Egoísmo
Julio Sánchez Mingo
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Salvamento Marítimo (España). |
Si esto es un hombre
Los que vivís seguros
En vuestras casas caldeadas
Los que os encontráis, al volver por la tarde,
La comida caliente y los rostros amigos:
Considerad si es un hombre
Quien trabaja en el fango
Quien no conoce la paz
Quien lucha por la mitad de un panecillo
Quien muere por un sí o por un no.
Considerad si es una mujer
Quien no tiene cabellos ni nombre
Ni fuerzas para recordarlo
Vacía la mirada y frío el regazo
Como una rana invernal
Pensad que esto ha sucedido:
Os encomiendo estas palabras.
Grabadlas en vuestros corazones
Al estar en casa, al ir por la calle,
Al acostaros, al levantaros;
Repetídselas a vuestros hijos.
O que vuestra casa se derrumbe,
La enfermedad os imposibilite,
Vuestros descendientes os vuelvan el rostro.
(Traducción de Pilar Gómez Bedate)
Con estas líneas, comienza Primo Levi el relato autobiográfico de su paso por el campo de exterminio de Auschwitz-Monowitz, publicado en 1947 con el título de, en italiano, Se questo è un uomo. Y se dirige con ese poema a aquellos que no son capaces de imaginar por lo que una persona puede pasar en situaciones límite. Y añade, que lo que nos narra realmente ha sucedido, que no debemos ignorarlo y debemos siempre tenerlo muy presente. Este breve texto es, sobre todo, un alegato contra el egoísmo. Aunque Levi lo escribió a raíz del Holocausto y las calamidades que soportó, sirve para el momento en el que vivimos.
Cuando, repantigados en el sofá de casa, al calor de una calefacción que no cesa de consumir recursos, escuchamos las noticias de las atrocidades e injusticias que se cometen todos los días en el mundo, viendo cómo reaccionan los políticos antes esos sucesos y siendo nosotros también testigos del sufrimiento de tanta gente, ¿qué pensamos, cómo reaccionamos? ¿Nos ponemos en el pellejo de nuestro prójimo?
Imagino el sufrimiento de esos casi niños que, encaramados sobre la pala del timón de un gran carguero, viajan de Senegal a Canarias, a la búsqueda de un futuro prometedor. Su país, pobre, que todavía arrastra las consecuencias de la colonización europea que los esquilmó, no puede ofrecerles oportunidades. La mayoría perece. Hambre, sed, ingestión del agua salada del mar, el golpe de una ola que se los lleva: una auténtica locura. Alguno llega y, cuando lo hace, se encuentra con todas las trabas y problemas derivados de la politiquería y el electoralismo de unos dirigentes nacionales y regionales que los utilizan como moneda de intercambio porque se sienten apoyados por una población egoísta, que no quiere rascarse un poco más el bolsillo, pero paga siete euros y medio por un cartucho de palomitas en el cine.
Me angustia oírle contar a una señora ucraniana, que vive y trabaja en Madrid, que su nieta —una jovencita estudiante a cargo de un hermano pequeño porque sus padres están en la guerra— le llama todas las noches llorando desde Chernivtsi, rogándole que la saque de allí. No soporta, por más tiempo, el ruido de las bombas. Pero nosotros seguimos enredados con las discusiones sobre el derecho de asilo, que la Unión Europea, ante la presión de sus demagogos ultraderechistas, quiere eliminar.
El pasado lunes por la tarde me hablaba una vecina de la reforma que quiere acometer en su piso, que a mí me parece que no es necesaria. Nos sobra el dinero. Muchas veces nos lo gastamos en cosas superfluas o innecesarias, sin pensar en el mundo que nos rodea. Y yo, por la noche, pensaba en los cientos de miles de gazatíes que estos días, con la tregua, retornan a sus ciudades y se encuentran sus hogares arrasados por el criminal fuego sionista de los hijos y nietos de aquellos que sufrieron la Shoah. Y me indigno al leer que un delincuente convicto, al otro lado del Atlántico, propone desescombrar la Franja, deportar a unos dos millones de palestinos a Egipto y Jordania, a guetos construidos ex profeso para ellos y dedicar el espacio que queda libre a levantar resorts a la orilla del contaminado Mare Nostrum. Eso sí que es una reforma: ¡construir modernos guetos! Y me indigna aún más ver como le ponen ojitos tantos políticos y empresarios españoles y del resto de Europa. Uno de sus esbirros es una individua, ahora a cargo de algo que llaman Seguridad Nacional —hace unos días presumía de haber matado a tiros a su perro de catorce meses porque no servía para cazar— que esta semana, tocada con visera, cubierta con chaleco antibalas y portando un Rolex Daytona, declaraba, en una redada para capturar extranjeros, que así trata ella a estos sacos de basura. A esos pobres diablos los manda de vuelta a su país, asegurados con grilletes. Como hizo Mussolini, que hizo trasladar a Gramsci desde Milán a Turi engrilletado en vagón celular, en lugar de en un coche de tercera escoltado por carabinieri, a lo que tenía derecho, en un viaje infinito con múltiples transbordos, aquejado de ergotismo, el terrorífico fuego de San Antonio. Al jefe de esa mujer le votaron 77 millones de ciudadanos. Su éxito esta basado en regalarle el oído a la gente, diciéndole lo que quiere escuchar, aunque sean barbaridades, ofreciendo soluciones drásticas y sencillas a problemas de gran complejidad. Y siempre mentando a Dios. Ya se sabe: “A Dios rogando y con el mazo dando”. Votantes ignorantes que se dejan embaucar por el primero que se trabaja su egoísmo. Qué miedo me dan las próximas elecciones en España y el resto de Europa.
En Madrid, la capital de la región que presume de ser la más rica de España, en los taludes e isletas de la M-30, la autopista urbana que rompe la ciudad, hay personas viviendo en tiendas de campaña. La vivienda es uno de los mayores problemas de esta sociedad. Hay demasiados intereses creados y las administraciones públicas, central, regional y municipal, especulan como el que más y no implementan un marco normativo que mitigue el desastre. Resultado: se desahucia a personas vulnerables y en muchos lugares, con un salario normal, es imposible acceder a una vivienda, ya sea en alquiler o en propiedad. Especialmente, esto afecta a los jóvenes. Y, para más inri, hay más de 14.000 pisos vacíos de la SAREB.
En general, los responsables políticos no se preocupan por el bienestar de los ciudadanos, les importan un bledo sus sufrimientos. Buscan su voto y, una vez obtenido, van a lo suyo y se olvidan de lo prometido. Ellos son el reflejo de mucha gente y el espejo en el que ésta se mira.