11 marzo 2022

Antonio Lago, pintor (1916-1990). Una visión personal

Julio Sánchez Mingo

A Jeannine y Antonio, in memoriam

 


En la vida, el éxito o el fracaso dependen de la percepción de cada cual, de la propia exigencia, de las metas autoimpuestas. Cualquiera puede sentirse fracasado aunque a ojos del mundo sea un personaje de éxito. Influyen mucho en esas valoraciones, propias o ajenas, los criterios y escalas de valor personales. La felicidad debería ser nuestro principal objetivo y, cuando se alcanza, podremos considerar que hemos triunfado. Las expectativas de un labrador no son las mismas que las de un banquero y conozco a algún hombre del campo de sonrisa permanente y a grandes financieros amargados. Generalmente somos insaciables y muchas veces nos sentimos frustrados aunque hayamos conseguido grandes logros.

Antonio Lago, pintor, nació en Coruña en 1916. Estudió en la Escuela de Artes y Oficios de su ciudad natal y en Madrid, en la Escuela de Bellas Artes de San Fernando, becado por la diputación coruñesa. Con posterioridad fue pensionado en París por el gobierno galo, donde coincidió de nuevo con Guerrero. Juntos expusieron en 1946 en la galería Clément Altarriba de la rue du Bac, gracias a la ayuda de Jaume Sabartér, secretario de Picasso. Perteneció al grupo de la llamada Joven Escuela Madrileña que entre 1945 y 1949 mostró sus trabajos en la mítica galería Buchholz del paseo de Recoletos, 3. Inicialmente estuvo formado por Palazuelo, Guerrero, Valdivieso, Pascual de Lara, Juana Faure, Delgado, el escultor Ferrerira y el mismo Lago.


No hizo otra cosa en su vida que dibujar y pintar, lo que le gustaba y llenaba, la vocación que lo atrapó desde jovenzuelo. Austero y muy mañoso, él se preparaba los lienzos aplicándoles blanco de España y cola de conejo y montaba los bastidores cortando los listones de madera que compraba al por mayor, al igual que hacía con las molduras de los cuadros. Muy metódico y constante, trabajaba en su estudio desde el amanecer. En verano, cuando estaba en su casa de campo de Altea, interrumpía la tarea después del mediodía para bajar a horcajadas de su icónica mobylette a darse un baño en el Mediterráneo. Después de comer se recostaba en la cama y, en lugar de dormir la siesta, dibujaba o escribía cartas que muchas veces ilustraba. Se casó con mi añorada amiga la francesa Jeannine Escande en 1951 y se instaló en París, realizando a partir de los años 60 largas escapadas al sol de Altea. Tenía su vivienda taller en el 162 de Boulevard Montparnasse, a dos pasos de la legendaria La Coupole, en la misma acera. Se integró en el grupo de pintores españoles residentes en la capital francesa. Era costumbre entre ellos intercambiarse cuadros de pequeño formato. En el sobrio comedor de su casa de Altea lucía con orgullo trabajos de varios de ellos, entre los que destacaban un peinado y un paisaje al óleo de vivos colores de Viñes, mi preferido de aquellas paredes repletas de arte. Sus maneras se transformaron a lo largo de los años, desde el academicismo del período de Cuenca, hasta la etapa expresionista y burlesca de sus últimos años, pasando por la abstracción de los 50 o la fase de gran lirismo y delicadeza de sus paisajes y figuras, que yo denomino evanescentes, de los 60 y 70. No sucumbió nunca a la tentación de perpetuarse en un cierto estilo, por mucha aceptación que tuviese, como hacen otros artistas por motivos comerciales. Un breve resumen de su evolución artística puede leerse en el artículo a él dedicado en el Diccionario Biográfico de la Real Academia de la Historia. A finales de 1956, los promotores del grupo El Paso le propusieron que se incorporara al proyecto. Pero había que aportar fondos para patrocinar las actividades de lanzamiento del colectivo, por lo que rechazó el ofrecimiento. Bastante tenía con sufragar la comida de su familia —mujer y dos niños muy pequeños y la compra del carísimo material de bellas artes para sus cuadros. Cómo para embarcarse en una aventura incierta, que a la postre resultó un éxito y fue fundamental en el desarrollo del arte español de la segunda mitad del siglo XX. En los últimos 60 y parte de los 70, los Theo, Elvira González y Fernando Mignoni, fueron sus galeristas en España, a los que dejó por discrepancias sobre la exclusividad universal de la venta de sus pinturas, para respetar sus compromisos previos con los marchantes y galerías parisienses que comercializaban sus creaciones. Agustín Rodríguez Sahagún, empresario, editor de libros de arte Ibérico Europea de Ediciones, propietario de la Galería Altex, político, ministro de Industria, Defensa y alcalde de Madrid, fue su marchante en los años 80. Ambos fallecieron en París. Lago en 1990, a causa de un tumor cerebral, y Sahagún en 1991, en el posoperatorio tras haber sido intervenido de una cardiopatía. Expuso infinitas veces, de forma individual y colectiva. Obras suyas cuelgan de las paredes del Museo de Bellas Artes de Coruña, del Reina Sofía y de otras prestigiosas pinacotecas. Era muy admirado por los otros artistas, que reconocían su gran valía pictórica. Recuerdo que en la inauguración en 1980 de la exposición Neofiguración Española en París en la sala Kandinsky de Madrid, Agustin Úbeda, Redondela y José Ortega se dirigían a él con veneración, como a un maestro. Con qué cariño Valdivieso hablaba de él y qué afecto se dispensaban reciprocamente. Batiste San Rok, un notable pintor local de Altea fue, en cierto modo, su discípulo, al que orientaba y aconsejaba con cariño paternal. Para Batiste, Antonio era su gran referente artístico y, en lo personal, como un hermano mayor. Pepe Jardiel (José Paredes Jardiel), el gran triunfador de la XXXII Bienal de Venecia (1964), me decía que, dada la pericia de Lago en la aplicación de la pincelada en sus paisajes y figuras evanescentes de los años 60 y 70, se podía apreciar la cagada de una mosca sobre la sutil capa pictórica. En sus escritos, un crítico como José María Moreno Galván se deshacía en elogios a la calidad del artista gallego. 

