18 junio 2021

El vuelo más largo

Daniela Amadori

Traducción del italiano de Gianluigi Genovese, con adaptación y notas de Julio Sánchez Mingo

 


Ya está casi todo listo.

Observo un escaparate rebosante de trajes de baño, pijamas y sujetadores. Colores brillantes que atraen la mirada y entretienen la espera. La puerta de embarque A1 está situada a mis espaldas. Aunque no mire el panel indicador, tengo muy claro el destino del avión al que accederé en breve. El murmullo creciente delata que la gente comienza a levantarse para hacer cola, esperando el momento de subir al avión. Siempre me he preguntado qué sentido tiene apelotonarse y estar de pie tanto tiempo, inútilmente, considerando que los asientos son numerados y el avión no despegará sin todos nosotros. La zona de espera es un fulgor de luces, cristal, acero y falsa madera. El aeropuerto ha ido cambiando mucho, aunque, a mi llegada, siempre he tenido la misma sensación: ¡ya estoy en casa!

Mamá, tu casa está donde nosotros moramos dirían mis hijos si me escucharan—. Nosotros somos tu casa ¿Por qué sientes nostalgia de otros lugares?

Ellos no han conocido el terminal aéreo de Nápoles, cuando no había escaleras mecánicas, ni hoteles cápsula, el mármol no brillaba y nadie hubiera ni siquiera imaginado comprar ropa interior antes de un vuelo. Sin embargo, cada vez que partía de este aeropuerto que no tenía vuelos directos a Nueva York sentía algo familiar como el olor del ragù1 de mi madre, a la que durante tanto tiempo lloré. Y, cuando regresaba, sentía zozobra por temor a no volver a encontrar lo que anteriormente había dejado atrás.

Me levanto, necesito estirar las piernas. Me dirijo a los aseos, pero no a los más cercanos: sus rampas de acceso, aunque cortas y suaves, no son adecuadas para mis rodillas. Prefiero los más lejanos. Aunque camine más, el recorrido es llano. Según avanzo, la luz de los escaparates me molesta. Mis ojos están debilitados por la edad y el cansancio. Llevo mucho tiempo sin dormir.

Qué sabrán mis hijos de cuando en los bajos de la Via dei Ventaglieri no vivían extracomunitarios; qué sabrán de cuando, con trece años, escuché gritar por primera vez a Peppiniello: "Lecherooo..". Ese día me asomé al balcón del tercer piso y descubrí la mirada seria de un chico muy moreno. Mi Peppiniello no cambió con el paso de los años: un hombre de piel demasiado oscura para no ser del sur, de cabellos muy negros, que fueron dando paso poco a poco a las canas, de mirada penetrante, como malhumorada, incluso cuando reía. "Tu marido tiene verdadero encanto latino", me decían mis amigas. Yo sonreía orgullosa, pensando para mí en la mucha suerte que había tenido.

Cuántas tiendas. La que vende mozzarella lleva aquí muchos años, sin cambiar de marca. Cuántas veces compré varios paquetes para que la probaran aquellos que desconocían el producto. Yo la saboreaba poco a poco, para que las sensaciones de la infancia perduraran en el paladar.

Papá, ¿has traicionado alguna vez a mamá preguntó un día nuestro hijo John.

No se puede traicionar a una bruja partenopea respondió él. Siempre decía que yo era una bruja, porque lo había hechizado el día que le lancé o panariello2, lentamente, desde el balcón de casa, para comprarle una botella de leche. En mi casa todos eramos intolerantes a la leche, pero de alguna forma tenía que llamar su atención.

Aquí están los aseos. Me lavo las manos y me refresco la cara, pero no puedo borrar la nostalgia que me atenaza el corazón.

Annarella, ¿tú cómo quieres vivir la vida? me preguntó un día en italiano, sin utilizar el dialecto, porque según repetía a menudo: "Las cosas importantes hay que decirlas en un idioma importante". Lo miré desconcertada. ¿Qué debía responder? ¿Qué quería que yo dijera?¡Quiero vivirla contigo! Y pensé: "Lo demás no importa".Entonces vamos, vámomos de aquí. 

Nuestro primer viaje no fue en avión. Cuatro trapos en una bolsa, poco dinero en el bolsillo y el miedo de estar cometiendo un grave error. Me abrazaba a mi Peppiniello. En ese abrazo no sólo había amor, había también necesidad de protección.

Después de los aseos hay un bar más. Antes no había tantos... Este local es la típica bodega de degustación. Si no fueran las 10 de la mañana pediría un blanco seco. El vino es bueno en Italia. ¡El vino es bueno en mi casa! No es el miedo a que se me suba a la cabeza lo que me reprime. Es el miedo a sentirme indispuesta en el avión. El vuelo es largo y quien esté a mi lado tiene derecho a relajarse, sin tener que preocuparse de mí o, peor aún, tener que atenderme. Nunca me gustó ser un peso para los demás y me apoyé solamente en mi marido hasta que tuve hijos. Los niños tienen derecho a tener otros puntos de referencia a su lado, más allá de padres más infantiles que ellos mismos. Antes de que nacieran tuvimos años difíciles, años de peregrinación, de penurias, de llantos nocturnos contenidos para que no se oyesen, de cansancio, de trabajo, de dignidad, de ahorros, de crecimiento... Y, después, nacieron ellos: John y Nancy.

Cuando volvimos a casa por primera vez, lo hicimos con la cabeza bien alta. El calor del verano, ropa nueva y dos niños muy curiosos cogidos de la mano. ¡Cuántas veces habían oído hablar del lugar donde habían nacido papá y mamá! Querían ver y saberlo todo y nosotros estuvimos encantados de complacerles. A John le gustaba sobre todo la cocina: la pizza frita, los cucuruchos, coppetielli, de manitas o de morro de cerdo fritos, las zeppole3 y los panzerotti4. En muy poco tiempo se olvidó de las hamburguesas. Nancy, por su parte, se sentía más atraída por lo que veía. Podía ensimismarse con los vendedores callejeros de San Gregorio Armeno, que vendían los infalibles cuernos contra la mala suerte, curnicielli, o enmudecer emocionada contemplando el Cristo Velado de la capilla de San Severo.

Vuelvo a sentarme porque todavía hay que aguardar. La gente que me rodea parece presa de un parsimonioso nerviosismo. Es lo que tiene la espera: cansa más que correr, pero no vas a ponerte a gritar que no puedes más.

Siempre me ha gustado observar a la gente en los aeropuertos y tratar de adivinar de dónde vienen, dónde van y por qué. Por su ropa presupongo cuál es su trabajo, quién les espera a su llegada, si están contentos por irse o si se sienten como ahora me siento yo. Incluso si alguna vez Nápoles ha significado para ellos lo mismo que para mí, si tienen familiares aquí o sólo viajan por trabajo. Hoy, sin embargo, sólo pienso en los recuerdos de un pasado muy presente.

¿Por qué vas siempre vestida de negro? le preguntó John a mi abuela. Perdí a mi primer hijo y nunca lo he olvidado. Llevas su nombre.¿Cuándo se murió? Ella bajaba los ojos ante esta pregunta, que tantas veces le habían hecho. Entonces todos callaban, conscientes de que hacían revivir un profundo y viejo dolor. Mi abuelo volvía la cara hacia otro lado. El sentimiento de culpa aún le quemaba el alma. Desde 1875 el torno de la Annunziata estaba clausurado, pero en el hospicio se podía entregar a los hijos del pecado y de la miseria. En la penuria había nacido aquel primer hijo. Ella era poco más que una niña y el abuelo había marchado al frente, a luchar en la Primera Guerra Mundial. Escaseaba el pan y, con el pan, faltaba la leche para las parturientas. Una noche, con el rostro cubierto por un velo, la abuela abandonó para siempre a su primer hijo. Su corazón nunca se lo perdonó.

El tiempo transcurre lentamente cuando tenemos una meta anhelada que alcanzar o muchas citas que atender. A mi edad parece que el tiempo ya no nos posee, sino que lo controlamos nosotros. Pero no es así. El tiempo siempre nos supera y domina, incluso aquí, incluso ahora, mirando los ojos de las personas que están a mi lado. Un niño llora de aburrimiento y su madre intenta pacientemente distraerlo, sin dejar de mirar el reloj que lleva en la muñeca.

Abuela, ¿por qué te asomas al balcón y utilizas el panaro en lugar de hacer la compra en el supermercado? le preguntó un día mi hija a mi madre. Nunziatina, si no lo hubiera hecho, tu madre nunca habría conocido a tu padre y todavía la tendría aquí en casa, conmigo.

Nancy miró a su abuela sin alcanzar a comprenderla y a mí me disgustó el tono de suficiencia que había en sus palabras.

