Hace
casi sesenta años, por estas fechas, por Carnaval, María disfrazó
a sus hijos, sus nenes, de chinos.
Hoy
no creo que se hubiera atrevido con la ola de miedo, pánico más
bien, racismo, histeria y xenofobia que nos inunda ante algo similar a una fortísima gripe, de la que desconocemos todo.
Sin
embargo, no ponemos reparos a entrar en uno de esos sórdidos,
sucios, lóbregos y angostos servicios de los bares de Madrid, donde
la persona que nos ha precedido no se ha dignado desaguar la
cisterna, o somos renuentes a vacunarnos a pesar de que seamos
población de riesgo, empezando por algunos sanitarios. Lo que nos
guía y ha guiado siempre es el temor atávico a lo desconocido, al y
a lo de fuera, hijo de nuestra ignorancia, nuestra incultura y
nuestro egoísmo.
A Fernando Sánchez-Arjona y Eyralar,
Santiago García de Paredes, Miguel Ángel López Conde, Quique
Rodríguez Segura, Pepe Carrascosa Salmoral y Juan Luis Lazaga Fiol,
in memoriam
La
pasada semana nos reunimos
a comer los compañeros de promoción de la Escuela, por primera vez
en muchísimos años. La víspera, preso de la nostalgia, mi mente
empezó a rebobinar y a recordar aquellos tiempos de estudiante.
Éramos unos perfectos irresponsables,
insensatos, inconscientes e inocentes, pero, precisamente por eso,
muy felices. ¡Los años de la juventud! Aquella bendita institución
era un desastre desde el punto de vista académico. Eso sí, el nivel
de exigencia era altísimo, de los más altos de la universidad
española. Nuestro objetivo no era otro que aprobar, la idea de
formarnos no la contemplábamos y estábamos en manos de un cuerpo
docente que era un conjunto de reinos de taifas, donde cada uno
velaba por sus intereses y remaba en la dirección que mejor le
cuadraba. Un centro dedicado, teóricamente, a la formación de
ingenieros para la industria pesada hacía que desayunaras con
Heisenberg, del que te habías hecho íntimo, o te enfrentaras a una
barrera de potencial, cabalgando a lomos de un electrón.
Los dos primeros
cursos eran selectivos. La parte de una asignatura de criba feroz,
donde precisamente aparecía nuestro amigo Heisenberg, estaba
impartida por un oscuro y
siniestro profesor de bata blanca, al que no vi sonreír en todos
aquellos años. Un día, un grupito de descerebrados decidimos
tomarnos la revancha y, ni cortos ni perezosos, delante de la
Escuela, a la luz del día, desmontamos el tapacubos de una de las
ruedas de su 4 Latas, pusimos
unas chinitas y volvimos a armarlo. Nunca supimos si se volvió loco
con el ruido al rodar y si detectó pronto el origen de los grillos,
que tanto molestan a los conductores.
Tuvimos
un catedrático, maestro de la escabechina, senador del Reino, que
también se hizo famoso ¡en toda España! por sus suspensos, al que
cantábamos al ritmo de la música del chotis Madrid
de Agustín Lara: « --- , --- , --- , demócrata, ingeniero, gran
cabrón, --- , --- , --- , en Soria estarías mucho mejor... ». Yo
aprobé su asignatura en una repesca oral, en la pizarra, en un
examen que consistía en resolver cinco problemas, sin poder
consultar libro alguno. Al primero que se fallaba ¡a la calle!
Llegué al último, que estaba planteado para ser resuelto en
coordenadas polares. Me di cuenta pero, por temor a equivocarme en su
desarrollo, lo resolví en cartesianas correctamente, pero claro, de
forma poco elegante. Se lo hice notar y, el muy sádico, en lugar de
dejarme ir aprobado, me planteó otro ejercicio, que también
solucioné adecuadamente. ¡Victoria! A la salida, uno de los
suspendidos, preso de los nervios, fue a pegarle. Tuvimos que
sujetarlo. Hubo otro compañero al que tuvo enganchado con esa
asignatura bastantes años. Llegó a dominar tanto la materia, que
daba clases en una academia preparatoria con gran éxito, sabía más
que todos los profesores juntos. Ya terminada la carrera, el ínclito
catedrático senador lo contrató para su departamento y, con los
años, el bueno de mi compinche terminó siendo director de la
Escuela.
Cuando
yo empecé allí mis estudios, sólo había tres chicas, de un total
de más de mil alumnos. Las tratábamos como a reinas, como a unas
queridísimas hermanas, en aquellos tiempos en que el machismo
imperaba en la sociedad española y la enseñanza se impartía con
los chavales en edad escolar segregados por sexo, salvo alguna rara
excepción como mi colegio. Estando yo en primero, se celebró un
festival por el Paso del Ecuador de la correspondiente promoción. Al
salón de actos acudió a cantar una morena muy guapa ¡en
pantaloncitos! Nótese que Franco aún no había muerto. Cuando
aquella inconsciente, que no sabía dónde se metía, fue a comenzar
con sus trinos, una manada de maleducados salvajes empezó a cantar:
«Maizena, Maizena, buena, buena, buena, Maizena, Maizena, tres veces
buena... ». Llamadas al orden del maestro de ceremonias. Pero cada
vez que la pobre intentaba retomar su actuación, aquella masa de
becerros insistía con su cántico. Hasta que no pudo más, se echó
a llorar y abandonó el escenario. ¡Lamentable!
