29 octubre 2021

El espía italiano que amó a una española

Julio Sánchez Mingo

A Carlino, che dal cielo si prende cura di noi e ci mantiene collegati

Gianluigi me contó muy someramente que su padre, Mario, participó en la II Guerra Mundial en Gibraltar y su entorno como miembro del SIM, Servizio Informazioni Militare de las Fuerzas Armadas italianas —entonces sujetas al arbitrio del dictador fascista Benito Amilcare Andrea Mussolini—. Habiendo sido la conversación telefónica, me ofreció pocos detalles y yo tampoco se los pedí.

Hace un par de semanas, apareció en el periódico la reseña de El italiano, de Arturo Pérez-Reverte, que narra las andanzas bélicas en la bahía de Algeciras de un buceador de combate transalpino, piloto de maiale, su salvamento y acogida por una española y la historia de amor que surge entre ambos.

Maiali, cerdos en lengua italiana, eran unos sumergibles de bolsillo de desarrollo italiano, con forma de torpedo, llamados SLC, siluro a lenta corsa, de poco más de siete metros de eslora, utilizados durante aquella conflagración mundial. Operados a horcajadas por dos tripulantes, se introducían de soslayo en las bases navales enemigas para atacar sus navíos, adosándoles al casco una carga explosiva de tritolital. Es muy célebre la acción de guerra en la que, mediante el uso de estos artefactos navales, en la rada de Alejandría, Luigi Durand de la Penne y sus hombres hundieron los acorazados Valiant y Queen Elizabeth, el destructor Jervis y el petrolero Sagona. Un total de seis combatientes dieron al traste con 80.000 toneladas de acero.—

 

Maiale.

Le envié a Gianluigi el artículo por teléfono y de inmediato, desde Roma, donde se encontraba de viaje, me respondió con un mensaje de voz en italiano que decía: "Ya lo he comprado. No te voy a negar que con sólo leer la contraportada me he emocionado. Me ha parecido vivir una historia ya escuchada. Gracias".

Retomamos aquella conversación telefónica comiendo juntos en un restaurante, nido de espías en el Madrid de la primera posguerra, a espaldas del Congreso. Lamentablemente no es ni sombra de lo que fue, tanto en lo que respecta al servicio como en lo referente a la cocina. Lo que se expone a continuación es un resumen, más o menos ordenado, de lo que el locuaz Gianluigi me narró y de la documentación que me proporcionó.

Mario había nacido en Nápoles en 1917, hijo de Luigi —el bebé protagonista del relato El torno, aparecido en estas páginas, que llegó a comisario de policía—. En 1940 estudiaba lenguas extranjeras en el Regio Istituto Superiore Orientale de Nápoles, germen de la actual Universidad de Nápoles L'Orientale. Ese año Victor Manuel III de Saboya, rey de Italia, que en 1922 había aupado al poder como presidente del Gobierno al Duce Mussolini tras la Marcha sobre Roma, declaró la guerra a Francia y Reino Unido, alineándose con la Alemania nazi de Hitler, por lo que nuestro futuro espía fue llamado a filas como marinero de reemplazo.

 

Mario con uniforme de marinero de la Regia Marina.

Gracias a su cualificación, realizó el curso de ascenso a suboficial de complemento, siendo promovido a segundo jefe de señales y destinado como responsable del faro de Capo Mele, en la provincia de Savona, en el límite oeste del golfo de Génova. Su conocimiento de idiomas y la experiencia adquirida en la observación y reconocimiento de buques y el envío, recepción, encriptado y desencriptado de mensajes luminosos, hizo que al cabo de poco tiempo fuera encuadrado en el citado SIM y enviado como agente al Campo de Gibraltar. En la guerra las órdenes son taxativas y los sentimientos y deseos personales no cuentan. Su misión fundamental era controlar los movimientos en el Estrecho y la bahía de Algeciras de los navíos de guerra británicos y sus barcos de suministro y dar soporte a la legendaria X Flottiglia MAS (Memento audere semper, del lema creado por D'Annunzio) en sus incursiones de combate contra las unidades enemigas.