Mamá, ¿por qué no vienes y te quedas a vivir con nosotros? No puedes imaginar lo que se apreciaría tu ragù donde vivimos. Mi madre se encogió de hombros y murmuró una negativa. Pero yo sabía que no era indiferente a los halagos de aquel atezado e intrigante yerno. Nunca vino a vernos, nunca tuvo suficiente valor para subirse a un avión. "Si el hombre tuviera que volar, el Padre Todopoderoso le habría dado alas", solía decir. De esta forma empezamos con los viajes de ida y vuelta a través del Atlántico. Eso sí, cada vez que nos lo podíamos permitir, porque los vuelos entonces eran muy caros. Pero Peppiniello sabía lo mucho que yo deseaba regresar y se esforzaba en ahorrar para poder traerme a casa.

Asistí al paulatino cambio de Nápoles. Cada vez había algo diferente, algo más bonito: la ciudad estaba más limpia, edificios y monumentos fueron restaurados y se revalorizaron. Incluso los típicos callejones se convirtieron en polos turísticos en lugar de concentraciones de pobreza.

Nuestros hijos han crecido, conocen bien Nápoles, pero su casa está en otro lugar. Por ello retornamos a visitarlos, es lo propio. Nuestro hogar se encuentra donde lo construimos, donde abrimos nuestros corazones y nuestro amor se hizo más fuerte, donde lo perpetuamos generando dos criaturas que a su vez generaron tres más. Los nietos, ¡qué alegría dan!

Abuela me preguntan ¿por qué no te pones nunca de negro? Está de moda, ¿sabes? Porque la vida ha sido generosa conmigo, me ha dado al abuelo y a todos vosotros. Siempre me ha ofrecido lo justo, lo necesario y nunca he tenido necesidad de mendigar más allá de lo imprescindible. No lo entienden, pero se sonríen con esta abuela siempre de colorines.

El cansancio me supera: las últimas noches de insomnio empiezan a pesarme y casi apuro una cabezadita, arrebujada en estas amplias butacas. Este retorno no es fácil. Sabemos muy bien que esta vez será el definitivo. Es un regreso doloroso, con el corazón de ambos roto, pero lo más importante es que lo hacemos juntos. Nada nos volverá a separar. Cuando lleguemos nuestros hijos nos estarán esperando y ellos sabrán lo qué hay que hacer para arreglarlo todo.

Señora, está todo listo. Podemos ir. —Me giro y dirijo la vista a un joven del servicio de asistencia, alto y delgado. Espero que aprecie en mi mirada una muestra de agradecimiento. Me levanto lentamente, hoy no tengo prisa. Por aquí, por la vía preferente. Es amable, tal vez porque se compadece de mí. Le susurra algo a la auxiliar. Ella asiente, sin apenas comprobar los documentos que le tienden. Me sonríe, queriendo mostrarse amable, pero tiene que aligerar, porque los otros pasajeros de la cola se inquietan. Me apoyo en el brazo del joven que me ayuda a subir la escalerilla y me acompaña hasta mi asiento. No se preocupe, señora. Cuando lleguen, un compañero la ayudará a descender y podrá esperar a pie de avión la descarga del ataúd de la bodega. Todo irá bien. Ánimo.

El aeropuerto de Nápoles ha perdido el olor del ragù de mi madre. Sé que nunca volveré.

"Annarella, ¿tú cómo quieres vivir la vida?". "Espero que sin ti sea muy breve. Cerraré los ojos hasta el final del vuelo, el último vuelo contigo, mi amor".

 

1 Ragù: salsa a base de carne de añojo picada gruesa, tocino triturado, zanahoria, apio, cebolla, pulpa de tomate, nuez moscada, clavo, sal y pimienta, que se utiliza como condimento para pasta o primeros platos. En la cocina napolitana, el ragù consiste en una pieza de carne de añojo —cocinada entera— que se sirve en rodajas, en la salsa del mismo nombre. No confundir con el ragout francés, que también se prepara en España.

2 En Napoles se usaba antiguamente el panaro una cesta de mimbre atada a una cuerda de unos 10 a 20 metros de largo para hacer la compra desde los balcones de las casas. Cuando pasaban por la calle los vendedores ambulantes, las mujeres dejaban caer la cesta con el dinero y la recogían a continuación, cargada con el género adquirido y las vueltas.

3 Zeppole: dulces de masa frita rellenos, similares a los buñuelos españoles.

4 Panzerotti: empanadillas rellenas, típicas de Campania y Apulia.

 

Il volo più lungo

Daniela Amadori

 


Tutto è quasi pronto, ormai.

Davanti a me una vetrina con tanti costumi, pigiami e reggiseni. Un insieme di colori sgargianti che attira gli occhi e stravia la mia mente. Dietro di me il gate A1. Anche se non lo guardo conosco bene la destinazione dell’aereo su cui sto per imbarcarmi. Il brusio mi dice che la gente già comincia ad alzarsi per fare la fila in attesa dell’imbarco. Mi sono sempre chiesta che bisogno ci sia di accalcarsi e stare tanto tempo in piedi inutilmente, visto che tutti abbiamo i posti numerati e l’aereo non partirà comunque senza di noi… La sala in cui attendo è uno sfavillio di luci, vetri, acciaio e finto legno. Non è sempre stato così questo aeroporto, ma la sensazione è stata sempre la stessa: quando vi approdo, sono a casa!

Mamma, la tua casa è con noi!” direbbero i miei figli se mi sentissero. “Noi siamo la tua casa! Perché senti la nostalgia di altri luoghi?”

Ma cosa ne sanno loro di com’era prima l’aerostazione di Napoli… quando non c’erano le scale mobili… né gli hotel in “capsule”…i marmi erano opachi e nessuno avrebbe mai pensato di comperare la biancheria intima prima di partire…? Eppure, quell’aeroporto, che non aveva un volo diretto per New York, ogni volta che partivo, per me, aveva il buon profumo del ragù di mia madre, che avrei rimpianto per molto tempo… ed ogni volta che tornavo aveva l’odore stantio della paura di non ritrovare ciò che avevo lasciato…

Ho deciso: mi alzo. Devo sgranchire un po’ le gambe. Vorrei andare in bagno, ma non quello alla mia destra: le salite, sebbene corte e lievi, non sono gradite alle mie ginocchia… opto per le toilettes più lontane, quelle a sinistra. Il percorso è più lungo, ma almeno è in piano. Mentre cammino, la luce delle vetrine mi ferisce gli occhi sciupati dall’età e dalla stanchezza. Mi sembra così tanto tempo che non dormo…

Cosa ne sanno i miei figli di quando i “bassi” di Via Dei Ventaglieri non erano abitati dagli extracomunitari; di quando, a tredici anni, sentii per la prima volta la voce di Peppiniello urlare “O lattaaarooooo!”. Quel giorno mi affacciai al balcone del terzo piano e vidi uno sguardo serio sul viso di un ragazzino abbronzato. Anche con lo scorrere degli anni, è sempre stato così il mio Peppiniello: un uomo dalla pelle troppo abbronzata per non essere del sud. Capelli corvini che l’hanno abbandonato da poco tempo, lasciando spazio alla canizie… Uno sguardo penetrante, quasi imbronciato, perfino quando rideva.

Tuo marito ha proprio il fascino latino!” mi ripetevano le amiche ed io sorridevo orgogliosa dicendo dentro di me che ero stata una donna fortunata…

Quanti negozi… Quello delle mozzarelle c’è da tanti anni… La marca è sempre la stessa. Quante volte me ne sono portata qualche confezione a casa per farle assaggiare a chi non le conosceva… ma con parsimonia, perché io me le centellinavo il più a lungo possibile, affinché proseguisse nel tempo il sapore della infanzia…

Papà, hai mai tradito la mamma?!” chiese un giorno nostro figlio John. “Non si può tradire una strega partenopea!” rispose lui. Ha sempre detto che ero una strega, perché l’avevo ammaliato il giorno in cui avevo fatto scendere, lentamente, ‘o panariello’ perché ci mettesse una bottiglia di latte. In casa eravamo tutti intolleranti al latte, ma io dovevo assolutamente attirare la sua attenzione!

Ecco i bagni. Mi lavo le mani e mi rinfresco il viso, ma non riesco a lavare via la nostalgia che mi attanaglia il cuore.

Annarella, ma tu, come la vuoi vivere la vita?” mi chiese un giorno in italiano, senza usare il dialetto, perché, ripeteva spesso, “Le cose importanti devono essere dette in una lingua importante”. Lo guardai spiazzata… Cosa dovevo rispondere? Cosa voleva che rispondessi? La voglio vivere con te!” e pensavo “Il resto non conta…”. Allora partiamo, andiamo via di qua.”

