25 marzo 2021

 

Pobre Churruca. Pobre Nabody

Julio Sánchez Mingo

 


Pobre Churruca. No sólo se dejó la vida en Trafalgar (1805), fiel y honrado cumplidor de los compromisos adquiridos, sino que ahora lo desairan y mercadean con su nombre unos políticos, que merecen nuestro desprecio. Por ignorantes, por incultos, por falta de sensibilidad, porque son lo contrario que esa generación de marinos ilustrados españoles del XVIII, a los que sus incapaces y traidores gobernantes, con el rey a la cabeza, condujeron a una previsible derrota.

¿Su pecado? Que fuera durante la dictadura franquista cuando se rotuló con su nombre una calle en Palma de Mallorca, que ahora, ignominiosamente, un alcalde, socialista para mayor vergüenza y escarnio, va a renombrar.

Cosme Damián Churruca, vasco, de Motrico (Mutriku), fue marino, científico, geógrafo, explorador oceánico, un militar ilustrado, hijo avanzado de su tiempo, como muchos de sus compañeros de la Armada. Hombre de bien, en carta a uno de sus hermanos se quejaba amargamente de que no llegaba nunca la soldada para sus hombres. Ahora su personalidad intachable es sacrificada en el altar de una retorcida y rocambolesca corrección política, como en su día Godoy hombre de muchas caras, servil lacayo del francés Napoleón y favorito del pusilánime Carlos IV sacrificó a toda una generación de barcos e ilustres marinos españoles, los más destacados de la Historia. Ya España había perdido el liderazgo tecnológico que atesorara en tiempos de Carlos III con Jorge Juan, cuando el príncipe de la Paz permitió que la flota combinada hispano francesa fuera puesta al mando del inepto almirante francés Villeneuve. Los jefes españoles Gravina y Álava lo superaban en conocimientos y competencia.

La estatua de Nelson, el almirante inglés que venció y también perdió la vida en la batalla de Trafalgar, preside la popular plaza homónima de Londres. Es venerado como un héroe nacional, mientras Churruca y Gravina, también muerto a consecuecia de las heridas sufridas en el desdichado combate, y no digamos Alcalá-Galiano, duermen olvidados, y ahora despreciados, en el imaginario colectivo español.

Pérez Galdós, un progresista, republicano y laico, rescató la figura de estos marinos españoles en Trafalgar, el primer tomo de sus célebres Episodios Nacionales. Guardo con especial cariño un ejemplar de esta obra, de la Librería y Casa Editorial Hernando, edición de 1934, cuya característica portada incorpora como fondo la bandera nacional de entonces, la bandera de la República, y que, en la posguerra, el librero de turno mutiló, recortándole la franja morada.



Lamentablemente, ahora vendrán los de siempre a apropiarse de la figura de don Cosme.

Pobre Churruca, que vivió para la humanidad y murió por la patria. Así rezan las leyendas de copias póstumas de varios retratos suyos, como la que encabeza este artículo.

Pido un minuto de recogimiento y meditación en recuerdo de Nabody, la niña maliense de dos añitos, fallecida el pasado domingo. No pudo superar las secuelas de la parada cardiorrespiratoria que presentaba al ser desembarcada de un cayuco en Gran Canaria. Valoremos lo que tenemos, lo que ellos tienen, y desterremos de nuestros corazones el egoísmo, el miedo y tantos otros sentimientos negativos, padres de la xenofobia que nos inunda.

A Churruca y Nabody los une un final trágico y ese Atlántico donde respiraron el último soplo de un suave y apacible viento marino.

PD. 2021-03-26, 13:20, hora de Madrid. Según informa esta mañana Diario de Mallorca, el ayuntamiento de Palma paraliza el cambio de nombres de calles consideradas franquistas. El alcalde ha solicitado la revisión del censo de elementos franquistas, ante las dudas razonables surgidas.

12 marzo 2021

 

Nuestros Borbones. The Crown en clave carpetovetónica


Julio Sánchez Mingo


Para ilustrar a mis amigos de Italia y México

 


Ésta es, sucintamente, la trama de la que podría ser una serie de televisión inigualable, con intriga, servicios secretos, acción, glamour, sordidez, sexo, adulterio, poder, corrupción y dinero.


