06 julio 2023

Finalista del VII Premio de Escritura Breve de Diario de Madrid 2023

Mujer, te negaron el sillón

Isabel García Viñao

Aquel día, Enrique Moliner llegó tarde a casa. Dejaba tras de sí corrientes de aire por las prisas. Con elegancia y distinción colgó el sombrero y la gabardina en los brazos de la percha. Luego, dejando sobre la mesa del salón su bolsa de utensilios médicos y el periódico, se dirigió a la cocina para dar un beso a su esposa y la explicación del motivo de su demora: “Llego tarde Matilde porque a última hora he tenido que atender un parto. El niño venía de nalgas y no puedes imaginarte lo que le ha costado sacarlo a la madre.”

Mientras tanto, sobre la mesa en la que el padre había dejado El Imparcial, la hija del matrimonio leía una noticia de la portada y con un lapicero mordisqueado en la punta subrayaba determinadas palabras y expresiones. Desde que comenzó a hablar, María había manifestado su afición por vocablos inapropiados para su edad.

Cuando el padre salió de la cocina, la niña comenzó a conversar con él:

Padre, sé que llega tarde y muy cansado del trabajo, pero, como usted sabe tantas cosas, querría preguntarle qué significa “decadencia ante el desastre colonial”, “visión subjetiva y grotesca de la realidad”, “espíritu crítico”,… ─preguntó con deseo vehemente de saber la niña.

Pero, hija, no dejas de sorprenderme, qué curiosidades más extrañas tienes. ¿No dices que tu maestro don Américo Castro explica tan bien la gramática en clase? Pues mañana, tan pronto llegues a la escuela, le preguntas. ¿Tú crees que es normal que a tus ocho años me hagas estas preguntas? ¿Ves a tus hermanos Enrique y Matilde? Están jugando ¿verdad? Pues eso es lo que tendrías que hacer tú. Las noticias de los periódicos son para mayores. Lo que debes leer son revistas infantiles. Hace pocos días os compré tres. ¿Dónde habéis dejado “Monos”, “Dominguín” y “Gente Menuda”? María debes leer lo que te corresponde y no los diarios de mayores. No debemos adelantarnos al ritmo normal de las cosas, todo llega en su momento. Tiempo al tiempo. ¿O tú ves normal que para vestirte te pongas ropa de mujer mayor? ¿O unos zapatos de tacón y del número 39? ¿A que no se te ocurre calzarte los zapatos de mamá? ¿Verdad que no? Pues, así las palabras. Muchas, a tu edad, te quedan grandes. No obstante, hija, lo que has oído a mamá y a mí comentar en casa es que España vive actualmente una época de decadencia por el desastre colonial, pues en la guerra hemos perdido Cuba y Las Filipinas. Y esas tierras eran una parte muy importante de España y su pérdida supone una gran desgracia. Para que te hagas a la idea, hija, es como si tú perdieses el cuaderno de gramática ─comparó el padre, sabiendo lo importante que ese cuaderno era para la niña. ─No obstante, hija, me encanta que seas como eres y que llegues lejos, aunque sé que te vas a encontrar con muchas trabas en el camino por ser mujer. ¡Qué injusta es la vida! No sé por qué tengo que hacerte esas recriminaciones tan absurdas. Para mí los tres hijos sois iguales. No va a ser Enrique más por ser hombre. Esas diferencias no caben en mi cabeza, sí en las de muchas personas. La sociedad a principios del siglo XX piensa de esa manera tan absurda. Espero que estas maneras de pensar las arrastre enseguida el paso del tiempo. Debemos dar tiempo al tiempo, la sociedad seguirá evolucionando y pronto se dará cuenta de esta desigualdad que es inadmisible.