Il primo viaggio non fu in aereo… Quattro stracci in una borsa, pochi soldi in tasca e la paura di fare un grande errore… Mi abbracciavo al mio Peppiniello e in quell’abbraccio non c’era solo amore: c’era anche il bisogno di essere rassicurata.

Dopo i bagni c’è un altro bar. Una volta non ce n’erano così tanti… Se non fossero le 10 del mattino ordinerei un bicchiere di bianco secco. Il vino è buono in Italia! Il vino è buono a casa mia!

Non è la paura di ubriacarmi a frenarmi, è la paura di stare male in aereo: il volo è lungo e chi starà al mio fianco ha il diritto di rilassarsi, senza doversi preoccupare o, peggio, soccorrermi. Non mi è mai piaciuto essere di peso e mi sono appoggiata a mio marito solo fino a quando non sono diventata madre. I figli hanno diritto ad avere al fianco dei punti di riferimento non dei genitori più infantili di loro!

Prima dei figli, furono anni difficili, anni di pellegrinaggi, di stenti, di pianti notturni cercando di non farmi sentire, di fatica, di lavoro, di dignità, di risparmi, di crescita… E poi… nacquero loro: John e Nancy.

Quando tornammo a casa per la prima volta, lo facemmo a testa alta. Il caldo dell’estate, i vestiti nuovi e due bambini curiosi per mano. Quante volte avevano sentito parlare del posto in cui erano nati mamma e papà! Volevano vedere e sapere tutto e noi eravamo ben felici di accontentarli.

John amava soprattutto la cucina: la pizza fritta, i “cuppetielli” ripieni di ‘o pere’ e ‘o musso”, le zeppole, e i panzerotti. In poco tempo aveva dimenticato gli hamburger! Nancy, invece, era più attratta da ciò che vedeva. Riusciva ad incantarsi davanti agli imbonitori di San Gregorio Armeno che vendevano “curnicielli” collaudati… e ad ammutolirsi commossa davanti al Cristo velato nella Cappella di San Severo.

Torno a sedermi, tanto devo ancora aspettare… La gente attorno a me sembra pervasa da un calmo nervosismo. E’ così l’attesa: ti stanca più di una corsa, ma non puoi metterti ad urlare che non ce la fai più… Mi è sempre piaciuto guardare le persone in aeroporto e cercare di indovinare da dove venissero, dove andassero, e perché. Dai vestiti suppongo che tipo di lavoro facciano… chi li attende all’arrivo, se sono felici di partire o se… si sentono come me. Se Napoli sia mai stata per loro quella che è stata per me, se avessero dei parenti qui o… solo degli affari in corso… Oggi invece non riesco a pensare se non ai ricordi di un passato per me così presente!

Nonna perché sei sempre vestita di nero?” chiedeva John a mia nonna “Ho perso il mio primo figlio e non l’ho mai dimenticato. Tu porti il suo nome, Giovanni” “Quando è morto nonna?” Lei, a quella domanda, che più volte le avevano rivolto, abbassava gli occhi e tutti tacevano, pensando di aver fatto riaffiorare un antico dolore. Il nonno girava la faccia dall’altra parte per un senso di colpa che gli bruciava ancora l’anima… Dal 1875 la ruota dell’Annunziata era chiusa, ma non l’orfanotrofio in cui si potevano lasciare i figli del peccato e della miseria. Nella miseria era nato quel primo figlio. Nonna era poco più di una bambina e mio nonno era partito per la prima guerra mondiale. Mancava il pane e con il pane, anche il latte alle partorienti… Così una notte, con il viso coperto da un velo, la nonna aveva lasciato per sempre il suo primo figlio, ed il suo cuore non glielo aveva perdonato.

Il tempo passa lentamente quando si ha una meta ambita da raggiungere o tanti appuntamenti che ci attendono, alla mia età ci pare che non sia più il tempo a possederci, ma noi a possedere lui… Non è così: il tempo ci sovrasta sempre e ci domina. Anche qui, anche ora, guardando gli occhi delle persone che mi sono accanto. Un bimbo piange annoiato e la mamma cerca di distrarlo pazientemente, ma è una finta: continua a guardare l’orologio che ha al polso…

Nonna perché butti giù il cesto invece di andare a supermercato?” chiedeva mia figlia a mia madre. “Nunziatina, se non l’avessi mai fatto, tua madre non avrebbe mai conosciuto tuo padre ed io l’avrei ancora avuta qui con me…”. Nancy guardava la nonna senza capire ed a me spiaceva quella nota di rimprovero nelle sue parole…

Mamma’, perché non venite voi a stare con noi? Il vostro ragù sapete come sarebbe apprezzato dove abitiamo noi?!” Mia madre faceva spallucce e borbottava il suo rifiuto, ma io sapevo che non riusciva a rimanere indifferente ai complimenti di quel genero moro ed intrigante. Però lei non è mai venuta da noi, non ha mai affrontato l’aereo. “Se l’uomo avesse dovuto volare, il Padreterno gli avrebbe dato le ali” diceva sempre. E così sono iniziati i viaggi di andata e ritorno, ogni volta che potevamo. I voli allora erano cari… ma Peppiniello sapeva quanto ci tenessi e, giorno per giorno, risparmiava per potermi riportare “a casa”.

Ho visto Napoli cambiare… Ogni volta c’era qualcosa di diverso, di più bello: la città più pulita, certe opere d’arte rivalutate. Persino i vicoli, li ho visti diventare mete turistiche più che agglomerati di povertà,,,

I figli sono cresciuti, Napoli la conoscono bene, ma la loro casa è un’altra ed è da loro che stiamo tornando, perché è giusto così… La nostra casa è dove l’abbiamo costruita… dove abbiamo aperto le porte del nostro cuore ed il nostro amore si è irrobustito, là dove l’abbiamo eternato generando due creature e loro generandone altre tre. Che gioia sono i nipoti!

Nonna” mi chiedono, “Perché non ti vesti mai di nero? E’ di moda, sai?!” “Perché la vita, con me, è stata generosa, mi ha donato il nonno e tutti voi e se non mi ha mai dato nulla di più di quanto avessi bisogno, non mi ha neppure mai costretto ad elemosinare il necessario”. Loro non capiscono, ma sorridono a questa nonna sempre “colorata”.

La stanchezza si sta facendo sentire: le ultime notti insonni iniziano a pesare e quasi mi appisolo.

Non è un ritorno facile questo, sappiamo bene che stavolta il ritorno sarà definitivo. E’ un ritorno sofferto che ha spaccato il cuore ad entrambi, ma la cosa più importante è tornare insieme. Non separarci mai. I figli ci attendono all’arrivo. Loro sapranno che fare per organizzare ogni cosa.

Signora, è tutto pronto! Possiamo andare!” Mi giro e guardo quel ragazzo, alto e magro, dell’assistenza speciale sperando che legga un barlume di riconoscenza nei miei occhi. Mi alzo piano, io non ho fretta. Di qua! Dalla via preferenziale” E’ gentile, ma forse lo è solo perché mi compatisce… Sussurra qualcosa all’impiegata di volo e lei annuisce, quasi non guarda i documenti. Mi sorride, vuole sembrare comprensiva, ma io so che deve sbrigarsi perché la coda degli altri passeggeri scalpita…Mi appoggio al braccio del giovane che mi aiuta a salire la scaletta e mi conduce al mio posto. Non si preoccupi signora! All’arrivo un mio collega la aiuterà a scendere e potrà aspettare ai piedi dell’aereo che la bara esca dalla stiva: andrà tutto bene, si faccia coraggio!”

L’aeroporto di Napoli non ha più il profumo del ragù di mia madre, ed io so che non tornerò più.

Annarella, ma tu come la vuoi vivere la vita?” “Spero in modo breve, senza di te! Ma ora chiuderò gli occhi e aspetterò la fine del volo, l’ultimo volo con te, amore mio”.

04 junio 2021

La decisión de no ser madre

Laura Vega

Te amo madre y lo sabes. Respeto y quiero a mi suegra, cuñadas y amigas por ser unas madres extraordinarias. Pero este texto me lo debía

 

Hace un par de semanas me encontré con una amiga de la universidad, que tenía tiempo de no ver, y me preguntó si tendría hijos, a lo que contesté que no, que ya no podía y ya no quería. En lugar de horrorizarse, como lo han hecho muchas personas a lo largo de mi vida, me felicitó y me dijo que la maternidad es algo demasiado idealizado y hay algunas mujeres que simplemente no servimos para ello, incluso algunas que ya son madres.

