26 febrero 2021

 

De cursis, bocazas y tiralevitas


Julio Sánchez Mingo


J. S. M.

La semana pasada leí en el periódico que los dirigentes de la región y el metro de Madrid van a cambiar el nombre de la estación de Atocha-RENFE algo obligado por el fin del monopolio ferroviario de esta compañía por la pomposa y absurda denominación de Atocha-Constitución del 78. Una peregrina ocurrencia que los retrata certeramente. Con mucho criterio y sentido común, una lectora comentó al pie de la noticia del cambio de denominación de la parada de metro: "... pero a estos piernas mas le valdría respetarla que llenarse la boca mencionándola".


No se dan cuenta de que los nombres de las estaciones de un metropolitano deben simplemente reflejar su emplazamiento, sin más gollerías ni cursiladas. Pero les puede su esencia, su tendencia a la adulación, el llenarse la boca con frases vacías y conceptos inoportunos. Qué fácil y sencillo hubiera sido Estación de Atocha. Al anunciar el cambio, Aguado, el vicepresidente regional, declaró me parecía estar escuchando al inquilino de El Pardo que el cambio responde a “una deuda pendiente con uno de los momentos más importantes de nuestra historia", como homenaje a “la garante de la convivencia entre españoles durante los últimos 40 años". La controvertida Constitución de 1978, tan obsoleta en demasiados aspectos, técnicamente muy floja, que tantas críticas suscita y que los responsables políticos muchas veces se cuidan muy mucho de no cumplir y tantas otras utilizan como arma arrojadiza, según les cuadre. Los de Colón se han apropiado de la bandera y ahora quieren hacer lo mismo con la Ley Fundamental. Hay que señalar que los muñidores de la Transición, los padres de la Carta Magna, nos endilgaron la herencia maldita del dictador Franco, los Borbones, con el Emérito a la cabeza, que nos ha salido rana por miedo a la reacción de los militares y de los poderes fácticos. Y fueron capaces de escribir lo siguiente, que no sé si cuando lo hicieron estaban hasta las cachas de orujo o les pudo la deriva retórica propia de los políticos españoles, lo que en román paladino se dice charlatanería: "Artículo 47. Todos los españoles tienen derecho a disfrutar de una vivienda digna y adecuada. Los poderes públicos promoverán las condiciones necesarias y establecerán las normas pertinentes para hacer efectivo este derecho, regulando la utilización del suelo de acuerdo con el interés general para impedir la especulación. La comunidad participará en las plusvalías que genere la acción urbanística de los entes públicos". Es uno de los chocantes ejemplos que se pueden entresacar de tan denso y desigual texto.


La faceta aduladora de nuestros representantes y asimilados siempre queda de manifiesto en este negocio de renombrar vías, espacios, instalaciones, instituciones y edificios públicos. Y cada modificación nos cuesta un congo a los sufridos contribuyentes, que preferiríamos que contrataran enfermeras o profesores en lugar de imprimir rótulos y volvernos locos jugando al despiste con todos nosotros con sus absurdas e improcedentes adjudicaciones de nombres. El exceso de designaciones asociadas a la monarquía es empalagante: tenemos reyes, reinas, príncipes, princesas, infantes e infantas hasta en la sopa. Qué lección les dieron los vecinos de Valdebebas a los responsable municipales de Madrid cuando rechazaron, en votación, retitular el parque del barrio a mayor gloria de Felipe VI. Pero, con el cambio de gobierno municipal, los cobistas de turno, que se autoproclaman portavoces del sentir popular, lo han renombrado parque de Valdebebas-Felipe VI, pasándose la decisión ciudadana por el arco de triunfo. ¡Qué vergüenza! Qué fácil, bonito y ejemplo de evolución y desarrollo de un territorio hubiera sido llamar Universidad del Sur de Madrid a la Universidad Rey Juan Carlos. Pero, a estos insufribles aduladores les puede la tendencia irrefrenable de comportarse como unos perfectos pelotas, lameculos o tiralevitas, como le gustaba decir a mi padre y que a mí me sonaba a insulto del capitán Haddock, aunque no lo fuera. Parece mentira que a los objetos de su proceder no les hastíe tanto halago. Será porque la familia Borbón lleva siglos siendo festejada y no percibe lo negativo del caso. Les parece lo propio, lo natural. Han perdido el sentido de la realidad, como todos los dictadores, gobernantes, empresarios, capitostes, cualquier humano con poder rodeado de una camarilla de lagoteros. Precisamente esa universidad se ha convertido en el paradigma de esas prácticas de adulación y servilismo a los políticos madrileños, con un desenlace, por el momento, de película de risa, pues a algunas les ha salido el tiro por la culata. Se falsificaron notas, actas, se manipularon expedientes, se dio por presentado un trabajo de fin de carrera inexistente. Todo ello para beneficiar y congraciarse con la entonces delegada del gobierno en Madrid, la ínclita y déspota Cifuentes, la rubia del máster1, que al final tuvo que dimitir de su nuevo cargo de presidenta regional, porque alguien de su partido filtró unas imágenes suyas hurtando unos tarros de cremas de belleza en un supermercado. El asunto de las irregularidades académicas terminó en los tribunales y, como resultado, una de sus asesoras, una tal Feito, que presionaba al personal universitario para favorecer a su jefa, ha sido condenada a tres años de cárcel. Le ha salido caro el peloteo. Y, para mayor escarnio, la apasionada de los potingues milagrosos ha resultado absuelta, esquivando una posible pena de reclusión. Los magistrados han considerado que no existen pruebas suficientes para enchironarla, siendo como era la única que sacaba tajada de toda la trama.


