23 marzo 2020


Soledad

Julio Sánchez Mingo

A Asun


Mi pobrecita amiga. Hace unos días perdiste a tu madre. Era muy mayor y tú ya estabas preparada, de una forma u otra, para el fatal hecho. Hubiera cumplido en breve noventa y ocho años. Aunque una madre es algo único, es nuestra referencia, nuestra identidad, nuestro refugio, como cuando éramos niños y nos acurrucábamos en su regazo. Al perderla quedas desvalido, expuesto, aunque durante años tú hayas sido, pretendidamente, el fuerte y hayas cuidado de una frágil anciana.
Pero ahí no queda todo. Una semana después ha falleció tu único hermano, víctima de un cáncer fulminante. El hijo no llegó a saber de la falta de la madre. Ella tampoco sabía del final implacable e inmediato que esperaba a su hijo. Pienso que te romperías por dentro, que el desgarro sería visceral, el dolor insoportable. Su hijo, tu único sobrino, tu familia ya sólo se reduce a él, aguantó. Pero ayer se hundió, se quebró, demasiado para un joven estudiante.
Y todo ello en mitad de esta tragedia de la infección del coronavirus, que obliga a todos a estar solos con nuestros pensamientos, nuestras inquietudes y preocupaciones, nuestros miedos, nuestros anhelos, sin contacto físico que tanto necesita y busca el hombre, en una lucha sin cuartel con nuestros sentimientos.
Prácticamente nadie te ha podido apoyar para acompañarlos en su último viaje a la última morada. Estos días la soledad envuelve a todos, a los que se van y a los que se quedan.

Yo, ahora, varado, aislado a miles de kilómetros de vosotros y de casa, no puedo hacer otra cosa que escribir, pensar lo mucho que os quiero, y esperar a ver si esta pesadilla termina y os puedo dar un grandísimo abrazo y rompemos esa soledad que nos lacera.

21 marzo 2020


¿Aprenderemos algo de la pesadilla del coronavirus?

Julio Sánchez Mingo

A Angélica

Apestados y untori. Peste de Milán de 1630, que Manzoni narra en Los novios.  .  
¿Seremos capaces de aprender algo de la crisis del coronavirus? ¿O por el contrario se impondrán la estulticia y, especialmente, el egoísmo humano?
Las lecciones que esta enfermedad nos ofrece son numerosísimas. Pero me temo que, pasado un tiempo, incurriremos en los mismos errores de siempre, simplemente nos olvidaremos de la enfermedad y... a esperar el próximo batacazo. Y, como decía un castizo como mi padre, el que venga detrás que arree.
No aprendimos nada de las grandes guerras, cuya tasa de mortalidad fue infinita, ¿cómo voy a ser ahora optimista?

¿Cómo hemos podido llegar a desarbolar la sanidad pública, pilar de la salud pública, que tanto dinero, esfuerzo y trabajo costó construir? ¿Cómo hemos podido apoyar a partidos políticos que han cerrado plantas enteras de hospitales y reducido la dotación de personal sanitario a límites alarmantes? ¿Cómo hemos sido tan ingenuos e ignorantes?
El pasado septiembre, de las cuatro alas de una de las plantas de traumatología del hospital Doce de Octubre de Madrid, a pesar de la desasosegante, para enfermos y familiares, e inaceptable, para un ciudadano responsable, lista de espera, dos de ellas estaban cerradas.
¿Cómo es posible que anteayer me dijera una queridísima amiga, veterana enfermera de Santa Cristina, frente a la Maternidad de O'Donnell:
Ayer estuve tratando a un sospechoso de contagio sin material de protección. Hoy nos lo han dado.
Somos tan inmorales que enviamos soldados al frente ¡a pecho descubierto!
Pero no olvidemos que, muchos de los que se asoman por las tardes a ventanas y balcones a aplaudir a los esforzados y heróicos sanitarios, apoyaron aquellas medidas en las urnas.
Y estas políticas han conducido a que, aquel que puede, pague un seguro médico, un impuesto revolucionario, para soslayar las listas de espera. Y, para más inri, con un nivel asistencial que, generalmente, deja mucho que desear. Además, si la sanidad pública española fuera excelente, obligaría a que la oferta privada fuera insuperable. Pero el empresario español tiene una gran querencia a vivir de las migajas del papá sector público. ¡Para que se va a esforzar si se lo dan todo hecho!

De la educación, si se me apura lo más importante con la salud, hoy prefiero no hablar. Pero no quiero dejar de señalar una gran lección de la situación actual, aunque tenga una gran carga de ¿demagogia? y afecte a los sentimientos nobles de mucha gente sencilla. ¿Qué aporta a la sociedad, por ejemplo, una gran estrella del deporte con ingresos multimillonarios? ¿Y un esforzado científico, ratón de laboratorio, de ganancias poco holgadas? ¿Por qué las escalas de valores de nuestra sociedad son tan aberrantes?
Meditemos.

