Mis ferreteras
Julio Sánchez Mingo
Cierra la ferretería del barrio, mi ferretería, la ferretería de las hermanas Molina, en Doctor Esquerdo.
El goteo de clausuras de tiendas tradicionales en Madrid es imparable. La ciudad va perdiendo su identidad, su esencia, se altera su paisaje urbano, y, sin darnos cuenta, de la noche a la mañana, nos encontramos en un espacio desconocido, donde reaperturas y cierres se suceden a velocidad de vértigo, con un saldo negativo: cada vez hay más espacios vacíos, disponibles. Con ello, poco a poco, se va yendo algo de nosotros mismos. Son acontecimientos que nos golpean, dolorosos en ocasiones y algunos nos tocan muy de cerca. El año pasado tuvo que bajar la persiana Casa Alsina, que empezó como una pequeña fábrica de medallas y se convirtió en unos de los lugares de referencia en España para comprar ornamentos, artículos y objetos religiosos, con producción propia y talleres de imaginería y orfebrería. Lo fundó mi bisabuelo José Alsina Mascibí, un emprendedor de origen catalán, el padre de mi abuela materna, donde ella trabajó hasta casarse. El negocio se estableció primero en la calle de Toledo y después, en 1886, se trasladó a Bordadores, frente a la portada de la fachada principal ―en desuso, se entra por Arenal― de la iglesia de San Ginés.
Tres factores son los que fomentan la pérdida de nuestro comercio tradicional: las jubilaciones sin reemplazo familiar, la compra por Internet y los alquileres de los locales que poco a poco se han ido poniendo por las nubes. Por estas razones sólo se abren bares y otros establecimientos de hostelería, que son negocios de mucho margen, alta rotación, stocks de un día y personal nada calificado con salarios de miseria, a pesar de lo cual, muchos de ellos duran menos que un caramelo a la puerta de un colegio.
En Narváez también desaparece, por jubilación, la ferretería del mismo nombre, Azucena abandonó hace poco su, más que tienda, chiscón de venta de material y ropa de montaña y los escaparates de La Comercial Narváez, una acreditada carnicería y charcutería, dejaron este otoño de ofrecernos sus exquisitas viandas y su cerramiento muestra cada amanecer una pintada más. El barrio se ha ido desfigurando y perdiendo su carácter a una velocidad pasmosa, sin que nos diéramos cuenta: mercerías, cristalerías, jugueterías, tiendas de variantes, de golosinas, librerías, unoa billares, alguna pastelería, mantequerías, charcuterías, comercios de toda la vida ya no existen. Hasta lo bazares chinos, un clásico moderno de nuestras ciudades, cierran y el mercado de Ibiza agoniza a duras penas, con puestos cerrados, otros dedicados a bares y la mitad de su espacio ocupado por un anodino supermercado y un lánguido centro cultural municipal, que no abre por las tardes.
Las tres hermanas Molina, cordiales, afables, de la vieja escuela, más listas que el hambre, con su sempiterno guardapolvo azul, con el oficio bien aprendido, excelentes profesionales, lo dejan por jubilación. Su padre abrió el negocio en 1953, al poco de terminarse de construir el bloque de la manzana que también da a Ibiza, Antonio Arias y Sainz de Baranda, donde vivieron mis queridos amigos y compañeros Pachy, Begoña y Jesusito. En su ferretería se encuentra ―dentro de poco diremos se encontraba― de todo. Y si algo no lo tienen, te indican donde poder adquirirlo, con lo que una visita a su establecimiento siempre es fructífera. Son absolutamente analógicas. Las cuentas las hacen en un papel cualquiera. Ahora que me voy a meter en reformas, ¿dónde acudiré? ¿A un hiper o a una gran superficie especializada, donde todo se comercializa en blister y los dependientes, más bien reponedores, son casi siempre personal de paso, sin estabilidad profesional? Para muchísimos artículos la compra en línea es inviable y cara.
Hace pocos días pasamos por delante de su escaparate y comenté que está lleno de polvo de años. Mi acompañante me replicó: ―¿Para qué lo van a limpiar, si tienen de todo, de calidad, no son careras y son tan amables?
―¿Hasta cuándo os quedáis? ―pregunté el martes pasado a María, la mayor de las tres hermanas.
―Hasta que llegue uno con la mandanga ―me respondió castizamente.