qué lástima!
Debe de conseguir a otro, este viaje no lo tenía planeado, pero el socio me dijo que tenía que viajar mañana mismo…
¿Y quién se encargará de la finca?
Esta finca es de una sociedad, cualquiera de ellos vendrá a hacer mi trabajo en el tiempo en que yo esté afuera…
Bueno, pues hablaré con Fabiola para que busque a otro padrino…
¡Es lo mejor para que no se retrase el bautizo!— dijo Jaime.

Al regresar a su casa, Rafael estaba contrariado. José Manuel estaba llorando y
esto lo exasperó más.
Fabiola, hay que hacer algo por José Manuel…
Deja te cuento una cosa…
¿Qué?
Me fui con el niño a conseguirle la ropita para el bautizo, me entretuve viendo las flores…
Fabiola le contó con detalles lo del regalo de la mujer. Rafael no aguantó:
¿Cómo te atreviste a recibir un regalo de una desconocida? ¿Es que ignoras que emplean esos medios para robarse a los niños? O lo que es peor ¡hacerles alguna brujería!
¡No digas eso!
Pues mira que por recibir ese regalo, ya empezó la mala racha para nosotros…
¿Qué pasó?
¡Que don Jaime no será el padrino de José Manuel!
¿Por qué?
Porque se tiene que ir para Bogotá…
¿Qué hacemos?
Y yo pensando que don Jaime sería el padrino ideal por los regalos que le da a sus ahijados… ¿Lo ves? Ya empezaron las malas noticias ¿cuál será la próxima?
¡No seas pesimista!
¡Ya mismo botas ese pájaro!
Pero es un regalo que le dieron a…
¡Es mi última palabra!
¡Está bien, te voy a preparar algo para comer y después me deshago del regalo!
Primero anda a ver qué es lo que le pasa al niño…
Fabiola entró a la pieza. Vio el pájaro y pensó: “Voy a ver si hay algo en este
pájaro”. Cogió el juguete y lo espichó en la barriga. El pájaro empezó a cantar. Ella miraba a su hijo. José Manuel sonreía y se iba quedando dormido. Después de observar, Fabiola pensó: “El canto del pájaro tranquiliza a mi hijo…no, no lo botaré…porque eso me servirá para que se duerma…en la noche haré cantar al pájaro, pero en el día, lo tendré que sacar al jardín para que la bulla de la gente, lo mantenga despierto”.
Rafael la llamó:
Fabiola ¡tengo hambre!
Ella salió y:
Sentí una melodía muy lejana…
¡Yo no escuché nada!— dijo Fabiola.
¿Hiciste lo que te dije?— pregunta Rafael.
¡Sí, así fue! Mira, para que puedas dormir bien, ocupa el otro cuarto, yo me quedó en el de nosotros con el niño para que puedas descansar…
¡En eso estaba pensando!
Fabiola organiza la pieza. Rafael cae rendido. Se despierta temprano y no escucha el llanto del niño. Se acerca a la habitación y ve a Fabiola y José Manuel profundamente dormidos. Se dirige al baño y mientras se organiza, piensa: “Doris ¡qué mujer, nunca me he sentido así con Fabiola! Tendré que apresurar mi salida de aquí, le diré a Fabiola que hasta esta pieza me llegó el llanto del niño y que no pude dormir tampoco… Pero eso será después del bautizo… Doris tendrá que esperar… Los dos nos organizaremos en la casucha del pueblo…”.

Al otro día, en la finca La alborada, Adolfo, trabajador de la finca, ayuda a empacar las maletas de don Jaime y le dice:
Señor, le voy a contar una cosa, pero le pido discreción…no quiero meterme en problemas…
¿Qué pasa?
Don Rafael se mantiene cansado, pero es que tiene relaciones mañana, tarde y noche con Doris…
¿Qué?
Ayer, las tres veces que lo vi, estaba en esas…
¡Entonces los dos son unos enfermos por el sexo! ¿Tres veces?
Cuando llegan todos los trabajadores, ellos se meten en los matorrales donde están las mazorcas… Casualmente fui a recogerlas y los vi… A medio día volví al terminar mi trabajo y estaban de nuevo en eso. Ya terminando la jornada, la vi a ella que se metía por las plataneras, me puse a chismosearla y allá estaba don Rafael con ella, los dos se estaban desvistiendo… Me vieron y de inmediato organizaron sus ropas y salieron de allí…
Tendré que contarle todo esto a Rodrigo también… Ya ellos sabrán qué hacer, pero don Rafael está despedido.

