19 noviembre 2021

¿Pedir perdón por la Conquista?

Clementina Cruz

Detalle del Lienzo de Tlaxcala. Siglo XVI: Malinalli traduciendo a los mexicas para Cortés.

Antes de entrar en materia y valorar si el jefe del Estado o del Gobierno español y el papa de Roma deben pedir disculpas al pueblo mexicano por los excesos cometidos durante la conquista, evangelización y colonización de los imperios que ocupaban en 1519 la futura Nueva España, quisiera hacer un breve comentario sobre una persona que para mí es de capital importancia. Por machismo o discriminación sexista, hasta la fecha ha sido tachada de traidora a su pueblo. En mi humilde opinión, fue una mujer muy inteligente y muy culta para su época. Me refiero a Malinalli, o doña Marina, como fue bautizada por los españoles, o La Malinche, como posteriormente los mexicanos terminaron llamándole. Ella fue pieza fundamental en el proceso inicial de la conquista. Aunque manipulada por Hernán Cortés para alcanzar sus fines, su actuación permitió que se estableciera la necesaria comunicación entre los españoles y los pueblos americanos aborígenes, todos ellos de raza, cultura y lengua muy diferentes. Lamentablemente, su condición femenina ha impedido que se haya reconocido su gran valía y aportación al nacimiento de lo que es ahora el pueblo mexicano.

Volviendo al tema principal que nos ocupa, creo que a estas alturas no tiene sentido la presentación de las excusas demandadas. ¿De que servirían unas palabras pronunciadas solamente por compromiso o por razones políticas? No se remediaría nada. Tampoco nuestros antepasados tuvieron respeto por su propio pueblo, también cometieron atrocidades. No lo digo yo, lo reconoce la Historia. Hay un refrán muy popular entre los mexicanos: el qué es buen juez, por su casa empieza. Por ello mencioné a Malinalli. De ser de noble cuna, pasó a ser esclava, para después ser entregada a Cortés. ¿Dónde está la coherencia en este asunto de las disculpas solicitadas? Esta controversia se dilatará y, mientras haya gente con ideas peregrinas, se seguirán cometiendo locuras y atrocidades. Más vale que los responsables políticos se preocupen por lo que sucede en nuestro país y trabajen para solucionar los problemas que nos martirizan, que no son pocos.

Clementina Cruz es de Oaxaca. Reside en Chalco, en el Valle de México, la aglomeración urbana más poblada de América, que también comprende la Ciudad de México.

12 noviembre 2021

VI Premio La Foto del Verano de Diario de Madrid. Resultados

Jugando con el viento, de Asun García, residente en Santander, ha resultado ganadora del VI Premio La Foto del Verano de Diario de Madrid, de acuerdo con las votaciones del jurado compuesto por Campo García, María Luisa Sánchez Mingo, Chon Zuza, María Luisa de Córdova, Paola Guadalaxara, Marisol Martínez, Jesús Ramos, Ugo Picazio y Gonzalo Silván.

Enhorabuena a la vencedora, que recibirá en breve el correspondiente galardón, una aguada del insigne pintor Antonio Lago Rivera (1916-1990), a los finalistas y a la merecedora de la mención especial del editor a la mejor fotografía de actualidad. Muchas gracias al resto de participantes por su contribución y esfuerzo y a los miembros del jurado por su inestimable labor.

Asun García: Jugando con el viento.



 Obras finalistas (por orden de puntuación del jurado).

Maricarmen Rizo: Gaviota al ocaso.

Daniel Martín: Rincones con encanto.

Rosa García: Un cielo confuso.

Rosa García: Relinchos en la niebla. 

Enrique Pursall: Mirada.

Sergio Rizo: Reflejos.

Enrique Pursall: En la tierra.

Sergio Rizo: Velero y el mar.

Luis Tallón: Acecho.

Mariló Prieto: Juegos al atardecer.

Enrique Pursall: Al sol.

Maricarmen Rizo: Atardecer entre ramas.

Maricarmen Rizo: Gigante blanco.

Sergio Rizo: Atardecer en rojo.

Rosa García: Atardecer en San Román.

Enrique Pursall: Carpinchos.

Luis Tallón: Crepúsculo.

Mención especial del editor a la mejor fotografía de actualidad.

María Yañez: Reclusión doble.

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06 noviembre 2021

La cesta

Julio Sánchez Mingo

A María Luisina por su cumpleaños


Madrid, principio de los años 60.

El profesor Picazio imparte clases de las asignaturas de Matemáticas y Ciencias en las Escuelas Italianas. Su hijo mayor está enfermo del corazón y por ese motivo acuden regularmente a la consulta de un cardiólogo.

El padre de uno de sus alumnos es el delegado para la Península Ibérica de Finmeccanica, la agrupación de empresas metalúrgicas del Estado italiano, entre las que se encuentra el fabricante de automóviles Alfa Romeo, cuyos vehículos son muy apreciados y difíciles de conseguir, especialmente en España. La renombrada firma acaba de presentar un modelo espectacular, objeto de deseo para muchos, al alcance de muy pocos: el Giulia.

El galeno se encapricha del flamante lanzamiento pero encuentra muchas dificultades para adquirir una unidad. La disponibilidad es muy escasa y la demanda muy grande. Además es preciso obtener el correspondiente permiso de importación, cuyo tráfico ilegal está en manos de los prebostes del Régimen. Le dan largas. Harto de esperar no se le ocurre mejor idea que recurrir al padre de su jovencísimo paciente, para ver si conoce a alguien con influencias entre la colonia de italianos de la capital. El milagro se consuma. El bueno del educador se dirige a su compatriota el directivo del conglomerado industrial, que consigue un flamante turismo Alfa Romeo Giulia para el impaciente médico. A partir de ese momento podrá presumir por las calles de Madrid, por aquel entonces casi vacías de coches.

Llegan las Navidades. Suena el timbre de la puerta en casa del profesor. Dos empleados traen una cesta gigantesca, de varios pisos, con dos jamones entre otras muchas exquisiteces. Menudo jolgorio se monta: la madre de carácter muy expansivo— eufórica y los chavales dando brincos de alegría. Es de suponer que el padre también está feliz y contento, pero se contiene para transmitir una imagen de hombre comedido. No en vano representa ese papel todos los días, tiene que lidiar con clases de veinte becerros.

Conociéndolos, seguro que repartieron el regalo del doctor entre sus allegados.

Según el hijo pequeño de la familia, el obsequio medía más de dos metros de alto. ¡Estos italianos son tan exagerados como los andaluces!