—Esta agrupación naval operaba de tres formas distintas: 1) mediante barchini, Motoscafo Turismo Modificato, MTM, lanchas de recreo modificadas cargadas de explosivo (como en Suda, Creta, donde hundieron el crucero pesado York, un transporte y un petrolero); 2) aproximación con maiali, que podían trasladar 300 kg de tritolital y hundir un acorazado, como se ha descrito más arriba; 3) con la infiltración de buceadores de combate, los Grupos Gamma, que adosaban unas bombas lapa que llamaban mignatte, cimici o bauletti, a las embarcaciones más vulnerables. Un hombre rana por sus propios medios es incapaz de acarrear la cantidad necesaria de explosivos para hundir un buque de guerra, por poco blindado que esté, pero sí puede colocar pequeñas minas, de apenas medio kilo de peso, que son letales para un mercante o un pasaje. Atravesaban de noche la bahía de Algeciras hasta el lugar de atraque o fondeo del objetivo y regresaban a continuación al punto de partida. ¡Nadando! Eran auténticos atletas—.

 

Barchino.

El lugar de referencia de Mario en el Campo de Gibraltar era Villa Carmela, una casa de campo alquilada por los italianos, situada en el municipio de San Roque, en un alto cercano a la playa de Puente Mayorga, que servía de punto de observación y de base de apoyo logístico para los Grupos Gamma y los maiali, cuyo ensamblaje final, en la segunda fase de su existencia operativa, a partir de diciembre de 1942, se realizó en el Olterra.

Inicialmente los SLC eran transportados en el submarino Scirè hasta el mismo teatro de operaciones de la bahía de Algeciras, siendo botados en el momento de entrar en acción. Desde el verano de 1940, el tanquero italiano Olterra, de 4.995 toneladas, yacía varado en las proximidades de dicha playa, con parte de su tripulación civil a bordo. A principios de 1942, la Regia Marina decidió utilizarlo como base secreta de los maiali. Con este objetivo fue reflotado y trasladado al puerto de Algeciras, quedando atracado en el muelle del Dique Norte. Una vez sustituidos sus marinos mercantes por una dotación militar, fue acondicionado para el ensamblaje y estiba en su interior de los SLC, para lo que se le abrió un portalón en un costado del casco, en la obra viva, bajo la línea de flotación, por donde de noche cargaban partes y piezas suministradas desde un submarino y se botaban los propios torpedos tripulados, una vez listos para el combate—.

Mario, para recabar información o controlar movimientos de tropas y embarcaciones, atravesaba el estrecho en barca hasta la costa africana disfrazado de pescador bereber, con la falsa identidad de Mohamed Benahmen Faxi, o pasaba a Gibraltar con pasaporte español manipulado y deambulaba por la misma calle Real. También disponía de un uniforme militar español. Era capaz, incluso de noche, de reconocer un cierto navío por su silueta y siempre se quejó de pérdida de vista tras tantas horas de vigilancia nocturna tras el catalejo o los prismáticos. Su vida estaba sometida a una gran tensión. Cuando un espía es capturado, es fusilado de inmediato. Los tripulantes de maiale apresados, como soldados que eran, fueron considerados prisioneros de guerra y tratados como tales. Mario y sus compañeros trabajaban coordinados con los agentes alemanes, poco presentes en la zona, que no participaban en el apoyo a las acciones militares de los italianos y cuyo único interés era servir de ojos a los submarinos de la Kriegsmarine en sus incursiones por el Mediterráneo.

