El rosal francés
Roberto Omar Román
¿Qué se creyó esa tipa flaca, pecosa, narices de cotorra, que por venir de estudiar de Francia y traer puesto un primoroso vestido fucsia de organza con flores bordadas a mano tenía derecho a humillarme? ¿A mí, que el año pasado, a pesar de ser gordita, bajita y morena, fui reina de la simpatía en el Instituto de profesionalización para empleadas domésticas? Pues no, no y no. Bien conozco mis derechos civiles y laborales, sí señor.
Soy tolerante: aguanté su insolente mirar a mi falda plisada de poliéster-algodón, sencilla sí, pero muy limpia y planchada; aguanté su fruncir de jeta, como si estuviera oliendo caca, al fijar sus ojos de buitre en mis zapatos de plastipiel, es cierto, un poco gastados y pasaditos de moda; aguanté su ofensivo carraspeo de superioridad como exigiéndome aplausos o una reverencia. Yo estaba en el cuarto de los señores con la aspiradora encendida, una máquina de bestial potencia capaz de succionar hasta las lámparas de latón. La ignoré, me tragué, como mujer fuerte y profesional que soy, mi bilis y una lágrima, pero cuando me preguntó con ese tono de víbora chirrionera si yo era la nueva criada, y no conforme con que no le contesté y seguí en mi faena, la muy jija se emperró en gritarme que si era muda, que las gatas de mi facha no duraban en su residencia porque eran unas puercas, güevonas, muertas de hambre y putas de a cien pesos, ya no me contuve. A nadie le permito que ponga en entredicho mi virtud de doncella a mis veintisiete años: le zampé una trompada en seco y, al ver que se me venía a la cara con sus uñazas de leona, la atajé con la boquilla de aspirado… y ¡zum!, que se la traga completa como lo que era: basura. Sólo quedaron sus divinas zapatillas marrón de piel de cabra.
A casi un año, los mortificados patrones la siguen buscando por cielo, mar y tierra, ofrecen recompensas por informes de su paradero y mandan oficiar misas en honor de la Virgen de Lourdes para que aparezca su hija. Me gana la risa cada vez que prendo la aspiradora y comienza a traquetear por dentro como si moliera piedras. Me figuro que son los huesos duros de roer de la mocosa pedante. Por cierto, desde entonces, a escondidas, voy a vaciar la bolsa de la aspiradora en el terreno del jardín donde crecen los claveles, las orquídeas, los crisantemos y las buganvilias, y para sorpresa mía empiezan a brotar unas rosas lindas de pétalos de organza color fucsia y aroma a perfume francés. A lo mejor es milagro de la Virgencita Lulú, así que por si sí o por si no de vez en vez prendo una veladora al pie del rosal.
Las zapatillas las mandé al rancho, a la prima Genoveva. Le encantaron, las luce en los bailes y kermeses.
Realismo mágico y sano odio de clases. El autor no nos decepciona nunca.
ResponderEliminarAy, ji ji ji, ¡cómo me he divertido!
ResponderEliminarLe está bien empleado a la pija esa, por clasista, estúpida y maleducada.
Yo estoy escribiendo, para mis nietos, algo que se llama "Tatas".
Nada tan sorprendente y descacharrante como este relato.
Muy divertido. Ojalá fuera tan fácil deshacerse de la gente que disfruta humillando a los demás. Y ojalá también, en su recuerdo, nacieran hermosas flores. Sería lo único bueno que dejarían a su paso por este mundo nuestro.
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