18 diciembre 2020

Negacionistas

Argimiro Rubio Cuadrado


Sus amigos lo evitaban desde hacía algún tiempo. Concretamente, desde que empezó a exponerles a darles la matraca, decían ellos sus ideas para terminar con el comportamiento incívico de toda esa gente que, un día sí y otro también, los informativos mostraban celebrando fiestas, botellones y reuniones varias, saltándose las recomendaciones que las autoridades hacían a la población para tratar de contener la pandemia.

A él le soliviantaba aquella impúdica ostentación de estupidez de la que esa masa hacía gala colgando en las redes sociales los videos de sus fiestas y le indignaba, aún más, la tibieza, cuando no la indulgencia, con que, en su opinión, los políticos y los creadores de opinión juzgaban esas conductas: “Ya se sabe como son los jóvenes; el confinamiento es difícil de llevar; los españoles somos más efusivos que los noruegos... ”. En fin, lugares comunes que solían terminar con farisaicas frases del tipo: “Pero claro, no se deberían permitir esas actitudes que nos pueden perjudicar a todos”. 

—¿Qué no se deberían permitir? —se exaltaba— ¿Eso? Eso lo arreglaba yo en cinco minutos. Cuando les contaba a sus amigos cómo acabaría él con esos comportamientos, le decían, entre perplejos y escandalizados: “Que no, que en el siglo XXI eso que dices no se puede hacer; que si los derechos humanos; que si la barbarie; que si bla, bla, bla... ”.

Pero bueno, les preguntaba: ¿Qué tienen de bárbaro los azotes en la plaza pública, o la introducción de astillas entre las uñas, el despellejamiento o el empalamiento, por ejemplo, si se hace con las debidas medidas de higiene y supervisado por médicos y personal sanitario de nuestra magnífica Seguridad Social?

Pero no había manera de que entraran en razón. Varias veces, cuando creían que no los observaba, se dio cuenta de que cuchicheaban a sus espaldas, mirándolo de reojo mientras negaban con la cabeza, y empezó a sospechar. Sí, sus amigos o, mejor dicho, los que hasta entonces él creía que lo eran, también formaban parte de la conspiración. Claro, tenía que ser eso, la gran conspiración mundial para condenar al silencio a las personas como él que sabían como acabar con los negacionistas. 

Sus amigos, pensó, además de conspiradores, eran obtusos, muy diferentes al amable joven con bata blanca que le escuchaba pacientemente y que parecía muy interesado en todo lo que decía.

En el parte de entrada habían consignado: Alucinaciones y manía persecutoria causada por estrés postraumático derivado del confinamiento.

El psiquiatra le recetó Trankimazín 0,50 mg, dos semanas de reposo y nada de televisión.

3 comentarios:


  1. Qué bueno. Me ha hecho gracia el relato, aunque no sea para reir, pues es muy triste y ademas real. Las consecuencias de este tiempo. Tener la cabeza en su sitio es dificil. Y surgen conflictos. Mientras el virus siga controlando nuestras vidas, estaremos como en un barco a la deriva, y mareados por las constantes tormentas que nos acechan.

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  2. Desafortunadamente la gente es irresponsable y debido a eso todo se sale de control y se pagan caro las consecuencias

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