El 24 de julio de 1943, el Gran Consejo Fascista pide a Victor Manuel III la destitución de Mussolini, que es aceptada. El dictador es detenido, trasladado inicialmente a la isla de Ponza y después a La Maddalena. Con posterioridad es recluido en un hotel de montaña en el Gran Sasso. Italia firma el armisticio con las potencias aliadas el 8 de septiembre y el día 12 de ese mismo mes el Duce es liberado por paracaidistas de la Luftwaffe y miembros de las SS y llevado a Alemania, donde se entrevista con Hitler. El 25, también de septiembre, proclama la República Social Italiana, RSI. Los alemanes invaden el norte de Italia y ocupan Roma, de donde previamente ha huido el Saboya. Se desencadena la guerra civil. El rey declara la guerra al estado nazi el 13 de octubre.

Las noticias y órdenes de Italia llegan a Algeciras y el Campo de Gibraltar con retraso y son confusas e incluso contradictorias. Mario se plantea qué hacer. De momento cumple con los dictados de la RSI y contemporiza con los alemanes allí destacados, que en seguida empiezan a desconfiar de él por ser italiano. En una ocasión, queriendo simultanear diversión y obligaciones y tratando de obtener información de la situación real en Italia tras la caída de Mussolini, se aproximó a una eficiente espía alemana, una joven marroquí, a la que una noche invitó a bailar. Salió trasquilado y sangrando abundantemente: fue a besarla y la chica le mordió la lengua. Tras unos meses de incertidumbre, a la vista de los desmanes que la Wehrmacht y la SS estaban cometiendo en su país, decide escapar y volver a Nápoles, a casa, por vía terrestre, pues resultaba imposible acceder a un transporte marítimo. Todo un reto pues debía atravesar España, un país movilizado militarmente con un régimen policial, la Francia ocupada, el estado títere de Vichy, y la Italia sometida por los alemanes, con los estadounidenses atrincherados al norte de Nápoles. Era un miembro de la Regia Marina, que para unos era un traidor y para otros un desertor y un enemigo. Es fácil imaginar que sus recursos económicos eran escasísimos.

En su odisea, llega a Madrid y se aloja en una pensión, a primeros de 1944. En una sala de baile conoce a Rafaela. Al día siguiente ésta le presenta en Callao a su hermana Joaquina, la protagonista femenina de esta historia. Habían acudido a una zapatería con otra amiga y Mario se incorporó al grupo con un conocido suyo. Desde ese momento empezó a acompañarla a todas partes, a pasear por la Castellana, a sentarse en un banco de la plaza de la Villa de París o ir al cine. Al principio de su relación, nuestro espía también intentó abrazar y besar a su futura mujer. A cambio recibió una sonora bofetada. Definitivamente no era 007, ante el que todas las mujeres se rendían en el primer encuentro. Las hermanas vivían en Santo Tomé, con su padre, José Ramírez. Su madre había muerto en enero de 1942, rota por el dolor de desconocer el paradero de su hijo Antonio, al que había visto por última vez cuando el joven se dirigía al frente naval del Cantábrico, a embarcar en un destructor. Supieron por tres cartas suyas que había huido a Francia con la debacle del ejército republicano, siendo internado en un campo de concentración francés, donde solicitó asilo político, y transferido posteriormente por los alemanes al Stalag VIII-C y de ahí a Mauthausen. En la última de las misivas les decía que estaba en Gusen. Años después la Cruz Roja Francesa les confirmó que su hijo y hermano había fallecido a resultas de una colitis contraída por ingerir alimento en mal estado. Era uno de los métodos de exterminio en Mauthausen-Gusen. Luigi, el padre de Mario, también murió de pena y sufrimiento por la pérdida de su hijo Giovanni, en un incidente en el que éste intentó proteger a su hija adolescente del acoso de unos militares estadounidenses.