De esta situación muchas personas saldrán fortalecidas espiritualmente, serán mejores. Lamentablemente, otras no.
Me recuerda a lo que me contaban mis padres y mis tíos de la guerra. También ahora hay gente que da lo mejor de sí mismo y otros que tienen un comportamiento absolutamente mezquino.
Es el momento de volcarnos con los demás, ayudarnos, apoyarnos, aunque sea en la distancia.
Cuidaos, mis queridos lectores.

Bibliografía recomendada
- Alessandro Manzoni: Los novios (I promessi sposi). 1840
- Albert Camus: La peste. 1947
- José Saramago: Ensayo sobre la ceguera. 1995

17 marzo 2020


Al hilo de la pesadilla del coronavirus, me pide mi querido y viejo amigo y compañero José M. Berbiela que le publique unos, por el denominados, ripios. No hay mejor manera de combatir esta extraña circunstancia, que obliga a tantos a estar recluidos, que leer, escribir, echar los vidrios rotos del alma como dice Galeano, y, por encima de todo, poder disfrutar de más tiempo en familia.
En un brevísimo texto, José María, como siempre, no da puntada sin hilo.
Salud para todos.
J.S.M.



Coronavirus. ¡Quédate en casa!

José M. Berbiela

¿Dónde está Wally? Corona virus edition. Martin Handford.

¿Es sostenible? ¿Cambio del clima?
¿Se romperá el equilibrio?
Guerra comercial. ¡Peligro!
¡Vamos, las bolsas en la cima!
¡Coronavirus que pasa,
yo me quedo en casa!

¡Qué lejos parece China!
Doce millones aislados,
muertos que son datos,
el resto del mundo camina.
¡Coronavirus que pasa,
yo me quedo en casa!

Todos con nuestro estrés,
producir, consumo, correr,
oímos noticias de Italia
un caso, en la isla canaria.
¡Coronavirus que pasa,
yo me quedo en casa!

Colapsados los mercados,
miles contagiados y apestados.
Yo, europeo ¿el encerrado?
¡En las fronteras discriminado!
¡Coronavirus que pasa,
yo me quedo en casa!

Los hijos requieren sus ratos,
están sin cole y son las doce,
recuperar juntos la prole
papá y mamá, ¡tiempos olvidados!
¡Coronavirus que pasa,
yo me quedo en casa!


A médicos y enfermeros,
vuelven a pedirles la luna,
es tiempo de todos a una,
daros las gracias ¡los primeros!
¡Coronavirus que pasa,
yo me quedo en casa!


08 marzo 2020


La florista de Horacio

Julio Sánchez Mingo

A mis amigas mexicanas, por el día de la Mujer


Se llama Tuli. En unos días cumplirá setenta y ocho años. Lleva cincuenta años como florista. Vive sola. Su único hijo, casado, la visita los sábados. Él trabaja como delegado comercial en una empresa de ferretería de unos alemanes, gente muy seria dice, que lo aprecian mucho. Tiene dos nietos, chica y chico, ella soltera, él y su mujer le han hecho bisabuela de una niña hace pocas semanas.

Nuestra protagonista regenta, ella sola, un kiosco de flores en el bulevar de Horacio, frente a los almacenes Liverpool. Se levanta muy temprano y, a las cinco de la mañana, acude a su puesto a acondicionarlo, limpiar y barrer. Después lo deja al cuidado de un bolero, un limpiabotas, que instala su sillón junto a ella, toma el metro y se dirige a comprar el género a la Central de Abasto, el monumental, monstruoso y gigantesco mercado mayorista de la Ciudad de México. Carga sus flores en un taxi, que le cuesta 120 pesos, y retorna a su puesto de trabajo, donde llega sobre las nueve de la mañana.
¿Cómo va el negocio?— pregunto.
Regular, sube y baja. Esta zona no es habitacional, es casi toda de oficinas. El kiosco de la esquina de Lope de Vega, frente a la plaza Uruguay, vende tanto porque allá hay muchas viviendas y, además, hacia la boca del metro de Polanco, el flujo de gente es constante.
¿Le cobra mucho el ayuntamiento por ocupación de la vía pública?
No, yo no pago nada. Por ser de la tercera edad estoy exenta.
—¿Y no piensa en jubilarse?
—Si me quedara en casa me moriría.


Hoy, domingo ocho de marzo, día de la Mujer, Tuli no irá a la multitudinaria manifestación que discurrirá desde el monumento a la Revolución hasta el Zócalo. Tiene que atender su negocio hasta las ocho y media de la tarde.

Unas rosas de Tuli