María
Yáñez
Valente, protagonista y narrador de estas jornadas de encierro. M. Y. |
Eso
de las rutinas y los horarios no nos va. Pero, desde hace un mes, no
hemos faltado a nuestra cita con el ocaso.
Cada día a las siete y media de la tarde, como soldaditos, con
cronometro y todo, salimos prestos y emocionados a presenciar ese
espectáculo natural. Como si no hubiera
un mañana.
Mi
ama está enamorada de las puestas de sol y de
sacarme fotos a cada
rato. No sé si salimos a caminar porque se apiada de mí o me agarra
de pretexto para
tomar aire, ver
el cielo y usarme de modelo para sus historias en las redes sociales.
De que doy ternura, doy ternura. Y mi dueña
lo
sabe. Ella me adora, así que pensándolo bien, lo hace primero por
mí y luego por el aire.
No
es que se sienta encerrada, es que quiere que yo vea los colores
rojos del atardecer, mi momento favorito del día. Será porque es el
único ratito que salimos. Antes era diferente, pero ahora me
conformo y me emociono con esa escapadita. Aprendí a apreciar esos
momentos, con sus tonalidades, a pesar de que soy chaparro. La luz de
esa hora, libre de coches en estos días, me dejan ver esa maravilla
en medio del caos en el que parece estar el mundo.
Todo
ha cambiado desde hace cuatro semanas.
Al
principio me pareció genial que la jefa de la manada se quedara en
casa día y noche, pero no le encontré lo divertido cuando se la
pasaba en su computadora y no salíamos para nada; que solo me sacara
a una asomadita a la esquina de la casa, una embarradita de calle,
eso sí, aderezada con el anochecercer y que, al llegar a casa, se
pusiera como loca a limpiar mis cuatro delicadas patitas.
Sigo
sin entender que pasa. Hace 11 años que caminamos juntos la vida.
Hacíamos grandes paseos todos los fines de semana. Ahora han pasado
casi treinta días y ella siempre está en casa, pero nada de salidas
al parque ni de largas caminatas.
Soy
muy
perspicaz,
siento
su angustia, su incertidumbre, su miedo de que algo pase y se
desborde. Yo no sé como ayudarla. Últimamente, ella me entiende
mejor, aunque ya tengo mis años, casi
ochenta años de humano,
que si no fuera perro, sería grupo vulnerable en esta época de
pandemia. Me acerco a acompañarla, a rascarle una pierna para que
repose un poco de su trabajo, que hace a distancia. A veces le llevo
mis juguetes para que me los aviente y se distraiga, aunque yo me
canse.
Siempre
fue más o menos cuidadosa conmigo, ahora me agobia un poquito, me
abraza demasiado y según ella, tiene largas conversaciones conmigo.
A veces la miro como si
le entendiera
todo.
Cada
día que volvemos
de nuestras asomaditas a la esquina de la calle,
para ver el atardecer que nos alumbra al atravesar las avenidas Baja
California
y Monterrey,
en la colonia Roma, barrio de la Ciudad de México, conocido porque a
la gente los canes le gustamos mucho, nos aprecian. Mi dueña exagera
con la limpieza, no me deja pasar hasta que no deja sus zapatos en la
puerta y me echa el trapo por encima como maníaca. Pero, si eso le
da tranquilidad, me aguanto un poquito.
Sigo
sin entender que pasa, esto no es común. Su angustia unas veces
crece y otras se aligera. Me gusta más cuando ella fluye, cuando
juega conmigo, cuando ríe. Tomemos en cuenta que yo siempre le
sonrío, a pesar de que ahora invade mi casa, porque por más de
una decada,
pasaba horas y horas solo en casa. Ahora, siento que no se me
despega.
Pase
lo que pase, recordaremos esta etapa, en la que aprendimos a apreciar
el ocaso del
día, pero también el ocaso de la vida.
Estos amitos míos no paran de sacarme a la calle de paseo. Se han vuelto locos.
ResponderEliminarPues Antelmo también está raro. Por las mañanas sólo me saca una hora, en lugar de cuatro. Y, al regreso, se empeña en limpiarme las patas, ¡a mí, una chucha chilanga de pura cepa!
ResponderEliminar¡Me ha encantado! Como perruna durante casi 40 años, me identifico totalmente con María Yañez y su perrete.
ResponderEliminarEn medio de este suplicio que vivimos, de lo que más me arrepiento es de no tener ahora un perro en casa.
¡Qué preciosuraaaa!!! 😍🤗 Lo sentí como si fueran mis perras 😊
ResponderEliminarQue ternura.. Que pensaran mis pequeños, ya abueletes. Todo el dia acompañados. Adorables, nos entregan su cariño como si supieran que algo no va bien. Su intuicion supera a veces el entendimiento humano, porque les viene de dentro, y nosptros con las palabras enmudecemos el verdadero sentimiento....como adoro a mis dos peluditos, Comino y Pelusa.
ResponderEliminarLetras sensibles, bonito relato.
ResponderEliminarUna fábula ad hoc en estos días aciagos,en que el confinamiento emocional impacta mayormente que el físico. Una lúdica metáfora del hombre y su histórico mejor amigo
ResponderEliminarSaludos a mi paisana chilanga.
La vida se prepara con amor y se vive con agradecimiento.... así veo yo como la dueña ha cuidado de su perrito y ahora él, dejándose mimar (aunque se sienta agobiado) le da a ella lo que necesita: compañía e invitación a juegos que comparten, como los paseos
ResponderEliminarMe ha gustado mucho, está bien escrito,es como una carta a su mejor amigo que no lee, pero casi todo lo comprende.
Bien dicho amigo Valente.
ResponderEliminar¡Guau!, ¡guau! y ¡guau!
VS