26 octubre 2018


El bolero de Polanco

Julio Sánchez Mingo

J. S. M.

Se llama Alberto y es bolero, limpiabotas. Monta su modesto y destartalado sillón en la esquina de Masaryk con Schiller, en Polanco, la colonia, barrio, de viviendas de gente acomodada, oficinas, selectos restaurantes y tiendas de lujo de la capital mexicana. Cobra 22 pesos mexicanos por servicio, 1 euro aproximadamente. Un billete de Metro cuesta 5 pesos y 30 un café solo.
Es espontáneo, sonriente, guapete, amable…. encantador. Desborda optimismo. Al atardecer trabaja en un restaurante como pinche de cocina, picando verduras, para completar los exiguos ingresos que obtiene lustrando zapatos de lunes a sábados, de 8 de la mañana a 4 de la tarde.

Vive a una hora, en el estado de México, la enorme aglomeración urbana de casas bajas y humildes, colgadas de cerros y colinas, que rodean la megalópolis azteca.
Tiene 28 años y dos hijos, de 12 y 8 años. Me dice que sus padres, en su día, le advirtieron que era muy joven para enredarse en una relación sentimental. Yo creo que no se arrepiente, se le ve feliz. Se lleva bien con su esposa, que no trabaja, con los altibajos propios que genera la convivencia. Las mujeres lo buscan pero prefiere no meterse en camisas de once varas.

Los policías que patrullan los alrededores son clientes suyos. Hay que verlos como se repantigan ostentosamente para que les limpien, les boleen, sus botazas militares. También, todas las mañanas se ocupa de mantener en estado de revista, relucientes y brillantes, los zapatos de los camareros de un cercano restaurante argentino. Cuando no tiene clientes lee el periódico o charla con un colega que regenta un puesto callejero de comida, en la acera opuesta al Harry’s, un restaurante de lujo.
Alberto se expresa espléndidamente, como la mayoría de sus compatriotas, con una riqueza de vocabulario impensable en jóvenes españoles de su edad.

Yo aprendo mucho de personas como él. Aportan humanidad, transmiten felicidad, alegría de vivir, y permiten tener una visión completa del mundo en que vivimos, tan desigual.

19 octubre 2018


III Premio La Foto del Verano de Diario de Madrid. Resultados


Arco iris pirenaico, de Álvaro Bueno Lumbreras, residente en Madrid, ha resultado ganadora del III Premio La Foto del Verano de Diario de Madrid, de acuerdo con las votaciones del jurado, que ha estado compuesto por Chon Zuza. Marisol Martínez, Jessica Thomas, César Rodríguez, Miguel Ángel Valenzuela y Gonzalo Silván.

Enhorabuena al vencedor, que recibirá en breve el correspondiente galardón, una aguada del insigne pintor Antonio Lago Rivera (1916-1990), y a los finalistas. Muchas gracias al resto de participantes por su contribución y esfuerzo y a los miembros del jurado por su inestimable labor.

La fotografía premiada y las obras finalistas pueden verse más abajo. Aparecen por orden de puntuación, de mayor a menor.

Fotografía ganadora

Arco iris pirenaico. Álvaro Bueno Lumbreras.

Fotografías finalistas

Se hace camino al andar. Mar Doménech.

Sin título. Nieves Alonso.

Relax en el canal de la Mancha. Álvaro Bueno.

Tocando el agua. Álvaro Bueno.

Central Park. Nueva York. Maricarmen Rizo.

Casetas en la playa. Campo Rodríguez.

Tardes de bahía. José Lebeña.

Pescando con alas de mariposa. Lago de Pátzcuaro. María Yáñez.

Atardecer suancino. Ángel Revuelta.

Llanisca al móvil.

Una nota de color. Mar Doménech.

Icebergs a la deriva. Nadia Álvarez.

Estatua de la Libertad. Nueva York. Maricarmen Rizo.

Sierva de María. Nieves Alonso.

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12 octubre 2018

La talla de Montserrat Caballé

Julio Sánchez Mingo

La Sexta

María Luisa trabajó toda su vida en Televisión Española como escenógrafa y, durante muchos años, fue la responsable de los decorados de Los desayunos de TVE, el programa matinal de debate y entrevistas de La 1, en el que un grupo de periodistas conversa con una figura notable de la actualidad.

Aquella mañana el personaje invitado a la tertulia era Montserrat Caballé. En la reunión previa de preparación de la emisión, el director del programa planteó a María Luisa el problema derivado de la talla de la cantante y cómo sentarla adecuadamente.

A la llegada de la artista, tras saludarla, la escenógrafa le preguntó:
Queremos que esté cómoda, a gusto, como en su casa. ¿Qué tipo de asiento quiere que le pongamos?
Ay hija, a mí me sirve cualquier silla. Como no quepo en casi ninguna, yo me siento en el borde, sin reclinarme en el respaldo, y así nunca tengo dificultades.

