El gran teatro del mundo
Julio Sánchez Mingo
Homenaje a Ibáñez. |
Ya pasaron las elecciones del 23 de julio y parece que ha bajado la presión de la caldera política y, de momento, se ha atenuado la espiral de odio, insultos y descalificaciones que nos ha acompañado estos últimos cuatro años, llegando al paroxismo estas dos últimas semanas.
Ahora todos los partidos han desaparecido de la escena pública activa. Van a lo suyo, a lo de siempre, a las componendas, a lograr la más alta cota de gobierno y poder económico posible. Es la razón de su existencia, aunque pomposamente se hable de ellos como el cauce para la participación de la ciudadanía en la política y la gestión de la res publica. Sus responsables, adláteres y militantes luchan denodadamente estos días por asegurarse una buena poltrona y unos sustanciosos ingresos para los próximos cuatro años.
Se dan situaciones grotescas. A día de hoy, todos cortejan al paniaguado Puigdemont, que tiene la llave de la gobernabilidad del país. Lo hace hasta el propio PP, que, por boca de Rollán, le ha lanzado mensajes de amor, cuando hace unas jornadas le tildaba de demonio y de buscar, en concomitancia con el PSOE, la fractura nacional.
La ideología, los proyectos de futuro, los programas, ya no cuentan. Sólo interesa alcanzar el poder. Los vencedores se repartirán sus prebendas, como llevan haciendo en regiones y municipios desde las elecciones locales y regionales del 28 de mayo.
La política del día a día, no digamos las campañas electorales y las jornadas de votaciones, son una representación teatral, donde se adjudican los papeles de buenos y malos. Se dan situaciones paradójicas. Los vituperados y despreciados por elaborar y aprobar una reforma laboral muy perjudicial para las empresas, según el juicio de los administradores de éstas, o de implantar un impuesto adicional a la banca y a las energéticas, ven ahora, henchidos de orgullo, como las grandes sociedades obtienen resultados económicos récord. Y los ciudadanos más conservadores, los de mayores ingresos, contrarios a todo lo que huela a aborto —que ha dado los últimos coletazos estas semanas en el Tribunal Constitucional— y eutanasia, se aprestan los primeros a aprovechar las posibilidades que les ofrecen estos derechos civiles. Todavía tengo presente en mis recuerdos de juventud, cuando los padres bien, de misa y comunión diarias, estrictos observantes de los dictados del confesionario, mandaban de tapadillo a abortar a sus hijas a Londres. Los enemigos del divorcio, cuando éste llegó, llenaron los mejores despachos de abogados matrimonialistas de Madrid. Los pobres nunca se divorciaron, no tenían dinero para ello. Y sufrieron y sufren las ingratas cadenas de relaciones llenas de desamor y violencia.
En Italia claman por la eutanasia. Tanto es así que las dos últimas películas italianas que he visto tratan este tema. Acqua e anice, con Stefania Sandrelli, que interpreta a una vieja leyenda de la música ligera que se dirige a Suiza para poner fin a sus días, e Il colibrí, basada en la novela homónima de Sandro Veronesi, premio Strega 2020, que narra como el protagonista, para no ser objeto de los dolores físicos y psíquicos de un cáncer terminal, opta por ponerse en manos de un enfermero que le inyecta una sustancia letal, tras despedirse de familia y amigos en una ceremonia sobrecogedora. Pero la sombra de la Curia es alargada y los italianos llenarán por muchos años las clínicas suizas.
Buenos y malos, aliados y enemigos, el dinero, mucha hipocresía: el gran teatro del mundo.
PD. 01-08-2023. Ahora parece que la sargentona Gamarra desautoriza a Rollán y desmiente el propósito del PP de tener amoríos con el prófugo del destino dorado.
Mi abuela ,no sé por qué,llamaba a esto hacer fita
ResponderEliminarDescripción,para ella,de ser teatrero
Así que diría del panorama político"mucha fita es lo que hay"
Muy bien dicho Julio, lástima que no existan muchas personas que pensemos lo mismo aunque también cometamos algún error, errores en los que se basan los de siempre ya que de los aciertos no dicen nada.
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