Lago tenía un sueño que no logró: un broche de oro a su carrera, un gran reconocimiento público a su trayectoria profesional. Deseaba que organizaran una muestra antológica de sus obras en las Salas de Exposiciones de la Dirección General de Bellas Artes, en la planta baja de la Biblioteca Nacional de Madrid. Algo que sí obtuvo su colega parisino Xavier Valls y también consiguió, en cierto modo, su amigo José Guerrero, de forma póstuma, con la exposición que le dedicó el Reina Sofía en 1994, al poco de su inauguración. Rechazó realizar esa antológica en el MEAC (Museo Español de Arte Contemporáneo) de la Ciudad Universitaria su amigo el arquitecto José Luis Fernández del Amo había sido el impulsor y director del centro con anterioridadpor considerarlo un lugar inapropiado para contemplar sus trabajos. Rafael, también arquitecto e hijo de éste, ensalzó la figura de Lago al referirse a él como pintor grande en la necrológica de Valdivieso que publicó en el diario El País. Yo creo que le hubiera gustado ser considerado en el olimpo del arte español al nivel de un Tapies o un Saura uno de los miembros de El Paso. Méritos artísticos no le faltaban. Evidentemente, ello también le hubiera comportado multiplicar sus ingresos. Siempre vivió de la venta de sus creaciones y acumuló un notable patrimonio. Un auténtico privilegiado en el mundo de la pintura. 

Hay un Lago secreto y excelso. Lo mejor de su producción se lo reservaba para sí, no lo mostraba a marchantes y galeristas, lo sustraía a su posible comercialización. Pocas personas, contadas con los dedos de una mano, accedieron a contemplar esas maravillas. En sus últimos años, uno de sus hijos también apartaba magníficas piezas para él. Nunca he vuelto a verlas, ni las unas ni las otras. No sé cuál habrá sido su destino. No aparecen ni en galerías ni en subastas. 

Hace unos días, su otro hijo se quejaba con amargor de que la obra de su padre está muy depreciada, que pagan muy poco por sus trabajos, como si su baja cotización actual supusiera un descalabro. Un producto, por muy bueno que sea, hay que saber venderlo, hay que moverlo y promocionarlo de forma constate, lo que conlleva tiempo y esfuerzo. Con los artistas y su producción sucede lo mismo.

Antonio Lago es ahora, a más de treinta años de su desaparición, un pintor de culto, cuya calidad y buen hacer trascienden mucho más allá de las valoraciones del mercado del arte. Muy afortunado será el amante de la pintura que hoy día consiga un óleo de su etapa evanescente o uno de sus coloridos gouaches como los que atesoraba su amigo Enrique Martín en su casa de Argüelles.


 

 

4 comentarios:

  1. Muy ilustrativo
    La de personas estupendas que han pasado por Altea!

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  2. Molto interessante. Mi riprometto sempre di andare al Reina Sofia...

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  3. Grandes descripciones y "reconocimiento" al artista. Gracias por compartir.

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