La única
vez en toda mi vida que me he bañado en el estanque del parque de El
Retiro fue, precisamente, por nuestro Paso del Ecuador. La tradición
mandaba que, al llegar a tercer curso de la carrera, cada promoción
desfilara en comitiva automovilística desde la Ciudad Universitaria
hasta el parque para aquí botar un barco, un artefacto que cada año
era más estrafalario. Para desesperación de la policía municipal,
en cada semáforo rojo se abandonaban los coches, se cantaba, se
bailaba y se bebía. Aquel año no solo se lanzó el buque al agua,
también nos tiramos unos a otros.
Botadura en la orilla Sur del estanque de El Retiro. Qué verde era. Qué pelado está.
Tenemos
un compañero que no se ha apeado del coche desde entonces. Hasta a
las manifestaciones, antes de encararnos a los grises,
se acercaba con su 600. Si queríamos acudir juntos, teníamos que ir
en su coche. Una noche, cuando íbamos con gran jolgorio a un
concierto de Raimon en el teatro Fígaro, en su vehículo, claro,
aterrizamos sobre el césped de la rotonda del cruce de Alfonso XII
con la cuesta de Moyano, reventando una rueda. Menos mal, llegamos a
tiempo.
Hubo un
año en que los ánimos estuvieron muy revueltos en el campus con
motivo de las protestas y las huelgas de los futuros médicos. Se
sucedían las manifestaciones y los enfrentamientos entre estudiantes
y unos prehistóricos y mal formados antidisturbios, que cargaban sin
piedad. A la vista de los altercados, el ordenanza mayor cerró la
puerta de nuestra Escuela, con nosotros dentro, para que no entraran
ni alborotadores ni policía, hasta que amainara el temporal. En
aquellos últimos años de la dictadura, paradójicamente, las
instituciones universitarias gozaban de inmunidad y los uniformados
no podían acceder a no ser que se lo requiriera la dirección o por
mandato judicial. En un cierto momento se acercaron a buscar refugio
varios chavales sangrando abundantemente, con brechas en la cabeza.
Aquel funcionario se hizo cargo de la situación, se apiadó de
ellos, abrió la puerta y los invitó a entrar: «Pasad, hijos,
pasad.».
Tuvimos
un compañero un tanto extravagante que no tuvo mejor idea que
comprarse, por dos perras gordas, una fortuna para cualquiera de la
mayoría de nosotros, un bonito deportivo inglés descapotable, un MG
de color blanco. Era de enésima mano y aquello fue una ruina porque
le falló más que una escopeta de feria. El primer día que apareció
con su flamante adquisición, nos invitó a los más cercanos, que
sesteábamos al sol en la escalinata de acceso, a probar y conducir,
de uno en uno, su joya de la mecánica. Así lo hicimos y nos
dedicamos a circular por un circuito que pasaba por delante de la
entrada de una escuela cercana, donde, en su correspondiente
escalinata, también sesteaban indolentes bastantes alumnos. A la
primera pasada no reaccionaron. A la tercera, abucheos. A la quinta
silbidos, gritos, abucheos...
Donde
desfogábamos toda nuestra energía juvenil era en las prácticas de
la asignatura de Soldadura. Las de oxiacetilénica eran para personas
mañosas, habilidosas. Las de arco eléctrico eran otra cosa más
acorde a nuestra brutalidad. Había que vernos con el buzo puesto, el
portaelectrodos en una mano y la máscara en la otra, cuando no
golpeando vivamente con la piqueta para eliminar la escoria del
recubrimiento protector del cordón.
Apuntes de Soldadura
El
colofón a aquellos años lo pusimos con la organización de la
Exponaval, una muestra sectorial de la industria española, en los
locales de la Escuela. Yo
contribuí gestionando una aportación de la caja de ahorrospara
sufragar el costo de la impresión de los carteles de la feria. Y un
sábado por la tarde, otro compañero y yo, nos dedicamos a empapelar
fachadas por medio Madrid. Empezamos con la Delegación de Hacienda
de la calle Montalbán, no nos atrevimos ni con la adyacente
Subsecretaría de la Marina Mercante ni con el vecino Cuartel General
de la Armada. La calle era de los infantes de Marina que montaban
guardia. Terminamos con la entrada de Astilleros Españoles, en la
calle Padilla. Creo recordar que se imprimieron más de mil unidades.
El día de la inauguración me tocó ejercer de introductor de
almirantes hasta el despacho del director y aplacar a un almirante
retirado que se presentó todo ofendido y enojado por no haber sido
invitado al acto. Para nosotros, lo mejor de la exposición fueron
las relaciones que se establecieron con las azafatas contratadas para
los distintos stands.
Los
atardeceres más bonitos que he visto en mi vida los disfruté desde
un aula que se asomaba a la fachada principal, mientras el Sol
declinaba sobre la Casa de Campo. No me extraña que Velázquez
reprodujera esos colores en algunas de sus obras maestras. Menudo
contraste con el gris naval de las paredes de aulas y pasillos.