El día pasó normal. Al llegar la hora de la salida, todos se dirigieron a sus hogares, menos Rafael y Doris. Salieron para otro sitio.
Las horas están pasando y Rafael no llega… Nunca se ha demorado tanto ¿será que algo le pasó? Son más de las siete de la noche… la finca está lejos… no tengo el número telefónico… ¿qué hago?— decía Fabiola mirando a su hijo. Éste empezó a llorar. Ella le dio el alimento. Cuando terminó, José Miguel siguió llorando. Con bastante paciencia, se acostó a su lado e hizo sonar el pájaro. La melodía Granada estaba grabada dentro de la barriga del canario. Los dos se fueron quedando dormidos.
A media noche Fabiola se despertó y se dirigió a la pieza donde había dormido
Rafael. No estaba allí. La cama estaba organizada.
Dios mío, Rafael no vino a la casa… De todas maneras tengo que esperar a que amanezca para ir a la finca… Ojalá nada le hubiera pasado… tengo miedo…
El tiempo empezó a correr. Cerca de las seis de la mañana, Fabiola medio dormida, le dice a su hijo:
¡Tu papá no vino anoche, iré a buscarlo, quédate quietecito, ya tienes la panza llena!
El niño sonreía. Los pájaros empezaron a cantar y se fue quedando dormido.
Fabiola dijo:
Es el canto de los pájaros el que relaja a José Manuel… Ojalá cantarán hasta que yoregrese…
Se organizó de rapidez y dirigiéndose a la finca, casi que volaba. Al llegar vio a
dos floristas, un hombre y una mujer que hacían ramos:
Buenos días…
Buenos días ¿a quién busca?
Busco a Rafael Cano… Estoy preocupada por él…
Entre por las plataneras… Hace un momento lo vi allá…
¿Pero él está bien?
¡Yo lo vi bien! ¿Por qué?
¡No fue a amanecer a la casa y pensé que algo malo le había pasado!
Vaya tranquila…
Fabiola agradeció. Caminó unos pasos y escuchó que la mujer decía:
¡Nada malo le pasará estando con esa zorra mañana, tarde y noche!
Fabiola se devolvió y:
Señora ¿de quién está hablando?
La mujer palideció y sólo dijo:
Le estoy contando una historia a mi compañero ¿algún problema?
La palidez de la mujer hizo que Fabiola comprendiera de quién estaba hablando.
Con un dolor muy fuerte en el pecho, caminó hacia las plataneras. Miró para todos los lados y lo único que vio fue una platanera moviéndose con brusquedad. Esto le llamó la atención y acercándose a ella, escuchó:
Rafael, ¡eres lo mejor que llegó a mi vida!
Doris, ¡tú también!
Fabiola reconociendo la voz de su esposo, se tapó la boca para no dejar escapar el grito de rabia y angustia. Se acercó más y vio como Rafael desnudaba a la mujer.
Hizo un movimiento brusco. Rafael giró la cabeza y dijo:
¿Qué haces por aquí?
Fabiola, con un nudo en la garganta le dijo:
Hoy mismo sacarás… Mejor dicho… hoy mismo empacaré tu ropa y te largas para siempre de la casa…
¡Déjame yo te explico!
¡No necesito explicaciones!

