Nuestros Borbones. The Crown
en clave carpetovetónica
Julio Sánchez Mingo
Para ilustrar a mis amigos de Italia y
México
Ésta es, sucintamente, la trama de la
que podría ser una serie de televisión inigualable, con intriga,
servicios secretos, acción, glamour, sordidez, sexo, adulterio, poder,
corrupción y dinero.
1948. Un padre entrega a su hijo al
mismísimo diablo, a un dictador militar sin escrúpulos ni
conciencia, para obtener privilegios notables, a ser posible un
trono. Al sátrapa, su familia le llama Paquito, le parece excesivo
aupar a su única hija —a la que ha casado con un aristócrata que
se disfraza de príncipe de opereta— al poder. A aquel padre, un
tal Juan, la jugada le sale torcida. Su niño, al que en familia
dicen Juanito, que carga a las espaldas con la tragedia de la muerte
en 1956 de Alfonsito, su hermano menor, se acomoda y confabula con el
sangriento militar. En 1969 obtiene la sucesión del tirano a título
de rey. Como mal menor, Juan aprueba tácitamente la operación, en
detrimento de su hija mayor, Pilar, lo que demuestra el machismo de
nuestros protagonistas.
Mientras tanto, Juanito se ha casa do en 1962
con Sofía
Schleswig-Holstein-Sonderburg-Glücksburg,
una princesa de origen danés de
la foránea y advenediza familia real griega. Tienen tres hijos, que
darán bastante juego en esta historia: Elena, la mayor, Cristina y
el varoncito, Felipe, el menor. En 1975, Paquito muere de viejo en la
cama de un hospital, martirizado a causa de los tratamientos médicos
que le aplican, y Juanito accede a la jefatura del Estado, bajo una
sutil presión
del estamento militar. En 1978 se redacta y aprueba una constitución,
consentida por los
espadones, que
reviste de legalidad todo el enjuague, consagrando al hijo de Juan
como monarca y a Felipe como su heredero, en perjuicio de Elena, la
hija mayor. En esos tiempos corre por Madrid la especie maliciosa de
que a la infanta le falta algún hervor, transmitida seguramente para
justificar un compadreo tan machista.
El 23 de febrero de 1981, los uniformados
dan un golpe de estado. Su origen y desarrollo es objeto de
controversias. Para unos, Juanito está detrás de la asonada. Para
otros, como el desenlace es positivo para el país, es el gran
salvador de la patria, lo que aprovecha desde entonces para hacer de
su capa un sayo, en lo personal, en lo familiar, en lo público, en
lo moral y en lo económico.
En 1995 se casa Elena con Marichalar, un
segundón de familia aristocrática, más largo que un día sin pan,
blanco cetrino y muy moreno de pelo, que, cuando viste capa de
hidalgo español, parece el conde Drácula —menudo susto me dio una
noche, cuando me crucé con él en la esquina de Serrano con Lista—.
El hombre tiene buen gusto y hace de una paletorra princesa europea
una señora muy elegante. Su boda quiere ser una adaptación a la
sevillana del enlace de lady Di y Carlos, Carlitos de Gales. Para
entonces estos ya se han divorciado. En su época de casado, él se
había postulado como el tampax
de su adorada Camila, según la bochornosa e íntima conversación
grabada a los dos amantes.
En 1997 Cristina contrae matrimonio con
Iñaki, un deportista profesional. Finalmente, en 2004, lo hace el
heredero Felipe con Letizia, una periodista de origen plebeyo, nieta
de un taxista, que le da un toque castizo y campechano a toda la
parentela presente en la ceremonia nupcial.
Juanito,
amigo de las motos,
cacerías, cenas con amigotes,
regatas y aventuras sexuales, no
tiene empacho en que el servicio secreto le monte en Aravaca
(Madrid) un nidito de amor, pagado
con fondos reservados. En esta guarida se ve con
una popular vedete, donde, el
hijo de ella, menor de edad, filma
y fotografía los encuentros eróticos de la pareja. Años después,
el ínclito ministro Bono se queja de que hay que seguir pasando una
asignación a la referida señora, también con cargo a los fondos
reservados, para tenerla callada y contenta.
En 2007 se produce el eufemístico cese
temporal de la convivencia de
Elena y Marichalar, que han tenido dos hijos. Iñaki, el marido de Cristina, la hija
pequeña de Juanito, es condenado y encarcelado por turbios negocios
financieros en 2018, en un proceso que se dilata desde 2011. Ella
sale absuelta por los pelos y debe pagar una considerable multa por
haberse lucrado con los delitos de su cónyuge. En el mismo 2011 ya
ha sido proscrita por su familia, en 2013 se refugia en Ginebra y en
2015 se le retira el título de duquesa de Palma, pero se niega a
renunciar a sus derechos sucesorios, lo que la enfrenta a su hermano
pequeño, ya rey.