Mario quedó bloqueado en Madrid. Por una parte estaba agotando el dinero que apenas le llegaba ya para pagar el alojamiento. Por otra, el miedo de volver a Italia, dada su situación de colaborador primero y de desertor después de la RSI, lo atenazaba. Habían visto en el NO-DO las imágenes de los cuerpos lacerados y vejados de Mussolini, Claretta Petacci y otros jerarcas fascistas, colgados de los pies, cabeza abajo, de la marquesina de una gasolinera en piazzale Loreto de Milán. La situación se hizo tan extrema que Ángel, su futuro cuñado, pidió a su padre que lo ayudara, con el argumento de que debía socorrer al italiano igual que a él le gustaría que hicieran con su desaparecido hijo Antonio. En una primera etapa fue acogido en casa de los Ramírez, donde comía y dormía en la habitación de Ángel. Al cabo del tiempo, como en Madrid era imposible encontrar trabajo para un extranjero, por sugerencia de unos futuros cuñados, se mudó a El Barco de Ávila, donde, en una casa alquilada, montó un aula, con una enorme pizarra, para dar clases de refuerzo y recuperación a los niños del pueblo. Le iba bien y empezó a ganar su dinerito, tanto es así que planteó a Joaquina casarse. Finalmente, a pesar de la oposición de don José, que había tenido un fuerte encontronazo con su futuro yerno, el viernes 7 de diciembre de 1945 se desposaron en la iglesia de Santa Bárbara, en las Salesas. Ella, guapísima, con el vestido de novia que le había prestado su cuñada Mercedes.


Joaquina y Mario, el día de su boda.

En aquellos años de posguerra, las familias carecían de recursos y las mujeres dieron sobradas muestras de valor, tenacidad, abnegación y trabajo. Mi madre cortó y cosió su propio vestido nupcial, ayudada por su hermana Paz. El padre de Joaquina, por ser ésta menor de edad, hubo de resignarse y firmar autorizando el matrimonio de su hija, aunque no asistió a la ceremonia. En el camino en tren hacia Barco, donde se establecieron, fueron retenidos por la Guardia Civil, pues no creían que estuvieran casados, dada la juventud de ella y la poca edad que aparentaba.

Al desertar de la RSI a finales de 1943, Mario había sufrido la pérdida de grado, emolumentos y otros derechos. Por otra parte, a raíz de la amnistía Togliatti de 22 de junio de 1946, los colaboradores de la república de Salò quedaron libres de cargos. Ello les abrió las puertas a viajar a Italia para visitar a su familia, cosa que hicieron. En Nápoles encontraron una ciudad destrozada por la guerra, con multitud de casas derrumbadas por los bombardeos, entre cuyas ruinas las ratas escarbaban frenéticamente y se paseaban de forma ostentosa las prostitutas que ofrecían sus servicios a los ocupantes, imberbes soldaditos del Medio Oeste.

De Barco regresaron a Madrid donde montó un negocio de fabricación y venta de rosarios y otros artículos religiosos, que montaban con piedras y perlas importadas de Italia. Algo muy apropiado en la España nacionalcatólica de la época. Ello le obligaba a recorrer el país a lomos de su Vespa. Años después, el osado espía fue capaz de recorrer varias veces en viaje de negocios el trayecto Madrid-Nápoles, ida y y vuelta, montado en su scooter, con su hijo Gianluigi abrazado a sus espaldas. Para hacernos una idea de lo que esto suponía, valga señalar que, por aquel entonces, gran parte del trazado de la carretera de La Coruña entre Madrid y Tordesillas estaba adoquinado. ¡Qué no sería llegar hasta la ciudad partenopea!

En 1962 Joaquina y Mario con sus hijos fueron a disfrutar de las vacaciones estivales a Nápoles. Allí nuestra pareja, ante una oferta de trabajo para él, que a la larga resultaría un fiasco, decidió no regresar a Madrid. Una vez solucionados, tras mucho papeleo y reclamaciones, sus problemas administrativos y legales, Mario fue reconocido como veterano de guerra, lo que le permitió optar a la plaza de secretario de la Escuela Media de Casavatore.

Falleció en 1992. Joaquina lo acompañó en 2017. Su vida es un ejemplo de devoción y apoyo a su marido y a sus hijos.

Él amaba tanto Italia como España y siempre que estaba en una añoraba la otra. Decía: "Para mí Italia es mi madre y España mi mujer". 