II

Penurias

Fabiola salió de la finca hecha un mar de lágrimas. Llegó a su casa. José Manuel seguía dormido. Ella lo cogió entre sus brazos y le dijo:
¡Hijo mío, tu padre nos ha traicionado!
José Manuel dio un brinco y empezó a llorar furioso. Fabiola dijo:
¡En realidad, tú sientes lo mismo que yo! Pero te prometo que como sea te sacaré adelante sin pedirle ni un peso a ese desgraciado… Dizque cansado porque no lo dejabas dormir con tu llanto y el cansancio era por otra cosa… Jamás le vamos a perdonar…

Los días fueron pasando y las necesidades económicas empezaron a hacer su
agosto en Fabiola y su hijo. Ella iba a todas partes pidiendo trabajo, pero de inmediato la rechazaban porque llevaba a cuestas a un bebé, le decían:
¡No admitimos mujeres con hijos porque o atienden al hijo o atienden al trabajo!
¡No puedo dejar a mi hijo encerrado para trabajar!
¡Lo sentimos, pero esto no es una casa de beneficencia!
Fabiola, desolada seguía tocando puertas. Le dice a José Manuel:
¡No importa que yo aguante hambre… Mmientras tenga para ti las cosas más importantes!

Los años fueron pasando. Fabiola y su hijo unas veces tenían para comer otras
no. Cierto día:
Mamá ¡quiero trabajar para ayudarte!
¡No! Quiero que estudies y seas un doctor…
¡Pero solamente trabajaría los fines de semana!
¿Dónde?
Por aquí hay muchas fincas… Pues iré a limpiarlas y algo me ganaré…
¡Está bien, pero no vas a descuidar tus estudios, solamente trabajarás el sábado, porque el domingo lo vas a dedicar a repasar las tareas!
¡De acuerdo!
José Manuel trabajaba en la finca de don Rodrigo:
Muchacho, este árbol lo van a cortar hoy, debes de limpiar todo esto para que la motosierra no se atranque y provoque un problema grande… Aquí tienes el azadón y la bolsa para que eches la basura… Luego la llevas a la ribera y allí te la recibirán… No lleves mucha carga porque el terreno es resbaloso y te puedes caer… Además, estás muy pequeño para coger bultos grandes, entonces es mejor que hagas tres o cuatro viajes que no uno solo y pongas en riesgo tu vida…
¡Así lo haré!
Don Rodrigo se retira y el muchacho empieza a trabajar. Se deleita con el canto de los pájaros. Aprendió a silbar. Veía pájaros de todos los colores que pasaban por su lado cantando.
¡Siempre me ha gustado el canto de los pájaros… Mi mamá me contó la historia de lo que ella hacía cuando yo no podía dormir!
Un canario, parecido al regalo que había recibido años atrás, se acercó a él. José Manuel le dijo:
Amiguito ¿no tienes miedo de acercarte tanto a mí?
El canario cantaba. José Manuel dijo:
¡Ese es un canto triste! ¿Qué te pasa?
El canario se le fue acercando sin temor y seguía cantando. José Manuel se inclinó, le extendió su brazo. El pájaro se posó en ella siguiendo con su canto.—¿Por qué estás triste?
El canario voló a unos metros del muchacho. José Manuel lo siguió.
¡Me estás indicando un camino! ¿Pero qué te pasa?
El canario voló hacia una rama alta y luego a otra más alta. José Manuel lo
seguía con la mirada. De pronto vio que estaban armando la motosierra para derribar el árbol. Comprendiendo de inmediato, corrió hacia los trabajadores y les dijo:
Antes de que empiecen el trabajo ¿me dejan subir a la copa del árbol?
¿Qué vas a hacer por allá?
Quiero mirar unos pichones que están a punto de caerse…
¿Y desde cuándo te interesan los pájaros?
¡Desde niño!
¡Sube pronto que ya en unos instantes empezamos a darle sierra a este árbol y te puedes caer con tus pichones!
José Manuel, con la agilidad de un gato, en instantes estuvo en la copa del árbol y efectivamente, había dos pichones. Los cogió y con nido se los metió al bolsillo de la camisa. Con mucho cuidado bajó del árbol y dijo:
Señores, muchas gracias, algún día les regalaré pichones de canario… Me los llevaré para mi casa…
La canaria seguía a José Manuel y éste le decía:
¡Vamos a mi casa, allá les daré comida!
José Manuel se dedicó a recoger todos los pájaros que veía en peligro. Los llevaba al patio de su casa. Les daba harinas de pan y les decía:
Pueden volar lo que quieran e ir donde quieran, que de todas maneras, aquí siempre tendrán comida.

