12 febrero 2021

 

Don Manolito y la marimba


Julio Sánchez Mingo



Lo conocí hace dos años largos, una luminosa mañana en que yo estaba charlando con mi amigo Alberto, el bolero de Polanco, mientras éste atendía a un cliente en su sillón de Schiller esquina a Mazaryk. Era la viva estampa de Don Quijote, enjuto, barba blanca, en la ochentena, pero no cabalgaba a lomos de un jamelgo, sino repantigado en una silla de ruedas, que empujaba una simpática y amable joven, él con su bastón entre las piernas. Pulcro, bien cuidado, vestía chaqueta y corbata. Tiempo atrás había sufrido un ictus cuyas secuelas le limitaban la movilidad. Como todos los días, se dirigían a una cercana cafetería —propiedad de Carlos Slim, el hombre más rico de México— donde don Manolito se citaba con unos amigos para desayunar. A la puerta del establecimiento licenciaba a su cuidadora, que regresaba a casa con el artefacto, para, un par de horas después, volver a recogerlo. El portero tomaba el relevo de la ayudante y nuestro protagonista, genio y figura, de su brazo, caminando lenta y vacilantemente, atravesaba el establecimiento hasta la sala de restauración donde el metre, a su vez, lo acompañaba hasta su mesa y, solícito, lo acomodaba. Todos lo saludaban con respeto, cordialidad y cariño: —Buenos días, don Manuel—. Actitud natural y espontanea la de todos ellos, que también él engrasaba con suculentas propinas. De desayuno, siempre, tomaba tortitas con nata.

Estuvimos platicando largo rato. Hijo de español, había vivido en Madrid bastantes años y aquí había tenido negocios, disfrutando de lo suyo del ambiente de la noche madrileña. Conocía todos los locales, de los que ya no existe casi ninguno. Enseguida hizo buenas migas con este madrileño, paseante en corte de la ciudad chilanga. Quedamos en desayunar juntos otro día y lo emplacé en un lugar donde yo puedo acceder con Lolita, la compañera cuadrúpeda y peluda que vagabundea conmigo por la capital mexicana, y a la que a la entrada siempre obsequian con unas chuches. Cuando pasamos por los alrededores, siempre tira de mí para que nos acerquemos y satisfagan su glotonería. Allí, don Manolito y yo descubrimos los ojos más bonitos de México. Pero esa es otra historia.

En los días sucesivos constaté que en Chapultepec Morales lo conocía todo el mundo, donde saludaba y lo saludaban continuamente por la calle. Coqueto, seductor, simpático, tiene muy buena mano con las señoras. Mónica, con fama de excelente repostera, le brindaba de comer muchos días en la pequeña terraza del local que regentaba en Petrarca, y Rubén, un muy buen conversador, que comercializaba helados para perros, sin ingredientes dañinos para su metabolismo, también me habló de él.

Con la pandemia, todo ha cambiado. Alberto ha tenido que cambiar de emplazamiento y trasladarse unas manzanas más allá porque el edificio de oficinas que le nutría de clientes está vacío, todos hacen teletrabajo. Además, los restaurantes de la zona han estado cerrados hasta hace un par de semanas y ahora se limitan a servir comidas en las terrazas de la calle. A don Manolito sus hijos se lo han traído a Madrid y la terracita del cafetín de Schiller, que lo acogía todos los días a mediodía desde que comenzó a extenderse la enfermedad, se ha quedado sin su más conspicuo cliente. Y el trío callejero que toca la marimba, que acudía bajo su balcón frente al consulado venezolano y las colas a su puerta, símbolo actual de enfrentamientos, pobreza y diáspora—, y a cuyos miembros indefectiblemente lanzaba unos pesos, ha perdido su mejor espectador y parte de su sustento. A los acordes de su música bailaba unos zapateados que se hacía grabar en vídeo y me mandaba por WhatsApp. Los imagino deambulando por las solitarias calles de Polanco, mendigando unas monedas a cambio de sus alegres sones, huérfanos del quijote mexicano, mi amigo don Manuel Mazoy.


8 comentarios:

  1. En tu escrito resalta la admiración hacia el personaje que describes, con tanto afecto y del que tantas veces nos has hablado despertando, aún más, mi curiosidad por conocerlo y que nos cuente cosas de México.

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  2. Entrañable. Qué buenos ratos en uno de los muchos restaurantes de esa zona de Presidente Mazaryk. Me estaba acortando del Valentina que ya no estaba abierto la última vez que anduve por allá.

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  3. Ahora sabemos que en algunos corazones de España circula un torrente de sangre de nuestro México, con olor a tierra y aire de nostalgia y fraternidad.
    Gracias por el recuerdo.

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    1. Tan meticulosamente has presentado al personaje y sus costumbres que por un momento me sentí en Méjico disfrutando del mismo. Mariano Mares

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  4. Estupendo escrito estimado Julio; a la vez triste, por la situación que estamos atravesando por la pandemia, ha cambiado y continúa modificando la vida de todos. Saludos y fuerza a todos.

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  5. ¡Qué ternura en la descripción de ese hombre bueno, seductor y simpático que es Don Manolito! Cómo me gustaría desayunar y charlotear con el y sus amigos y ver pasar delante esos hermosos ojos que ellos descubrieron! Gracias por su relato.

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