Dime cómo hablas y te diré quién eres dice un refrán y Mateo añade: Por sus hechos los conoceréis. Estos políticos que tenemos en Madrid, elegidos por nosotros, aunque parezca mentira, deberían ser juzgados por sus actos, por sus logros. Los de la actual legislatura, que ya va para dos años, han sido incapaces de aprobar ni una sola ley, ni tan siquiera los presupuestos generales regionales. Bueno, hay una excepción. Contra la opinión de las agrupaciones médicas y los colectivos sanitarios, han levantado una nave industrial, llena de camas hospitalarias, a lo que han llamado hospital de emergencias. Iba a costar 50 millones de euros y ya llevan invertidos 150 millones, ¡una excelente gestión! Pero la ciudadanía, craso error por su parte, los valora por sus gestos, lo que hablan y lo que dicen. Siempre prometen, nunca cumplen. Pero no podemos argumentar que no sabemos de qué pie cojean, cómo son. Alardean de sus enredos y los escuchamos todos los días.


1 https://jsanchezmingo.blogspot.com/2018/04/larubia-del-master-sainetemoderno-en.html

19 febrero 2021

 

Afrodita agachada


José Luis Najenson



Después de ver la escultura de Afrodita agachada en el Museo Arqueológico de la Córdoba española, soñé con ella; pero tan vívidamente, que recordé aquella peregrina teoría borgeana de que la esencia de la vida es sueño. En realidad soñé con Aspasia de Mileto, bella y sabia hetaira que luego fue la esposa de Pericles, porque muchas estatuas de Venus de la época, e incluso de las copias realizadas durante el posterior dominio romano, llevan su rostro y su cuerpo. Todo ello debido a que el célebre Fidias, amigo y amante secreto de Aspasia, la reprodujo en sus obras. Como soy un enamorado del arte clásico y de las mujeres rollizas, quedé embobado por la estatua. No sólo debido a la exuberante belleza de su cuerpo entrado en carnes, como casi todas las efigies clásicas, sino por su postura, poco frecuente.

En mi sueño, el ignoto artista la estaba esculpiendo con fervor, cual si la misma diosa se hubiera rendido a él para inspirarlo. Ello me hizo recordar, asimismo, a la Venus de Cnido, porque ambas miran hacia atrás, aunque esta última muestra más holgadamente sus olímpicas nalgas y ostenta una traviesa sonrisa. La Afrodita de mi sueño, empero, cuyo rostro no estaba destruido por el tiempo, ya que el sueño es una forma de viajar por él, exhibía veladamente una sonrisa aún más seductora que la de Cnido, y decididamente lujuriosa. En las comisuras de sus labios se dibujaba el deseo y en sus ojos bullía el mar ancestral, de donde había surgido la diosa para enloquecer a dioses y hombres. Estaba quieta, pero el leve temblor que sacudía suavemente sus blanquísimos músculos abdominales se acompasaba con el reflujo del mar encerrado en sus ojos, omnipresente y lejano.