José Manuel terminó la primaria, pero no pudo seguir estudiando, lo que ganaban él y Fabiola no les daba para hacer ese gasto, entonces:
Mamá, trabajaré de tiempo completo en la finca… Tengo contrato para trabajar en otra… Eentonces el dinero aumentará…
¡Cuánto quisiera que hicieras tu secundaria y fueras un doctor!
¡Soñar no cuesta nada!
La casa de Fabiola llegó a tener más de cincuenta pájaros de toda especie. José Manuel les decía:
Mientras yo tenga trabajito, comida no les va a faltar… Ustedes son un regalo que me ha dado la naturaleza.
Los pajarillos parecían contestarle porque todos al mismo tiempo, empezaban a cantar.

III

Fatalidad

José Manuel había cumplido quince años. Cierto día, vio como en la finca vecinaaserraban un árbol. Un pájaro revoloteaba por la copa del árbol. José Manuel de inmediato supo que sus pichones iban a morir si el árbol se caía. Corría para detener a los trabajadores, pero el árbol se vino abajo, cayendo encima del muchacho que quedó inconsciente bajo el peso descomunal del árbol. Horas después, despertaba en el hospital del pueblo. Vio varios pajarillos que cantaban en la ventana de la pieza donde se encontraba. Quiso moverse pero no pudo. Fabiola llorando entraba con el médico:
¡Hijo mío!
¿Por qué estás llorando?
Muchacho ¡tienes que ser fuerte!
¿Qué está pasando?
El árbol que te cayó encima te quebró la columna vertebral— dijo Fabiola.
Y en las circunstancias en que te trajeron, no fueron las mejores…
¿Qué quieren decirme?
¡Hijo mío!— repetía Fabiola llorando.
¡Mamá, deja de llorar y dime qué me pasó!
¡Que se te quebró la columna!— dijo el médico.
¡Ya eso lo sé!
¡Que no podrás volver a caminar!— dijo Fabiola doblegándose.
José Manuel sintió que se moría, con llanto en los ojos, miraba hacia la ventana y dijo:
¡Amigos míos, no me abandonen!

Con la ayuda de los dueños de la finca. Fabiola consiguió una silla de ruedas
para su hijo. El muchacho entraba en una depresión profunda. La situación económica empeoró porque ya no estaba la entrada monetaria de José Manuel. Fabiola nada decía, pero el muchacho adivinaba su sufrimiento. Cierto día esperó que Fabiola saliera a su trabajo. Con mucho esfuerzo se subió a la silla de ruedas. Dirigiéndose al patio pensaba: “Tengo que decirle la verdad a mis amiguitos… No habrá más comida para ellos y aunque me muera de dolor, les diré que se vayan a otra parte…”.
El timbre de la puerta sonaba. José Manuel no alcanzó a llegar al patio. Devolvió su camino y abrió la puerta.
¡Buenas!— dijo una niña, más o menos con la misma edad de él.
¡Buenas! ¿Qué se le ofrece?
——¡Soy Andrea, la hija del panadero del barrio vecino!
¿Qué necesitas?
¡Me mandaron a traerte este pan!
¿Quién?
¡No te lo diré porque sé que te burlarás de mi!
¡No, al contrario, te doy las gracias!
¡Un pajarito me trajo hasta aquí!
¿Qué?
Había un pajarito en la calle, yo me incliné a cogerlo y caminando detrás de él, llegamos a esta casa…
¡No puede ser!
¡Sí, lo es!
¿Y dónde está el pajarito?
¡Encima de tu tejado! Allí está ¿no lo oyes cantando?
¡Claro, ven, no tengas miedo, entra a mi casa para que veas algo!
Pero ¿dejamos la puerta abierta?
¡Claro, vamos!
Los dos muchachos se dirigieron al patio. Andrea quedó fascinada con el tesoro
de José Manuel.
¡Yo nunca he tenido un pajarito!
¡Tengo uno desde hace muchos años, me lo regalaron y desde ese entonces, le tengo amor a la naturaleza! Espérame aquí…
José Manuel se dirigió a su pieza. Cogió el canario de juguete y regresó con él
donde la muchacha.
Mira…te lo regalo…
¡Qué bonito!
¡Le aprietas la barriga y el pajarito se pone a cantar!
Andrea hizo lo que le indicaba José Manuel. Luego dijo:
Esta melodía se llama Granada…
¡Así es!
Me voy, mi mamá no sabe que estoy aquí… Es que hoy nos cambiamos de ciudad y hay mucho trabajo en la casa…
¿Entonces no volverás?
¡No lo creo, porque nos vamos a ir muy lejos y yo sola no soy capaz de regresar!
Si la vida nos tiene para volvernos a ver ¡así será!
¡Adiós!
La muchacha salió. José Miguel estaba alegre porque tendría pan para sus
amigos, pero también triste por el adiós de Andrea.

