05 marzo 2021

 

El pandero

 

Roberto Omar Román


El viejo prestidigitador lanzó un sable a la noche e imploró:

¡Mata en mí toda ilusión!.

La luna le devolvió un espejo.

  


Papá lo trajo en Navidad. Mis hermanas y yo sabíamos que era alguna de sus habituales estrategias para hacernos conjeturar. Él era raro con sus asuntos: no daba explicaciones, siempre retaba nuestra lógica.

Como todo lo que traía a la casa, dejó el pandero en la mesita de la sala y entró a su recámara. Fingía indiferencia para darnos ocasión de satisfacer nuestra curiosidad.

El aro negro con platitos cromados alrededor y la estirada piel blanca parecían una noche de luna llena con estrellas. En un juego, al que estábamos acostumbradas, cerramos los ojos y lo pasamos de mano en mano. Elsa, la mayor de las tres, lo acarició y dijo que la piel era suave y fría como la nieve. Edna, la mediana, lo aproximó a su pequeña nariz y suspirando exclamó que el aro olía a bosque de pinos húmedos. Yo, al tenerlo, lo sacudí con delicadeza y de inmediato mencioné el sonido de los cascabeles del arlequín de trapo tumbado al pie del árbol navideño.

Días después, la noche de Reyes, carcajadas, como nunca habíamos escuchado, provenientes del cuarto de nuestro padre nos despertaron. Elsa, por ser la mayor, fue la primera y única de nosotras en asomarse. Balbuceante por el llanto reprimido, nos ordenó a Edna y a mí que regresáramos a la cama.

Luego, muy de mañana, llegaron a la casa los hermanos de papá acompañados de hombres fornidos de rostro duro. Entraron a su recámara: oímos su voz como el lamento de una bestia. Los hombres lo sujetaron con correas, y envuelto en una manta se lo llevaron abrazado a su pandero.

Jamás volvimos a ver a nuestro padre ni los tíos regresaron. Nos mandaron a una mujer que se hizo cargo de nosotras. Era mandona, sucia y de malas palabras, la visitaba un amante borracho que dormía con ella dos veces a la semana. Ese hombre alto, güero, no feo, nos miraba con desprecio y, con su voz pastosa, nos decía ser mandamás de un muro que estaban construyendo de aquél lado, y señalaba en dirección al norte, y que, según, a nuestro padre se lo habían llevado, junto con otros locos y comunistas, a edificarlo.

Sabíamos que el hombre mentía para hacernos desatinar y guardar un mal recuerdo de nuestro padre. A veces, para disipar la tristeza, dibujábamos a escondidas a papá en una cartulina pegada a la pared de su cuarto y nos poníamos a platicar con él, suplicándole que volviera a casa. Sin embargo, nos ganó el pesar.

Edna, antes de los diecisiete, se enredó con un viejo miserable, dueño de un invernadero que le da mala vida y la manda a vender plantas a la calle. Elsa simplemente se cansó de vivir, nunca nos contó lo que vio aquella triste noche de Reyes en el cuarto de papá, y a los dieciocho se arrojó a las ruedas de un camión carguero.

Yo, sigo de pie en esta esquina mirando aparecer las estrellas, trato de no mirar hacia el norte porque siento temor de que sea verdad lo del muro. Estoy convencida de que aquel pandero nos atrajo la desgracia. Algo parecido sucede con el arlequín, que ando cargando desde el día que me salí de la casa: tiene los rombos deshilachados, la sonrisa pintada se le hizo una mueca huraña y, bajo el gorro mugroso, asoma parte de su cabeza calva y dislocada. La diferencia está en que él es bueno, porque cuando hago sonar sus cascabeles, los hombres, surgidos como un bostezo, se acercan a preguntarme:

¿Cuánto, mi reina?

1 comentario:

  1. Muy triste, pero la realidad supera la ficcion. Cuantas familias empobrecidas y destrozadas por las ideas. Despues de la guerra civil de España, hubo represalias tan terribles, por chivatazos, a veces simples envidias denunciaban los que se sentian o se habian cambiado al nuevo regimen de los ganadores. Madres que se tuvieron poner a limpiar para sacar a sus hijos adelante, y esconder la verguenza por tener a sus maridos en la carcel. Mujeres luchadoras. Conoci a una de ellas. Una maravillosa y buena persona, siempre con sonrisa, atenta, de esas buenas gentes que solo con estar a su lado me sentia en paz. Aquellos que denunciaron a su marido no lograron arrebatar la belleza interior de esa mujer. Ese el el triunfo de los heroes anonimos.

    ResponderEliminar

Los comentarios de este blog están sujetos a moderación. No serán visibles hasta que el administrador los valide. Muchas gracias por su participación.