Para
acudir a nuestro reencuentro en la Escuela, la cita era allí, decidí
ir en metro hasta Moncloa y bajar caminando por el caminito del
Pabellón, por donde circulaba el tranvía cuando yo era niño, y
recordar aquellos años de estudiante. En la estación de casa
coincidí con dos compañeros que habían tenido la misma idea. Según
nos acercábamos, vimos a bastantes sesentones, de pelo blanco, salvo
alguna honrosa excepción, en la escalinata del edificio: los
compinches. La nostalgia desapareció como por ensalmo y dio paso a
una gran alegría por volver a ver a los viejos amigos. Rejuvenecimos
más de cuarenta años. Como si el tiempo no hubiera pasado. Un
compañero gaditano, haciendo honor a sus orígenes, me saludó como
entonces: «¡Julito, pissshaa...
!», dándome un fortísimo abrazo. Todos salimos de la larga
sobremesa eufóricos, con una sonrisa de oreja a oreja.
Hasta
dentro de dos años.
14 febrero 2020
Ni
Locas, ni Tontas
Comentarios
a su publicación
María Pérez Herrero
En
primer lugar quisiera aclarar lo que parece jactancia de escritora
ensalzando su propia obra:
no
es esa mi intención. En cambio, sí quiero hablar del libro Ni
Locas, ni Tontas comentando
el contexto y los personajes históricos que lo configuran, empezando
con un homenaje en forma de pregunta: ¿Qué tienen en común Carmen
Baroja, María de Maeztu, Isabel Oyarzábal Beatriz
Galindo,
Victoria Kent, Zenobia Camprubí, María Lejárraga Martínez
Sierra,
Clara Campoamor, Matilde Huici, Josefina Blanco, Concha Méndez o
Encarnación Aragoneses, más conocida como Elena Fortún...? Todas
son distintas, unas licenciadas, otras profesionales, otras amas de
casa, unas solteras y otras casadas, pero, entre ellas existe un nexo
común: Fueron las socias fundadoras del Lyceum Club en Madrid en
1926.
Ni
Locas, ni Tontas es
una novela de ficción en un marco histórico femenino muy cercano y
olvidado, el Lyceum Club de Madrid. ¿Un club exclusivamente de
mujeres? Sí. Siluetas rectas a lo mancebo, pelo a lo chico,
cigarrillos egipcios… "¡La mujer española se lanza a la
modernidad!", resaltaba la prensa del momento. Una prensa que,
bajo la directriz de un catolicismo recalcitrante, criticó y
calumnió la iniciativa. Desde su constitución estuvo el club
vilipendiado y señalado, por su modernidad, por ser apolítico y
aconfesional, por tener una gran biblioteca que eludía la censura
eclesiástica, por tener fines culturales ajenos a las cofradías
religiosas, y por motivar, dignificar y querer construir una nueva
mujer con derecho al voto que reclamaba cambios en el código civil.
Corre
el año 1926 en España, es la época de la dictadura de Primo de
Rivera y el país sufre inestabilidad política. Un grupo de mujeres
deciden, imitando las tendencias europeas, crear en Madrid un club
femenino, el Lyceum Club, apolítico y aconfesional, semejando el
Lyceum Club de Londres, Berlín o Paris. Será su centro de reunión,
plataforma de desarrollo cultural y germen de las más avanzadas
ideas progresistas femeninas. Durante sólo trece años, pues cerró
en 1939, desarrolló una intensa actividad cultural, a pesar de ser
criticado por la Iglesia y denostado por la sociedad más
conservadora. Desde allí se elevaron al gobierno reivindicaciones
femeninas, se celebraron cursos de derecho hablando sobre la
necesidad del voto femenino, se organizaron exposiciones de arte, se
representó teatro, y los más reconocidos intelectuales de la época
celebraron allí sus conferencias. En resumen, mujeres que legalmente
no tenían ni siquiera capacidad para obrar ni para votar organizaron
en la Casa de las Siete Chimeneas un polo de atracción para mujeres
de ideas avanzadas, que fue base para un desarrollo posterior y
decisivo de esta mujer en la sociedad española.
El
Lyceum Club es el eje central de la novela, casi como un personaje
más, alrededor de él hay unos personajes femeninos históricos que
al cabo de los años serán figuras sobresalientes de esa España
social, política y cultural de principios de siglo. Ni
Locas, ni Tontas
no es una exhaustiva biografía de mujeres, sino la urdimbre en la
que se entrelazan los ecos femeninos de la Historia. Pero ellas no
están solas, la prensa las criticará y las apodará las maridas,
en tono peyorativo. Ciertamente, ellas están casadas; con el poeta
Juan Ramón Jiménez, el dramaturgo Gregorio Martínez Sierra, el
político Azaña, o son
familia de los Baroja, o de tal intelectual o del famoso pintor…Son
mujeres conscientes de su estatus pero que cambian su condición de
mujer
de
para sobresalir individualmente en todas sus aspiraciones; abogadas
como Clara Campoamor o Victoria Kent, pedagogas como María de
Maeztu, poetas como Concha Méndez o Ernestina Champourcin,
escritoras como Elena Fortun, médicos, traductoras, periodistas…
Creían que estaban construyendo su futuro y lo que hicieron fue
darnos nuestro presente.
