31 julio 2023

El gran teatro del mundo

Julio Sánchez Mingo

 

Homenaje a Ibáñez.

 

Ya pasaron las elecciones del 23 de julio y parece que ha bajado la presión de la caldera política y, de momento, se ha atenuado la espiral de odio, insultos y descalificaciones que nos ha acompañado estos últimos cuatro años, llegando al paroxismo estas dos últimas semanas.

Ahora todos los partidos han desaparecido de la escena pública activa. Van a lo suyo, a lo de siempre, a las componendas, a lograr la más alta cota de gobierno y poder económico posible. Es la razón de su existencia, aunque pomposamente se hable de ellos como el cauce para la participación de la ciudadanía en la política y la gestión de la res publica. Sus responsables, adláteres y militantes luchan denodadamente estos días por asegurarse una buena poltrona y unos sustanciosos ingresos para los próximos cuatro años.

Se dan situaciones grotescas. A día de hoy, todos cortejan al paniaguado Puigdemont, que tiene la llave de la gobernabilidad del país. Lo hace hasta el propio PP, que, por boca de Rollán, le ha lanzado mensajes de amor, cuando hace unas jornadas le tildaba  de demonio y de buscar, en concomitancia con el PSOE, la fractura nacional.

La ideología, los proyectos de futuro, los programas, ya no cuentan. Sólo interesa alcanzar el poder. Los vencedores se repartirán sus prebendas, como llevan haciendo en regiones y municipios desde las elecciones locales y regionales del 28 de mayo.

La política del día a día, no digamos las campañas electorales y las jornadas de votaciones, son una representación teatral, donde se adjudican los papeles de buenos y malos. Se dan situaciones paradójicas. Los vituperados y despreciados por elaborar y aprobar una reforma laboral muy perjudicial para las empresas, según el juicio de los administradores de éstas, o de implantar un impuesto adicional a la banca y a las energéticas, ven ahora, henchidos de orgullo, como las grandes sociedades obtienen resultados económicos récord. Y los ciudadanos más conservadores, los de mayores ingresos, contrarios a todo lo que huela a aborto que ha dado los últimos coletazos estas semanas en el Tribunal Constitucional— y eutanasia, se aprestan los primeros a aprovechar las posibilidades que les ofrecen estos derechos civiles. Todavía tengo presente en mis recuerdos de juventud, cuando los padres bien, de misa y comunión diarias, estrictos observantes de los dictados del confesionario, mandaban de tapadillo a abortar a sus hijas a Londres. Los enemigos del divorcio, cuando éste llegó, llenaron los mejores despachos de abogados matrimonialistas de Madrid. Los pobres nunca se divorciaron, no tenían dinero para ello. Y sufrieron y sufren las ingratas cadenas de relaciones llenas de desamor y violencia.

En Italia claman por la eutanasia. Tanto es así que las dos últimas películas italianas que he visto tratan este tema. Acqua e anice, con Stefania Sandrelli, que interpreta a una vieja leyenda de la música ligera que se dirige a Suiza para poner fin a sus días, e Il colibrí, basada en la novela homónima de Sandro Veronesi, premio Strega 2020, que narra como el protagonista, para no ser objeto de los dolores físicos y psíquicos de un cáncer terminal, opta por ponerse en manos de un enfermero que le inyecta una sustancia letal, tras despedirse de familia y amigos en una ceremonia sobrecogedora. Pero la sombra de la Curia es alargada y los italianos llenarán por muchos años las clínicas suizas.

Buenos y malos, aliados y enemigos, el dinero, mucha hipocresía: el gran teatro del mundo.

PD. 01-08-2023. Ahora parece que la sargentona Gamarra desautoriza a Rollán y desmiente el propósito del PP de tener amoríos con el prófugo del destino dorado. 