1948. Un padre entrega a su hijo al mismísimo diablo, a un dictador militar sin escrúpulos ni conciencia, para obtener privilegios notables, a ser posible un trono. Al sátrapa, su familia le llama Paquito, le parece excesivo aupar a su única hija —a la que ha casado con un aristócrata que se disfraza de príncipe de opereta— al poder. A aquel padre, un tal Juan, la jugada le sale torcida. Su niño, al que en familia dicen Juanito, que carga a las espaldas con la tragedia de la muerte en 1956 de Alfonsito, su hermano menor, se acomoda y confabula con el sangriento militar. En 1969 obtiene la sucesión del tirano a título de rey. Como mal menor, Juan aprueba tácitamente la operación, en detrimento de su hija mayor, Pilar, lo que demuestra el machismo de nuestros protagonistas.

Mientras tanto, Juanito se ha casa do en 1962 con Sofía Schleswig-Holstein-Sonderburg-Glücksburg, una princesa de origen danés de la foránea y advenediza familia real griega. Tienen tres hijos, que darán bastante juego en esta historia: Elena, la mayor, Cristina y el varoncito, Felipe, el menor. En 1975, Paquito muere de viejo en la cama de un hospital, martirizado a causa de los tratamientos médicos que le aplican, y Juanito accede a la jefatura del Estado, bajo una sutil presión del estamento militar. En 1978 se redacta y aprueba una constitución, consentida por los espadones, que reviste de legalidad todo el enjuague, consagrando al hijo de Juan como monarca y a Felipe como su heredero, en perjuicio de Elena, la hija mayor. En esos tiempos corre por Madrid la especie maliciosa de que a la infanta le falta algún hervor, transmitida seguramente para justificar un compadreo tan machista.

El 23 de febrero de 1981, los uniformados dan un golpe de estado. Su origen y desarrollo es objeto de controversias. Para unos, Juanito está detrás de la asonada. Para otros, como el desenlace es positivo para el país, es el gran salvador de la patria, lo que aprovecha desde entonces para hacer de su capa un sayo, en lo personal, en lo familiar, en lo público, en lo moral y en lo económico.

En 1995 se casa Elena con Marichalar, un segundón de familia aristocrática, más largo que un día sin pan, blanco cetrino y muy moreno de pelo, que, cuando viste capa de hidalgo español, parece el conde Drácula —menudo susto me dio una noche, cuando me crucé con él en la esquina de Serrano con Lista—. El hombre tiene buen gusto y hace de una paletorra princesa europea una señora muy elegante. Su boda quiere ser una adaptación a la sevillana del enlace de lady Di y Carlos, Carlitos de Gales. Para entonces estos ya se han divorciado. En su época de casado, él se había postulado como el tampax de su adorada Camila, según la bochornosa e íntima conversación grabada a los dos amantes.

En 1997 Cristina contrae matrimonio con Iñaki, un deportista profesional. Finalmente, en 2004, lo hace el heredero Felipe con Letizia, una periodista de origen plebeyo, nieta de un taxista, que le da un toque castizo y campechano a toda la parentela presente en la ceremonia nupcial.

Juanito, amigo de las motos, cacerías, cenas con amigotes, regatas y aventuras sexuales, no tiene empacho en que el servicio secreto le monte en Aravaca (Madrid) un nidito de amor, pagado con fondos reservados. En esta guarida se ve con una popular vedete, donde, el hijo de ella, menor de edad, filma y fotografía los encuentros eróticos de la pareja. Años después, el ínclito ministro Bono se queja de que hay que seguir pasando una asignación a la referida señora, también con cargo a los fondos reservados, para tenerla callada y contenta.

En 2007 se produce el eufemístico cese temporal de la convivencia de Elena y Marichalar, que han tenido dos hijos. Iñaki, el marido de Cristina, la hija pequeña de Juanito, es condenado y encarcelado por turbios negocios financieros en 2018, en un proceso que se dilata desde 2011. Ella sale absuelta por los pelos y debe pagar una considerable multa por haberse lucrado con los delitos de su cónyuge. En el mismo 2011 ya ha sido proscrita por su familia, en 2013 se refugia en Ginebra y en 2015 se le retira el título de duquesa de Palma, pero se niega a renunciar a sus derechos sucesorios, lo que la enfrenta a su hermano pequeño, ya rey.

