Copetti
Julio
Sánchez Mingo
Copetti fue el pilar de mi colegio,
sin cuyo concurso y esforzada labor el centro no hubiera funcionado.
Era el responsable de todo, excepto de la actividad docente. Era el
encargado del mantenimiento y de que todo marchara, desde la
calefacción, que él encendía todas las mañanas embutido en su
mono de trabajo, a la jardinería; incluso de que las bedelas,
Juliana y Antonia, a las que después se unió ¿Juanita?, rellenaran
los tinteros de loza de nuestros pupitres de madera. ¡Hasta ejercía
de animador del equipo de baloncesto!
Fueron catorce mis años de
convivencia con él, un italiano del Norte, friulano, de carácter
reservado, pero cordial y sonriente y con el corazón de oro, del que
siempre he desconocido el nombre de pila. Recuerdo sus recias manazas
de trabajador
infatigable y su grave
voz. Siempre me pareció un hombre mayor, de edad superior a la de
mis padres.
Según me contó una de sus nietas
hace pocos años, llegó a España al terminar la Guerra Civil,
contratado por una empresa constructora italiana que participó en la
prolongación de la Castellana, que tomó el nombre de avenida del
Generalísimo.
A su lado Teresina, su mujer, pelo
blanco, delicada, que compartía con él las funciones de guardeses
del palacete, nuestra mítica palazzina,
que mandara
erigir
en 1911 el conde de
Santa Coloma, para fijar su residencia tras vender su palacio,
afectado por la construcción de la Gran Vía y situado en la esquina
de Reina con Hortaleza, donde se construyó el edificio del Círculo
de la Unión Mercantil e Industrial, ahora ocupado
por un casino. En 1940 el
Estado italiano adquirió el inmueble destinándolo a sede de las
Escuelas Italianas de Madrid. Todas las mañanas, el aroma del café
que Teresina preparaba
para los profesores inundaba la segunda planta, donde se encontraban
las aulas de la Scuola
Media y la sala de los
docentes, espacios que en origen ocupaban las mansardas de la
construcción y sobre los cuales se levantó un ático, vivienda de
nuestra pareja protagonista.
Nuestro compañero Luis González
Echeverría, en su libro Pensierini,
buongiorno, narra unas
cuantas anécdotas que glosan la figura humana de Teresina. Yo, que
quería escribir una semblanza de Copetti divertida, amena y
entrañable, además de laudatoria, no he conseguido material oral ni
escrito de ningún tipo, salvo un par de testimonios que reproduzco
literalmente:
Jesús Sotillo: “….
Una tarde, ya de noche, jugaba el juvenil de baloncesto en el Liceo.
Yo era infantil entonces y estaba de espectador. Jugaban contra el
San Viator.Y cosa inusual en aquella época se presentaron con 50 o
100 hinchas. Llenaron todo el lateral del campo que daba a la zona
ajardinada. Nosotros seríamos, como mucho, los 10 habituales del
barrio que íbamos a verlos. Supongo que estaría Lalo. El caso es
que ellos gritaban como animales a favor de su equipo. Pero sin
agresividad ni malos modos. El caso es que a Copetti no le pareció
bien y, de repente, paró el partido, que estaba arbitrado por dos
jueces
que mandaba la federación madrileña, cruzó el campo, me acuerdo
que con una escoba en la mano y, dirigiéndose a ellos, les gritó
que como no se callaran los echaba del colegio. Y se callaron para
todo el partido. Eran otros tiempos en que se respetaba mas a las
personas mayores. Hoy día no sé qué hubiera pasado. Nosotros le
felicitamos como a un héroe y el estaba tan orgulloso…”
Isabel Fernández Asís: “…
Yo solo recuerdo que Copetti vigilaba para que no nos escapáramos a
la pastelería a por pepitos de chocolate, pero al final siempre nos
debaja salir y decía
que volviéramos rápido...”
Ahora, al escribir estas líneas,
reflejo las percepciones del niño que yo era entonces y paso por
alto las cosas que no era capaz de captar. Por ello, mi
sorpresa fue grande cuando su citada nieta me dijo, hace
tres años, que su abuelo
siempre se había arrepentido de haber aceptado el empleo en el
colegio. Supongo que la atadura que su puesto comportaba, así como
el trato un tanto despótico y clasista de algunos presidi1,
directores y profesores, debieron pesar lo suyo.
Con los alumnos, sus niños, fue
siempre afectuoso, a pesar de su gravedad, y creo que aguantó tantos
años por nosotros, dejándonos una huella imborrable.
Copetti, siempre en nuestro corazón
y eternamente agradecidos.
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Directores de la Escuela Media y el Liceo
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Fachada sur del palacete del conde de Santa Coloma, antes de la reforma que lo convirtió en colegio. |