Después se me ocurrió ir a la ginecóloga para un chequeo rutinario y, tajante, me volvió a preguntar si quería tener hijos. Mi respuesta, la cual tengo desde hace muchos años atrás, fue que si ocurría bien y si no pues no iba a someterme a tratamientos costosos y extenuantes psicológica y físicamente. Sin embargo, esa idea que dejé al destino ya expiró, porque estoy a un mes de cumplir cuarenta años y la doctora me dijo que, si no era ahora, ya no sería nunca. Desafortunadamente de manera natural ya no podría tener bebés, la única manera sería in vitro. Hasta ese día honestamente desconocía el tratamiento in vitro y debo reconocer que no me gustó. Le expliqué a mi esposo, porque él comparte mi sentimiento de dejarlo al destino, y le comenté que éste ya nos alcanzó y hasta nos rebasó, porque el cuerpo se hace viejo y es sabio, pues no es lo mismo tener un o una bebé a los veinte o principios de los treinta, que llegando a los cuarenta. Resolvimos así no tener bebés y ya no someterme a ningún tratamiento doloroso, desde la histerosalpingografía, que debía hacerme para ver mis trompas de Falopio, hasta la extracción de óvulos y las inyecciones de hormonas. Aclaro, a los hombres no les duele nada. Solo tienen que depositar semen en un vaso. Así que decidí que eso no era para mí, tampoco me parecía equitativo. Así que no, no tendré hijos, por lo menos biológicos; adoptivos, pues tampoco estoy segura. Honestamente por la única razón que me hubiera gustado tenerlos, pero sigue sin ser suficiente, es para darles un nieto a mis papás, aunque sé que podrán superarlo o creo ya lo hicieron y se resignaron. Seguiré siendo la eterna hija que, cuando en una plática de madres alguien habla del embarazo, yo hablaré de lo que me contó mi mamá sobre mi nacimiento, para no quedar fuera de la conversación. Pero lo cierto es que a las no madres ya no nos invitan a las fiestas infantiles, a los cumpleaños de los hijos de las amigas, el entorno de ellas se transforma y por ende el nuestro también. Las no madres, que tienen ya cuarenta años y son señoras, somos una rara especie. Una amiga y yo compartimos la idea de que somos hasta cierto grado discriminadas de algunos espacios y, evidentemente, no podemos opinar sobre la maternidad porque no hemos sido madres. Esta condición al principio me entristecía, pero con el paso del tiempo y sobre todo cuando desaparecieron las ganas de ser madre, ya no me afectó. El tiempo lo cura todo, bien dice el dicho. Para llenar ese espacio que quedó de no ser madre, hace cuatro años llegó Bimbo. Evidentemente no es mi hijo y sé perfectamente que es un perro y aunque a veces se me pasa la mano y lo humanizo inconscientemente poniéndole sus suéteres o impermeables, me queda claro que es un perro. Pero sin duda, ese perro me ayuda a no sentirme sola cuando estoy en mi casa, tengo a quien abrazar y le doy mucho amor para que olvide, si es que los perros tienen recuerdos, su vida solitaria por las calles. No puedo negar también que la pandemia me hizo pensar mucho en la vejez, en que si se venía otro virus mortal, cuando yo estuviera mayor ,no habría un hijo o hija que me ayudara con las compras, a abrir un garrafón, cargar el súper, llevarme al hospital o simplemente preocuparse si seguía viva.

El pasado viernes vi la película Nomadland y advertí que parecido, no igual, quería acabar mis últimos días, donde quizás tener un hijo no era indispensable porque tampoco es obligación que te cuiden de viejo. Me vi recorriendo caminos, me vi viajando y quizás, si trascendía en uno de esos trayectos, cumpliría conmigo, no con nadie más. Y la verdad hoy, a mis casi cuarenta años, corriendo 10 kilómetros por día, y un poco más lo fines de semana, con metas en puerta, viajes a futuro, sobrinos que adoro, mi perrhijo Bimbo, un esposo tan loco como yo, me siento feliz y plena. Hoy me celebro a mí, por haber tomado la decisión valiente de no ser madre. Nadie tiene derecho a juzgarme, porque, como dice mi padre, cada quien que haga lo que quiera con su vida.



25 mayo 2021

Amar lo que es, incluso la muerte

María Yáñez

Todos tenemos un vidrio roto en el alma, qué lastima y hace sangrar... y al escribir siento que puedo sacar un poco de esos vidrios rotos fuera de mi... Eduardo Galeano


Este no es un grito de desesperación, es un grito de redención y, ¿por qué no?, un intento de celebración a la vida, al amor.

Decir lo que pienso siempre ha sido fácil, es parte de mi trabajo, un hobby, un mero gusto; pero decir lo que siento, va contra mi natura, me resisto, lo evado, tal vez porque ralla huellas de mi infancia que me conectan con el dolor. Sin embargo, hay momentos de la vida en que te rompes, tanto que abrirte es inevitable.

La muerte de Tuf ha sido hasta el momento el dolor más fuerte que he enfrentado. No es una decepción más del corazón, es un dolor del alma y más agudo aún, porque adherí la culpa al creer, como muchos cuando pierden a un ser querido, que pude haber hecho más. Me he flagelado por no haber estado con él los últimos días, por no haberme dado cuenta de lo mal que estaba, por no despedirme en vida. Todo eso adquiere una herida mayor que hay que atravesar cómo y cuándo puedas, con las herramientas que tengas, para un día sanar.

Abrir el corazón como Tuf me provocó es un acto tal vez masoquista o incluso suicida. Escribo en honor a alguien que ya no está físicamente, pero que está tatuado en mi.

Nos conocimos el 1 de mayo de 2020, en plena pandemia. La pandemia de alguna manera me lo trajo y también participó para que se fuera antes y se fuera casi en silencio. Bendita pandemia, maldita pandemia.

Cuando vi sus ojos violeta por primera vez y, luego de un abrazo, surgió una corriente eléctrica. Al poco tiempo le diagnosticaron un tumor en el esófago. Yo era ignorante en el tema, pues había tenido la fortuna de no estar cerca de una persona tan cercana a la muerte. Así que no dimensioné a lo que me enfrentaba. Fortuna en el sentido de no tener que vivir el dolor y miedo permanente por estar junto a una persona que sufre, con la amenaza latente de morir y yo de perder. Sin embargo, hoy sé que tratar con personas que padecen cáncer es una fortuna, una bendición: son maestros y ángeles de vida.

Tuf y yo seguimos la relación, tratábamos de ser optimistas. Él dentro de lo posible no dejó de trabajar, tomando fotografías de comida y cronista de deportes. Ya en casa atendía a Gret su perrita, buscando a la par razones para levantarse cada día, como comprar una pecera, mantenerla iluminada, en movimiento y con vida; llenarse de plantas; cambiar de lugar los muebles de su casa; diseñar la bici de montaña de sus sueños; meditar, practicar yoga, que juntos compartimos. Pero lo que más disfrutaba Tuf era cocinar, su especialidad: el hummus. Muchas veces solo cocinaba para mí o para sus hermanos, pues el tumor le impedía tragar, incluso agua. Así pasábamos el tiempo juntos, incluyendo las idas a las quimios, ver pelis de Netflix, como una pareja, digamos, normal en tiempos de pandemia. También peleábamos, por cierto.

Parecía que su salud iba mejor, sobre todo después de que le pusieran un dispositivo que le permitía tragar. Un día muy emocionado me pidió un vaso con agua porque quería mostrarme que era capaz de tomar todo el líquido de corrido, sin tener que devolver una gota. Fue toda una celebración, lloramos ¿qué nombre le doy a esto?

Poco tiempo después, tomó como pretexto una absurda pelea y me pidió que me alejara, que no podía y no quería más una relación, quería enfocarse en su proceso y lo quería hacer solo. Si, con todas sus letras: me pidió que me centrara en mi vida, que disfrutará mis etapas. En esos días su salud iba mejor, el tumor había disminuido, confieso que sentí que me rechazaba, que no me elegía a mi, que no me amaba. Y me alejé estúpidamente, no podía estar si él no quería o no lo sé, tal vez quería salvar mi corazón, pero eso fue lo que menos pasó.

De vez en cuando le llamaba. Él siempre me respondía indiferente, me decía que estaba bien, que todo iba súper bien en su tratamiento. Eso sí, me aclaraba que seguía solo, con el apoyo de sus hermanos, que así debía de ser. Recuerdo que le respondí en mi defensa o con un absurdo orgullo: "¡Tiene que ser como se elige!".

Habían pasado días sin tener comunicación, pero estaba muy inquieta. Así que el 24 de marzo de 2021 lo llamé, contestó con voz adolorida como nunca lo había escuchado, como si estuviera saliendo de un proceso de quimio y radio a la vez. Le dije que lo quería y le pedí ir a verlo.

