24 diciembre 2020

 

Julito en la tele por Navidad


Julio Sánchez Mingo


Ai vecchi compagni di scuola che, assenti o presenti, mi hanno accompagnato tutta la vita

 



Han pasado muchos años. Recuerdo Madrid como una ciudad en blanco y negro. Incluso, la única emisora de televisión existente emitía en grises, tanto contenidos como colores.

Cogimos —mi madre y yo— el 18 en Manuel Becerra y nos bajamos en la esquina de Joaquín Costa con Castellana. Las Rondas todavía conservaban sus arbolados bulevares.

Íbamos a Televisión Española, TVE, a su centro de producción de programas del paseo de La Habana. Yo avanzaba, como siempre, inquieto, nervioso, acelerado, llevándola a rastras. Tenía diez años.

Cuando llegamos, con antelación, por supuesto, —lo habitual estando yo por medio— tras un paseo insignificante para mí, me espetó:

―Hijo, podíamos haber cogido el 14, que nos hubiera dejado en la puerta y no me habrías traído a matacaballo.

Hay que señalar que tomar un taxi no era entonces algo habitual.

Mi padre se incorporaría un rato más tarde, directamente desde la oficina.

Las emisiones de TVE eran en directo, tanto el fútbol como los toros o cualquier programa de entretenimiento. No se grababa nada en el llamado magnetoscopio, que llegaría a España por esas fechas. La parrilla se completaba con películas o series al estilo de Rin Tin Tin, el pastor alemán del ejército yanqui. Los malos eran los confederados y, sobre todo, los pobres indios. Aunque fue Bonanza el serial que arrasó en las pantallas españolas a partir de 1962. Estudio 1, seguramente el mejor espacio de toda la historia del medio en España, no arrancaría hasta 1965. Consistía en la interpretación televisada de una obra de teatro. Por su plató pasarían Historia de una escalera, de Buero Vallejo, Esperando a Godot, de Beckett, Reginald Rose, con Doce hombres sin piedad, Ibsen, Pirandello, Moliere y tantos otros, además de los grandes clásicos españoles. Algo insólito con la dictadura franquista en el apogeo, en su momento más dulce, en plena ola del desarrollismo.

Por aquel tiempo en mi casa no había televisor —mi abuelo era un furibundo opositor al invento— y no se adquiriría hasta 1966.


Aquel año, en la segunda quincena de diciembre, TVE programó un espacio titulado Las Navidades en el mundo, dedicado a mostrar cómo se celebraba la Natividad en distintos países. Para desarrollarlo recurrió a los colegios extranjeros radicados en Madrid, a fin de que una selección de sus alumnos escenificaran las celebraciones propias de cada lugar y actuaran, cantaran y recitaran conforme a sus tradiciones locales.


A nosotros nos tocó, obviamente, representar a Italia. Yo fui una de las estrellas escogidas. Por ello tuve que soportar largas y tediosas sesiones de ensayos, donde nuestros maestros, Tiberio y Miglioli, con la signorina Marchini al piano —o era la signorina Lucia—, pretendían pulir fallos y defectos y que alcanzáramos la perfección absoluta. A los chavales nos parecía que siempre salía todo igual y pensábamos que, para una comparecencia de diez minutos, no merecía la pena malgastar tanto tiempo.


A última hora de la tarde el estudio hervía de niños actores, mamás y papás y personal de producción de TVE. Con los italianos iban a participar los franceses, mucho más numerosos y ruidosos, aunque parezca mentira, que nosotros. Además, sus familiares se comportaban de forma prepotente, como si fueran los dueños del cotarro. Ahora me llama la atención lo que era capaz de percibir un chiquillo como yo a esa edad.


En procesión accedimos al plató, serios y modositos, muy en nuestro papel de protagonistas. Comenzamos cantando unos villancicos tradicionales italianos, mientras adornábamos un belén. A continuación, algunos de nosotros recitamos unos textos escritos exprofeso para la función. Yo introduje esta parte, narrando la leyenda de la creación del nacimiento, del pesebre, por San Francisco de Asís en Greccio, un pueblecito del Lacio, en el siglo XIII: "Era l'anno 1223, San Francesco D'Assisi... ". Era el eje temático de nuestra aportación.