21 julio 2023

Ante las elecciones del 23 de julio

Julio Sánchez Mingo

 


¿Qué me encuentro?                                                                        Mala educación, ignorancia, odio, una candidatura importante sin programa económico, desprecio por el medio ambiente y la conservación de la madre Tierra, intereses espurios, insultos, clasismo, menosprecio al pobre, xenofobia, egoísmo, visceralidad, intención de voto que tira piedras contra el propio tejado, vileza, mentiras, muchas verdades a medias, falsedades, incoherencias, carencia de visión a corto, medio y largo plazo, un programa que nos retrotraería a la caverna, candidatos sin la formación suficiente, antieuropeismo, falta de generosidad, uso tergiversado de la palabra libertad, desigualdad creciente, inexistencia de proyectos de futuro ilusionantes, abandono a su suerte de la educación y la sanidad públicas, propósitos de reducir el Estado a su mínima expresión, muchos cantos de sirena, intolerancia, como se desprestigia un servicio público fundamental para el funcionamiento de la sociedad, codicia exacerbada, capitalismo extremo, destrucción sistemática del estado del bienestar, partidos políticos como asociaciones de gestión de intereses creados, nihilismo de quienes no piensan en el futuro de sus hijos y nietos, un candidato que ha frecuentado amistades peligrosas, rechazo a los inmigrantes que hacen el trabajo que nosotros no queremos hacer, explotación de trabajadores, un machismo a contracorriente de las demandas de la sociedad, solidaridad casi nula, mediocridad intelectual, negacionismo del cambio climático, individualismo, tráfico de influencias e intereses, la ley violada día tras día y que un partido reforma su sede con dinero negro, que no se valore a un gobernante por sus logros y fracasos, ataques contra derechos civiles a duras penas conseguidos, asalariados y trabajadores por cuenta ajena que se sienten y se comportan como capitalistas, falta de sentido de la justicia, precariedad, exclusión y minorías oprimidas, andanadas contra el derecho a discrepar, un nacionalismo español mal entendido, mercantilismo, que 10 millones de pensionistas no voten para que no se derogue la ley de revalorización anual de sus ingresos —que Bruselas aceptó y bendijo—, consumismo irracional, se arruina lo público para forrarse con lo privado, el Consejo General del Poder Judicial sin renovar y la justicia medio bloqueada y sin recursos suficientes, ciudadanos que no ven más allá de sus narices, que las excelentes cifras de empleo la mayor preocupación del hombre de la calle— no se aprecien, infantilismo, escaso rigor jurídico y otras cosas que me dejo en el tintero para no aburrir al lector.

14 julio 2023

 

Finalista del VII Premio de Escritura Breve de Diario de Madrid 2023

El cosaco sobrio

Óscar Arias Rodríguez

Parecía nevado. Los árboles todavía en pie, la calzada atestada de enseres sin reclamar y hasta las techumbres estaban pigmentadas de un tono blanquecino, sucio y decadente, que enmudecía nuestros pasos en fuga y las voces y los llantos desconsolados. Nuestra pequeña Ivana correteaba risueña de un lado para otro, ajena al tiempo que nos tocaba vivir, pateando el suelo como si estuviéramos en pleno invierno. Sólo que no era nieve sobre lo que caminábamos, sino ceniza.

Ivana, cariño. No te alejes.

Ella rio y saltó, no dándose por aludida, y una nube de polvo inmundo la envolvió como a un querubín. Parecía tan feliz. Casi tan feliz como lo éramos antes.

Porque si los niños quieren jugar, hay que dejarlos jugar; son las flores de los campos yermos de nuestra madurez, y nos recuerdan con cada travesura lo que hemos sido y hemos enterrado bien hondo en el olvido. Entretanto, yo llevaba a mi marido de la mano, pues estaba torpe, y nos alejábamos de la ciudad sin voltear la cabeza una sola vez. Porque más allá de donde alcanzaba nuestra vista, más allá de las fronteras del hogar, nos esperaba una vida nueva; si no mejor, al menos no peor.

¡Mami! —gritó—. Perdí a Moki. No está.