Cuando me sienta mejor. 

Sabes que no necesitas sentirte mejor para que yo te vea. ¿Dónde estás?

En casa de Mariana [su hermana, cuya dirección yo desconocía].

Puedo ir mañana o cuando me digas.

¿Qué día es hoy?

Miércoles

Llámame mañana

Así lo hice al día siguiente, el 25 de marzo. Tras varios intentos me respondió su hermana y respiré al escuchar su voz. No esperaba que esa luz sería un verdadero trueno desgarrador:

Tuf se nos fue...

No puede ser, no pude estar con él, ¿por qué le hice caso en irme?

No te preocupes, no te preocupes. Tuf te quería un chingo me dijo en su intento de consolar mi dolor evidente.

Fue como si alguien entrara a rasgar mi corazón con un vidrio roto, como diría Galeano, el escritor uruguayo.

Debido a la pandemia no hubo funeral y solo seis personas lo pudimos despedir antes de la cremación. La despedida más dolorosa, ya no lo pude ver en vida, fue tal como él pidió: "Cuando me sienta mejor".

La culpa me invadió desde entonces y en esa estoy trabajando. No supe dimensionar su cáncer, su sentir, yo no sabía que se estaba ahogando, no solo física, sino emocionalmente. En menos de un año todo hizo metástasis y se llevó al hombre, a ese que despertó en mi un amor incondicional. Se fue en una maldita primavera, como diría la cantante Yuri.

Han pasado dos meses desde entonces y atravieso el dolor como mi historia mejor me lo permite. Corrí a ver a mi mamá a Morelia, mi ciudad natal, ansiaba un abrazo de ella. Mi madre es viuda y, aunque yo no estaba casada, hay una conexión en nuestras historias. No la pude abrazar por el covid, pero al menos estaba en casa, aferrándome a un consuelo.

En esa búsqueda desesperada llegué a un bosque recóndito de Michoacán. Estuve cara a cara con el duelo. Me hundí en las hojas secas, tuve un momento catártico, necesitaba sentir, oler, lamer la herida; y luego seguí, buscando refugio. Hice un viaje largo por carretera junto a mi perro, don Valente, a quien usé como pretexto para llevarlo a conocer el mar, con 12 años humanos a cuestas, es decir, 80 años perrunos, un anciano que está por quedarse ciego. Pero en el fondo yo requería huir, sanar, pues dicen que el agua salada lo cura todo: lágrimas, sudor y mar. Claro que algo ayudó. El toque de las olas del mar acariciaron mi alma, pero en todos estos paisajes y sensaciones siempre estaba Tuf. Admití que la búsqueda se prolongaba, que en el duelo, por más que corramos, el dolor nos abraza como lapa. Ese dolor que hoy reconozco en mí y que quiero transformar, darle un sentido. Ya no tengo prisa. Hoy me reconozco sin casa dentro de todo este universo. Habito mi duelo.

La culpa la empiezo a trabajar. He ido a un par de terapias y me faltan muchas. Entender que era su proceso y no el mío, que yo respeté su decisión, fue tal como él quiso y no como yo deseaba, pero hoy entiendo que era su vida, era su muerte. Claro que hubiera deseado algo diferente, pero respondí a mi conciencia del momento: me quité de en medio como el me pidió. Y es que a veces el dolor te impide aceptar lo que es, entonces el corazón se cierra y tu mente entra en un hoyo negro. No puedes ver la mayoría de las opciones que existen, una de ellas, trascender lo vivido y ver el milagro y las luces que pueden surgir detrás. Como escribir y escribir, estudiar yoga oncológico, que ojalá hubiera descubierto antes, cuando todavía vivía Tuf. Así tenía que ser, me dicen algunas personas, incluso que todo fue razonablemente perfecto. Una expresión que algún día integraré en este episodio. A la hora de la verdad, parece que todo es mentira.

Cuando aceptamos lo inaceptable dejamos de rompernos. Hemos de admitir que no tenemos el control, que la vida y la muerte no las decidimos nosotros, sólo el cómo vivimos lo inevitable. Hoy tengo la certeza que Tuf mientras se iba, sabía que alguien lo amaba.

Durante el proceso de enfermedad traté, inconscientemente, de prepararme. Ví muchos videos de budistas hablando del desapego; leí libros que tocaban mi alma, como La ridícula idea de no volver a verte, de la escritora española Rosa Montero o Los martes con mi viejo profesor, de Mitch Albom. Ambos libros hablan, en apariencia, de la muerte, de la enfermedad y la pérdida, pero en realidad son textos que abordan la vida.

La ridícula idea de no volver a verle se cumplió. Esa idea que tanto temía durante la relación, que no fue de placer, pero sí muy hermosa.

Cada vez que encontaba un buen momento, le decía a Tuf que lo quería. Y me repetía como mantra: “Te amo infinitamente y el infinito es hoy". Yo solo quería que el presente durará más y darle valor a lo que teníamos. Nos prohibimos los planes de pareja, pero, en nuestras pláticas, el tema de la muerte estaba ausente. La estábamos negando.

¿Cómo se siente el amor? ¿Cómo se siente la vida? ¿Cómo se siente morir? No hay una sola respuesta.

Han sido meses duros para millones de personas en todo el planeta. Lidiamos con la pérdida, buscando encontrar algún día la belleza tras el dolor. Hagamos una pausa y dediquémosle una mirada, un silencio, a los que se fueron y también a los que aquí quedamos. Habitemos el dolor, pero no nos estacionemos. Gracias, Tuf, por cada momento vivido. Todo valió la pena, todo lo elegiría vivir de nuevo contigo.

21 mayo 2021

La brisca

Jesús Ramos Alonso

 

 

La última vez que jugamos a la brisca hacía una tarde de perros. En casa de mis padres el cielo se cubrió de negros nubarrones mientras las ramas de los árboles, azotadas por el huracán, golpeaban los cristales de la ventana. Mi madre escogía lentejas para ponerlas en remojo, tía Gertrudis hacía punto y mi hermano Pablito, el pobre, no hacía más que moverse inquieto diciendo que se aburría, lo que hizo que mi padre dejara el periódico que estaba leyendo y dijera: 

Podríamos echar una brisca.

De cuatro es muy aburrido —respondió mi madre—, si fuéramos seis...

Aquellas palabras tuvieron el mismo efecto que un abracadabra. No había terminado de pronunciarlas cuando un relámpago iluminó el cuarto de estar, al mismo tiempo que sonaba el aldabón de la puerta. Cuando rompió el trueno ya estábamos los seis sentados en la mesa camilla con las piernas debajo de las faldillas, al calor del brasero. En ese momento empezó a diluviar.

¿De cuánto es la partida? —dijo mi abuela, que iba en camisón.

De a peseta —respondió mi madre, y continuó— ¿Qué tal por allí?, ¿cómo siguen todos?

Mientras mi abuela explicaba lo bien que estaban de sus dolencias los difuntos de la familia, mi padre sacó del aparador el tapete marrón y la baraja, tía Gertrudis fue a buscar la botella de anís y mamá puso tres pesetas sobre la mesa, la suya, la mía y la de mi hermano: privilegios de ser menores de edad. Pablito se desesperaba con esta charla porque el pobre no había visto en su vida a ninguno de los antepasados de los que hablaba la abuela y no hacía más que tirarla del brazo para que empezara el juego.

Venga abuela no te enrolles y pon el dinero —rezongó.

Deja a la abuela —terció mi tía— ya le pongo yo la peseta, que ella no lleva suelto.

Desde siempre la abuela había sido muy roñica, para ella jugarse a las cartas más de una perra gorda era muy tirao.

Jugábamos de parejas ―mi padre con la abuela, mamá con el peque y yo con la tía Gertrudis―, cada par de compañeros sentados uno enfrente del otro. Cuando terminó de barajar, mi padre ofreció el mazo a mi tía para que cortara. Luego, a la carta más alta, le tocó repartir a él, así que nos dio tres naipes a cada uno, y cada uno, tras mirarlos con cuidado para no descubrir su juego, intentábamos con disimulo hacer señas al compañero. Mi abuela nunca miraba las cartas ni hacía señas, ¡para qué! Yo tampoco las hacía porque se me habían olvidado y aún no había aprendido a jugar a ciegas como ella, que nunca se equivocaba. Cada vez que le llegaba el turno a su compañero, ella le decía como tenía que jugar: "¡Echa el as de espadas!", y mi padre, que en efecto tenía el as de espadas, mataba el tres de mamá.

No vale hacer trampas, abuela— gritó Pablito.