Fabiola empezó a enfermarse. La explotaban demasiado en sus trabajos. No trabajaba una semana seguida por su estado. Nada le dijo a su hijo.
Mamá ¿no irás a trabajar?
¡Tengo unos días libres!
¿Y eso?
Los patrones saldrán de viaje, cuando regresen, me llamarán…
Los días fueron pasando. José Manuel le dijo a Fabiola:
Mamá ¡dime la verdad!
¿Cuál verdad?
¿Te quedaste sin trabajo?
¿Por qué me preguntas eso?
Porque llevas más de diez días aquí en la casa…
Fabiola no aguantó la presión de su hijo. Llorando le dijo:
¡Es verdad, me echaron por enferma! ¿Qué nos espera ahora?
¿Ya fuiste donde el médico?
¡Sí y me dijo que era un cansancio físico! Tengo que restablecerme totalmente para seguir trabajando…
¡Descansa, iré al patio a hablar con mis amiguitos!
Fabiola pensaba: "Qué voy a hacer con un hijo inválido y yo bien enferma?Quisiera buscar a Rafael… pero mi hijo no me lo perdonaría… ¿A dónde iré? ¡Ya
comida no hay sino para dos días! ¿Y después?".
José Manuel hablaba con sus amigos:
Amigos, váyanse para otros lugares, mi mamá perdió el trabajo, pronto aguantaremos hambre y no quiero que ustedes sufran con nosotros… Me duele mucho esta despedida, pero es necesario que se vayan…
José Manuel lloraba. Un sinsonte se acercó hasta él. Se posó en su mano:
¿Qué traes en el pico?
El sinsonte descargó una piedra pequeña del tamaño de un grano de arroz. El
muchacho miró bien y dijo:
¡Esto parece oro! Iré donde mi mamá y le diré que vaya a la prendería y averigüe qué material es éste… Si estoy en lo cierto, tendremos comida para muchos días…
José Manuel regresando a la habitación de Fabiola, le dijo:
Mamá, mira lo que me trajo un sinsonte… Parece oro… Anda a la prendería y pregunta qué es, para estar seguros.
Fabiola mirando la piedra dice:
¡Iré en seguida porque sí parece oro! Pero si me pregunta ¿de dónde lo saqué? Don Germán sabe que somos demasiado pobres…
Pues dile que hiciste un hueco en el patio para sembrar una mata y que te encontraste una bolsita llena de esas cosas…
¡No podemos mentir!
Bueno, dile que te la encontraste en una banca del parque…
¡No podemos mentir!
Bueno, pues dile que es tuya ¡y ya! No creo que se ponga de chismoso a preguntarte algo más…
¿Y si resulta oro?
Pues le preguntas cuánto podrá valer y haces negocio con la piedra… Necesitamosdinero…
¡Iré entonces!