Mario Genovese fue un excelente espía. Quizá por ello no ha dejado rastro en la abundante literatura existente sobre los agentes secretos de la II Guerra Mundial.

PD. El lector interesado en los temas mencionados en esta narración puede profundizar fácilmente en ellos. La bibliografía es muy extensa y sencillas búsquedas en Internet ofrecen óptimos resultados. Igualmente, se recomiendan las películas La donna che venne dal mare, Espionaje submarino en español, (1957), de Francesco De Robertis, con Vittorio De Sica y Sandra Milo, sobre las peripecias del Olterra, los submarinistas italianos y el espionaje en Gibraltar, y El enemigo silencioso (1958), de William Fairchild, con Laurence Harvey, ambas disponibles en las plataformas habituales.

 

22 octubre 2021

El rosal francés

Roberto Omar Román

 


¿Qué se creyó esa tipa flaca, pecosa, narices de cotorra, que por venir de estudiar de Francia y traer puesto un primoroso vestido fucsia de organza con flores bordadas a mano tenía derecho a humillarme? ¿A mí, que el año pasado, a pesar de ser gordita, bajita y morena, fui reina de la simpatía en el Instituto de profesionalización para empleadas domésticas? Pues no, no y no. Bien conozco mis derechos civiles y laborales, sí señor.

Soy tolerante: aguanté su insolente mirar a mi falda plisada de poliéster-algodón, sencilla sí, pero muy limpia y planchada; aguanté su fruncir de jeta, como si estuviera oliendo caca, al fijar sus ojos de buitre en mis zapatos de plastipiel, es cierto, un poco gastados y pasaditos de moda; aguanté su ofensivo carraspeo de superioridad como exigiéndome aplausos o una reverencia. Yo estaba en el cuarto de los señores con la aspiradora encendida, una máquina de bestial potencia capaz de succionar hasta las lámparas de latón. La ignoré, me tragué, como mujer fuerte y profesional que soy, mi bilis y una lágrima, pero cuando me preguntó con ese tono de víbora chirrionera si yo era la nueva criada, y no conforme con que no le contesté y seguí en mi faena, la muy jija se emperró en gritarme que si era muda, que las gatas de mi facha no duraban en su residencia porque eran unas puercas, güevonas, muertas de hambre y putas de a cien pesos, ya no me contuve. A nadie le permito que ponga en entredicho mi virtud de doncella a mis veintisiete años: le zampé una trompada en seco y, al ver que se me venía a la cara con sus uñazas de leona, la atajé con la boquilla de aspirado… y ¡zum!, que se la traga completa como lo que era: basura. Sólo quedaron sus divinas zapatillas marrón de piel de cabra.

A casi un año, los mortificados patrones la siguen buscando por cielo, mar y tierra, ofrecen recompensas por informes de su paradero y mandan oficiar misas en honor de la Virgen de Lourdes para que aparezca su hija. Me gana la risa cada vez que prendo la aspiradora y comienza a traquetear por dentro como si moliera piedras. Me figuro que son los huesos duros de roer de la mocosa pedante. Por cierto, desde entonces, a escondidas, voy a vaciar la bolsa de la aspiradora en el terreno del jardín donde crecen los claveles, las orquídeas, los crisantemos y las buganvilias, y para sorpresa mía empiezan a brotar unas rosas lindas de pétalos de organza color fucsia y aroma a perfume francés. A lo mejor es milagro de la Virgencita Lulú, así que por si sí o por si no de vez en vez prendo una veladora al pie del rosal.

Las zapatillas las mandé al rancho, a la prima Genoveva. Le encantaron, las luce en los bailes y kermeses.

15 octubre 2021

Las ciudades de su vida

Daniela Amadori

Traducción de Gianluigi Genovese


"¿Cuántas vidas puede contener una vida?", pensó mientras miraba la ropa doblada encima de la cama.

Otra temporada había pasado y con las temporadas, los años....

Las vidas de su existencia podrían ser capítulos con títulos de nombres de ciudades.

