Recuerdos
del golfo de Nápoles
Julio Sánchez Mingo
Enero 2015
A Nadia
La
primera vez que estuve en el golfo de Nápoles tenía 15 años recién
cumplidos. Estaba veraneando en Gaeta, en la playa de Serapo, a mitad
de camino entre Roma y Nápoles, en casa de mi amigo y compañero del
colegio Ugo Picazio, con sus padres y sus hermanas.
Un
día su madre, una genuina italiana del Meridión, nacida en Pola,
ahora Pula, en la península de Istria, que Italia perdió tras la II
Guerra Mundial, nos dio dinero para que cogiéramos el tren y nos
fuéramos, Ugo y yo, a conocer Nápoles.
Pasamos
todo el día pateando la ciudad, nos metimos en los barrios más
canallas, el Español entre ellos. A esa edad nos comíamos el mundo.
Volvimos
a Gaeta por la noche. Luz, calor y la felicidad de la libertad. Una
jornada espléndida.
En
otra ocasión, un primo de Ugo, diez o quince años mayos que
nosotros, que ya conducía y tenía coche, vino de visita a Gaeta y
después nos llevó a pasar unos días a su casa, con sus padres, en
San Sebastiano, al pie del Vesubio, que fue alcanzada por la erupción
de 1944, durante la II Guerra Mundial. La madre de Ugo vino con
nosotros.
El autor con su amigo Ugo Picazio en el cráter del Vesubio. Agosto 1967
Después
subimos con él hasta el cráter del volcán y, posteriormente,
visitamos las ruinas de Pompeya y su museo. Me impactó mucho la
visión de los cuerpos petrificados por la lava. Como Ugo y yo éramos
menores, no nos dejaron entrar en la sala donde conservaban los
cuerpos de aquellos a quienes la erupción sorprendió en
actividades sexuales y que quedaron conservados para la eternidad en
posturas inapropiadas para nuestras calenturientas mentes de
adolescentes.
Recorrimos toda la Costiera Amalfitana hasta Amalfi, donde la madre
de Ugo localizó a su hermana en la playa, sin necesidad de móviles
ni WhatsApp. También visitamos Ravello, llegando hasta Salerno, sin
alcanzar Paestum, más al sur.
El autor con Maria Fuscello, la madre de su amigo Ugo, en Pompeya. Agosto 1967Volví al golfo de Nápoles en 2002, con mi madre, una jovial señora de 85 primaveras. Como le encantaba viajar, la invitaba una vez al año a algún viajecito. El último con ella fue a París, por la Almudena de 2006. Lamentablemente se rompió la cadera en la primavera de 2007 y, para ella, se terminaron los viajes, excepto el veraneo en Altea.
Nos
alojamos en Vico Equense, en la penísula Sorrentina, a mitad de
camino entre Castellamare di Stabbia y Sorrento, en un hotel, al
borde del mar, cuyas habitaciones deben ser alcanzadas por el agua
cuando hay temporales fuertes del NO.
Estuvimos
en Pompeya y rodeamos, de pueblo en pueblo, la falda del Vesubio.
Montaña siniestra, decía ella. Justo un año antes había
desaparecido Beatriz, en el Etna.
En
una población bastante grande asistimos, a la salida de una notable
iglesia barroca, al espectáculo de un cortejo fúnebre muy singular.
Coche de caballos negro y muy barroco, como el de Tierno Galván. Los
corceles, negros por supuesto, eran ocho. Desfile de plañideras. Los
hombres de chaqueta y corbata y las mujeres con velo. Todos de negro.
Pensamos que el difunto sería un capo mafioso de la Camorra.
Navegamos
hasta Capri, dejando Ischia, al fondo, a estribor. Me resisto a escribir
Isquia, no sé por qué. Sin embargo, escribo Milán, Turín o
Nápoles cuando lo hago en castellano.
Hicimos
la Costiera Amalfitana visitando Positano, Amalfi y Ravello llegando
hasta Salerno.
Y
alcanzamos Paestum, un lugar mágico, como casi todos los enclaves
griegos del sur de Italia, la Magna Grecia.
En
el museo admiré il Tuffatore, la pintura de la Antigüedad clásica
más "moderna", creo yo, que se puede contemplar. Parece
del siglo XX.
Cuando
nos despedimos de los empleados del hotel de Vico Equense, todos
ellos muy cariñosos con mi madre, le insistían para que volviera en
otra ocasión. Yo creo que ella pensaba que, con lo mayor que era y
con la cantidad de sitios que hay por el mundo, las posibilidades de
volver eran nulas.
De
hecho no volvimos nunca. ¡Qué pena!
Dos viajes a Nápoles en dos epocas diferentes de la vida: la adolescencia y la madurez.
ResponderEliminarDos viajes a Nápoles donde la luz, el color y el olor de los limoneros estan presentes... e pure un po' di nostalgia.
Pobre Procida, todo el mundo se olvida de ella!
ResponderEliminarNo se debe escribir de lo que no se conoce. Lamentablemente no conozco Prócida. A ver si tengo suerte y alguien me lleva.
ResponderEliminarEl autor.