En
la novela, dos reporteros de la época, Ocaña y Martínez,
personajes de ficción, amigos de infancia, aunque trabajando para
periódicos de diferentes tendencias, ABC y El Sol, junto con
Caridad, la joven ayudante del club, seguidora de las nuevas ideas
femeninas, humilde, jovial y pizpireta, serán vehículos para narrar
los acontecimientos. Transcurren años de crecimiento personal, tanto
para las socias como para Martínez, no así para Ocaña, su amigo de
tendencia conservadora, que ve en estas mujeres la antítesis de lo
que debe ser el espíritu tradicional femenino. El vaivén político
de los siguientes años provocará en Martínez el despertar de su
conciencia social. Elisidoro Ocaña, con un buen patrimonio que
conservar, lo
amenazará duramente.
La amistad de la infancia es un espejismo que se diluye en la
capital.
Las
Misiones Pedagógicas, el voto de la mujer, la ley del divorcio, la
reforma agraria, son cambios sociales que no gustan a todos. El
viento de la historia anuncia la caída de la República y el fin del
sueño de las señoritas
del Lyceum...
Todos ellos quedarán atrapados… ¿todas?, ¿sin esperanza?...
No
adelanto más la trama, pues como diría mi abuela ¡qué vueltas da
la vida!. Aunque termino con un pensamiento: conocer la historia es
avanzar hacia un buen futuro. Efectivamente, avancemos reconociendo
los logros de estas mujeres españolas. Caminemos.
Calendario
de presentaciones en la Comunidad de Madrid
-
Miércoles, 1 de abril de 2020
Ateneo
de Madrid
Prado,
21
28014
Madrid
Presentación:
19:30
-
Jueves, 2 de abril de 2020
Universidad
Popular Miguel Delibes de Alcobendas
Avenida
de la Magia, 4
28100
Alcobendas
19:10
Exposición de libros y periódicos de la época
19:30
Presentación
Al
finalizar las presentaciones se ofrecerá una copa de vino español.
07 febrero 2020
Franco. Propaganda, corrupción y
represión
Julio Sánchez Mingo
Su reciente reinhumación y el auge de la
ultraderecha española, que reivindica su figura y su obra, hacen que
Franco y su legado sigan, lamentablemente, entre nosotros. Aunque
sólo sea añorado por una ínfima parte de la sociedad española, su
herencia sociológica y cultural está presente y se dan situaciones
chocantes como que el principal partido de la derecha no termine de
romper amarras con su memoria, actitud que siempre justifica con
excusas un tanto peregrinas. Las redes sociales, donde unos pocos
hacen demasiado ruido, están plagadas de entradas que alaban su
labor y sus dotes personales.
Por tanto, creo que es oportuno precisar
aspectos de su personalidad y su trayectoria. También quiero
destacar la machacona propaganda con la que inundó el país durante
cuarenta años, origen del franquismo sociológico que aún perdura
en España, de tal manera que muchos políticos hablan de comunistas
para referirse a populistas de izquierdas o una imprudente, bisoña e
ignorante presidenta regional llega a hablar de quema de iglesias. Lo
peor no es eso, es que el comportamiento público y privado de
muchos ciudadanos y grupos sociales rebosa de pautas franquistas. La
sociedad española ha heredado la tolerancia, la permisividad de
aquel gris período frente a la corrupción y el extendido
sentimiento de que las leyes están hechas para que las cumplan los
demás, sobre todo los más débiles.
Era un hombre mediocre, inculto, mal
preparado, ambicioso, frío, calculador, oportunista y acomplejado.
Queipo de Llano, que había sido su superior en Marruecos, le llamaba
Paca, la Culona.
También era astuto y taimado como para imponerse a sus compañeros y
adversarios políticos y, así, hacerse con el mando supremo. No
viajaba, no leía y se rodeó de una corte de aduladores. Estaba
obsesionado con el control de su imagen y era muy consciente del
poder de la propaganda. En la Academia de Infantería obtuvo su
despacho de oficial con el número 251 de un total de 310 diplomados.
Azuzado por su mujer, la
Collares, terror de joyeros y
anticuarios de Galicia, Oviedo y Madrid, se desarrolló en él una
avidez enfermiza por el dinero.
Es el perfil personal que los estudiosos
de su figura y los historiadores profesionales han dejado de él.
Incluso las memorias publicadas bienintencionadamente por algunos de
sus familiares, su hermana Pilar Franco y su primo Francisco Franco
Salgado-Araujo, revelan ingenuamente la asombrosa mediocridad y
estrechez de miras de Franco y su entorno familiar directo. Por el
contrario, los escritos de su sobrina Pilar Jaraiz Franco, o de
antiguos colaboradores suyos como Serrano Súñer, el Cuñadísimo,
y los monárquicos Sainz Rodríguez y el general Kindelán, son
abiertamente críticos con el personaje.