El primer capítulo hablaría de Bolonia: muy fría en invierno y muy calurosa en verano. Llamada "la roja por los ladrillos de arcilla con los que está construido su centro histórico, el apodo se ha convertido en metáfora de una ideología dominante... Bolonia, con su estatua de Neptuno, que nació desnuda y luego fue cubierta con una hoja de parra por recato, para ser finalmente "redescubierta" cuando se comprendió que el arte es siempre arte...

"Ciudad de mis raíces", decía, “ciudad paterna, donde, los fines de semana, íbamos a visitar a mi abuela y yo jugaba en el gran patio soleado.

Luego estaría Turín, la ciudad mágica donde el triángulo del bien y del mal se encuentran, dejando a la capital piamontesa suspendida en el limbo de sus eternas contradicciones: la altísima Mole Antonelliana, sumergida, sobre todo en invierno, en un cielo rojo de polución. Palacios barrocos que huelen a historia principesca y la fábrica de la FIAT con sus trabajadores haciendo turnos en un amanecer gris. Un río caudaloso pero contaminado. Sin embargo, una ciudad que fascina. "El sitio donde nací, donde de niña pasaba horas en la tienda de mi padre, el lugar de mis amigos de juventud, de esos que duran toda la vida, aunque estén lejos y no podamos tomar un café juntos.”

Hace una pausa: "Un momento, sólo un momento, una parada para considerar cómo ordenar las cosas de la manera más funcional, para cuando tenga que volver a sacarlas” La vida tiene rituales que se repiten... y sus ciclos, que también evolucionan.

Y así llegó la ciudad del trabajo: Milán. Una ciudad grande, industrial, rica y gris en la que destaca el Duomo, con su estatua de la Madonnina como algo único.

"Creo que nunca me ha gustado Milán... No me atrae la forma de hablar de la gente, la importancia que dan a lo material... el tráfico frenético, nunca he pensado en establecerne allí... Pero Milán ofrece mucho, sobre todo a los jóvenes que buscan trabajo.

Coge la escalera para depositar su ropa en la parte superior del armario.

El trabajo ha sido el centro de su vida durante mucho tiempo. Un trabajo que la ha obligado a viajar y conocer varias ciudades: Londres, París, Atenas, Praga y finalmente... Madrid.

Barroca como Turín, fría y cálida, pero sin la humedad de Turín. El palacio real con su fachada proyectada por Filippo Juvarra, el mismo que proyectó la del del Palacio Madama de Turín.

"Me sentí inmediatamente, extrañamente, como en casa. Además, el ambiente era y es el de un sitio en el que nunca se duerme... Parece el País de los Juguetes1 con sus innumerables tabernas, teatros, luces, tiendas tentadoras, calles anchas, palacios iluminados y fuentes, con imponentes monumentos en el centro de los cruces. Por eso decidí trasladarme aquí, cuando me jubilé, porque... ¿qué y a quién había dejado en Italia?

Mira las bolsas de nailon apiladas ordenadamente en las estanterías y baja: a su edad empieza a ser peligroso andar subida en escaleras. Sin embargo, los pensamientos corren uno detrás de otro: ahora es difícil frenarlos.

"Esta ciudad ha sentido mi mirada benévola y me ha correspondido.”

Mira el vestido, en su funda, colgado en el lado derecho del armario.

"Esta, para mí, ha sido la ciudad del amor. El amor de la madurez, el que ya no se espera, quizás la última sorpresa de una vida que creía que ya me lo había dado todo... o nada. Un amor que da la profunda alegría de mirar, de mirarse a sí mismo a través de los ojos del otro. Un amor que deja un sabor amargo en la boca cuando te das cuenta del poco tiempo que te queda, de que el futuro sólo puede ser el presente y que hay que saborearlo sin perder ni un solo instante.

El tiempo pasa rápido. Surge el miedo de una vejez inevitable, que te da la excusa para tomar decisiones que parecen increíbles

El vestido es largo, pero sobrio: la edad no permite nada más...

