Jesús
Ramos
A
mi amigo Julio, del que tomé prestado un rasgo para el protagonista
del relato
La
única verdad es la música Jack Kerouac
Siempre
que voy a un concierto elijo una localidad desde la que se vean bien
las manos del pianista. No es que no me importen los demás
intérpretes, claro que me importan, pero ver como las yemas de los
dedos acarician las teclas me hace abandonar cualquier otro
pensamiento y la música penetra hasta la última célula de mi
cuerpo.
Me
gusta entonces imaginar un mundo donde conviven todos los sonidos
posibles, un mundo regido por una voluntad superior, el azar, que
según su soberano capricho, selecciona algunos de esos sonidos, los
secuencia, los dota de la intensidad justa y les insufla una porción
de vida, la precisa para que esa secuencia,
que no es sino la melodía, fluya como la corriente de un arroyo;
entonces, cuando ya las corcheas,
las
fusas y las negras, transformadas en acordes de un adagio, llegan a
mis oídos, el pianista y yo estamos solos en el auditorio; a mi
derecha no se sienta una mujer rubia con un lunar en la mejilla,
ni
hay un anciano detrás de mí
intentando
reprimir una tos inoportuna, ni tengo un pasado o un trabajo que
quizá mañana pierda, ni tampoco una hipoteca que pagar o ese
amenazante dolor en el costado por el que me acaban de hacer un
escáner del que todavía desconozco el resultado; en ese momento,
perdida la conciencia de todo, me abrazo al juego de la música, ese
juego capaz de alejar cualquier ruido, el ruido de la vida, y me dejo
ir en una ensoñación en la que el albedrío supremo del azar se
enseñorea de todo, y todo se somete a su tiránico mandato,
empezando por las cuerdas del piano que no pueden sino vibrar, y por
las teclas, obligadas a transmitir esa vibración a los dedos del
solista que se mueven con frenesí, imperceptiblemente para mis ojos
que ya, a estas alturas del concierto, están cerrados; y también
las manos juegan a ese juego, las manos que imagino tirando de los
músculos de los brazos y de los hombros, tirando también del cuerpo
que se arquea respondiendo a esa tracción; y todo en el pianista es
tensión contenida y fuerza y pasión que brota en forma de sudor de
la frente del hombre cuyo traje es negro como el
piano
y sus dedos blancos
como las
teclas
del
piano; y en ese momento, perdido en ese mundo imaginario, soy incapaz
de distinguir si el pianista interpreta la partitura o si, por el
contrario, es el piano el que insufla al hombre movimiento y vida, o
si ambos
son solo objetos inertes y solo existen dentro de la música y el
azar; para mí, en ese momento, la existencia solo es un concierto,
nada más que un sueño; y cuando se acabe la música y el sueño
termine, el pianista se quedará quieto, petrificado, congelado en un
tiempo vacío de sonidos, las manos estiradas, los dedos descansando
sobre las teclas, mientras se apagan los ecos de la última nota del
último compás del último movimiento.
Y,
al igual que el piano, callará la orquesta, el auditorio quedará
mudo,
algunos gritarán ¡bravo!, yo me levantaré y aplaudiré a pesar de
ese dolor persistente en el costado, que no me abandona ni de día ni
de noche, y el pianista, tras saludar al público con una reverencia,
volverá a soñar ese sueño en el que la vida es al revés, el piano
no es más que madera, acero y marfil y la partitura del concierto la
escribió un tal Chopin.
Muy dificil traducir con palabras claras lo que nos dicta nuestro cerebro emotivo....aqui "spes contra spem" esta dificultad se supera....pues,nada,gracias por esta luz.....precioso regalo en un momento que lo requeria
ResponderEliminarFenomenalmente escrito, expresando toda la emoción que siente y narrando como vive el intenso presente!
ResponderEliminarQue maravillosa descripcion de las emociones que surgen en un concierto. Esa comunion, el tiempo parado. Me identifico totalmente. Muchas gracias.
ResponderEliminarAl igual que la música, la literatura también es capaz de transportarnos..como hace el autor en esta ocasión... Demostrando la superioridad de las Artes.
ResponderEliminarBravo!!!
Penetrante y profundo ensayo que despierta toda la sensibilidad del lector. Gracias por este regalo.
ResponderEliminarMe interesó mucho su forma de describir el concierto de piano, creo que las manos del pianista eran sus propias manos que se movían al unísono
ResponderEliminarl haciéndole sentir esa sensación única. La música es maravillosa y esos momentos son únicos. Escribiste algo? Yo estoy en ello, si me parece que tiene algún interés te lo envío, ahora lo estoy releyendo y corrigiendo. Ya sabe tu marido que es ese dolor en el costal? Gracias por compartir el escrito conmigo. Un abrazo
Extraordinaria interpretación literaria, gracias por compartir.
ResponderEliminarMuy bien escrito Jesus.
ResponderEliminarSigue con esa afición literaria que en tiempos duros como estos permite superarlos mejor.
La vida de la música puesta por escrito.
ResponderEliminarLa música es vida.
Gracias por expresarlo tan precioso.
Muy emocionante y genial descripción de lo que nos hace sentir la música. Me encanta. Qué ganas de ir a un concierto. Firmado MdC.
ResponderEliminarPercibo la descripción del efecto mágico que produce la música en el autor.
ResponderEliminarBien lograda la ilación del discurso narrativo, la fluidez del lenguaje y el estilo sencillo. Me remite al excepcional cuento de Cary Kerner OLAF OYE A RACHMANINOFF. Felicidades por tu breve narración,Jesús.
ResponderEliminar¡Me encantó!
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