Y comenzó a sollozar desesperada. Porque, evidentemente, Moki no era un peluche cualquiera, sino su predilecto: un oso polar del tamaño de un zapato, y además el compañero escogido para el éxodo. Apenas pude discernirlo unos metros atrás, tendido dulcemente sobre la nieve imaginaria.

Creo que está allí. Ya lo recojo yo, cariño. Tú coge la mano de papá y no paréis. Ahora te lo traigo.

Ivana intercambió su mano por la mía y asió la de su padre, mi hombre, mi cosaco, mi vida, que caminaba con pasos desatinados al ritmo lánguido de nuestro exilio. Él dijo algo. No le entendí. Ninguno lo hacíamos ya,a no ser que se le escuchara con otros oídos: los del corazón. Entonces sí podíamos intuir qué es lo que insinuaba, aunque fuera sin interpretar sus palabras, y él sonreía complacido por el acierto azaroso de nuestra comunicación.

Mi cosaco era un hombre fuerte, apuesto, diligente y cariñoso; todo un hombre de novela sensiblera. Mi cosaco trabajó en la fábrica a turnos dobles para que yo pudiera cuidar de Ivana, porque con los empleos que me eran ofrecidos no daba para mucho y no eran pocos los gastos. Mi cosaco volvía sonriente a casa tras cada jornada, y siempre después de atiborrarse a vodka con los compañeros al finalizar, para que no le doliera la espalda,o las rodillas, o el hombro, y así no le manaran las lágrimas al llegar a casa. Porque mi cosaco había comenzado a trabajar muy joven, y ya se sabe que al final todas esas facturas se pagan.

Mi cosaco acostaba a la niña con un beso en la frente y luego venía a hurtadillas a mi lado y me hacía el amor en silencio, a pesar de que no le quedara pulso ni para desabrocharse los botones de la camisa. Mi cosaco trabajaba algunas Navidades y luego se disculpaba y nos sorprendía con algún regalito austero para la niña y para mí, y de ese modo costeábamos también los arreglos más imperiosos del apartamento. En las noches gélidas de invierno, cuando el silencio no había sido desterrado aún de la oscuridad, dormíamos todos juntos y mi cosaco nos rodeaba con sus brazos largos y fuertes, abarcándonos a la niña y a mí de una sola brazada. Y después, con particular esmero, vertía su cálido aliento de vodka sobre mi oreja escarchada y me daba un beso tierno antes de decir: “Te amo”.

Tanto trabajó y bebió que un día aciago una embolia se lo quiso llevar. Pero a mi cosaco no se le vence tan fácilmente, y se sobrepuso a su manera. Ya no pudo volver al trabajo, ni a beber, y ni siquiera era capaz de vestirse solo y apenas podía caminar; y las veces que pretendía seguirme, lo hacía como lo hacen las hojas muertas que se levantan con el paso. Algunas veces, las menos, era capaz de decir sí o no, y nuestra comunicación era una suerte de preguntas dicotómicas y respuestas mínimas. A partir de ese incidente cambiaron las tornas y fuimos nosotras quienes lo tuvimos que cuidar. El Estado nos dejó una pensión pírrica y una hermosa carta de agradecimiento, que coloqué con escrúpulo junto a la correspondencia del banco, y tuve que empezar a trabajar limpiando portales, siempre cerca de casa, para tener tiempo suficiente para Ivana y para él.

Justo antes de alcanzar a Moki sentí una detonación a mi espalda. Salimos volando el muñeco y yo, empujados por el hálito de la muerte. Me incorporé y miré hacia atrás. Un cráter ocupaba el lugar de mis dos amores. Se encontraba vacío. Era tan solo una cicatriz indecente en la tierra. No me quedaba ningún vestigio de ellos que poder honrar. Ni un mísero jirón para el sepelio. Y no derramé una sola lágrima, pues no creí que fuera momento para el duelo. De un plumazo, era una viuda que había sido madre, una amante arrastrada al celibato y alguien relegado a ser algo... y ese algo sería ser soldado. Cogí el fusil de un cadáver —no lo iba a requerir—y esbocé con el cañón una cruz sobre la ceniza, allí donde había sepultado a Moki: lo único que me quedó para inhumar. Rota la brújula y sin aire en las velas, viré y remé sobre las frías aguas de la rabia y el desconsuelo rumbo a Kiev, a cumplir finalmente con el cometido fatal para el que mi cosaco no había sido válido.

