23 noviembre 2015

Picchio, por Menchu García Delgado


Piccchio

Menchu García Delgado

Noviembre 2015

Cursaba III Liceo, el muy antiguo sexto de bachillerato y el modernísimo non so che (no sé qué). Mis compañeras y yo acabábamos de despedirnos senza rimpianto (sin ninguna pena) de la temida y aborrecida Signora Battistoni, nuestra profesora de italiano, latín, geografía e historia italiana durante ¡¡¡¡cinco eternos años!!!!
Estábamos en un aula preciosa, grande, con una puerta francesa de acceso al magnífico balcón con vistas al jardín del entonces Instituto Farmacológico Latino y estrenábamos profesor de italiano. No sé si mis compañeros le aguardaban con la misma expectación que nosotras, que nos sentíamos poco menos que prisioneras recién liberadas. ¿Cómo sería nuestra vida sin la Battistoni? ¿Volveríamos a escuchar stultum est dicere putabam, en el tono displicente que utilizaba con nosotras?
Nuestro nuevo profesor era un hombre amable, de estatura media, trato afable, gafas redondas, pelo revuelto y una nariz digna del soneto de Quevedo.
No nos supuso ningún derroche de imaginación encontrarle el mote más apropiado: al final del primer día de clase pasamos a llamarle el Picchio (pájaro carpintero) o el Picchiarello (Pájaro Loco).
Cuando volví a casa, mis padres, como siempre, me preguntaron qué tal habían ido las cosas en el cole, que si me gustaban los nuevos profes y como se llamaba el nuevo profesor de italiano.
Sin inmutarme contesté que Picchio. Mis padres, que no hablaban italiano, asintieron y mis hermanos, que iban al cole, casi se atragantaron de la risa; resultado, mi nuevo profe de italiano pasó a ser conocido en casa como Picchio o Picchiarello.

Los profesores recibían a los padres cada cierto tiempo, no puedo recordar si cada dos o tres meses, para informarles de la marcha de sus retoños.
Y llegó el primer día de visita de los padres a los profesores. He de confesar que a mí ese día no me intranquilizaba, siendo buena estudiante como era.
Para mi sorpresa y en contra de lo habitual, mi madre llegó de vuelta a casa bastante enfadada conmigo.
-¿Cómo dices que se llama tu profesor de italiano?- me espetó a bocajarro.
-Picchio o Picchiarello- respondí con la más cándida de mis sonrisas.
Y entonces me contó el apuro que había pasado.

                Notturno liceale. Foto de Alberto Molinas

En la majestuosa entrada del palacio de Santa Coloma, edificio que albergaba el Liceo Italiano de Madrid en aquellos años, se colocaban unas lavagnas, pizarras, con los distintos cursos, los profesores de los mismos y el aula donde recibían.
Al no encontrar el nombre de Picchio o Picchiarello en la lavagna se dirigió a Juanita, la bedela, para preguntar, inocente de ella, por el profesor Picchio o Picchiarello.
La bedela, roja como un tomate supongo que por contener la risa, contestó que el profesor se apellidaba Marsiglia.
Cargada de razón, mi madre repuso que quería hablar con mi profesor de italiano y que yo le había dicho que se llamaba Picchio o Picchiarello.
La bedela, cada vez más roja e incluso creo que un poco estrábica, contestó nuevamente que el profesor se llamaba Marsiglia.
Finalmente, ante la insistencia de mi madre de que ella buscaba al profesor Picchio, Juanita explotó:
-¡El profesor de italiano es Marsiglia! ¡Picchio o Picchiarello es el mote que le han puesto los alumnos!-.

Nota del editor. Menchu García Delgado es una brillante médico internista, reconvertida en burócrata de altos vuelos. Autora y editor fueron compañeros de clase en el colegio. Es un honor su colaboración en este blog.
Necrológica
Benedetto Marsiglia, exprofesor del Liceo Italiano de Madrid
MIGUEL NAVEROS
El País 31 de mayo de 2001
Me llega como una cuchillada la noticia del fallecimiento en Treviso de Benedetto Marsiglia, antiguo profesor de Literatura y Latín en el Liceo Italiano de Madrid, donde dejó a finales de los sesenta y principios de los setenta indeleble huella de su sabiduría y su humanidad.
Profundamente marcado por la II Guerra Mundial, en cuya batalla de Cassino -su tierra natal- llegó a recoger siendo aún un adolescente el cuerpo de su propia madre muerta en un bombardeo, Marsiglia fue un personaje enormemente frágil, que sacaba de la literatura y su magisterio las fuerzas necesarias para vivir. Discípulo de Branca en Padova y catedrático de la Escuela Normal de Treviso a su regreso a Italia, fue un profundo conocedor de la obra de Manzoni, sobre cuyo pensamiento escribió un esclarecedor ensayo que definía como su 'único importante desacuerdo con Antonio Gramsci'. Sus lecturas comentadas de la Divina Commedia y sus clases sobre Foscolo, Leopardi o, por supuesto, Manzoni alcanzaron gran prestigio en el mundo académico italiano. Militante comunista desde muy joven, de su talante y su profunda sabiduría da fe aquella autoproclamación ideológica que repetía a menudo a sus discípulos más instalados en el radicalismo político entonces tan en boga, entre los que yo me encontraba: 'Io sono marxista-leopardiano'.-
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