27 junio 2020

Convocatoria del V Premio La Foto del Verano de Diario de Madrid


Se convoca el V Premio La Foto del Verano de Diario de Madrid, el blog de Julio Sánchez Mingo, con arreglo a las siguientes bases:

1.- Podrán concurrir todas las personas que lo deseen, cualquiera que sea su nacionalidad, con un máximo de 5 trabajos, excepto el vencedor de la IV edición de 2019.

2.- Las fotografías presentadas deberá reunir las siguientes condiciones:
a) Ser originales e inéditas.
b) No haber sido premiadas ni estar participando en ningún otro certamen.
c) El tema es libre.

3.- Los originales, en formato digital, se remitirán por correo electrónico, antes de las 24 horas del 30 de septiembre de 2020, a la dirección diariodemadrid@yahoo.com, con la mención en el asunto V Premio La Foto del Verano de Diario de Madrid. En el mensaje se indicarán los siguientes datos: nombre y apellidos del autor, su dirección, teléfono, dirección de correo electrónico y títulos de las imágenes.

4.- El editor de jsanchezmingo.blogspot.com designará al Jurado. Éste estará compuesto por un mínimo de tres personas y realizará la elección final de la obra ganadora.

5.- Antes del 30 de noviembre de 2020 se publicará el fallo del Jurado en jsanchezmingo.blogspot.com. Simultáneamente será comunicado por teléfono y correo electrónico al autor triunfador, en cuyo momento se le informará también del lugar de entrega del correspondiente galardón, obra de un artista plástico de reconocido prestigio.
El trabajo vencedor será publicado en jsanchezmingo.blogspot.com en los días sucesivos a la proclamación del resultado, junto con una selección de obras presentadas al concurso.

6.- El premio no podrá declararse desierto. La decisión del Jurado será inapelable.

7.- No se mantendrá correspondencia con los autores de los trabajos presentados desde la publicación de la convocatoria hasta después del fallo del Jurado, excepto para la aclaración de cuestiones relativas a estas bases o a la correcta recepción de los trabajos presentados a concurso. La resolución de todas las cuestiones que puedan surgir o plantearse sobre este certamen son de exclusiva competencia del editor de jsanchezmingo.blogspot.com, en calidad de convocante.

8.- La participación en este concurso supone el conocimiento y aceptación de las bases que lo regulan, así como el acatamiento de cuantas decisiones adopte el editor de jsanchezmingo.blogspot.com en lo relativo a su interpretación y aplicación.

Madrid, junio de 2020

Diario de Madrid, el blog de Julio Sánchez Mingo

19 junio 2020

Relato ganador del IV Premio de Escritura Breve de Diario de Madrid 2020
Un cuento para Sara
Jose D. Torres
Un cuento para Sara, de Jose D. Torres, de Puebla del Caramiñal (Galicia, España), ha resultado vencedor del IV Premio de Escritura Breve de Diario de Madrid 2020.
Al mísmo han concurrido 182 trabajos que han sido enjuiciados por un jurado compuesto por 29 miembros, de México y España, a los que se agradece su labor. Sin ellos, este certamen no hubiera sido posible.
A todos los participantes, de América, Italia y España, muchas gracias por su esfuerzo y contribución y una efusiva enhorabuena al triunfador.
El correspondiente trofeo, una pintura del reconocido pintor Gonzalo Silván Lago, le será entregada al ganador este próximo otoño.

El editor dedica esta publicación a la memoria de Mercedes Lanz Piniés y al recuerdo de Cristina Pérez Gabrielli y su buen hacer artístico

Cristina Pérez Gabrielli (1952-2019)