La abuela alargó su mano y le hizo una caricia.

¡Ay corazón! —dijo— los cuartos que gane te los voy a dar a ti por guapo.

A Pablito se le iluminó la cara. ¡Pobre!, aún era pequeño y no sabía que la abuela estaba muerta.

Mi padre y mi abuela ganaban partida tras partida de manera pertinaz, igual que la lluvia, que no cesaba de caer. Aprovechando que mi padre se levantó al baño, Pablito se puso en su lugar para jugar con la abuela y ya siguió con ella de pareja toda la tarde, ganando partida tras partida. Estaba feliz, cada vez que le tocaba echar carta miraba expectante a la abuela. "Echa el tres de oros" decía ella y él sacaba orgulloso la brisca y se llevaba la baza, mientras se moría de la risa.

El juego siguió tranquilamente mientras la lluvia caía con la misma intensidad. Sin darnos cuenta, fue pasando el tiempo y la penumbra se hizo dueña de la habitación. Ya apenas se distinguían los objetos, a pesar de que nuestras pupilas se habían acostumbrado a la semioscuridad.

Va siendo hora de dejarlo —dijo mi padre.

Sí, voy a encender la luz que no se ve un pimiento —respondió mi madre.

Al verse las caras, mis padres y tía Gertrudis se quedaron extrañamente quietos y en silencio como si algo indefinible hubiera congelado el aire a su alrededor. El único movimiento era el de Pablito, que refunfuñaba desconsolado.

¿No jugamos más? —protestó—. ¡Venga!, la última.

Ya es muy tarde, cariño —le abrazó la tía, saliendo de su ensimismamiento—, y mañana tienes que madrugar para ir al colegio.

Luego, poco a poco, las cosas volvieron a su ser. Tía Gertrudis retiró de la mesa las copas y el anís, le dio a Pablito las catorce pesetas que había ganado la abuela y volvió a su labor de ganchillo. Mi padre recogió el tapete y la baraja y encendió la radio para oír el parte de Radio Nacional. Las noticias ahogaron el llanto de mi madre que lloraba frente a la foto del aparador, esa en la que estoy yo, subido en la bici con la que me maté.

Fuera había dejado de llover.

14 mayo 2021

El niño de los recados

Julio Sánchez Mingo

A Ughino, un trasto de cuidado, por su cumpleaños

 


En casa, de chaval, yo era el niño de los recados. No me importaba, al contrario, era feliz saliendo a la calle continuamente y cualquier excusa era buena para hacerlo. Así me paseaba, disfrutaba del ambiente de la vía pública, me encontraba con los amiguetes y observaba a los transeúntes, en un mundo que no iba más allá de cuatro o cinco manzanas. Hablaba con todos los tenderos, que, dicho sea de paso, eran amabilísimos conmigo.

Anda hijo, toma dinero y vete a Porras y te traes cuarto y mitad de mantequilla me pedía mi madre. La mantequilla se compraba al peso, no venía envasada. El mantequero, chaqueta blanca y corbata, cortaba las porciones de una barra y las envolvía en papel encerado, parafinado. No recuerdo que usara mandil. En el mismo establecimiento adquiríamos el queso, el jamón, sabroso salchichón y rico chorizo y pollo trufado, que en casa se consumía bastante. También dulce de membrillo.

La merendina del colegio, que tomábamos a media mañana, para ser más preciso entre 11:30 y 11:50, era casi siempre un bocadillo de queso manchego, hecho con pan del día anterior. Ramitos siempre llevaba jamón, que en su casa debía abundar. De hecho, su padre era el responsable del matadero municipal. Se traía el pernil en lonchas pequeñas, muy apretado y envuelto. Antes de entrar en clase compraba un chusco en la panadería de Modesto Lafuente para prepararse el sustento que zampaba en el recreo. Al bueno de Carlitos, casi dos metros de estatura, en sexto de bachillerato, todos los días le afanábamos su consabido bocadillo de fuagrás.

Era un entrar y salir constante, un subir y bajar escaleras incesante. Para dos pisos no me merecía la pena usar el ascensor ¡Menuda pérdida de tiempo! El gamberro de Ughino, cuando estaba de visita, lo hacía ascender con las puertas de la cabina abiertas, sujetando con la mano el correspondiente resorte mecánico del contacto eléctrico de seguridad. Dicen que los niños tienen ángel de la guarda. Será por eso que ahí sigue, dando guerra. Yo acometía los escalones de dos en dos en la subida y los saltaba de cuatro en cuatro en la bajada. Los vecinos nunca se quejaron, pero el estruendo era formidable. La escandalera crecía cuando ladrando me acompañaba Leo, nuestra perrilla. Había que sacar al animalejo a hacer sus necesidades, mejor diez que tres veces veces al día. Otro pretexto perfecto para desaparecer. No sé a quién le gustaba más garbearse si a nuestra chuchilla o a mí. Menuda pieza el susodicho suicida del ascensor. Si era él quien la llevaba a la calle, la ataba a una barandilla y se escondía detrás de la esquina para ver cómo reaccionaba el pobre animal. Conmigo siempre iba suelta y me esperaba junto al bordillo de la acera antes de cruzar cualquier calzada. Eso sí, si llovía frenaba en seco al salir del portal y me miraba como diciendo que, la calle, mejor para otro momento. A Cesítar lo adoraba, se derretía con él. Precisamente, con este amigote, iba yo casi todas las tardes a dar patadas a un balón a un descampado cercano, pomposamente llamado campo de los deportes. Con el tiempo, en ese solar construyeron un polideportivo.

La comida de verdad, frutas y verduras, carne y pescado, era cosa de mi madre. El pan, muy esporádicamente algo de la taberna, la farmacia, las patatas fritas, los domingos churros y porras para el desayuno, el periódico y los pasteles de postre, y en verano un cuarto de barra de hielo para la nevera, que traía goteando en una bolsa de red, eran de mi responsabilidad. El periódico vespertino, también. El matutino, de mi padre. Los primeros frigoríficos en España fueron posteriores al 600. Así se pasó de la compra diaria a un aprovisionamiento doméstico más espaciado. A la pastelería solía acompañarme mi hermana, para poder elegir los pasteles a su gusto.

También acudía al zapatero remendón a que pusiera medias suelas y tapas al calzado familiar. Era un hombre muy amable, de mirada triste, de tez y piel blancas, delgado y de cabello abundante, ensortijado y moreno. No muy mayor, no debía superar los cuarenta. Tullido, con una cojera muy ostensible, probablemente resultado de la polio, que al levantarse y caminar le obligaba a apoyarse en el mostrador de su reducido establecimiento, un local al que se accedía bajando unos escalones desde la calle, con cuidado para no golpear la cabeza en el dintel de la puerta. Le gustaba charlar conmigo y cada una de mis visitas podía dilatarse más de una hora. No tenía grandes pretensiones y su sueño era, si algún día le tocaban las quinielas, tener un coche con chófer para que le subiera hasta el puerto de Navacerrada y allí comerse un bocadillo de jamón. Qué extrema sencillez la de aquella bella persona. Qué calamidades no habría pasado en la infancia, la guerra y la posguerra. Y todos los días en aquel agujero, respirando los vapores de colas y pegamentos, aspirando el polvillo que desprenden suelas de cuero y goma al pasarlas por la lijadora.

Nunca sisaba. Posiblemente por ello mi madre todas las tardes me daba dos reales para que me comprara dos caramelos Ben-Hur de fresa, como ya he relatado en un escrito anterior, Caramelos.

Yo fui un chaval muy feliz. Por esto sufro cuando veo en España a los niños extranjeros desvalidos, sin familia, a los que despersonalizan denominándoles menas y los utilizan como arma política.

30 abril 2021

Selección de personal

Julio Sánchez Mingo

 

Monumento en Antón Martín a los abogados laboralistas de Atocha, víctimas del odio, de la intransigencia, de la ignorancia, de los intereses espurios, de la falta de diálogo. Reproduce el cuadro El abrazo, de Juan Genovés, conservado en el MNCARS.

Decía el filósofo Emilio Lledó, allá por 1979: "... De una manera muy general podría afirmarse que son dos los dominios que sustentan la vida humana: el dominio de los signos y el dominio de los objetos. Traducido a otro plano: el dominio de la comunicación, del lenguaje, y el dominio de la realidad, de la historia concreta y de los intereses. En un mundo como el nuestro, mediatizado y en parte aniquilado por signos y mensajes, la realidad y la vida quedan ocultas, muchas veces, bajo la costra de comunicaciones vacías, de lenguajes deformados y de contenidos manipulados... ". Recientemente escribía Soledad Gallego Díaz en un artículo para El País: "... los partidos parecen haber abandonado sin el menor pesar cualquier coherencia y moverse en un espacio virtual en el que no se trata de difundir ideas para generar debates y agrupar a ciudadanos, sino de manipular sus emociones, instrumentalizarlas. Como escriben Chloé Morin y Daniel Perron, lejos de dar más poder a los ciudadanos, los partidos actuales, partidos algoritmo, buscan captar emociones... ". Yo añadiría que también fomentar el miedo.