Todos los días los pájaros dejaban una piedra preciosa en las manos de José
Manuel. Fabiola iba a distintas prenderías a cambiar su piedrecita de oro.
Hijo ¡ya en todas las prenderías de la ciudad me conocen! Tengo miedo de que piensen que estoy robando en alguna parte…
Muy sencillo, consigamos una joyería donde nos compren el oro a la mitad del precio que lo compran…
Pero eso sería perder dinero…
¡No nos está costando nada conseguirlo! Sólo que tú tienes que estar de aquí para allá…
Cuando el muchacho vio que tenía bastante dinero, le dijo a Fabiola:
¡Ya no tendrás que trabajar más! Alcanzamos a tener más de cincuenta millones de pesos… Yyo me pondré a validar mis estudios… Si tú quieres… Sin esforzarte mucho, consigues una máquina de coser para que no te vaya a coger el tedio… Necesito que me hagas un favor: ve a la nocturna y averigua por los cursos, quiero empezar el mes que viene…
¿Qué vas a hacer con tanto dinero?
Primero terminar mis estudios y luego ponerme a estudiar derecho… Cuando tenga eso, compraré una finca y me lanzaré a la política, de pronto conseguiré un buen puesto en el Senado, pero para eso voy a estudiar hasta el cansancio…

IV

Esperanza fallida

José Manuel había cumplido los veinte años de edad. Fabiola ansiaba ver a su
hijo caminando, así que buscó un médico y le contó toda la historia. Termina diciendo:
Doctor ¡soy capaz de dar lo que me pidan con tal de que mi hijo pueda caminar!
¡Vamos a hacerle unos exámenes para poder saber la intensidad de su problema… Luego seguirá un tratamiento costoso, y esperar los resultados!
¡Haga lo que tenga qué hacer!
José Manuel fue sometido a varios exámenes. Ningún diagnóstico fue esperanzador, sin embargo, el médico mintió:
Señora Fabiola ¡su hijo tiene mucha esperanza de caminar!
¿De verdad?
¡Así es! Lo debe de internar lo más pronto posible en la clínica de un amigo mío, que es especialista en ortopedia y cirugía… Allí permanecerá quince días en tratamiento y luego se opera… Después de la cirugía, hay que esperar veinticuatro horas para ver los resultados…
¡Se hará como usted me indique!
Fabiola jubilosa fue donde su hijo, le cuenta todo y entusiasmada decía:
¡Volverás a ser el muchacho de antes! Claro que tendrás que cuidarte de los
movimientos bruscos…
José Manuel escuchaba en silencio. Algo le decía que ese sueño sería imposible
de realizarse.
Hijo ¿No dices nada?
¡Haré lo que tú me digas!
¡Pero no te veo alegre!
¡Me pondré más alegre cuando pueda caminar… Hoy soy feliz y estoy alegre porque mis amigos los pájaros nos han vuelto millonarios y cuando tenga la posibilidad, los defenderé a capa y espada para que nadie les haga daño… No sobra que me operen, aunque ¡no estoy muy convencido! Hace muchos años perdí esa esperanza…
Pero es que nunca tuve con qué costearte un tratamiento…
¡No te estoy reclamando nada!
Si tu padre hubiera estado con nosotros, nuestra suerte pudo haber sido distinta…
Mamá, lamentarse por lo que pudo haber sido y no fue ¡no es sensato!
¡Tienes razón!

