05 febrero 2021

 

Tenampa

Joaquín Lozano Torres

Yo sentí que mi vida se perdía en un abismo profundo y negro como mi suerte. Quise hallar el olvido al estilo Jalisco pero aquellos mariachis y aquel tequila me hicieron llorar… José Alfredo Jiménez

 


El Tenampa es la reliquia viva donde se desvela una buena parte de la realidad y personalidad de México. De ese México entrañable y familiar para mí.

En el Tenampa todo se mezcla para dar lugar a una amalgama de gente que solo cristaliza en lugares como este porque, fuera de aquí, nada tienen que ver los unos y los otros.

Entrar en el Tenampa es adentrarse en ese Mundo Raro de José Alfredo. Es convivir por un rato con fantasmas más que vivos que te transportan a otros tiempos; a esos tiempos de blanco y negro, de rectos bigotes, de machos muy machos y de sentimientos contrapuestos donde penas, nostalgias, despechos y fracasos acaban dando lugar a sensaciones de felicidad, por muy efímera que ésta sea.

Y es allí donde cada día mucha gente va a ahogar sus pesares y a disfrutarlos, transformando estos, por obra y gracia de El Jimador, del Don Julio, con sangrita o sin sangrita, o simplemente por el efecto de las muchas micheladas, en esa euforia amable que hace abrazar a desconocidos y desentonar hasta la extenuación junto a esos mariachis de vieja escuela, ataviados con trajes de charro algo pasados de kilometraje y con algún que otro guitarrón un tanto cascado que, sin embargo, consigue sonidos de música celestial para todos los que asisten encantados a la ceremonia.

Por las paredes, las pinturas de tanto ilustre que por allí pasó. Los mismos que velan por los mariachis y acompañan felices a los que disfrutan una y otra vez de esas canciones, de tanto legado. Pepe Guízar o Cornelio Reyna, al que como él mismo dice, lo sacaron del Tenampa. También Jorge Negrete, Lola Beltrán o Pedro Infante y claro está, José Alfredo, Agustín Lara y Chavela…

Ay, «¡Quién pudiera reír, como llora Chavela!» que cantara Sabina, buen conocedor de esta cantina memorable sin la que sería imposible que la plaza de Garibaldi fuera la que conocemos.

Por las alturas, guirnaldas de papeles de colores tijereteados para formar todo tipo de dibujos y entre las mesas, recorriendo una y otra vez el local, vendedoras de flores, de lotería y meseros, muchos meseros que una y otra vez recargan las ansiosas copas.

Puede estar sonando al mismo tiempo La Bikina, Cielo Rojo o No Volveré porque no se estorbarán. Los músicos de cada mariachi hacen un círculo alrededor de los que solicitan cada pieza y dentro de ese círculo, uno solo escucha las trompetas que corresponden y los violines que acompañan su canción.

Aunque solo sea por un rato, aquí, hasta el más humilde de los plebeyos, como no, gracias a José Alfredo Jiménez... sigue siendo el Rey.

6 comentarios:

  1. Tenampa.... Y sin darte cuenta te trasladas a un mundo de colores, de música, de humanidad. En aquel bullicio puede olvidarse el dolor existencial en el cual estamos sumergidos. Esta magia no quiero analizarla desde el punto de vista del análisis del texto —además no sabría cómo.
    El efecto ha sido sintéticamente precioso, un caleidoscopio de un sitio que ahora conocemos nosotros también.

    ResponderEliminar
    Respuestas
    1. Si se pudo trasladar algo de la esencia de aquel mítico lugar, misión cumplida; simplemente de eso se trataba. Muchas gracias

      Eliminar
  2. Bonita estampa a un lugar que no conozco, asi he podido trasladarme. Gracias

    ResponderEliminar
  3. Realmente es un lugar mágico. Debe serlo, sin duda. Sé algo de tu sensibilidad y de tus percepciones a la hora de vivir un espacio o una situación. Es buen sitio para cuando se pueda y esté relato tuyo será el culpable. 👍👍

    ResponderEliminar
  4. No conozco Tenampa, ni tan siquiera México pero me he sentido inmerso como si fuera mi rincón de toda la vida. Gracias Joaquín, desconocido amigo.

    ResponderEliminar
  5. Hola Joaquìn,me ha encantado tu relato porque corrobora lo que siempre supe. Por eso te voy a contar un hecho curioso: cuando estuve en México invitada en casa de unos amigos muy pijos, primero en Ciudad de México y luego en Puerto Escondido, no paré de insistir en que querìa ver y escuchar a los mariachis. Sin embargo, todos los presentes, mexicanos por supuesto, me miraron como a una extraterrestre e incluso como a una paleta que pretende el folclore de pandereta.Evidentemente eran, ademàs de pijos, incultos.Gracias Joaquìn y siento enormemente no haber podido ir a ese mìtico lugar que tù describes tan bien y que yo siempre imaginé.

    ResponderEliminar

Los comentarios de este blog están sujetos a moderación. No serán visibles hasta que el administrador los valide. Muchas gracias por su participación.