Carecía de lo que Weber llama autoridad
carismática, de la que
hicieron gala Mussolini y Hitler, que encandilaban a las masas con
sus discursos. Franco nos aburría soberanamente con sus peroratas y
su voz uniforme y aflautada. El italiano y el germano lograron llegar
a la cúspide del poder mediante la combinación de aquella dote y
la coerción con el uso de la violencia callejera y de las agresiones
a sus enemigos políticos. Por el contrario, el ferrolano, para
alcanzar su objetivo de dominio y enriquecimiento, tuvo que, junto
con sus conmilitones africanistas, levantarse en armas y arrasar su
país, su patria,
llenando sus tierras de muertos, heridos, desplazados y
represaliados.
Un militar que, como jefe del Estado
Mayor del Ejército tenía unos haberes líquidos de 2.429,28 pesetas
en noviembre de 1935, ocho meses antes del inicio de la guerra civil,
al final de la contienda, en agosto de 1940, atesoraba 34,3 millones
de pesetas, según documentan Ángel Viñas y Paul Preston, que
titula uno de sus ensayos sobre Franco El
gran manipulador.
«Nuestra
Cruzada es la única lucha en la que los ricos que fueron a la guerra
salieron más ricos»,
dijo el dictador en un discurso pronunciado en Lugo, en 1942. Sin
embargo, ha perdurado una idea bastante extendida de que Franco fue
un hombre honesto y austero, un buen administrador y un general
excepcional. ¿Por qué?
Tanto Mussolini como Hitler, y su
adlátere Goebbels, eran conscientes de la fuerza de la propaganda.
La emplearon a fondo para la conquista del poder y su permanencia en
él, engañando y adoctrinando
perspicazmente a las masas.
Franco no fue menos y siguió sus pasos, de tal forma que, siempre
faltando a la verdad, lanzaba continuos mensajes de la bondad de su
régimen, de los logros alcanzados, del peligro del comunismo, de su
sacrificio permanente y una serie de falacias que, como lluvia fina y
persistente, como un calabobos, y nunca mejor dicho, permearon la
sociedad española. De este modo, engatusó a gran parte de la
ciudadanía que terminó por creerla
veracidad de su discurso. Incluso
ahora, hay gente que disculpa, añora e incluso ensalza su dictadura.
Muchos de ellos nacieron después de la muerte del dictador, lo que
implica que pesa más la propaganda franquista que el transcurrir de
más de cuarenta años y la información fidedigna que ofrecen los
historiadores y los escritos de los memorialistas .
La traca final de esa política de
comunicación, y un ejemplo relevante de la difusión constante de
falsedades, es el especial de NODO de 24 de noviembre de 1975,
emitido con motivo de la muerte de Franco, donde se ensalza su figura
y los pretendidos logros de su dictadura. Tiene una duración de 21'
06".
NODO era el noticiario de obligada
proyección en todas las sesiones de todas las salas cinematográficas
del país. Con
el diario
hablado,
el parte,
de Radio Nacional de España, conectaban obligatoriamente todas las
emisoras de radio españolas, a las que estaba vedado emitir
programas informativos. Sólo existía una difusora de televisión:
Televisión Española, que programaba sus correspondientes
telediarios. Estos medios de comunicación fueron
la columna vertebral del intento de adoctrinamiento de la ciudadanía,
las herramientas más importantes del fallido lavado de cerebro
colectivo. La prensa del régimen no tenía mucho tirón entre el
público, excepto el diario deportivo MARCA. Me recordaba mi tío
Manolo que, en el verano de 1951, el después popular doctor Iglesias
Puga, padre del cantante Julio Iglesias, dedicaba enteramente sus
mañanas en la playa de Peñíscola, sentado en una pequeña silla de
madera de tijera, a la lectura de tan sesuda publicación, sin
prestar atención alguna a su mujer e hijos. Qué se iba a esperar de
un país donde la educación, como tarea noble y fundamental para la
ciudadanía, no existía. Sólo se instruía en las ideas del
nacionalcatolicismo y se delegaba esta tarea en la Iglesia Católica
y sus órdenes religiosas.
El primer colegio público no abrió en
mi barrio hasta el otoño de 1969, a cuya inauguración acudió
Franco y en la que nos colamos dos mozalbetes de diecisiete años,
que se acercaron al dictador a menos de tres metros de distancia.
Eran incompetentes hasta para velar por la seguridad de su Caudillo.
El mayor experto en historia de la
economía mundial, Angus Maddison, publicó unos datos que desmontan
la bastante generalizada opinión, basada en la propaganda de la
dictadura franquista, de que el régimen fue muy positivo para el
crecimiento económico español y que rescató al país del atraso
del siglo XIX respecto a Europa.
Gráfico elaborado por Juan Carlos Barba para El Confidencial sobre datos de Angus Maddison y Eurostst.
