Piccchio
Menchu
García Delgado
Noviembre
2015
Cursaba III Liceo, el muy antiguo
sexto de bachillerato y el modernísimo non
so che
(no sé qué). Mis
compañeras y yo acabábamos de despedirnos senza
rimpianto (sin
ninguna pena) de la temida y aborrecida Signora Battistoni, nuestra
profesora de italiano, latín,
geografía
e historia italiana durante ¡¡¡¡cinco eternos años!!!!
Estábamos
en un aula preciosa, grande, con una puerta francesa de acceso al
magnífico
balcón con
vistas al jardín del entonces Instituto Farmacológico Latino y
estrenábamos profesor de italiano. No sé si mis compañeros le
aguardaban con la misma expectación que nosotras,
que nos sentíamos poco menos que prisioneras recién liberadas.
¿Cómo sería nuestra vida sin la Battistoni? ¿Volveríamos a
escuchar stultum
est dicere putabam,
en el tono displicente que utilizaba con nosotras?
Nuestro
nuevo profesor era un hombre amable, de estatura media, trato afable,
gafas redondas, pelo revuelto y una nariz digna del soneto de
Quevedo.
No
nos supuso ningún derroche de imaginación encontrarle el mote más
apropiado: al final del primer día de clase pasamos a llamarle el
Picchio (pájaro carpintero) o el Picchiarello (Pájaro Loco).
Cuando
volví a casa, mis padres, como siempre, me preguntaron qué tal
habían ido las cosas en el cole, que si me gustaban los nuevos
profes y como se llamaba el nuevo profesor de italiano.
Sin
inmutarme contesté que Picchio. Mis padres, que no hablaban
italiano, asintieron y mis hermanos, que iban al cole, casi se
atragantaron de la risa; resultado, mi nuevo profe de italiano pasó
a ser conocido en casa como Picchio o Picchiarello.
Los
profesores recibían a los padres cada cierto tiempo, no puedo
recordar si cada dos o tres meses, para informarles de la marcha
de
sus retoños.
Y
llegó el primer día de visita de los padres a los profesores. He de
confesar que a mí ese día no me intranquilizaba, siendo buena
estudiante como era.
Para
mi sorpresa y en contra de lo habitual, mi madre llegó de vuelta a
casa bastante enfadada conmigo.
-¿Cómo
dices que se llama tu profesor de italiano?- me espetó a bocajarro.
-Picchio
o Picchiarello- respondí con la más cándida de mis sonrisas.
En la majestuosa entrada del palacio de Santa Coloma, edificio que albergaba el Liceo Italiano de Madrid en aquellos años, se colocaban unas lavagnas, pizarras, con los distintos cursos, los profesores de los mismos y el aula donde recibían.
Al
no encontrar el nombre de Picchio o Picchiarello en la lavagna
se dirigió a Juanita, la bedela, para preguntar, inocente de ella,
por el profesor Picchio o Picchiarello.
La
bedela, roja como un tomate supongo que por contener la risa,
contestó que el profesor se apellidaba Marsiglia.
Cargada
de razón, mi madre repuso que quería hablar con mi profesor de
italiano y que yo le había dicho que se llamaba Picchio o
Picchiarello.
La
bedela, cada vez más roja e incluso creo que un poco estrábica,
contestó nuevamente que el profesor se llamaba Marsiglia.
Finalmente,
ante la insistencia de mi madre de que ella buscaba al profesor
Picchio, Juanita explotó:
-¡El
profesor de italiano es Marsiglia! ¡Picchio o Picchiarello es el
mote que le han puesto los alumnos!-.
Nota
del editor. Menchu García Delgado es una brillante médico
internista, reconvertida en burócrata de altos vuelos. Autora y
editor fueron compañeros de clase en el colegio. Es
un honor su colaboración en este blog.
Necrológica
Benedetto
Marsiglia, exprofesor del Liceo
Italiano de Madrid
MIGUEL
NAVEROS
El País 31
de mayo de 2001
Me
llega como una cuchillada la noticia del fallecimiento en Treviso de Benedetto
Marsiglia, antiguo profesor de Literatura y Latín en el Liceo
Italiano de
Madrid, donde dejó a finales de los sesenta y principios de los
setenta indeleble
huella de su sabiduría y su humanidad.
Profundamente
marcado por la II Guerra Mundial, en cuya batalla de Cassino -su
tierra natal- llegó a recoger siendo aún un adolescente el cuerpo
de su propia
madre muerta en un bombardeo, Marsiglia fue un personaje enormemente
frágil, que sacaba de la literatura y su magisterio las fuerzas necesarias
para vivir. Discípulo
de Branca en Padova y catedrático de la Escuela Normal de Treviso a su
regreso a Italia, fue un profundo conocedor de la obra de Manzoni,
sobre cuyo
pensamiento escribió un esclarecedor ensayo que definía como su
'único importante
desacuerdo con Antonio Gramsci'. Sus lecturas comentadas de la Divina
Commedia y sus clases sobre Foscolo,
Leopardi o, por supuesto, Manzoni
alcanzaron gran prestigio en el mundo académico italiano. Militante
comunista desde muy joven, de su talante y su profunda sabiduría da fe
aquella autoproclamación ideológica que repetía a menudo a sus
discípulos más
instalados en el radicalismo político entonces tan en boga, entre
los que yo
me encontraba: 'Io sono marxista-leopardiano'.-
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