Y siguieron charlando animadamente durante un buen rato, como dos viejas amigas, porque tanto a una como a la otra les encantaba rajar, dando muestras la soprano de su sencillez, su simpatía y su talla humana, algo poco frecuente entre las estrellas de la canción y, menos aún, entre las divas del bel canto.

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Con motivo del fallecimiento de Montserrat Caballé, Riccardo Muti, el famoso director de orquesta napolitano, ha escrito un sentido artículo necrológico, publicado por el diario El País, cuya lectura recomiendo. En él se hace referencia al aria que más abajo se reproduce.



05 octubre 2018


Copetti


Julio Sánchez Mingo




Copetti fue el pilar de mi colegio, sin cuyo concurso y esforzada labor el centro no hubiera funcionado. Era el responsable de todo, excepto de la actividad docente. Era el encargado del mantenimiento y de que todo marchara, desde la calefacción, que él encendía todas las mañanas embutido en su mono de trabajo, a la jardinería; incluso de que las bedelas, Juliana y Antonia, a las que después se unió ¿Juanita?, rellenaran los tinteros de loza de nuestros pupitres de madera. ¡Hasta ejercía de animador del equipo de baloncesto!

Fueron catorce mis años de convivencia con él, un italiano del Norte, friulano, de carácter reservado, pero cordial y sonriente y con el corazón de oro, del que siempre he desconocido el nombre de pila. Recuerdo sus recias manazas de trabajador infatigable y su grave voz. Siempre me pareció un hombre mayor, de edad superior a la de mis padres.

Según me contó una de sus nietas hace pocos años, llegó a España al terminar la Guerra Civil, contratado por una empresa constructora italiana que participó en la prolongación de la Castellana, que tomó el nombre de avenida del Generalísimo.
A su lado Teresina, su mujer, pelo blanco, delicada, que compartía con él las funciones de guardeses del palacete, nuestra mítica palazzina, que mandara erigir en 1911 el conde de Santa Coloma, para fijar su residencia tras vender su palacio, afectado por la construcción de la Gran Vía y situado en la esquina de Reina con Hortaleza, donde se construyó el edificio del Círculo de la Unión Mercantil e Industrial, ahora ocupado por un casino. En 1940 el Estado italiano adquirió el inmueble destinándolo a sede de las Escuelas Italianas de Madrid. Todas las mañanas, el aroma del café que Teresina preparaba para los profesores inundaba la segunda planta, donde se encontraban las aulas de la Scuola Media y la sala de los docentes, espacios que en origen ocupaban las mansardas de la construcción y sobre los cuales se levantó un ático, vivienda de nuestra pareja protagonista.

Nuestro compañero Luis González Echeverría, en su libro Pensierini, buongiorno, narra unas cuantas anécdotas que glosan la figura humana de Teresina. Yo, que quería escribir una semblanza de Copetti divertida, amena y entrañable, además de laudatoria, no he conseguido material oral ni escrito de ningún tipo, salvo un par de testimonios que reproduzco literalmente:

Jesús Sotillo: “…. Una tarde, ya de noche, jugaba el juvenil de baloncesto en el Liceo. Yo era infantil entonces y estaba de espectador. Jugaban contra el San Viator.Y cosa inusual en aquella época se presentaron con 50 o 100 hinchas. Llenaron todo el lateral del campo que daba a la zona ajardinada. Nosotros seríamos, como mucho, los 10 habituales del barrio que íbamos a verlos. Supongo que estaría Lalo. El caso es que ellos gritaban como animales a favor de su equipo. Pero sin agresividad ni malos modos. El caso es que a Copetti no le pareció bien y, de repente, paró el partido, que estaba arbitrado por dos jueces que mandaba la federación madrileña, cruzó el campo, me acuerdo que con una escoba en la mano y, dirigiéndose a ellos, les gritó que como no se callaran los echaba del colegio. Y se callaron para todo el partido. Eran otros tiempos en que se respetaba mas a las personas mayores. Hoy día no sé qué hubiera pasado. Nosotros le felicitamos como a un héroe y el estaba tan orgulloso…”

Isabel Fernández Asís: “… Yo solo recuerdo que Copetti vigilaba para que no nos escapáramos a la pastelería a por pepitos de chocolate, pero al final siempre nos debaja salir y decía que volviéramos rápido...”

Ahora, al escribir estas líneas, reflejo las percepciones del niño que yo era entonces y paso por alto las cosas que no era capaz de captar. Por ello, mi sorpresa fue grande cuando su citada nieta me dijo, hace tres años, que su abuelo siempre se había arrepentido de haber aceptado el empleo en el colegio. Supongo que la atadura que su puesto comportaba, así como el trato un tanto despótico y clasista de algunos presidi1, directores y profesores, debieron pesar lo suyo.
Con los alumnos, sus niños, fue siempre afectuoso, a pesar de su gravedad, y creo que aguantó tantos años por nosotros, dejándonos una huella imborrable.

Copetti, siempre en nuestro corazón y eternamente agradecidos.

1 Directores de la Escuela Media y el Liceo

Fachada sur del palacete del conde de Santa Coloma, antes de la reforma que lo convirtió en colegio.