En el gráfico,
elaborado por Juan
Carlos Barba para El Confidencial, se aprecia la evolución
del PIB per cápita español como porcentaje del PIB francés. En
1850, la renta española fue el 68% de la francesa, lo que indica que
España no estaba tan atrasada como han intentado hacernos creer. En
aquella época, los países esencialmente agrícolas tenían un PIB
per cápita que era la mitad del español. Hasta 1895, la cifra
española se situó entre el 60 y el 80% de la francesa. Este máximo
coincide con la contienda franco prusiana y la derrota francesa. La
guerra y la pérdida de las colonias redujo la renta española hasta
un 60-70% de la gala. La economía española mejoró levemente
durante la Gran Guerra, 1914-1918, con un pequeño aumento de las
exportaciones, pero perjudicó a Francia. De ahí el pico del
gráfico. La fuerte recuperación europea a partir de 1923 situó el
dato español en un 60% del francés, situación que se prolongó
durante todos los años de la, ensalzada por Franco, dictadura de
Primo de Rivera, a cuyo fin, en 1930, el PIB español era solo el 58%
del francés. Los malos años de la Gran Depresión, a partir de
1929, no lo fueron tanto para España que alcanzó la cota del 63% en
1935.
La
insurrección del 18 de julio de 1936 y la Guerra Civil subsiguiente
hundieron la economía española, cuya renta por cabeza se desplomó
hasta el 40%
de la francesa,
su mínimo histórico según los datos de Maddison. Al poco, la II
Guerra Mundial provocó la caída de la riqueza francesa, lo que se
refleja en el máximo de la gráfica, a pesar de las miserias y
penurias españolas. Con la reconstrucción europea y el plan
Marshall, Francia se recuperó y en 1949 su PIB per cápita ya
superaba el de 1939, fecha de inicio de la conflagración mundial, e
incluso el de 1929, arranque de la Gran Depresión. Sin embargo la
renta nacional se situaba muy poco por encima del 40% de la francesa.
En
1950 comenzó en España un suave crecimiento económico, aunque en
1960 nuestra renta seguía siendo un 40% de la francesa. Fueron los
años duros de la emigración. Hasta 1955 no se logró superar el PIB
per cápita de ¡1929! A partir de 1961, tras
el Plan de Estabilización de 1959 y
con el apoyo de los EEUU, se empieza a recortar distancias con
Francia. A la muerte del dictador, sólo se había alcanzado la muy
modesta cifra del 63% de la renta francesa, es decir, el mismo nivel
de 1935. Con la Transición y el ingreso de España en la UE se
produce un crecimiento constante y convergente que permite llegar al
80% en 2015.
En
resumen, se puede decir que la economía española
nunca tuvo el subdesarrollo que le atribuyeron los estudiosos
franquistas. Frente a la
realidad de la miseria que había traído el franquismo, se construyó
el mito del subdesarrollo histórico español para
justificar las penurias que sufrió la población a lo largo de dos
generaciones.
Mi
madre, que pasó la guerra en el Madrid sitiado, siempre recordaba
que había sufrido más hambre en la posguerra que en la contienda.
Yo he visto por casa cartillas de racionamiento de 1951. El mercado
negro y el estraperlo de los años 40 enriqueció a unos pocos con la
mirada complaciente de las corruptas autoridades, prestas a sofocar
cualquier tipo de alteración de orden público, pero cómplices de
esos graves delitos económicos. Unos cuantos se enriquecieron con la
guerra y la posguerra y sus descendientes son ahora grandes
capitalistas de renombre. La puerta
giratoria,
el tránsito de los altos cargos públicos a los consejos de
administración y puestos de responsabilidad de grandes empresas, y
viceversa, se institucionalizaron en tiempos de la dictadura
franquista. Junto con el nepotismo, el enchufismo y el tráfico de
influencias es una de las herencias malditas de aquellos tiempos, que
no se han erradicado.
Franco
aumentó significativamente la podredumbre de la Restauración y del
Antiguo Régimen. Algo, por otra parte lógico. Un dictador para
mantenerse en el poder siempre explota dos sentimientos muy humanos:
el miedo y la codicia. Ejerció una represión brutal sobre los
enemigos y se recompensó con ventajas, sobornos y cohechos a sus
seguidores y afectos para mantenerlos bien sujetos y obedientes, al
mismo tiempo que expuestos a un sutil chantaje. La formula es eterna.
Nos la narra Vargas Llosa en La
fiesta del chivo,
sobre el sátrapa Trujillo.
El pluriempleo era obligatorio para poder
llegar a fin de mes entre militares y funcionarios públicos, lo que,
además, favorecía todo tipo de corruptelas.
Hay un panfleto de exaltación de los
logros de la dictadura, que circula por Internet, que afirma que el
régimen de Franco construyó cuatro millones y medio de viviendas de
protección oficial, cifra que es una falacia y un auténtico
disparate. Ello habría supuesto que más de la mitad de la población
española hubiera vivido en una casa subvencionada, nada más
lejos de la realidad. Junto a mi colegio, a espaldas de los Nuevos
Ministerios, había chabolas que no empezaron a desaparecer hasta
1967.
La
represión y la corrupción de Franco y su sistema político fueron
recogidas por el artillero Rafael Latorre Roca (1880-1968) en unos
esclarecedores y sorprendentes diarios personales. Sorprendentes por
venir de alguien del régimen, que alcanzó, ahí es nada, el grado
de teniente general. Estos escritos han permanecido inéditos hasta
que sus descendientes se los ofrecieron, por intermediación de
Gonzalo Pontón, editor de Pasado & y Presente, al historiador
Jaume Claret Miranda, que los ha publicado en forma de libro con el
título de Ganar
la guerra, perder la paz. Memorias del general Latorre Roca,
editado por Crítica, del Grupo Planeta, en junio de 2019.
