25 octubre 2015

Recuerdos del golfo de Nápoles, por Julio Sánchez Mingo


Recuerdos del golfo de Nápoles

Julio Sánchez Mingo
Enero 2015

A Nadia

La primera vez que estuve en el golfo de Nápoles tenía 15 años recién cumplidos. Estaba veraneando en Gaeta, en la playa de Serapo, a mitad de camino entre Roma y Nápoles, en casa de mi amigo y compañero del colegio Ugo Picazio, con sus padres y sus hermanas.

Un día su madre, una genuina italiana del Meridión, nacida en Pola, ahora Pula, en la península de Istria, que Italia perdió tras la II Guerra Mundial, nos dio dinero para que cogiéramos el tren y nos fuéramos, Ugo y yo, a conocer Nápoles.

Pasamos todo el día pateando la ciudad, nos metimos en los barrios más canallas, el Español entre ellos. A esa edad nos comíamos el mundo.

Volvimos a Gaeta por la noche. Luz, calor y la felicidad de la libertad. Una jornada espléndida.

En otra ocasión, un primo de Ugo, diez o quince años mayos que nosotros, que ya conducía y tenía coche, vino de visita a Gaeta y después nos llevó a pasar unos días a su casa, con sus padres, en San Sebastiano, al pie del Vesubio, que fue alcanzada por la erupción de 1944, durante la II Guerra Mundial. La madre de Ugo vino con nosotros.

                                                                El autor con su amigo Ugo Picazio en el cráter del Vesubio. Agosto 1967

Después subimos con él hasta el cráter del volcán y, posteriormente, visitamos las ruinas de Pompeya y su museo. Me impactó mucho la visión de los cuerpos petrificados por la lava. Como Ugo y yo éramos menores, no nos dejaron entrar en la sala donde conservaban los cuerpos de aquellos a quienes la erupción sorprendió en actividades sexuales y que quedaron conservados para la eternidad en posturas inapropiadas para nuestras calenturientas mentes de adolescentes.

Recorrimos toda la Costiera Amalfitana hasta Amalfi, donde la madre de Ugo localizó a su hermana en la playa, sin necesidad de móviles ni WhatsApp. También visitamos Ravello, llegando hasta Salerno, sin alcanzar Paestum, más al sur.

                                         El autor con Maria Fuscello, la madre de su amigo Ugo, en Pompeya. Agosto 1967

Volví al golfo de Nápoles en 2002, con mi madre, una jovial señora de 85 primaveras. Como le encantaba viajar, la invitaba una vez al año a algún viajecito. El último con ella fue a París, por la Almudena de 2006. Lamentablemente se rompió la cadera en la primavera de 2007 y, para ella, se terminaron los viajes, excepto el veraneo en Altea.

Nos alojamos en Vico Equense, en la penísula Sorrentina, a mitad de camino entre Castellamare di Stabbia y Sorrento, en un hotel, al borde del mar, cuyas habitaciones deben ser alcanzadas por el agua cuando hay temporales fuertes del NO.

Estuvimos en Pompeya y rodeamos, de pueblo en pueblo, la falda del Vesubio. Montaña siniestra, decía ella. Justo un año antes había desaparecido Beatriz, en el Etna.

En una población bastante grande asistimos, a la salida de una notable iglesia barroca, al espectáculo de un cortejo fúnebre muy singular. Coche de caballos negro y muy barroco, como el de Tierno Galván. Los corceles, negros por supuesto, eran ocho. Desfile de plañideras. Los hombres de chaqueta y corbata y las mujeres con velo. Todos de negro. Pensamos que el difunto sería un capo mafioso de la Camorra.

Navegamos hasta Capri, dejando Ischia, al fondo, a estribor. Me resisto a escribir Isquia, no sé por qué. Sin embargo, escribo Milán, Turín o Nápoles cuando lo hago en castellano.

Hicimos la Costiera Amalfitana visitando Positano, Amalfi y Ravello llegando hasta Salerno.

Y alcanzamos Paestum, un lugar mágico, como casi todos los enclaves griegos del sur de Italia, la Magna Grecia.

En el museo admiré il Tuffatore, la pintura de la Antigüedad clásica más "moderna", creo yo, que se puede contemplar. Parece del siglo XX.

Cuando nos despedimos de los empleados del hotel de Vico Equense, todos ellos muy cariñosos con mi madre, le insistían para que volviera en otra ocasión. Yo creo que ella pensaba que, con lo mayor que era y con la cantidad de sitios que hay por el mundo, las posibilidades de volver eran nulas.

De hecho no volvimos nunca. ¡Qué pena!


3 comentarios:

  1. Dos viajes a Nápoles en dos epocas diferentes de la vida: la adolescencia y la madurez.
    Dos viajes a Nápoles donde la luz, el color y el olor de los limoneros estan presentes... e pure un po' di nostalgia.

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  2. Pobre Procida, todo el mundo se olvida de ella!

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  3. No se debe escribir de lo que no se conoce. Lamentablemente no conozco Prócida. A ver si tengo suerte y alguien me lleva.
    El autor.

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