La idea del santo cuajó, cosechando un gran arraigo popular, especialmente en el sur de Italia, donde las figuras de los belenes, talladas o de barro, alcanzarían una notable calidad artística. El palacio real de Caserta, que mandara construir Carlos III, entonces rey de Nápoles, posee una colección única de nacimientos. El monarca, al viajar a Madrid para acceder al trono español, trajo consigo el celebérrimo belén del Príncipe, de factura napolitana, conservado en el Palacio Real, origen de la tradición pesebrista española, de la que la familia de mi abuela materna, los Alsina de la calle Bordadores, ha sido un referente a lo largo de ciento treinta y cuatro años.

El portal primigenio, el de San Francisco en Greccio, fue una instalación viviente, en la que colaboraron los vecinos del lugar, excepto la figura del Niño Jesús que era de terracota.


Al acabar nuestra representación y la emisión del programa, entre la natural algarabía y los besos, abrazos y achuchones de niños y familiares, hubo un detalle que me llamó mucho la atención. A los niños franceses les regalaron unos magníficos juguetes. A nosotros, una caja de bombones. ¿Sería cosa de TVE o algo de los respectivos colegios? Nunca he sido envidioso y, tampoco, especialmente aficionado a los dulces. Pero claro, a los diez años, un juguete es un juguete.


La vuelta a casa, camino de recibir parabienes de amiguetes y vecinos, fue sosegada, tranquila, saboreando las mieles del éxito. Era un niño feliz, ufano por haber aparecido en televisión. Afortunadamente, mis padres no le daban mayor importancia al acontecimiento. Esa noche en casa, y a la mañana siguiente en clase, hubo quienes me hicieron bajar de la nube y enfrentarme a la realidad:

Se caían todos los adornos que ponías— me soltó mi hermana al verme.

Y el gamberro de Ughito se reía de mí, imitando mis dotes declamatorias y mi postura de la tarde anterior, con una mano en alto y la otra apoyada en la barriga, mientras recitaba el texto sobre San Francisco. Creo que exageraba un poco, siempre ha sido muy teatralero, como dicen los castizos.


Feliz Navidad, querido lector.



 


 

10 comentarios:

  1. Bonita y entrañable historia navideña

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  2. Hola,caro compagno. En mi perfil Facebook está una foto del Retiro(cerca de la Casa de Fieras, o puede que incluso dentro de ella, en los jardines de Cecilio Rodríguez) en lo alto del tobogán yo,con el grembiule y al fondo, Miglioli. Un abrazo

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  3. Gracias por tus recuerdos. ¡Feliz Navidad!

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  4. Por aquellos tiempos yo vivía en provincias, a donde no llegaba la señal de televisión. Mi primer contacto con la misma fue con ocasión de un viaje a Madrid, donde visitamos a unos amigos de la familia que acababan de estrenar un televisor.
    Toda una larga, inacabable, tarde la pasamos en un silencio reverente contemplando la insulsa retransmisión en directo -como bien cuenta Julio- de un eclipse de sol.
    Desde entonces, pocas cosas me aburren más que la televisión.

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  5. Afortunadamente, en compensación al tedio y la agobiante entelequia de la televisión, tenemos el espléndido blog de Julio Sánchez, quién, invariablemente, presenta interesantes liturgias y entrañables memorias.

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  6. Me ha encantado tu recuerdo. Gracias. Me has llevado a mi infancia por aquellos dias navideños llenos de ilusion. Feliz Navidad para todos.

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  7. Caro compagno, no sólo de scuola sino de acontecimiento tan memorable:
    Recuerdo nuestra actuación como si la hubiéramos realizado ayer, pero los nervios del momento han borrado de mi memoria al resto de los participantes.
    Me gustaría que se manifestasen cuando lean tu artículo.
    Para tu consuelo, algún vecino o
    familiar que vio el evento me comentó que mi cara redondita se convertía en cara de torta ante las cámaras.
    En el trayecto al Paseo de la Habana, un taxista mandó a fregar a mi madre y chofer habitual.
    Rarezas de mi memoria...

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  8. Lindos recuerdos aquellos, gracias estimado Julio por compartir.
    Felicidades.

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