En
ellos el militar critica: la falta de talento y visión de Franco, al
que, según él, le sobraban aduladores detrás; la ineptitud y
mediocridad profesional y la podredumbre de muchos de sus compañeros
uniformados, así como las políticas de ascenso y la concesión de
condecoraciones pensionadas; a la Iglesia oficial, alineada con la
dictadura; el enchufismo en Falange, verdadera oficina de colocación
de los prebostes del régimen; el tráfico de influencias y las
dádivas y prebendas a altos cargos, al igual que las facilidades y
ayudas ilegales a empresarios afines; el cohecho omnipresente; la
durísima represión de la posguerra, con muchas muertes
innecesarias; la carestía de la vida y las calamidades que sufrió
la población. Según él, la corrupción era sistémica.
Asimismo,
reconoce que en la guerra civil y la posguerra el bando insurrecto
recibió también ayudas de los británicos y los estadounidenses, no
sólo del Eje, a pesar de la Comisión de control y pone en duda la oportunidad de erigir cruces en honor de los caídos, incluida la de Cuelgamuros.
Como
muestra de sus opiniones, se transcriben, literalmente, algunos
párrafos de sus dietarios:
«...
quién pescara [la ley Azaña] en estos tiempos de semejante
hecatombe, desorganización y falta total de eficiencia militar como
jamás se conocieron en nuestro país... ».
«...
Una de las mejores medidas tomadas por Azaña fue la reducción del
ejército y la forma en que lo hizo, y no la trituración
como con maledicencia intencionada se quiso hacer figurar por los
perjudicados... ».
«...
Si la Soberanía Nacional en la plenitud de sus poderes, opta por la
forma republicana, repetimos una vez más, que, a esa forma de
Gobierno debe prestar su acatamiento el Ejército, y si el Gobierno
es socialista, como si fuera ultraconservador, a todos sumisión y
respeto absolutos... ».
«...
la pobre gente sigue sin hogar, sin lumbre y escaso y muy caro pan;
el famoso Imperio se ha debido derrumbar pues no aparece por parte
alguna pues en ningún momento hemos mendigado tanto como ahora a la
vista de tanta miseria como padecemos; y lo de monje y soldado que se
lo pregunten a Fernández Cuesta, cuando al regreso a España de
Italia, donde estaba de embajador, a la caída estrepitosa y
sangrienta del fascismo, llegó aterrorizado (¡vaya un soldado!) a
España ante los trágicos cuadros que había presenciado y el
peligro que su vida había corrido, pidiendo a gritos la disolución
de la Falange y el cambio de régimen... ».
«...
El obrero, económicamente, vivía mucho mejor durante la República
que ahora... No es de extrañar sus ideas extremistas, pero, cuidado
con no caer en el absurdo, porque extremistas, muy extremistas, más
extremistas aún eran las ideas, aunque en sentido contrario, de
aquellos capitalistas del siglo pasado y primeros del actual... ».
«... ¿Se ha parado a pensar nuestro
moderno, nuevo y actual episcopado el porqué de esa furia
antirreligiosa que ni en la misma Rusia llegó a tales extremos? ¿No
sería, en una gran parte, porque los que se decían cristianos no
cumplían con sus deberes de tales, empezando por no amar al prójimo
como a ellos mismos? Porque he conocido venerables sacerdotes en
Jaén, Barcelona, entre otras provincias, que en plena vesania
antirreligiosa y revolucionaria fueron respetados por las turbas...
».
«.. ¡Qué catástrofe no ocurriría
hoy si se ordenase, como debiera ordenarse, si el régimen que
padecemos fuera sano y fuerte, una revisión de fortunas de aquellos
generales que todos conocemos y señalamoscon el dedo que antes de
nuestra guerra civil no tenían otros ingresos que su paga o una
parte alícuota de ella!... ».«...
por territorios africanos han sucedido muchas cosas de las que la
moral salió bastante quebrantada... ».
«... Desde el principio mi
desacuerdo con la causa alemana fue completo; tanto por no creerla
justa, cuanto porque mi disconformidad con el sistema político,
social y religioso imperanteen aquel país era completo; y hasta tal
punto estaba en mí arraigada dicha opinión que al enterarse los que
me rodeaban en el cuartel general (coronel de Ingenieros don Mariano
Zorrilla Polanco, tenientes coroneles de Estado Mayor y Artilleríadon
Agustín Gil Soto y don José Acedo y Castañeda, entre otros) que no
conocía Mi
lucha de Hitler,
me la dieron a leer y confieso ingenuamente no pude pasar de las
cuatro o cinco primeras páginas, porque la egolatría, el panteísmo,
el racismo y un materialismo desenfrenado lo invadía todo, no
pudiendo comprender cómo personas de arraigadas creencias religiosas
salían reconfortadas, contentas y satisfechas después de su lectura
ya que a mí me infundió temor y discrepancia lo poco que pude leer,
y no podían influir en mi ánimo razones de orden sentimental con
que se trataba de argüirme de la ayuda alemana en nuestra contienda,
porque siempre la vi con disgusto durante la guerray a través de la
paz, al comprobar cotidianamente que su intervención en todos
nuestros asuntos internos, políticos, económicos, sociales,
culturales, militares, deportivos, etc., era completa por estar en un
todo a sus órdenes, ya que parecían estar como en un país
conquistado y mi fiero amor a la independencia nacional me
sublevaba... ».
