La foto
Julio Sánchez
Mingo
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2023-10-12 Un hombre besa el cadáver de un niño en el exterior de la morgue del hospital Al Shifa de Gaza. Mohammed Talatene (Europa Press). |
Esta foto parte el
alma. A poca sensibilidad que se tenga. Transmite el infinito dolor
del adulto que sostiene el paquete que contiene a su ser querido, su
impotencia y desesperación. También mucha muerte, personificada en
los dos bultos tirados sobre la plataforma del vehículo y cansancio,
hastío y conmiseración del personaje apoyado en las barras que
cierran la caja de la furgoneta, que, impaciente, se contiene para no
atosigar al doliente.
Y te hace pensar en
todo lo que hay detrás. En lo sucedido y en lo que está por venir.
En la cultura del odio y el resentimiento y en como una injusticia
movida por intereses espurios ha devenido en una espiral sin fin de
violencia atroz.
Todo
empezó con la declaración Balfour de 1917, recién arrebatada
Palestina al Imperio otomano, que dio cancha a las ideas y deseos del
judío austrohúngaro
Theodor Herzl, creador del sionismo político moderno. Gracias
a británicos, EUA y los complejos de culpabilidad de los alemanes
por el genocidio nazi, los sionistas pudieron crear en 1948 un estado
en tierras de otros, desplazando a cientos de miles de personas,
obligadas a abandonar sus casas.
El resto hasta nuestros días es archiconocido. Seis guerras, dos
Intifadas,
en la primera de las cuales los chavales y jóvenes palestinos se
enfrentaron con piedras a los fusiles de los soldados israelíes, que
los masacraron. No hay que olvidar, como señalaba la semana pasada
en un artículo el músico Barenboim, que, durante la Primera Guerra
Mundial, la población judía del territorio era tan solo el 9% del
total y añadía: ”… El pueblo judío acariciaba un sueño: una
tierra propia, una patria para todos los judíos en lo que hoy es
Palestina. Pero, de este sueño, se derivaba un supuesto profundamente
problemático, fundamentalmente falso: una tierra sin pueblo para un
pueblo sin tierra… “.
El escenario es
desolador: territorios ocupados y un país de antiguos campesinos y
pastores de cabras y ovejas —
ahora convertidos
en su mayoría en refugiados—
mediatizado por unos grupos terroristas y convertido en un campo de
concentración, cercado por un estado terrorista, a su vez comandado
por terroristas. Dolor y muerte allá donde se mire. Se mezclan la
religión y la política. Los fanáticos religiosos y nacionalistas
de ambos bandos campan a sus anchas por doquier. El derecho
internacional no se cumple y las resoluciones de Naciones Unidas son
papel mojado, no se respetan ni se ejecutan. Paradojas de la
humanidad, genéticamente hablando, palestinos y judíos, enemigos
acérrimos, son el mismo pueblo.
El escritor David
Grossman, en un artículo publicado el pasado 13 de octubre,
reivindicaba una vez más la existencia del estado de Israel como
hogar nacional del pueblo judío, calificando la idea de los padres
fundadores de grandiosa y sublime. Cargaba contra Hamás y su
comportamiento asesino —algo
incuestionable—
del sabbat
negro del 7 de octubre, reconocía los daños y males infligidos a
los palestinos desde 1948 y tildaba de crimen la ocupación. Sin
embargo, exigiendo contención a los palestinos, no cedía un ápice
en su posición, la postura radical establecida por el sionismo desde
el siglo XIX. Con estos planteamientos, ¿que futuro nos espera,
máxime con gobiernos israelitas ultranacionalistas, agresivos, terroristas, ultraderechistas, racistas, supremacistas y corruptos como el de
Netanyahu? ¿Cómo pueden nacer monstruos que declaran ultimátums
que exigen el traslado de millones de personas de un día para otro
en una situación límite y absolutamente conflictiva, con los hechos
del sabbat
negro, sus secuelas y sus posibles consecuencias aún calientes?.
Isaac
Herzog, el presidente israelí, ha llegado a afirmar que en Gaza no
hay inocentes, que es toda una nación la responsable. ¿Cómo
se puede hacer pagar a tanta gente por el pecado de unas milicias
terroristas fanatizadas que son el fruto de la represión y de la
desesperación de un pueblo martirizado desde hace casi ochenta años?
Aquella
exigencia ha
desencadenado el éxodo forzado de miles de gazatíes que además
sufren el bombardeo incesante e indiscriminado de su tierra y sus
casas, llegándose al culmen de la matanza del hospital Baptista de
Gaza, con casi casi medio millar de víctimas mortales. Una
gigantesca catástrofe humanitaria más. No quiero imaginar el futuro
que aguarda a los miles de presos palestinos encarcelados sin juicio
en Israel o a los rehenes judíos capturados, que hasta ahora al
menos servían para que algunos prisioneros árabes pudieran ser
canjeados y ver la luz de la calle.
Mientras escribo
estas líneas, escucho las risas y gritos alegres de los pequeños de
mi familia celebrando el séptimo cumpleaños de la mayorcita,
ignaros de la tragedia que se desarrolla a 12.500 kilómetros de
distancia, donde los que llevan la peor parte son niños, mujeres y
ancianos palestinos.
No se me ha
olvidado la imagen de televisión del 30 de septiembre de 2000 del
adolescente Muhammad al-Durrah, guareciéndose tras su padre para
protegerse de las balas del fuego cruzado entre soldados israelíes y
combatientes palestinos. Finalmente murió tiroteado, a los 12 años
de edad. Será muy lamentable, pero me temo que imágenes y fotos
como éstas se volverán a tomar muchas veces en Oriente
Próximo.

PD. El público debería volver a
ver el documental Nacido en Gaza, del reportero Hernán Zin,
estrenado en 2014, tras la sangrienta ofensiva israelí sobre Gaza de
ese verano. Hubo 2.205 muertos palestinos, de los cuales 1.563
civiles, de estos 538 menores de edad. Recoge
opiniones de niños palestinos que hablan sobre su tragedia cotidiana
y los horrores que acaban de vivir. ¿Qué
habrá sido de ellos? ¿Se habrá unido alguno a Hamás? Sin
duda, este documental ayuda a entender la situación de Oriente Próximo y constatar que Gaza, objeto de un cerco absoluto, es un infierno de hacinamiento y violencia, donde malviven dos millones de palestinos, de los cuales el 40 % tiene menos de 15 años y más de la mitad es pobre de solemnidad. En
el momento presente, como si de un asedio medieval se tratara, se
impide que el agua, los alimentos, las medicinas y el combustible
lleguen a los 2,3 millones de habitantes de la Franja.