En 2006, Juanito se ha enredado con una rubia divorciada, Corinna, una gran negociante de proyección internacional, que le saca hasta los higadillos. Le pone un chalet en el mismo complejo palaciego de la Zarzuela, donde el monarca tiene el despacho, su residencia oficial, la vivienda de su mujer y su cuñada y donde, en otro pabellón, habita su hijo con Letizia y las dos niñas del matrimonio, Leonor y Sofía, llamada como su abuela. Lo acompaña a todas partes, incluso en viajes oficiales, donde juntos llegan a pasar revista a las tropas que rinden honores. El vodevil adquiere proporciones gigantescas. Juanito recibe pagos multimillonarias de los tiranos medievales de Arabia y el Golfo y le dona sesenta y tantos millones de euros a su amante. Todos, dirigentes políticos y prensa, callan. La ley del silencio, l'omertà, el código que rige la mafia siciliana, se extiende por tierras de la península y las islas. Además, en España el rey es jurídicamente inviolable. En tiempos del primer gobierno Rajoy, Juanito sopesa divorciarse de Sofía y casarse con Corinna y acude a consultar pormenores a un despacho de abogados. Los gobernantes españoles se ponen nerviosos y Félix, un activo abuelete, jefe de los servicios secretos, viaja a Londres para entrevistarse con la amante del rey, a la que, según declara ella, amenaza. En Botsuana, en 2012, en una cacería de elefantes, Juanito se cae y se rompe la cadera. Hay que repatriarlo urgentemente. Corinna quiere que la acerquen a Montecarlo —esa especie de Benidorm de la Costa Azul, nido de evasores fiscales, donde rige un príncipe de pacotilla, también notable en asuntos de bragueta, al que afloran hijos por todas partes, lo mismo que al monarca licenciado de Bélgica— pero los escoltas se imponen y lo traen a Madrid. ¡Un sainete! Después de tantos años de desmanes, forzado por la situación, se aviene a abdicar en 2014. Temen que se pierda la corona para la familia. El hijo —que se tenía que haber enfrentado al padre muchos años antes, habiéndolo puesto en su lugar, especialmente en lo moral, dando la cara por su madre y por los ciudadanos, como un hijo y príncipe cabal— hereda el trono. En 2017 el comisario Villarejo, eje de una trama de corrupción policial, se ve involucrado en manejos con Corinna, donde también aparece señalado Félix. Juanito abandona toda actividad institucional como rey pensionista en 2019. En marzo de 2020, ante la evidencia de pagos irregulares recibidos por su padre del exterior, Felipe renuncia a su herencia paterna y retira a su progenitor la correspondiente asignación con cargo a los presupuestos de la Casa Real. Juanito sale para el exilio en Emiratos, acogido por los gobernantes del Golfo, en junio de 2020. En la segunda quincena de febrero de 2021, las infantas Elena y Cristina vuelan a Abu Dabi para reunirse con su exiliado padre y aprovechan para vacunarse contra la covid-19, para escarnio de los ciudadanos españoles que tendrán que esperar largo tiempo hasta poder hacerlo. Algo inaudito: se celebra en el Congreso el cuadragésimo aniversario del fallido golpe de 23 de febrero de 1981, donde Felipe glosa el comportamiento de su padre aquella jornada, se supone que con el ánimo de lavar la deteriorada imagen pública de éste. Cuarenta y ocho horas después se comunica que Juanito ha realizado una segunda regularización fiscal —tras la efectuada en diciembre de 2020 por rentas no declaradas durante varios ejercicios, que suman más de ocho millones de euros de cobros en especie, por lo que abona más de cuatro millones a Hacienda. Al día siguiente se sabe que una decena de empresarios, amigos del rey emérito, le han prestado ese importe para que haga frente al referido pago. Este último mes, el pestañi, ahora procesado, acude a juicio con un parche de pirata en un ojo. Al parecer la vida es así es hermano de Pedro Villarejo, sacerdote y experto en Teresa de Ávila y Juan de la Cruz, además de autor de un brillante texto sobre García Lorca.

Lamentablemente, semejante tragedia griega seguirá.


Esta serie tendría mucha más enjundia que las actuales querellas familiares de Megan, Enrique, Isabel y demás, que no son nada fuera de lo común: rencillas entre personas con intereses contrapuestos, rivalidades entre cuñadas y las habituales conjeturas y especulaciones familiares sobre el color de un vástago de una pareja dispar físicamente. Todo ello salpimentado con el recuerdo de algún cuerno lejano, el comportamiento pedófilo de un príncipe y un trágico accidente de automóvil, letal para sus populares protagonistas que, inconscientes y soberbios, no llevaban ajustado el cinturón de seguridad. Algo sin interés, soso, idéntico a lo que habitualmente se escucha en corrillos de oficina, conversaciones de playa o charlas de vecindario. ¡Lo que serían capaces de hacer Oprah o los tabloides británicos con los mimbres informativos carpetovetónicos!