Días después, José Manuel fue hospitalizado. Pasaron dos semanas y el médico
no daba la cara. Fabiola desesperada, lo buscó por todas partes. Mientras tanto José Manuel se desesperaba y le decía:
Aquí estoy perdiendo el tiempo… Debería de estar estudiando… Ni siquiera un
acetaminofén me han dado… mamá ¡Siempre pensé que esto era un engaño, quiero irme de aquí!
Demos unos días más…
José Manuel, apenas salió Fabiola de la clínica, pidió un directorio telefónico para buscar el consultorio del médico. No lo encontró. Llamó entonces a la enfermera:
Enfermera ¡me quiero ir ya mismo de aquí!
¡Lo siento, pero el médico aún no ha dado la orden de salida!
¿Cuál médico? A mí ningún médico me ha revisado ni nada por el estilo…
En su historia clínica dice todo lo contrario…
¿La puedo ver?
¡Es privada, ni siquiera los pacientes pueden leerla sino las enfermeras y los médicos!
¡Hagamos un negocio!
¿Cuál?
¡Présteme un lápiz y un papel!
La enfermera así lo hizo. José Manuel escribió:
"Cubra las cámaras de seguridad y apague los micrófonos por unos
instantes… Este favor cuesta dos millones de pesos… ¿Acepta?"
La enfermera lo miró por unos instantes. Pero la sonrisa angelical del muchacho, la tranquilizó por completo. Escribió:
"Nada puedo hacer porque me pueden echar de mi trabajo… Pero dígame
exactamente por escrito ¿qué es lo que usted quiere?"
Le pasó el papel a José Manuel y éste escribió:
Me tienen engañado con un supuesto tratamiento, a mi madre también, quiero saber qué es lo que supuestamente me están haciendo… Si usted no me colabora, ya mismo salgo de este hospital…”.
La enfermera miró la tablilla que había colgada en un extremo de la cama de
José Manuel. El muchacho no dejaba de mirarla y se dio cuenta que ella abría los ojos desmesuradamente. No pudo contenerse y le dijo:
¿Qué es lo que está pasando?
La enfermera cogió su celular y empezó a fotografiar todo. Luego le dijo:
¡Es cierto, a usted lo tienen engañado! Pero no quitaré ni las cámaras ni los micrófonos para que se den cuenta en la dirección de lo que estoy haciendo.
¿Cómo así?
En esta tablilla dice que a usted le tienen con una gran cantidad de medicamentos muy costosos, que en la destroza, vía intravenosa se los están administrando…
¡No puede ser!
En esos momentos entró la enfermera jefe. Apagó los micrófonos y cubrió las
cámaras diciendo:
¡Estaba en la dirección y he visto todo! De inmediato llamé a la policía, vienen para acá… Todo será comprobado… No sé quién, le ha querido robar gran cantidad de dinero, diciendo que le están colocando una droga muy costosa y no es así… La policía lo sacará de aquí y empezará la investigación para saber quién está detrás de todo esto…

La misma policía llevó a José Manuel a su casa, después de que denunció todo en la fiscalía. Fabiola no podía creer lo que escuchaba. Cuando los agentes se fueron:
Hijo ¿vas a seguir adelante con todo esto?
¡Así es!
¿Vas a demandar entonces a ese médico?
¡Sí!
Hijo ¡no lo hagas! No sabemos quién o quiénes están detrás de todo esto y nuestras vidas pueden peligrar…
Es verdad ¡Alguien sabe que tenemos gran cantidad de dinero y quieren que lo entreguemos así no más! Dejaré las cosas quietas porque mis objetivos son otros… Ya el médico está denunciado… Que las autoridades hagan lo suyo… Por ahora, debemos de irnos de esta casa, acercarnos más a la ciudad para yo poder seguir estudiando y regalársela a una institución de beneficencia…
¡No podemos hacer eso! En este barrio todos saben que somos pobres, pero alguien se ha enterado de lo contrario… Es mejor no abandonar este barrio que ha sido de nosotros toda la vida… Debemos de seguir nuestra vida normal y que siga viniendo don Eliécer a llevarte en su carro a la universidad…
¡La mayoría de la gente cree que estás pagando mis estudios con tus costuras!
¡Y es bueno que sigan creyendo en eso!

Diez años después

José Manuel desde el Senado de la República firmaba un decreto ley: “Prohibido tener pájaros enjaulados en las casas, fuerte sanción a quien desacate esta orden”.
José se acerca a los medios de comunicación y dice: "Pido ayuda a la comunidad entera, de que denuncien a los que tienen pájaros enjaulados en sus casas, buena gratificación para quien lo haga… Ya que es preciso respetar la vida y la libertad de los animales, como se haría con cualquier persona".

Fin

Meses después la Sociedad Protectora de Animales pasaba el informe de que doscientos pájaros en vías de extinción, ya están en su hábitat natural.

Amparo Montoya es de Medellín (Colombia).