En 2006, Juanito se ha enredado con una
rubia divorciada, Corinna, una gran negociante
de proyección internacional, que
le saca hasta los higadillos. Le pone un chalet en el mismo complejo
palaciego de la Zarzuela, donde el monarca tiene el despacho, su
residencia oficial, la vivienda de su mujer y su cuñada y donde, en
otro pabellón, habita su hijo con Letizia y las dos niñas del
matrimonio, Leonor y Sofía, llamada como su abuela. Lo
acompaña a todas partes, incluso en viajes oficiales, donde juntos
llegan a pasar revista a las tropas que rinden honores. El
vodevil adquiere proporciones gigantescas. Juanito recibe pagos
multimillonarias de los tiranos medievales de Arabia y el Golfo y le
dona sesenta y tantos millones de euros a su amante. Todos,
dirigentes políticos y prensa, callan.
La ley del silencio, l'omertà,
el código que rige la mafia siciliana, se extiende por tierras de la
península y las islas. Además,
en España
el rey es jurídicamente
inviolable. En
tiempos del primer gobierno Rajoy, Juanito sopesa divorciarse de
Sofía y casarse con Corinna y acude a consultar pormenores a un
despacho de abogados. Los gobernantes españoles se ponen nerviosos y
Félix, un activo abuelete,
jefe de los servicios secretos, viaja a Londres para entrevistarse
con la amante del rey, a la que, según declara ella, amenaza. En
Botsuana, en 2012, en una cacería de elefantes, Juanito se cae y se
rompe la cadera. Hay que repatriarlo urgentemente. Corinna quiere que
la acerquen a Montecarlo —esa especie de Benidorm de la Costa Azul,
nido de evasores fiscales, donde rige un príncipe de pacotilla,
también notable en asuntos de bragueta, al que afloran hijos por
todas partes, lo mismo que al monarca licenciado de Bélgica— pero
los escoltas se imponen y lo traen a Madrid. ¡Un sainete! Después
de tantos años de desmanes, forzado por la situación, se aviene a
abdicar en 2014. Temen que se pierda la corona para la familia. El
hijo —que se tenía que haber enfrentado al padre muchos años
antes, habiéndolo puesto en su lugar, especialmente en lo moral,
dando la cara por su madre y por los ciudadanos, como un hijo y
príncipe cabal— hereda el trono. En 2017 el comisario Villarejo,
eje de una trama de corrupción policial, se ve involucrado en
manejos con Corinna, donde también
aparece señalado Félix. Juanito
abandona toda actividad institucional como rey
pensionista en 2019. En marzo de
2020, ante la evidencia de pagos irregulares recibidos por
su padre del exterior, Felipe
renuncia a su herencia paterna y retira a su progenitor la
correspondiente asignación con cargo a los presupuestos de la Casa
Real. Juanito sale para el exilio en Emiratos, acogido por los
gobernantes del Golfo, en junio de 2020. En la segunda quincena de
febrero de 2021, las infantas Elena y Cristina vuelan a Abu Dabi para
reunirse con su exiliado padre y aprovechan para vacunarse contra la
covid-19, para escarnio de los ciudadanos españoles que tendrán que
esperar largo tiempo hasta poder hacerlo. Algo inaudito: se celebra
en el Congreso el cuadragésimo aniversario del fallido golpe de 23
de febrero de 1981, donde Felipe glosa el comportamiento de su padre
aquella jornada, se supone que con el ánimo de lavar la deteriorada
imagen pública de éste. Cuarenta y ocho horas después se comunica
que Juanito ha realizado una segunda regularización fiscal —tras
la efectuada en diciembre de 2020—
por rentas no declaradas durante varios ejercicios, que suman más
de ocho millones de euros de cobros en especie, por lo
que abona más de cuatro millones
a Hacienda. Al día siguiente se sabe que una decena de empresarios,
amigos del rey emérito, le
han prestado ese importe para que haga frente al referido pago. Este
último mes, el pestañi, ahora procesado, acude a juicio con un
parche de pirata en un ojo. Al
parecer
—la
vida es así—
es hermano de Pedro Villarejo, sacerdote y experto en Teresa de Ávila
y Juan de la Cruz, además de autor de un brillante texto sobre
García Lorca.
Lamentablemente, semejante tragedia
griega seguirá.
Esta serie tendría mucha más enjundia
que las actuales querellas familiares de Megan, Enrique, Isabel y
demás, que no son nada fuera de lo común: rencillas entre personas
con intereses contrapuestos, rivalidades entre cuñadas y las
habituales conjeturas y especulaciones familiares sobre el color de
un vástago de una pareja dispar físicamente. Todo ello salpimentado
con el recuerdo de algún cuerno lejano, el comportamiento pedófilo
de un príncipe y un trágico accidente de automóvil, letal para sus
populares protagonistas que, inconscientes y soberbios, no llevaban
ajustado el cinturón de seguridad. Algo sin interés, soso, idéntico
a lo que habitualmente se escucha en corrillos de oficina,
conversaciones de playa o charlas de vecindario. ¡Lo que serían
capaces de hacer Oprah o los tabloides británicos con los mimbres
informativos carpetovetónicos!
Nota del autor. Escribir un texto como
éste me aflige enormemente y me produce un insufrible malestar. Un
sentimiento opresivo, motivado por algo inmundo y repugnante de lo
que no se puede escapar.