Nota del autor. Escribir un texto como éste me aflige enormemente y me produce un insufrible malestar. Un sentimiento opresivo, motivado por algo inmundo y repugnante de lo que no se puede escapar.

05 marzo 2021

 

El pandero

 

Roberto Omar Román


El viejo prestidigitador lanzó un sable a la noche e imploró:

¡Mata en mí toda ilusión!.

La luna le devolvió un espejo.

  


Papá lo trajo en Navidad. Mis hermanas y yo sabíamos que era alguna de sus habituales estrategias para hacernos conjeturar. Él era raro con sus asuntos: no daba explicaciones, siempre retaba nuestra lógica.

Como todo lo que traía a la casa, dejó el pandero en la mesita de la sala y entró a su recámara. Fingía indiferencia para darnos ocasión de satisfacer nuestra curiosidad.

El aro negro con platitos cromados alrededor y la estirada piel blanca parecían una noche de luna llena con estrellas. En un juego, al que estábamos acostumbradas, cerramos los ojos y lo pasamos de mano en mano. Elsa, la mayor de las tres, lo acarició y dijo que la piel era suave y fría como la nieve. Edna, la mediana, lo aproximó a su pequeña nariz y suspirando exclamó que el aro olía a bosque de pinos húmedos. Yo, al tenerlo, lo sacudí con delicadeza y de inmediato mencioné el sonido de los cascabeles del arlequín de trapo tumbado al pie del árbol navideño.

Días después, la noche de Reyes, carcajadas, como nunca habíamos escuchado, provenientes del cuarto de nuestro padre nos despertaron. Elsa, por ser la mayor, fue la primera y única de nosotras en asomarse. Balbuceante por el llanto reprimido, nos ordenó a Edna y a mí que regresáramos a la cama.

Luego, muy de mañana, llegaron a la casa los hermanos de papá acompañados de hombres fornidos de rostro duro. Entraron a su recámara: oímos su voz como el lamento de una bestia. Los hombres lo sujetaron con correas, y envuelto en una manta se lo llevaron abrazado a su pandero.

Jamás volvimos a ver a nuestro padre ni los tíos regresaron. Nos mandaron a una mujer que se hizo cargo de nosotras. Era mandona, sucia y de malas palabras, la visitaba un amante borracho que dormía con ella dos veces a la semana. Ese hombre alto, güero, no feo, nos miraba con desprecio y, con su voz pastosa, nos decía ser mandamás de un muro que estaban construyendo de aquél lado, y señalaba en dirección al norte, y que, según, a nuestro padre se lo habían llevado, junto con otros locos y comunistas, a edificarlo.

Sabíamos que el hombre mentía para hacernos desatinar y guardar un mal recuerdo de nuestro padre. A veces, para disipar la tristeza, dibujábamos a escondidas a papá en una cartulina pegada a la pared de su cuarto y nos poníamos a platicar con él, suplicándole que volviera a casa. Sin embargo, nos ganó el pesar.

Edna, antes de los diecisiete, se enredó con un viejo miserable, dueño de un invernadero que le da mala vida y la manda a vender plantas a la calle. Elsa simplemente se cansó de vivir, nunca nos contó lo que vio aquella triste noche de Reyes en el cuarto de papá, y a los dieciocho se arrojó a las ruedas de un camión carguero.

Yo, sigo de pie en esta esquina mirando aparecer las estrellas, trato de no mirar hacia el norte porque siento temor de que sea verdad lo del muro. Estoy convencida de que aquel pandero nos atrajo la desgracia. Algo parecido sucede con el arlequín, que ando cargando desde el día que me salí de la casa: tiene los rombos deshilachados, la sonrisa pintada se le hizo una mueca huraña y, bajo el gorro mugroso, asoma parte de su cabeza calva y dislocada. La diferencia está en que él es bueno, porque cuando hago sonar sus cascabeles, los hombres, surgidos como un bostezo, se acercan a preguntarme:

¿Cuánto, mi reina?