06 julio 2023

Finalista del VII Premio de Escritura Breve de Diario de Madrid 2023

Mujer, te negaron el sillón

Isabel García Viñao

Aquel día, Enrique Moliner llegó tarde a casa. Dejaba tras de sí corrientes de aire por las prisas. Con elegancia y distinción colgó el sombrero y la gabardina en los brazos de la percha. Luego, dejando sobre la mesa del salón su bolsa de utensilios médicos y el periódico, se dirigió a la cocina para dar un beso a su esposa y la explicación del motivo de su demora: “Llego tarde Matilde porque a última hora he tenido que atender un parto. El niño venía de nalgas y no puedes imaginarte lo que le ha costado sacarlo a la madre.”

Mientras tanto, sobre la mesa en la que el padre había dejado El Imparcial, la hija del matrimonio leía una noticia de la portada y con un lapicero mordisqueado en la punta subrayaba determinadas palabras y expresiones. Desde que comenzó a hablar, María había manifestado su afición por vocablos inapropiados para su edad.

Cuando el padre salió de la cocina, la niña comenzó a conversar con él:

Padre, sé que llega tarde y muy cansado del trabajo, pero, como usted sabe tantas cosas, querría preguntarle qué significa “decadencia ante el desastre colonial”, “visión subjetiva y grotesca de la realidad”, “espíritu crítico”,… ─preguntó con deseo vehemente de saber la niña.

Pero, hija, no dejas de sorprenderme, qué curiosidades más extrañas tienes. ¿No dices que tu maestro don Américo Castro explica tan bien la gramática en clase? Pues mañana, tan pronto llegues a la escuela, le preguntas. ¿Tú crees que es normal que a tus ocho años me hagas estas preguntas? ¿Ves a tus hermanos Enrique y Matilde? Están jugando ¿verdad? Pues eso es lo que tendrías que hacer tú. Las noticias de los periódicos son para mayores. Lo que debes leer son revistas infantiles. Hace pocos días os compré tres. ¿Dónde habéis dejado “Monos”, “Dominguín” y “Gente Menuda”? María debes leer lo que te corresponde y no los diarios de mayores. No debemos adelantarnos al ritmo normal de las cosas, todo llega en su momento. Tiempo al tiempo. ¿O tú ves normal que para vestirte te pongas ropa de mujer mayor? ¿O unos zapatos de tacón y del número 39? ¿A que no se te ocurre calzarte los zapatos de mamá? ¿Verdad que no? Pues, así las palabras. Muchas, a tu edad, te quedan grandes. No obstante, hija, lo que has oído a mamá y a mí comentar en casa es que España vive actualmente una época de decadencia por el desastre colonial, pues en la guerra hemos perdido Cuba y Las Filipinas. Y esas tierras eran una parte muy importante de España y su pérdida supone una gran desgracia. Para que te hagas a la idea, hija, es como si tú perdieses el cuaderno de gramática ─comparó el padre, sabiendo lo importante que ese cuaderno era para la niña. ─No obstante, hija, me encanta que seas como eres y que llegues lejos, aunque sé que te vas a encontrar con muchas trabas en el camino por ser mujer. ¡Qué injusta es la vida! No sé por qué tengo que hacerte esas recriminaciones tan absurdas. Para mí los tres hijos sois iguales. No va a ser Enrique más por ser hombre. Esas diferencias no caben en mi cabeza, sí en las de muchas personas. La sociedad a principios del siglo XX piensa de esa manera tan absurda. Espero que estas maneras de pensar las arrastre enseguida el paso del tiempo. Debemos dar tiempo al tiempo, la sociedad seguirá evolucionando y pronto se dará cuenta de esta desigualdad que es inadmisible.