Ahora que los madrileños acuden a las urnas para elegir a sus representantes regionales, llama la atención el nivel de confrontación entre los distintos candidatos, que se refleja en discusiones y enfrentamientos entre los propios ciudadanos. No existe un contraste de pareceres sosegado, racional, sobre lo más adecuado a la hora de votar. No se discuten las necesidades de la región y la dialéctica dominante es sopesar quién nos cae más simpático y está muy extendido el aberrante razonamiento de voy a votar a fulanito para que no salga menganito. Además se ha trasladado a unas elecciones regionales el partidismo radical de unas generales. Todo son malos modos, reacciones absolutamente viscerales, no se razona, todo se reduce a filias y fobias. La polarización es excesiva, como si todo fuera blanco o negro, mientras la vida siempre nos ofrece toda una escala de grises. Se incurre en incoherencias flagrantes y se escuchan planteamientos que no resisten un análisis un poco minucioso por su falta de sensatez y sustento lógico. Es curioso que una reciente encuesta nos diga que el 90% de los ciudadanos no se fía de los partidos políticos y a la hora de votar se entregue un cheque en blanco a candidatos suyos que son unos perfectos incompetentes. Por si fuera poco, prensa y televisión, en aras de su negocio, exacerban nuestros bajos instintos. No es de extrañar que alguien haya escrito esta frase en un cubo de basura: "Led, sí, leed. Pero no leáis prensa que afirme vuestros prejuicios, sino literatura que alimente vuestras incertidumbres".

Todas las elecciones políticas deberían encararse como una selección de personal en una empresa, con rigor y criterios profesionales y, además, centrar el debate en las competencias propias de cada administración. Ahora, en la región de Madrid, nos jugamos el bolsillo y dos áreas tan críticas para una sociedad como son la Educación y la Sanidad, sin olvidarnos de Asuntos Sociales y Cultura, amén de un sistema de transportes que actualmente ofrece un buen servicio para el núcleo urbano de la capital pero muy insuficiente para el resto de la región y absolutamente desastroso para la comunicación entre las periferias. Sin salud no hay vida. Las listas de espera son insufribles, la atención primaria está medio desmantelada y sus servicios de urgencia, que deberían reducir la presión ejercida sobre los hospitales, siguen cerrados desde marzo de 2020, al igual que muchos consultorios rurales. ¿No sería mejor que mucha gente pagara un poquito más de impuestos en lugar de recurrir a un seguro privado que cuesta un dineral? Su cartera saldría beneficiado. Para destacar la importancia de la Enseñanza voy a recordar unas citas de unos viejos conocidos. Dice Kant: "El ser humano es lo que la educación hace de él". Al ignorante se le manipula y, como afirma Voltaire: "Política es el camino para que los hombres sin principios puedan dirigir a los hombres sin memoria". Afortunadamente no todos los dirigentes son inmorales, de lo contrario viviríamos en un estado fallido. Para que la sociedad esté bien estructurada, sin desigualdades, que generan pobreza, violencia, corrupción, delincuencia, una educación de calidad debe estar al alcance de todos, no solo de aquellos que por sus recursos pueden acceder a ella. En Madrid, las tasas universitarias son las más altas de toda España y estos días ha saltado a la prensa que unos chavales de Móstoles, al parecer buenos estudiantes, no podían seguir estudiando más allá del Bachillerato porque les era imposible pagar los derechos del examen de Selectividad. Es muy importante elevar el nivel formativo de los más desfavorecidos, para que aumente el nivel medio de toda la comunidad. Ya va siendo hora de olvidar cañas y ladrillo, que implica deterioro del medio, especulación y corrupción. Ser más Alemania y Suiza, o Suecia, y menos África. Por cierto, los alemanes se ponen de cervezas hasta las cachas, pero no hacen de su consumo en la calle un sector estratégico.

Al contrario de lo que se suele decir, no todos los políticos son iguales. A la hora de votar deberíamos analizar su currrículum, es decir su formación, su trayectoria, su experiencia de gobierno y gestión y descartar a los chillones, a los de discurso fácil pero vacío. A la gente se la conoce por lo que dice o, incluso, por lo que deja de decir, pero hay que juzgarla por lo que hace o ha hecho. Dice Irene Vallejo, ahora tan de moda, que el bien no se nota y que el mal es ruidoso.

El balance de tantos años de gobierno regional del partido que lidera las encuestas es absolutamente descorazonador. Sus dirigentes procesados y hasta encarcelados. Ya hemos visto lo que han hecho con la Sanidad y la Educación madrileñas. Hace poco, un amigo, inspector de policía jubilado, con motivo del juicio de la caja B de esa agrupación política, me escribía: "... Ese partido es una mafia en toda regla. Compran concejales, se apropian de bienes, falsifican documentos, destruyen pruebas, corrompen todo lo que tocan... Pero lo peor de todo es que tienen influencias que ni dudan en utilizar contra quienes puedan suponer una amenaza [para ellos]. Lo dicho: una organización mafiosa... ". Han tejido redes clientelares que, como sanguijuelas, desangran las finanzas públicas. Es el partido que con sus recortes y su reforma laboral condujo a unas reducciones de salarios salvajes. Tanto es así que, aquel que perdió su trabajo, y posteriormente lo ha recuperado, ahora gana la mitad. Y gracias a esas políticas, los cachorros de la clase media, muchísimos de ellos universitarios, hoy en día no pasan de mileuristas. Lógicamente, los poderes fácticos lo apoyan. Para más inri, su candidata es una descarada, incapaz para gobernar y gestionar, que sólo sabe descalificar. Cuando fue viceconsejera de Justicia, se la tuvieron que quitar de encima a los seis meses por incompetente e inútil. En casi dos años no ha sacado unos presupuestos generales adelante. Sin ninguna empatía por los más desfavorecidos, los más débiles. Su gestión de la pandemia y ahora de la campaña de vacunación contra la covid-19 han sido desastrosas. Abandonó a su suerte a los ancianos ingresados en residencias, con el resultado de una mortalidad tremenda. Los niveles de infección en la región han batidos registros nacionales. Miente más que habla y no para de extender bulos machaconamente, haciendo uso de la vieja táctica de que una falsedad repetida cien veces, se convierte en una realidad. Me llama mucho la atención que personas que llevan más de un año quejándose de ella, tengan ahora intención de votarla el martes, cuando lo que habría que hacer es botarla. Chapó para Miguel Ángel Rodríguez, el comunicador que puso en órbita a Aznar y sus seguaces, con Rato y Rajoy a la cabeza, ahora jefe de Gabinete de la presidenta regional, que ha sabido seducir y envenenar a gran parte de la clase media, desviando el debate de las necesidades de Madrid, los asuntos propios de las competencias regionales, la calamidad de Ayuso, el PP y todo lo negativo que conlleva, a una especie de porfía de elecciones generales, cuyo eje es Pablo Iglesias. Para ello, obviamente, ha utilizado a los medios de comunicación afines y con intereses cruzados con el partido de la calle Génova. ¡Cuánto madrileño ha mordido el anzuelo!

Seamos inteligentes y hagamos una buena selección de personal. Aunque, dado el panorama al que nos enfrentamos, tal como respira la ciudadanía, según reflejan las encuestas, como diría un castizo: "Que Dios nos pille confesados". Y atengámonos a las consecuencias. A posteriori, no tendremos derecho a quejarnos.

16 abril 2021

La estrategia neoliberal

Autor desconocido

Este artículo circula por las redes sociales, sin firmar. Considero que es ilustrativo y de interés, por ello se publica. Se puede estar de acuerdo o no con sus tesis, pero invita a meditar. J. S. M.

Los neoliberales consideran que en un sistema democrático la dificultad de revertir el Estado de Bienestar para conseguir un modelo liberal altamente competitivo e individualista, es enormemente difícil, ya que la ciudadanía no admitiría nunca que se le prive del colchón que suponen los servicios públicos. De ahí que su puesta en marcha y los correspondientes ensayos se dieran en dictaduras como las de Pinochet y las de otros países con regímenes totalitarios de Latinoamérica, donde los dirigentes no tenían que rendir cuentas en las urnas.