Cuando ya la noche despertaba, Sara y Ana se juntaron en la habitación.
¿Qué cuento quieres esta noche? — preguntó Ana, mientras Sara se deslizaba bajo las sábanas.
El qué tu quieras. Esta noche eliges tú— respondió Sara.
Está bien, entonces voy a contarte la historia de Traste— dijo Ana mientras se acomodaba en la silla de madera cerca de la cama.
¿Ese cuento no será de una malvada bruja?, porque si es así, ya me lo sé — afirmó Sara de forma tajante.
No, no es de una bruja malvada— sentenció Ana.
Cuando Ana estaba a punto de pronunciar la primera palabra del relato, Sara levantó su mano derecha como quien pide permiso en clase para ir al baño.
¿No será la historia de siete enanitos que van al bosque? — susurró Sara.
No, tampoco. No es la historia de siete enanitos— declaró Ana con una mueca en su rostro.
Vale, venga, entonces sigue, que hoy te estás entreteniendo mucho— regañó Sara.
Ana carraspeó su garganta con la intención de aclarar su voz y dar comienzo a la narración.
Érase una vez, en un pequeño pueblo bañado por el mar, vivía una niña pizpireta de dientes separados y pícara sonrisa, a la que todos llamaban Traste.
Pero Ana, ¿de verdad en este cuento no sale ninguna bruja malvada?, ¿ni enanitos?, ¿ni siquiera una bella durmiente a quien un príncipe encantado despierta con un beso?— interrumpió Sara levantando su cabeza de la almohada.
Ana cerró los ojos con la intención de encontrar, en algún lugar de aquella oscuridad momentánea, una brizna de paciencia.
¿Quieres que el cuento tenga una bruja malvada, o siete enanitos, o una bella durmiente a quien despierte un príncipe encantado? — interpeló Ana resignada.
No, por favor, qué lata, mejor el de Traste.
Muy bien, pues entonces no me interrumpas— demandó Ana sonriendo.
Traste vivía con sus padres y su hermana pequeña Clara, con quien jugaba a la rayuela, la peonza e, incluso, a indios y vaqueros.
Los fines de semana ayudaba a su madre a confeccionar collares de conchas marinas que luego vendían en el mercado que se organizaba los viernes por la mañana en el pueblo. Con las exiguas ganancias, podían comprar una pastilla de jabón o una botella de leche si ese día tenían suerte y conseguían vender todo el género.
Un viernes, durante el rato que su madre se ausentó, una señora se acercó a su pequeño puesto. Para sorpresa de Traste aquella mujer compró todos los abalorios, dándole además una propina. Traste no podía creer la suerte que había tenido y al ver que su madre regresaba, guardó la moneda extra en el pequeño bolsillo de su vestido. Era, sin duda, su pequeño tesoro y su gran secreto.
Durante días, Traste le dio vueltas a la cabeza. No sabía que hacer con aquella moneda. Pensaba que debía dársela a sus padres, pero también que podía usarla para comprar algo, pero cuanto más cavilaba, menos sabía qué hacer.
Una tarde, mientras daba un paseo, vio como la tienda del señor Santos abría sus puertas y decidió entrar.
En el interior se disponían en una hilera perfectamente ordenada unos botes de cristal llenos de chocolates, caramelos y regaliz. Frente al mostrador se acomodaba todo tipo de material de papelería; cuadernos escolares de una raya como hilos de cometa, de dos rayas como las vías del tren, o cuadriculadas como su tía Avelina, al menos eso era lo que solía decir su madre. También había gomas de Milán, que no venían de la ciudad italiana, sino de la fábrica de Albacete en la que trabajaba su tío Sebastián. Y lápices de todos los colores como las flores que plantaba su tía Consuelo.
Traste caminó a lo largo del pasillo hacia el fondo del local. Allí encontró una estantería de madera con varios libros alineados cuyas portadas actuaron como un imán. Ojeó cada uno de ellos y en aquel preciso instante supo, con toda certeza, en qué invertiría su moneda.
¿Me quieres decir que Traste cambió una bolsa de chocolates por un libro?— interrumpió Sara abriendo los ojos como platos en señal de desaprobación.
No la cambió, simplemente se dio cuenta que lo único que quería era un libro— le aclaró Ana acariciando su mejilla con la yema de sus dedos. —Traste se fue al mostrador y pagó con su moneda la nueva adquisición.
Durante días se refugió en su habitación. Tendida en su pequeña cama navegó en búsqueda de una isla que escondía el tesoro de un famoso pirata. La emoción de sentirse alzada en el palo de mesana, apoyada sobre la cofa y gritar al viento, envolvió a Traste en un ciclón de sensaciones tan profundas que, cuando terminó de leer aquel relato, supo a qué dedicaría el resto de su vida.
No me digas que Traste se convirtió en pirata, ¡con lo mal que les huelen los sobacos!— censuró Sara.
No Sara, Traste no se convirtió en pirata. Después de leer aquel libro decidió ser escritora. En su interior sentía que se acumulaban miles de historias, tan fantásticas, como aquella que acababa de leer.
Pasaron los años y Traste escribió sin parar. Consiguió hacer reír de tristeza a muchos lectores y llorar de alegría a otros tantos.
Sin embargo, con el tiempo, su lucidez se fue apagando y sus personajes se perdieron entre sombras caliginosas, a las que no era capaz de reconocer. Sus relatos languidecieron relegados a meros objetos inertes para ella.
Ana notó que Sara se había quedado dormida. Se incorporó y le dio un grácil beso en la frente deseándole dulces sueños. Al salir, apagó la luz y abandonó la habitación.
Camino a su habitación su madre asomó la cabeza por la puerta del salón y preguntó: —¿Se ha dormido ya la abuela?
Sí, aunque le ha costado un poquito. Ya sabes que a la abuela Sara le gusta participar en los cuentos. Siempre ha sido muy traste.