"¡Pero no renunciaré a la mantilla corta!… aunque no sea española...nadie me ha hecho cambiar de idea. Esta es mi primera boda y me siento como una veinteañera con muchos sueños, tengo un hombre maravilloso esperándome en el altar el sábado próximo y sé que me sonreirá porque me quiere y no porque sea una excéntrica”.

Mira el armario que acaba de cerrar: en el próximo cambio de temporada tendrá que cambiar de sitio parte de su ropa para dejar espacio a la de él.

"¡Paciencia, merece la pena!”


1 País imaginario del Pinocho de Collodi, donde los niños sólo juegan y se atiborran a dulces.

Le città della sua vita

Daniela Amadori


Quante vite può contenere una vita?”

Questo pensava mentre guardava gli abiti piegati sul letto. Un’altra stagione era passata e con le stagioni gli anni…

Le vite della sua esistenza potevano essere dei capitoli intitolati a delle città.

Il primo capitolo avrebbe menzionato Bologna: freddissima in inverno e caldissima in estate. Bologna “la rossa” per i mattoni d’argilla con cui è costruito il suo centro storico. Soprannome diventato metafora di un’ideologia dominante… Bologna con la statua del Nettuno che nacque nudo, poi fu coperto da una foglia di fico dal comune senso del pudore, infine fu “riscoperto” quando si capì che l’arte è sempre arte… “Città delle radici”, si disse, “città paterna, dove, nei fine settimana, andavamo a trovare la nonna ed io giocavo nel grande cortile assolato”.

Poi verrebbe Torino, città magica, dove il triangolo del bene e quello del male si incontrano, lasciando il capoluogo piemontese sospeso nel limbo delle sue eterne contraddizioni: la Mole Antonelliana svettante, ma immersa, soprattutto in inverno, in un cielo rosso di smog. I palazzi barocchi che profumano di storia principesca e la FIAT con i suoi operai che si danno il cambio in un’alba grigia. Un un fiume importante, ma inquinato. Comunque città che affascina ed ammalia. “E’ il luogo natale, quello che mi ha vista bambina nel negozio di papà, quello degli amici di gioventù che sono per la vita, anche se lontani e non ci si può andare a prendere un caffè…”

Si ferma: “Un momento, solo un momento, per riposare e considerare come sistemare la roba nel modo più funzionale, in vista di quando si dovrà tirarla di nuovo fuori… La vita ha riti che si ripetono… cicli che tornano e cicli che evolvono…”

Così è arrivata la città del lavoro: Milano. Città grande, industriale, ricca, grigia dove spicca, come unicità, il Duomo con la statua della Madonnina. “Non penso di aver mai veramente amato Milano… non mi attraggono la sua parlata “larga”, il suo traffico frenetico, l’importanza dell’ “avere”… Forse non avevo mai pensato di andarci a vivere… però Milano offre molto, soprattutto ai giovani in cerca di lavoro”

Prende la scala per andare a riporre i panni nella parte alta dell’armadio.

Il lavoro è stato il centro della sua vita per molto tempo. Un lavoro che l’ha portata a viaggiare ed a vedere altre città: Londra, Parigi, Atene, Praga… ed infine Madrid.

Barocca come Torino, fredda e calda, ma senza umidità (come Torino). Il palazzo reale con la facciata progettata da Filippo Juvarra, lo stesso che progettò la facciata di Palazzo Madama. “Mi ci sono sentita subito, stranamente, a casa. Inoltre l’atmosfera era ed è quella di un sito in cui non si dorme mai… Sembra il paese dei balocchi con le sue innumerevoli taverne, i teatri, le luci, i negozi accattivanti, le strade larghe, i palazzi illuminati e le fontane, con monumenti imponenti, al centro degli incroci… Per questo ho deciso di trasferirmi qui, andando in pensione, tanto cosa e chi avrei lasciato in Italia?”