«...
Hay en nuestras cárceles y presidios gentes de izquierdas, católicos
o no, monárquicos, republicanos, socialistas, comunistas, etc...
¿qué delito han cometido todos esos compatriotas nuestros,
patriotas como el que más para verse clasificados como delincuentes?
Muy sencillamente, discrepar del régimen imperante en España... ».
«... Dios
me libre entrar a discutir cómo se administró la justicia militar
en Asturias, como ya hemos indicado, del todo independiente de mi
jurisdicción. Pero si puedo afirmar que se mató mucha gente,
demasiada, excesiva, a base de dicha justicia. No poseo estadísticas
de fusilados, que se efectuaban, frecuentemente por tandas de unos
veinte en las proximidades de San Esteban de las Cruces, ni de
ahorcados, bastantes, entre ellos en Gijón el famoso futbolista
[Guillermo González del Río, más conocido como] Campanal de buena
familia de Avilés, que, realmente hizo verdaderas barbaridades.
Tampoco tengo estadísticas de hombres y mujeres ejecutados por un
procedimiento u otro pero fueron muchísimos y también puedo afirmar
que un noventa por ciento de los mismos murieron sin Sacramentos y
con los puños en alto en medio de terribles y dantescos cuadros e
imprecaciones horrorosas que silencio. El cacareado cristianismo o
catolicismo de fusilados y fusiladas no se vio por parte alguna ni
por las víctimas ni por los verdugos... ».
«... Era
intolerable que se apalease brutal y vilmente a los presos políticos
en las cárceles, precisamente, por sus guardianes, e incluso que se
tratase de violar a alguna detenida. Era intolerable que se sacase a
enfermos del lecho y en un carrito se les pasease por el pueblo con
el pelo cortado... ».
«... y
no digo paz porque esa no se ha conseguido todavía y estamos en
enero de 1953... ».
«... Con las bayonetas se puede
hacer todo menos sentarse en ellas …No es político continuar la
guerra a través de la paz que es lo que se ha hecho desde el
poder... ».
«... Entonces
¿por qué ese empeño decidido en crear y mantener este estado de
cosas tan perjudicial, desde todos los puntos de vista, ahora, y para
el porvenir, para la eficiencia de un ejército y de España? Pues,
sencillísimo, porque lo que se pretende es, lisa y llanamente, hacer
una política determinada con el elemento armado, y no nacional,
creando intereses en cuantía inigualada que sostenga lo actual.
Política, en verdad, suicida y antipatriótica y que nunca dio el
menor resultado. Tratar de salvar, una vez más, en el transcurso de
la historia, los principios, a costa de hundir la nación, lo que tan
trágicos resultados dio siempre... ».
«... La justicia, pues, dando por
supuesto lo fuera, se llevaba a la práctica en forma poco cristiana
y humana, realmente despiadada y para esto no hay razones que valgan
tratándose de penas irreparables... ».
«... [Los aliados] al
proporcionarnos, o consentir su transporte, de carburantes y
lubrificantes, incluso a pago demorado al final de la contienda,
entre otras ayudas no menos eficaces por la famosa comisión de
control... ».
«... en relación con el pésimo
estado de nuestra artillería toda desgastada, barullo enorme en
nuestras municiones, inutilidad de nuestros escasos carros de
combate, blindados sin blindaje, sin apenas antiaéreos, ni aviación,
ni cuadros de mandos ni superiores (los derivados de una contienda
civil que todos conocemos y de África) ni inferiores, falta de
unidad en la nación, el cansancio de todo cuanto significase nuevas
guerras y más efusiones de sangre, etc... ».
«... el Ejército, las fuerzas de
represión (Guardia Civil, Asalto, Policía), la religión (mejor
sería decir una falsa religión)…, la propaganda o sea la
mecanización
de la mentira, una
gran parte del capital, los ambiciosos y tránsfugas, la terrible
censura arma de dos filos, etc... ».
«... al cabo de 25 años creo ya es
hora de que a los borregos españoles nos diesen de alta en nuestra
mayoría de edad y se nos expusiese con toda franqueza nuestra
situación económica sin trampas, mentiras ni tapujos, o, al menos,
se nos consintiese escribir sobre dicha situación, su deplorable
estado, chanchullos e inmoralidades... ».
«...
Grave y gran error político, tanto porque para
ello no estaba capacitado,
cuanto por las responsabilidades de todos los órdenes que sobre él
iban a recaer, incompatibles, en un todo, con
la Jefatura de un Estado... ».
«...
fracasó
en la guerra,
que debió terminar antes, y luego, rotundamente, en la paz, que no
ha conseguido en ningún momento... ».
Como
expresa el título dado al libro recopilatorio de los dietarios de
Latorre Roca, Franco ganó la guerra para perder, estrepitosa y
corruptamente, la paz.
Ganar
la guerra, perder la paz. Memorias del general Latorre Roca