Cristina Pérez Gabrielli


12 junio 2020

El parque de las llantas
Maricarmen Rizo
Fotos de la autora


DRAE. Llanta (América): Neumático.

Es el mejor parque de diversiones para los niños de la comunidad, no conocen muchos más lugares de entretenimiento, pero ahí pasan las mejores horas de su día, brincando de una llanta a otra. La mayoría de los pequeños que ahí van a distraerse jamás han visto juegos mecánicos, circos, ni mucho menos Disney. Sin embargo, viven momentos de alegría, bajo un sol abrasador, ideando nuevas formas de jugar con lo único que tienen: llantas y más llantas; las más codiciadas están pintadas de color.
Nuestro mágico parque está ubicado en alguna zona rural de Cancún, Quintana Roo, México, pero nada tiene que ver con el conocido atractivo turístico que ofrece está paradisíaca ciudad. En este emplazamiento improvisado no existe pavimento, ni alumbrado público, mucho menos una palapa o algo que los cubra del sol, la lluvia o el viento; los pequeños tienen que aprovechar la luz del día para jugar.
Y ahí, en ese inusual lugar, en un sábado de primavera, antes del coronavirus, cuando el termómetro marcaba 40 grados centígrados, pero con la sensación de 45 grados o más, apareció Leonel. Estaba descalzo, sin camiseta y con unas bermudas que apenas le llegaban a la rodilla. Detrás de él estaba Valentina, su hermana, ambos de entre 7 y 5 años de edad. Fueron los primeros en el punto de encuentro y esparcimiento de la zona.
Los pequeños llegaron corriendo y con una enorme sonrisa, habían hecho una reta para ver quien tocaba primero alguna de las decenas de llantas colocadas una detrás de otra a la intemperie. Algunas estaban colocadas en forma de gusano y tienen color gracias a que el papá de alguno de los niños puso manos a la obra para hacer más agradable el parque improvisado.
Es contrastante y conmovedor ver ese ingenioso centro de recreo en la considerada joya del Caribe, ahí donde se gastan miles de pesos y de dólares diariamente, pero que no alcanzan o no son bien distribuidos hacia todos sus habitantes. Está desigualdad parece no importar a los pequeños, que, al menos por ahora, no entienden y desconocen la desproporción de la que forman parte. Sin embargo, sí tienen un sueño: que algún día “traigan más llantas y algo pa' taparlas porque pican con el sol”. Así de simple, así de emocionante es lo que ellos esperan y así de triste para quienes conocemos otra realidad.
El reflejo en sus caritas es de felicidad auténtica, aquella que no necesita de lujos para jugar, imaginar, soñar y convivir. Son sentimientos contradictorios los que un adulto, con un poco de sensatez, siente al estar ahí frente a ellos. Por un lado, la alegría producto de la creatividad e imaginación, pero por otro ver de frente la cruda realidad de la gran desigualdad que tenemos en nuestro país, en una misma ciudad, en una misma colonia. Tomemos el ejemplo de la maravilla de maravillarse y disfrutar de unos simples neumáticos, de la belleza de las cosas simples, pero siempre aboguemos y ayudemos a los más desafortunados desde nuestras posibilidades.