Guarda i sacchetti di nylon ben impilati nei ripieni e decide di concentrarsi scendendo: inizia ad essere pericolosa la scala alla sua età. I pensieri, però, ormai si rincorrono ed è difficile fermarli…

Questa città ha percepito il mio sguardo benevolo e mi ha ricambiata!”

Guarda il vestito, nella custodia, appeso solitario nella parte destra dell’armadio .

Questa, per me, è stata la città dell’amore. L’amore della maturità, quello che ormai non ci si aspetta più, forse l’ultima sorpresa di una vita che pensavo mi avesse già dato tutto, o niente. Un amore che dà la gioia profonda di guardare, di guardarsi con gli occhi dell’altro. Un amore che lascia la bocca amara nel rendersi conto del poco tempo che rimane, del futuro che può essere sempre e solo il presente da assaporare senza perderne neppure un istante.

Ed il tempo passa in fretta, o sì che passa in fretta…! Sorge la paura di una vecchiaia irrimediabile, che ti dà la scusa per scelte decisive… incredibili.”

Il vestito è lungo, ma è sobrio: l’età non consente nulla di più… “Ma alla mantiglia corta non rinuncio! Nessuno mi ha fatto desistere… anche se non sono spagnola. Sono al mio primo matrimonio, mi sento una ventenne con tanti sogni, ho un uomo stupendo che sabato mi attenderà all’altare e so che sorriderà perché mi ama e non per la mia eccentricità!”

Alza gli occhi e guarda il mobile appena richiuso: al prossimo cambio di stagione dovrà rinunciare a qualche abito, per far spazio a quelli di lui. “Pazienza! Ne vale la pena!”

08 octubre 2021

Otoño

Julio Sánchez Mingo

 

Eloy Gómez

Qué triste puede ser el otoño cuando, a la vuelta del radiante verano, descubro que la parca ha hecho de las suyas, llevándose a personas queridas y apreciadas de mi entorno. Esperaba reencontrármelas y ya no están. No podré volver a verlas, ni dedicarles una sonrisa o regalarles una caricia o un apretón de manos. Ni siquiera escuchar su voz por teléfono, lo mínimo que podemos pedir cuando existe un vínculo, por liviano que sea. Qué impotencia, que desesperación, a sabiendas de que es imposible rebobinar. A veces queda una imagen en un frío perfil de WhatsApp. Conservo su contacto en el teléfono y me niego a suprimirlo, en una vana rebeldía ante lo irremediable. Y cuando empiezo a recuperarme del impacto emocional, tras la visita feliz a unos amigos que son familia, Átropos, como fin de su macabra fiesta estival, repite su acción en los días del cambio de estación. Pareciera que Cloto sólo teje hilo negro para mí y la soledad, el desamparo y la pesadumbre se hacen mayores, adueñándose de mí.

Intento consolarme, alumbrando su imagen en mi mente. Siempre los veo risueños, como en los días dichosos y alegres en su compañía.

La vida es como un viaje en barco con muchas escalas. Conoces a mucha gente, te relacionas con ella con mayor o menor intensidad. Cuando se toca puerto nuevos pasajeros se incorporan a la navegación y otros la abandonan. A éstos ya no volverás a encontrarlos. A unos los viste descender por la pasarela y, al menos, te hicieron un gesto de despedida. Otros, en una noche siniestra, fueron engullidos por la mar y, a la mañana siguiente, hallaste su camarote vacío. Soy consciente de que, inevitablemente, algún día seré yo mismo el que desembarcará. Es curioso: siempre me ha impresionado apoyarme en la borda de un buque a admirar la reluciente estela, especialmente en las horas de tinieblas.

Tras un año y medio excepcional, que el arrogante hombre moderno nunca hubiera imaginado, en el que nuestro quehacer diario quedó en suspenso a la espera de tiempos mejores, es difícil volver a disfrutar de la vida y recuperar el optimismo: mi particular otoño se ha presentado aciago y sombrío. Hasta mi amigo José Eloy ha dibujado hoy una planta de hojas mustias y lánguidas.