Julio
Sánchez Mingo
A mi tía Paz
Siempre me han gustado los caramelos. Desde pequeño. Dicen que de casta le viene al galgo. A mi padre también le gustaban mucho. A veces se presentaba en casa con una caja de La Pajarita, la tienda que estaba en la Puerta del Sol, 6, y que elaboraba sus propios caramelos. Subsiste en otro local, aunque parezca mentira, pues se trata de un dulce de alguna manera “pasado de moda”, en Villanueva, frente al Arqueológico. El envoltorio conserva todavía un “jeroglífico” con los dibujos de una pajarita de papel, una puerta y un sol junto con el cardinal 6. Otras veces venía con caramelos de San Luis, una confitería que estaba situada en los pares de Hortaleza, semiesquina a Gran Vía, en una tienda de la planta baja del edificio que ocupaba el Círculo de la Unión Mercantil. Los caramelos de fresa, unas bolas de un rojo intenso, eran sabrosísimos. Cuando viajaba a Pamplona a ver a sus parientes navarros, siempre volvía con una caja de pastillas de café y leche DOS CAFETERAS. Buenísimas. Afortunadamente todavía se fabrican. No se deben confundir con una burda imitación de marca La Cafetera, que prolifera en puestos de mercadillos y tiendas de “chuches” y que, curiosamente, produce la misma compañía. Las “chuches” son la porquería que dan hoy en día a los niños en lugar de un buen caramelo de glucosa.
Hay
otra marca de pastillas de café y leche de Pamplona, también muy
buenas, 7 DE JULIO. Son más cremosas que sus competidoras,
incorporan más mantequilla, pero el sabor a café es menos intenso.
Son distintas. Soy tan afortunado que una muy buena amiga mía de
Pamplona, Chon Zuza, una simpatiquísima y pizpireta abuelita, amén
de una bellísima persona, me regala cada dos por tres una caja de
kilo de pastillas 7 DE JULIO. Ella sólo tiene un defecto: a su nieto
mayor, de tres años, le regala chocolate, no caramelos. Hay que decir que ella es
adicta y chocolatedependiente. Otra forma dulce de encarar la vida.
De
chaval, hubo un tiempo en que todas las tardes le daba un pequeño
sablazo a mi madre y me iba a comprar un par de caramelos Ben-Hur de
fresa a una pastelería cercana. Por entonces me estaba prohibido
cruzar la calzada solo y todas mis andanzas se reducían al perímetro
de nuestra manzana del barrio, donde estaba dicha pastelería, donde,
además, algunos domingos comprábamos pasteles. Otros, mientras el
resto de la familia holgazaneaba en la cama, bajaba a comprar churros y
porras para el desayuno. Los Ben-Hur de fresa me sabían a gloria. Me costaban 2 reales, 50 centimos de peseta, los dos.
Hay
unos caramelos muy populares y tradicionales en Madrid que son las
violetas. Los elabora una pequeña y clásica confitería, otro
milagro de supervivencia, La Violeta, situada en las Cuatro Calles,
el cruce oficial y pomposamente conocido como plaza de Canalejas. Son
de pequeño tamaño y tienen forma de flor de cinco pétalos y aroma
a violeta. Dicen que Alfonso XIII regalaba violetas de caramelo no
sólo a su mujer, Victoria Eugenia, sino también a su, como se dice
en Madrid, querida, la Moragas. Los Borbones siempre haciendo de las
suyas.
De
niño, los domingos, mi abuelo me daba una paga semanal de un duro,
cinco pesetas, siempre y cuando no me hubiera comido las uñas
durante la semana. Siempre me reservaba una peseta para comprar diez
caramelos SACI, a una perra gorda, 10 céntimos, cada uno. Eran de
menta, pequeños, fuertecillos de sabor, y venían envueltos en
papel. La gente mayor los tomaba bastante, especialmente los
fumadores, para suavizar la garganta. También me compraba chicles de
Gallina Blanca, muy pequeños, a real, 25 céntimos, la unidad. El
chicle Bazooka vino después. Era mucho más grande, llenaba la boca
y permitía hacer globos.
Los
toffees de nata Viuda de Solano marcaron toda una época. Si los
mordías se te quedaban pegados a la dentadura, con el consiguiente
sufrimiento. Se vendían muchísimo y han existido hasta hace
relativamente poco.
Para
degustar bien un caramelo, igual que un bombón, hay que dejar que se
deshaga en la boca, sin morderlo. De lo contrario el placer es
efímero y no se aprecia adecuadamente el sabor. La impaciencia puede
a muchos golosos que, de esta forma, no disfrutan completamente del
dulce.
Hay
que reconocer que Bernat, cuando ideó el Chups, después ChupaChups,
el caramelo con palito, tuvo una ocurrencia genial. Limpio, cómodo y
fácil de saborear. Lamentablemente es un caramelo industrial, sin
calidad. Los no tan jóvenes recordamos, chupando su caramelo con
palito, a Kojak, el policía de la correspondiente serie de
televisión, interpretado por el calvo actor Telly Savalas. El
actual logotipo de ChupaChups lo diseñó Salvador Dalí, basándose
en la tipografía original del nombre de la marca.
De
los famosos Sugus, caramelos masticables de gran éxito hace años,
prefiero ni hablar. Su calidad es ínfima. Menuda diferencia con los
antiguos Darlins, sabrosos, consistentes, verdadera mina para los
dentistas.
Mi
tía Paz cumplió hace un par de semanas ¡96 años! Pregunté a una
de sus hijas qué podía regalarle. Me llevé una grata sorpresa
cuando ésta me dijo que le regalara caramelos. Yo no sabía que le
gustaban tanto, que los devora. Además, sin consecuencias negativas
para su salud. Tiene unos análisis envidiables, con el nivel de
azúcar óptimo. Cuando le llevé su caja de La Pajarita, también
había por su casa alguna caja de violetas. Lo triste es cuando me
confesó: - No son tan buenos como antes -.
Como
he dicho más arriba, el caramelo clásico, de glucosa, duro, o
semiduro en el caso de las pastillas de café y leche, está de capa
caida. Vivimos en pleno imperio de las chuches, maltratando el
paladar. ¡Qué pena!
Doy fe de lo exquisito de los caramelos 7 DE JULIO, que hicieron las veces de postre tras una excursión a la Laguna de los Pájaros y el bocata de rigor ;-)
ResponderEliminaros garantizo que somos los unicos que seguimos elaborando las pastillas de la forma mas pura y natural que conocemos leche azucar cafe natural y hervir hervir y mas hervir al fuego asta que coje el punto ...
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