Claro, claro. Yo pienso que no habría que marcar diferencias tan grandes por ser hombre o mujer, pero, bueno, esperemos que ese problema lo vaya solucionando el paso de los años, como usted dice padre. Pero, por favor, vuelva a lo que le preguntaba hace un rato: ¿Tan importantes eran Cuba y Las Filipinas para España? ─respondió sorprendida la niña por la comparación que su padre le había hecho con su cuaderno. ─Con don Américo trabajamos muy bien la gramática, hacemos muchos ejercicios, y quiere el cuaderno sin borrones. ¡Va a ver qué limpio está el mío! ─La niña corrió a buscar su cartera para enseñárselo a su padre. ─Hoy ─prosiguió ─el maestro nos ha preguntado quién sabía qué hay que hacer con la ensalada para que su sabor sea bueno, y, como todos mis compañeros se han quedado callados, he respondido yo: aderezarla, arreglarla, sazonarla, condimentarla, aliñarla, componerla,... Don Américo se ha quedado a cuadros, y no sé por qué, pues esas palabras las oigo a dos por tres cuando hablan ustedes y se me quedan en la cabeza ─dijo María, con tanta humildad que la última palabra casi había sido inaudible.

La niña fue creciendo con el gusto de jugar con las palabras, con el deseo de aprender nuevas cada día, con la aspiración de conocer bien el idioma. Conforme pasaba el tiempo, esa tendencia se acrecentaba y se convertía en su verdadera pasión. Así pues, fue iniciando su afán de recopilar palabras ─como el que colecciona cromos─ y las iba apuntando en fichitas que ella misma recortaba. Hacia familias, series, añadía sinónimos, antónimos, escribía ejemplos de usos, frases hechas que escuchaba en la calle o en casa, e incluso le llamaban la atención los préstamos de otras lenguas.

Y así, esta mujer, María Moliner, nacida en 1900, fue el ejemplo de que la perseverancia es un gran elemento de éxito, una virtud por la cual todas las virtudes dan fruto. Consiguió, en esta época tan difícil para la mujer, licenciarse con la máxima calificación en la Facultad de Filosofía y Letras de Zaragoza cuando eran contadas las mujeres que ocupaban un asiento en las aulas universitarias. Y, poco a poco, abriéndose caminos en lugares vedados para el sexo femenino, fue consiguiendo sus frutos: Archivera en las Delegaciones de Hacienda de Murcia y Valencia, bibliotecaria de prestigio, miembro de la Orden de Alfonso X el Sabio y, por último, sacó a la luz el famoso Diccionario de Uso del Español, el cual la colocó en el escalón más alto por su trabajo ininterrumpido durante quince años.

Ascendió merecidamente muchos escalones. Demasiados para una época en la que desgraciadamente no era costumbre que la mujer destacara. Por supuesto, todos muy bien merecidos. Pero, ¡ay, por Dios! Socialmente habían muchos diablillos y éstos impidieron que una mujer, tan grande y tan valiosa, fuese admitida para ocupar un sillón en la Real Academia de La Lengua. Está claro que esa negativa sí que fue una pincelada negra por ser mujer. Por sus trabajos en pro de la lengua, esta misma institución para compensar la quiso premiar con el Premio “Lorenzo Nieto López” un año después, más no le faltó personalidad para rechazarlo por el feo que le habían hecho. ¡Allí dejaste patente el valor de ser mujer!

Y por tu valía, tu grandeza, tu personalidad de no dejarte pisar por nada ni nadie, a ti van dedicados estas humildes palabras:

Y dinos, María, ¿cómo es posible que el léxico de nuestra lengua, que es infinito, pudieses encerrarlo en tu diccionario si la inmensidad de un mar no se puede recoger en una concha?

¿Cómo fuiste capaz de coger al vuelo tantas palabras aladas que salen fecundas por nuestras bocas?

¡A ti, mujer trabajadora, de obra maravillosa y excelsa, que a escritores de renombre tu valioso diccionario embelesa!