La respuesta de presidencia del Gobierno
Julio Sánchez Mingo
El pasado día 18 de febrero fue publicado en este foro, y remitido a presidencia del Gobierno, un cuestionario con preguntas dirigidas a su actual titular, Pedro Sánchez. Con los días transcurridos desde entonces, ha quedado obsoleto. Este último mes nos ha deparado muchos y desagradables acontecimientos.
Muchos lectores pronosticaron que no habría respuesta alguna y, lamentablemente, así ha sido. Lo que yo no esperaba es que hubiera en Moncloa tanta desconsideración y falta de respeto al ciudadano, a pesar de la Carta de Servicios de la que tanto presumen y de la transparencia de la que hacen gala, todo papel mojado. Es a lo que nos tienen acostumbrados las administraciones públicas españolas, que sólo contestan a cualquier requerimiento cuando les interesa. Lo habitual es que den la callada por respuesta.
El mismo día 18, desde el Gabinete de Presidencia me redirigieron a la Secretaría de Estado de Comunicación, también dependiente de la jefatura del Gobierno, a la que mandé mi solicitud el domingo 20 de febrero. Remitieron un acuse de recibo a mi mensaje el lunes 21 de febrero. Desde entonces no he vuelto a saber nada de ellos a pesar de mi insistencia. Envié un correo electrónico el 15 de marzo pasado, donde hacía mención al interés mostrado por los lectores por conocer su réplica a las cuestiones planteadas. Recursos no faltan en Moncloa para atender este tipo de peticiones y poder pergeñar una respuesta, aunque sea en modo faena de aliño, dada la cantidad de asesores que hay contratados y cuyos salarios todos sufragamos con nuestros impuestos. Desde luego su comportamiento es deplorable.
Aunque no me engaño. Cada vez son más frecuentes este tipo de conductas en todos los ámbitos de la sociedad española. Salvo raras y honrosas excepciones, no se contestan las llamadas telefónicas, tampoco los mensajes de correo electrónico o a través del móvil. Nadie tiene tiempo para nada excepto para enviar tonterías a los grupos de las aplicaciones de mensajería o idiotizarse en las redes sociales. Hace años, cuando sonaba el timbre del teléfono en cualquier casa, siempre había alguien para descolgar el aparato. A priori, no se sabía quién era el interlocutor al otro lado de la línea. Caso de ser un exnovio despechado de la niña de la casa, directamente se le largaba con un seco: —Hola. No está. Adiós—. Si, pillada in fraganti, respondía la interfecta, tras el consabido, agudo y neutro dígame, imitaba la voz de su madre y decía: —Hola bonito, ahora no se puede poner. Ya le diré que has llamado.
A los de Moncloa les falta escuela.