05 junio 2020


Ligero de equipaje

Ugo Picazio


Después de diez años nos habíamos dejado. Mas para mí no se había acabado del todo... En estas cosas casi nunca hay coincidencia, uno de los dos sufre, puede que, incluso, los dos. !Menudo descubrimiento el de este tío raro! Lo que voy a narrar no tiene nada de original.
Por ello, querido lector, te doy las gracias por tu benévola atención.

Se conmemoraba en Livorno la fundación en 1921 del Partido Comunista ―no te asustes, no voy a hablar de política―. Tren de Formia a Roma y, desde allí, en autobús, hasta el lugar de la celebración.
Yo sabía que ese día ella iría a la capital, a su curso de pintura. Después de varios meses sin vernos, le pedí que hiciéramos el viaje juntos hasta Termini. Ella tenía que subirse en Fondi. Coincidir en el mismo coche no supondría problema alguno gracias al móvil, que hace tan fácil ciertas cosas. Mis jóvenes compañeros, prevenidos, guardaron para ella el asiento contiguo al mío. Yo disimulaba indiferencia. En Fondi no me contuve, me asomé a la ventanilla y allí, en el andén, estaba ella.
Cálmate, apacíguate corazón. Qué guapa es, demasiado para mí.
Aparece, la presento a los amigos más cercanos y nos acomodamos juntos.
¿Qué le voy a decir?
Qué bien te cae esa chaqueta...
Gracias Ugo― y me regala media sonrisa... Se pone enseguida, relajadamente, a consultar su Facebook. Podía dejarlo, pero no. Monte San Biagio, Priverno, Latina... su mirada siempre clavada en la maldita pantalla. De vez en cuando una risita por algo gracioso que oculta con el dedo.
Coño― pienso yo, menuda metáfora sutil. Tantos años juntos y ni siquiera me pregunta: ―Gilipollas, ¿cómo te va?
Mi corazón ha restablecido su frecuencia normal, algo ha cambiado. Las mujeres, como dice la canción, saben cuando el juego se ha acabado. Mi cariño ya no se refleja en ella, no encuentra en ella el espejo que multiplica las emociones. No hay luz que brille... rien ne va plus!

Yo, para todo viaje,
siempre sobre la madera
de mi vagón de tercera,
voy ligero de equipaje.

Me viene a la cabeza, no se por qué, este poema de Machado... Ya no hay tercera en los trenes y los asientos no son de madera. Pero, ligero de equipaje, eso sí me siento. Don Antonio realmente no habla de maletas, habla de un viaje interior sin apegos, disfrutando del momento presente, sin tener prisa por la llegada a la estación de destino, austero y humilde. Y también sosegados tienen que ser los pensamientos... Ya está bien de rumiar siempre lo mismo: ―¿Que mal le he podido hacer? No es justo que ya no me quiera. Necesito una cura milagrosa, estas elucubraciones mentales me dañan. Tengo que cambiar, tengo que decidirme ya —decidir, cortar, caedo, caedis—, algo parecido al corta y navega que decíamos nosotros los chavales en una lejana Madrid de otros tiempos, imitando con dos dedos unas tijeras.
Yo con mis reflexiones. Ella ahora en Instagram.
Campoleone, me levanto y, por fin, me dirige la palabra: ―Sigues con tu ansiedad, !todavía faltan diez minutos para la llegada!
Me arrepiento de mi contestación, mientras le digo: ―A ti tampoco se te ha pasado la costumbre de romper los cojones. !Me levanto porque no quiero estar a tu lado ni un minuto más!
Nos bajamos del tren con nuestras banderas enrolladas, a toda prisa, los autobuses no esperan.
Su voz me persigue: ―Ugo espera, ¡dime qué pasa!
No pasa nada.
Cuando estoy enfadado camino muy rápido y nadie me alcanza.
Regresamos muy tarde, tenía la voz enronquecida de chillar eso de: ―Viva un gran partido comunista―, con una intensidad que poco tenía que ver con mis pasiones políticas.
Mucho mas ligero de equipaje, empieza otro capitulo de mi vida.
A ti, mi amigo lector, y también a mí mismo, deseo felices singladuras y fuerza y tesón frente a las tempestades. Ad maiora!