En el sueño, yo era un voyeur imprevisto e invisible, y según la dirección de su mirada hacia el artista, vi que la esculpía desde atrás, con la vista clavada en su espalda y en la gloriosa eclosión de redondez y gracia donde aquélla terminaba. El escultor estaba también desnudo, y ella no se atrevía a mirarlo a los ojos, o, quizá, lo hacía adrede, para fijarse en lo que había hecho famoso a Príapo; aunque ésta es otra curiosa historia de esos griegos voluptuosos y geniales. El pseudopríapo de este sueño, al cual envidié sin vergüenza desde mi escondite onírico, dejó de repente su mazo y su cincel para acercarse a la diosa en cuclillas. Y así, a pesar del precario equilibrio en que ella estaba, con apenas la planta de su pie izquierdo apoyada y los vaporosos dedos del otro pie rozando la laja de mármol de Paros que servía de base, la embistió como lo haría un centauro, sin pudor ni culpa. Después de una breve y furiosa cabalgada, durante la cual Afrodita mantuvo heroicamente su inestable postura sin que se le borrara la sonrisa, el escultor se tumbó sobre el césped, recostando su cabeza sobre el pie izquierdo de la diosa. Al cabo de un merecido descanso, volvió a coger su mazo y su cincel para arreglar el estropicio que había hecho en la perfecta geometría de sus nalgas.

12 febrero 2021

 

Don Manolito y la marimba


Julio Sánchez Mingo



Lo conocí hace dos años largos, una luminosa mañana en que yo estaba charlando con mi amigo Alberto, el bolero de Polanco, mientras éste atendía a un cliente en su sillón de Schiller esquina a Mazaryk. Era la viva estampa de Don Quijote, enjuto, barba blanca, en la ochentena, pero no cabalgaba a lomos de un jamelgo, sino repantigado en una silla de ruedas, que empujaba una simpática y amable joven, él con su bastón entre las piernas. Pulcro, bien cuidado, vestía chaqueta y corbata. Tiempo atrás había sufrido un ictus cuyas secuelas le limitaban la movilidad. Como todos los días, se dirigían a una cercana cafetería —propiedad de Carlos Slim, el hombre más rico de México— donde don Manolito se citaba con unos amigos para desayunar. A la puerta del establecimiento licenciaba a su cuidadora, que regresaba a casa con el artefacto, para, un par de horas después, volver a recogerlo. El portero tomaba el relevo de la ayudante y nuestro protagonista, genio y figura, de su brazo, caminando lenta y vacilantemente, atravesaba el establecimiento hasta la sala de restauración donde el metre, a su vez, lo acompañaba hasta su mesa y, solícito, lo acomodaba. Todos lo saludaban con respeto, cordialidad y cariño: —Buenos días, don Manuel—. Actitud natural y espontanea la de todos ellos, que también él engrasaba con suculentas propinas. De desayuno, siempre, tomaba tortitas con nata.

Estuvimos platicando largo rato. Hijo de español, había vivido en Madrid bastantes años y aquí había tenido negocios, disfrutando de lo suyo del ambiente de la noche madrileña. Conocía todos los locales, de los que ya no existe casi ninguno. Enseguida hizo buenas migas con este madrileño, paseante en corte de la ciudad chilanga. Quedamos en desayunar juntos otro día y lo emplacé en un lugar donde yo puedo acceder con Lolita, la compañera cuadrúpeda y peluda que vagabundea conmigo por la capital mexicana, y a la que a la entrada siempre obsequian con unas chuches. Cuando pasamos por los alrededores, siempre tira de mí para que nos acerquemos y satisfagan su glotonería. Allí, don Manolito y yo descubrimos los ojos más bonitos de México. Pero esa es otra historia.

En los días sucesivos constaté que en Chapultepec Morales lo conocía todo el mundo, donde saludaba y lo saludaban continuamente por la calle. Coqueto, seductor, simpático, tiene muy buena mano con las señoras. Mónica, con fama de excelente repostera, le brindaba de comer muchos días en la pequeña terraza del local que regentaba en Petrarca, y Rubén, un muy buen conversador, que comercializaba helados para perros, sin ingredientes dañinos para su metabolismo, también me habló de él.

