05 marzo 2022

La tribu de Leví

Argimiro Rubio Cuadrado


A las castas sacerdotales de todas las sociedades y culturas les gusta la liturgia, la repetición de gestos y ceremonias que celebran con unción y solemnidad impostada, mucha solemnidad, en lugares expresamente dedicados a ello, los templos. Se visten, además, con ropajes que a la vez les identifican y les distinguen de la gente común. También usan una jerga propia, solo para iniciados, y se autoproclaman los elegidos para intermediar entre la divinidad y el pueblo:

He aquí, yo he tomado a los levitas de entre los hijos de Israel en lugar de todos los primogénitos, los primeros nacidos entre los hijos de Israel; serán, pues, míos los levitas”. 

La Biblia, Antiguo Testamento, Números 3.12

La posición de los levitas en el campamento de las Doce Tribus de Israel fue siempre estratégica, ya que el Señor les ordenó vivir alrededor del Tabernáculo y solicitó que solo los miembros de esa tribu se dedicasen a su servicio en exclusividad. Dada su condición sacerdotal y responsabilidades en lo concerniente a decisiones de naturaleza política, los miembros de la Tribu de Leví constituían un grupo diferenciado del pueblo de Israel pero, a su vez, respetado por el mismo” (Wikipedia).

Los levitas no desaparecieron con la conquista de Israel y la destrucción del templo de Jerusalén por los romanos, sino que aún habitan entre nosotros, son los sacerdotes de cualquier religión, ya sea pagana, cristiana, musulmana, sintoísta o animista. Ahí siguen, administrando el más allá en el más acá, repartiendo admoniciones a la sociedad y tratando de controlar las conciencias con más empeño que éxito, afortunadamente.

Pero esos no son la única tribu de levitas en las sociedades, sino que hay otros igual de perniciosos que, sin ser estrictamente religiosos, muestran las mismas características: ritos, ropajes, jerga propia, solemnidad impostada, un lugar propio para sus ceremonias y la potestad de decidir sobre vidas y haciendas: son los jueces, o mejor diríamos la casta judicial.

A la casta de los levitas del Antiguo Testamento se pertenecía por linaje, a la de los nuevos levitas casi no es raro encontrar a miembros de varias generaciones que pertenecen o han pertenecido a la casta—. Pero no hagamos más demagogia de la estrictamente necesaria, porque a esta casta de nuevos levitas se ingresa por oposición, una de esas muchas oposiciones que existen para ocupar un cargo en la Administración, solo que ésta, al parecer, es diferente.

Pongamos un estudiante cualquiera que, como otros muchos, se licencia en Derecho, pero en vez de dedicarse a ganarse la vida asesorando a empresas o a personas, defendiendo o pleiteando por cuenta de sus clientes, decide hacer una oposición a juez. De cualquier otro profesional que te preste un servicio, incluidos los licenciados en Derecho, puedes decir públicamente, si fuera el caso, que es incompetente, vago, sinvergüenza, venal o cualquier otra miseria intelectual o moral que le adorne, pero cuidado con decirlo de un licenciado en Derecho que haya aprobado la oposición a la judicatura, porque podrás llegar a incurrir en desacato en España, no en todos los países y sufrirás las nada leves consecuencias de ejercer tu libertad de expresión y, lo que es peor, probablemente no habrá ni un solo colega de tan despreciable sujeto que alce la voz para defenderte y para señalar que el tal colega es indigno de ostentar la condición de juez.

Es como si el día en que sus nombres aparecen en el BOE confirmando el nombramiento, una lengua de fuego descendiese sobre sus cabezas y les infundiese claridad de juicio, probidad y omnisciencia para juzgar sobre cualquier asunto. Pero, ¡ay!, yo no creo en los prodigios. ¿Y ustedes?

 

2 comentarios:

  1. Llevamos tiempo envueltos en la polémica de la inviolabilidad absoluta del jefe del Estado a raiz de los desmanes y corruptelas del anterior titular. Unos quieren promulgar una ley de la Corona que acabe con esa prerrogativa inadmisible, otros modificar la Constitución para efectuar cambios de mayor calado. Mejor sería esta segunda opción, yendo hasta el final, y terminar de una vez por todas con algo tan antidemocrático como una monarquía, suprimiendo la institución.
    Desde luego cualquier servidor público debería estar sujeto al imperio de la ley, sin excepciones.

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  2. Por partes:
    Yo creo que mi concepto de Dios, si es que existe, que yo no lo sé, en ningún caso tendría que ver con las religiones instituidas, sean cuáles sean.
    Estoy de acuerdo con el autor en su apreciación sobre la inexistente infalibilidad de los jueces, divinos o humanos, el corporativismo de la profesión y el riesgo que corre cualquier ciudadano por poner en solfa aptitudes y actitudes de los susodichos.
    Y no entiendo el recorrido hasta la figura del rey emérito, que, ni como reinante ni como emérito, ha llegado al cargo por aprobar oposición alguna.

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