A pesar de ello plantean unos pasos a seguir para efectuar el cambio en sistemas democráticos. A saber:

1.- Reducir poco a poco los presupuestos de lo público, con la intención de deteriorar los correspondientes servicios. Al tiempo, aparecerán empresas privadas para prestarlos, a los cuales los ciudadanos podrán optar voluntariamente ¡si es que tienen recursos!

2.- Paralelamente, concertar con firmas privadas la gestión de lo público. Todo ello se debe hacer con un gran aparato de propaganda que haga creer que todo lo público es ineficiente y que todo lo privado es eficiente. Para los neoliberales, el factor de escala y la masa crítica no existen.

3.- El siguiente paso es mucho más atrevido. Se trata de darle dinero al ciudadano un cheque para que con él pueda acudir al centro privado que considere mejor. Por supuesto, deberá pagar un suplemento según la institución de su preferencia. A esto le llaman libertad de elegir. Todo el proceso se debe hacer en nombre de la Libertad, una libertad que evidentemente estará condicionada por la capacidad de cada cual para pagar el plus exigido.

4.- Por último, y para cerrar el círculo, se irá poco a poco reduciendo la cuantía del talón al tiempo que irá aumentando el copago, hasta acabar definitivamente con un cheque de valor nulo y una aportación del ciudadano del 100%. Con ello se habrá alcanzado la privatización total y absoluta de los servicios que antes eran públicos y así serán privados y mucho más caros.

Todo ello se acompañará de grandes campañas a favor de la reducción de impuestos con el argumento de que el dinero donde mejor está es en el bolsillo del ciudadano, para que se lo gaste como quiera. No se dirá nada de cuestiones básicas para la fortaleza de una sociedad como solidaridad y progresividad fiscal y, por supuesto, no se hablará de la desigualdad que generan estas políticas, el cáncer cuya metástasis es la pobreza, el desempleo, la violencia, las mafias, el tráfico de personas, la corrupción, el contrabando, el narcotráfico... y, de propina, estados fallidos o cuasi fallidos. Los ejemplos los tenemos en todo el mundo. En España un ejemplo paradigmático de esta situación es el Campo de Gibraltar una comarca de desempleo exacerbado, que vive a expensas del contrabando y el narcotráfico, a orilla de urbanizaciones donde residen los capos mafiosos que hacen alarde de derroches suntuarios, donde hace dos semanas detuvieron a más de cien personas, de ellas numerosos menores, del clan de los Monparlet. Chavales desarrollados en un entorno donde se vive del dinero fácil de la droga, en lugar de estudiar y trabajar.

El resultado final de la política neoliberal será que los sectores más empobrecidos, que apenas pagaban impuestos, ahora tendrán que pagar por los servicios que antes obtenían sin cargo adicional. Por el contrario, los más favorecidos que antes satisfacían más impuestos, por el principio de que el que más tiene es el que tiene que desembolsar más, en esta nueva situación dejarán de satisfacerlos. Solo podrán acceder a los servicios aquellos que tengan dinero para pagarlos. En USA, la gente se muere porque no puede acceder a un seguro médico. En España, el aumento de la esperanza de vida, que parece que empieza a decaer con los recortes de las últimas décadas, se debió a una sanidad pública de calidad razonable, a la que todo el mundo podía acogerse.

¿Qué tiene que ver todo esto con la batalla electoral del 4 de mayo en Madrid? Muy sencillo, éste es el itinerario que quieren imponer PP, Vox y Cs, con Ayuso y Monasterio al frente, para después exportarlo al resto de España. De ahí la importancia de estas elecciones.

Los antecesores de Ayuso en el cargo ya iniciaron la primera fase del proceso: bajada de impuestos, reducción de los servicios y privatización de la gestión de los mismos. Los primeros efectos ya se han hecho notar, con listas de espera disparatadas y, no digamos, con las consecuencias catastróficas derivadas del mal y poco hacer frente a la pandemia de la covid-19, a pesar de los fuertes ingresos tributarios obtenidos, consecuencia de la centralidad económica de Madrid, donde radican gran parte de las mayores empresas del país, y de ser un paraíso fiscal en relación con las otras comunidades autónomas.

¿Por qué el resto de regiones gobernadas por el PP y Vox no han seguido la estela de las políticas de Madrid? Sencillamente porque su situación fiscal no se lo permite y en estas comunidades las bajadas de impuestos significarían una reducción drástica de los servicios, que haría peligrar la hegemonía política de la derecha. Deben esperar a que Madrid haga de locomotora y los arrastre.

¿Si Madrid sigue bajando los impuestos, y por tanto los servicios, qué sucederá? Pues que más empresas cambiarán sus sedes sociales a Madrid, e incluso sus factorías, lo que supondrá la ruina del resto de regiones, que, ante ello, solo tendrán dos alternativas: convertirse en desiertos económicos, con lo cual perderán puestos de trabajo y servicios públicos o bien, eso es lo que se pretende, seguir la senda de Madrid, bajando impuestos y privatizando servicios.

Ese es el objetivo de la derecha neoliberal española y en eso están. La batalla electoral madrileña es de una importancia fundamental. No nos jugamos el Estado de Bienestar solo en Madrid, sino en toda España. Detrás de lo que pudieran ser los simplones, torpes y lamentables comportamientos de Ayuso, hay toda una estrategia muy bien elaborada y de muy largo alcance.


 

09 abril 2021

Bájenme los impuestos, que quiero pagar más

Julio Sánchez Mingo

 

 

Nadie da duros a pesetas. Si quieres un buen servicio, has de pagarlo. Aunque sea poco. Pero hay personas que prefieren desembolsar un dineral por un seguro médico particular 100-150 € al mes a partir de los 60 años, más lo que se haya de aportar por medicinas, intervenciones y pruebas no cubiertas en las pólizas en lugar de satisfacer unas cantidades bastante menores en forma de impuestos, susceptibles de emplearse no solo en mejorar notablemente la sanidad sino también en otros servicios públicos. Los inyectables, las vacunas, de un tratamiento de inmunoterapia para la alergia, cuestan 400 € en la farmacia. Con la receta del Servicio Público de Salud, un ciudadano realiza una aportación inferior a ese importe, que es de 18 € en el caso de un jubilado. ¡Las ventajas de la masa crítica y del factor de escala! Por todo ello, podemos afirmar que las contribuciones particulares a la sanidad privada son como un caro impuesto ¡privatizado!1

Además, no es oro todo lo que reluce. La asistencia primaria privada está atendida por miríadas de facultativos pasando consulta en pisos y pequeños centros médicos, desconectados de los especialistas y, no digamos, de los hospitales. Tampoco los hospitales privados de campanillas ofrecen una asistencia mejor, de más calidad, que cualquiera de los grandes centros públicos de Madrid. Lo he visto con mis propios ojos. Las compañías de seguros médicos se aprovechan de las listas de espera, el talón de Aquiles de la sanidad pública, algo que fomenta la propia administración regional madrileña con sus políticas sanitarias.

En Madrid, desde hace bastantes años, se ha ido desmantelando poco a poco la sanidad pública, especialmente la atención primaria, que es la clave de arco de todo sistema de salud que se precie. La covid-19 ha puesto de manifiesto la carencia de recursos, especialmente humanos, y la falta de inversiones por parte de la administración regional, gestionada por unos responsables más dados al pillaje y la corrupción que a atender sus obligaciones con los ciudadanos.

La pandemia ha demostrado que es necesario un estado fuerte. ¿Quién si no puede hacer frente a la compra de las vacunas que nos tienen que inyectar o a las multimillonarias ayudas a particulares y empresas? No es de recibo la eterna pretensión de la clase empresarial española de socializar las pérdidas y privatizar las ganancias, eludiendo el pago de impuestos o exigiendo su reducción o, incluso, su desaparición. La salud pública es algo de la colectividad, que nos afecta y compete a todos. Además, principios de solidaridad aparte, es evidente que somos interdependientes.

¿Cómo se puede ser tan irresponsable como para empeñarse en privatizar la asistencia sanitaria, algo en lo que nos va la vida?

Otro día hablaremos de Educación, donde se repiten ciertos esquemas.

El día 4 de mayo hay elecciones regionales en Madrid, donde se dirime el futuro de las políticas de Sanidad, Educación y Transportes, que son competencia de la Comunidad Autónoma.

Vela por tus intereses. Deja las filias y las fobias en casa. Vota con inteligencia, no con el corazón.

1 El gasto mensual de Sanidad en Madrid en 2020, por cabeza, (todas las partidas, no solo la asistencia sanitaria, con medicinas incluidas) fue de 100,86 €. Muy por debajo del País Vasco e, incluso, de la media nacional. Fuentes: datosmacro.expansion.com y Estadística de Gasto Sanitario Público 2019 del Ministerio de Sanidad.