Con la pandemia, todo ha cambiado. Alberto ha tenido que cambiar de emplazamiento y trasladarse unas manzanas más allá porque el edificio de oficinas que le nutría de clientes está vacío, todos hacen teletrabajo. Además, los restaurantes de la zona han estado cerrados hasta hace un par de semanas y ahora se limitan a servir comidas en las terrazas de la calle. A don Manolito sus hijos se lo han traído a Madrid y la terracita del cafetín de Schiller, que lo acogía todos los días a mediodía desde que comenzó a extenderse la enfermedad, se ha quedado sin su más conspicuo cliente. Y el trío callejero que toca la marimba, que acudía bajo su balcón frente al consulado venezolano y las colas a su puerta, símbolo actual de enfrentamientos, pobreza y diáspora—, y a cuyos miembros indefectiblemente lanzaba unos pesos, ha perdido su mejor espectador y parte de su sustento. A los acordes de su música bailaba unos zapateados que se hacía grabar en vídeo y me mandaba por WhatsApp. Los imagino deambulando por las solitarias calles de Polanco, mendigando unas monedas a cambio de sus alegres sones, huérfanos del quijote mexicano, mi amigo don Manuel Mazoy.


05 febrero 2021

 

Tenampa

Joaquín Lozano Torres

Yo sentí que mi vida se perdía en un abismo profundo y negro como mi suerte. Quise hallar el olvido al estilo Jalisco pero aquellos mariachis y aquel tequila me hicieron llorar… José Alfredo Jiménez

 


El Tenampa es la reliquia viva donde se desvela una buena parte de la realidad y personalidad de México. De ese México entrañable y familiar para mí.

En el Tenampa todo se mezcla para dar lugar a una amalgama de gente que solo cristaliza en lugares como este porque, fuera de aquí, nada tienen que ver los unos y los otros.

Entrar en el Tenampa es adentrarse en ese Mundo Raro de José Alfredo. Es convivir por un rato con fantasmas más que vivos que te transportan a otros tiempos; a esos tiempos de blanco y negro, de rectos bigotes, de machos muy machos y de sentimientos contrapuestos donde penas, nostalgias, despechos y fracasos acaban dando lugar a sensaciones de felicidad, por muy efímera que ésta sea.

Y es allí donde cada día mucha gente va a ahogar sus pesares y a disfrutarlos, transformando estos, por obra y gracia de El Jimador, del Don Julio, con sangrita o sin sangrita, o simplemente por el efecto de las muchas micheladas, en esa euforia amable que hace abrazar a desconocidos y desentonar hasta la extenuación junto a esos mariachis de vieja escuela, ataviados con trajes de charro algo pasados de kilometraje y con algún que otro guitarrón un tanto cascado que, sin embargo, consigue sonidos de música celestial para todos los que asisten encantados a la ceremonia.

Por las paredes, las pinturas de tanto ilustre que por allí pasó. Los mismos que velan por los mariachis y acompañan felices a los que disfrutan una y otra vez de esas canciones, de tanto legado. Pepe Guízar o Cornelio Reyna, al que como él mismo dice, lo sacaron del Tenampa. También Jorge Negrete, Lola Beltrán o Pedro Infante y claro está, José Alfredo, Agustín Lara y Chavela…

Ay, «¡Quién pudiera reír, como llora Chavela!» que cantara Sabina, buen conocedor de esta cantina memorable sin la que sería imposible que la plaza de Garibaldi fuera la que conocemos.

Por las alturas, guirnaldas de papeles de colores tijereteados para formar todo tipo de dibujos y entre las mesas, recorriendo una y otra vez el local, vendedoras de flores, de lotería y meseros, muchos meseros que una y otra vez recargan las ansiosas copas.

Puede estar sonando al mismo tiempo La Bikina, Cielo Rojo o No Volveré porque no se estorbarán. Los músicos de cada mariachi hacen un círculo alrededor de los que solicitan cada pieza y dentro de ese círculo, uno solo escucha las trompetas que corresponden y los violines que acompañan su canción.

Aunque solo sea por un rato, aquí, hasta el más humilde de los plebeyos, como no, gracias a José Alfredo Jiménez... sigue siendo el Rey.