Claro, claro. Yo pienso que no habría que marcar diferencias tan grandes por ser hombre o mujer, pero, bueno, esperemos que ese problema lo vaya solucionando el paso de los años, como usted dice padre. Pero, por favor, vuelva a lo que le preguntaba hace un rato: ¿Tan importantes eran Cuba y Las Filipinas para España? ─respondió sorprendida la niña por la comparación que su padre le había hecho con su cuaderno. ─Con don Américo trabajamos muy bien la gramática, hacemos muchos ejercicios, y quiere el cuaderno sin borrones. ¡Va a ver qué limpio está el mío! ─La niña corrió a buscar su cartera para enseñárselo a su padre. ─Hoy ─prosiguió ─el maestro nos ha preguntado quién sabía qué hay que hacer con la ensalada para que su sabor sea bueno, y, como todos mis compañeros se han quedado callados, he respondido yo: aderezarla, arreglarla, sazonarla, condimentarla, aliñarla, componerla,... Don Américo se ha quedado a cuadros, y no sé por qué, pues esas palabras las oigo a dos por tres cuando hablan ustedes y se me quedan en la cabeza ─dijo María, con tanta humildad que la última palabra casi había sido inaudible.

La niña fue creciendo con el gusto de jugar con las palabras, con el deseo de aprender nuevas cada día, con la aspiración de conocer bien el idioma. Conforme pasaba el tiempo, esa tendencia se acrecentaba y se convertía en su verdadera pasión. Así pues, fue iniciando su afán de recopilar palabras ─como el que colecciona cromos─ y las iba apuntando en fichitas que ella misma recortaba. Hacia familias, series, añadía sinónimos, antónimos, escribía ejemplos de usos, frases hechas que escuchaba en la calle o en casa, e incluso le llamaban la atención los préstamos de otras lenguas.

Y así, esta mujer, María Moliner, nacida en 1900, fue el ejemplo de que la perseverancia es un gran elemento de éxito, una virtud por la cual todas las virtudes dan fruto. Consiguió, en esta época tan difícil para la mujer, licenciarse con la máxima calificación en la Facultad de Filosofía y Letras de Zaragoza cuando eran contadas las mujeres que ocupaban un asiento en las aulas universitarias. Y, poco a poco, abriéndose caminos en lugares vedados para el sexo femenino, fue consiguiendo sus frutos: Archivera en las Delegaciones de Hacienda de Murcia y Valencia, bibliotecaria de prestigio, miembro de la Orden de Alfonso X el Sabio y, por último, sacó a la luz el famoso Diccionario de Uso del Español, el cual la colocó en el escalón más alto por su trabajo ininterrumpido durante quince años.

Ascendió merecidamente muchos escalones. Demasiados para una época en la que desgraciadamente no era costumbre que la mujer destacara. Por supuesto, todos muy bien merecidos. Pero, ¡ay, por Dios! Socialmente habían muchos diablillos y éstos impidieron que una mujer, tan grande y tan valiosa, fuese admitida para ocupar un sillón en la Real Academia de La Lengua. Está claro que esa negativa sí que fue una pincelada negra por ser mujer. Por sus trabajos en pro de la lengua, esta misma institución para compensar la quiso premiar con el Premio “Lorenzo Nieto López” un año después, más no le faltó personalidad para rechazarlo por el feo que le habían hecho. ¡Allí dejaste patente el valor de ser mujer!

Y por tu valía, tu grandeza, tu personalidad de no dejarte pisar por nada ni nadie, a ti van dedicados estas humildes palabras:

Y dinos, María, ¿cómo es posible que el léxico de nuestra lengua, que es infinito, pudieses encerrarlo en tu diccionario si la inmensidad de un mar no se puede recoger en una concha?

¿Cómo fuiste capaz de coger al vuelo tantas palabras aladas que salen fecundas por nuestras bocas?

¡A ti, mujer trabajadora, de obra maravillosa y excelsa, que a escritores de renombre tu valioso diccionario embelesa!

 

2 comentarios:

  1. Precioso! Un ejemplo más de aquellas mujeres pioneras que valían lo mismo, o más, que los hombres de su época. Tuvieron muchísimo más mérito por las dificultades que encontraron.
    Un saludo!

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  2. Creadora de la más grande de las herramientas usada por los escritores del mundo hispanoparlante

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