14 mayo 2021

El niño de los recados

Julio Sánchez Mingo

A Ughino, un trasto de cuidado, por su cumpleaños

 


En casa, de chaval, yo era el niño de los recados. No me importaba, al contrario, era feliz saliendo a la calle continuamente y cualquier excusa era buena para hacerlo. Así me paseaba, disfrutaba del ambiente de la vía pública, me encontraba con los amiguetes y observaba a los transeúntes, en un mundo que no iba más allá de cuatro o cinco manzanas. Hablaba con todos los tenderos, que, dicho sea de paso, eran amabilísimos conmigo.

Anda hijo, toma dinero y vete a Porras y te traes cuarto y mitad de mantequilla me pedía mi madre. La mantequilla se compraba al peso, no venía envasada. El mantequero, chaqueta blanca y corbata, cortaba las porciones de una barra y las envolvía en papel encerado, parafinado. No recuerdo que usara mandil. En el mismo establecimiento adquiríamos el queso, el jamón, sabroso salchichón y rico chorizo y pollo trufado, que en casa se consumía bastante. También dulce de membrillo.

La merendina del colegio, que tomábamos a media mañana, para ser más preciso entre 11:30 y 11:50, era casi siempre un bocadillo de queso manchego, hecho con pan del día anterior. Ramitos siempre llevaba jamón, que en su casa debía abundar. De hecho, su padre era el responsable del matadero municipal. Se traía el pernil en lonchas pequeñas, muy apretado y envuelto. Antes de entrar en clase compraba un chusco en la panadería de Modesto Lafuente para prepararse el sustento que zampaba en el recreo. Al bueno de Carlitos, casi dos metros de estatura, en sexto de bachillerato, todos los días le afanábamos su consabido bocadillo de fuagrás.

Era un entrar y salir constante, un subir y bajar escaleras incesante. Para dos pisos no me merecía la pena usar el ascensor ¡Menuda pérdida de tiempo! El gamberro de Ughino, cuando estaba de visita, lo hacía ascender con las puertas de la cabina abiertas, sujetando con la mano el correspondiente resorte mecánico del contacto eléctrico de seguridad. Dicen que los niños tienen ángel de la guarda. Será por eso que ahí sigue, dando guerra. Yo acometía los escalones de dos en dos en la subida y los saltaba de cuatro en cuatro en la bajada. Los vecinos nunca se quejaron, pero el estruendo era formidable. La escandalera crecía cuando ladrando me acompañaba Leo, nuestra perrilla. Había que sacar al animalejo a hacer sus necesidades, mejor diez que tres veces veces al día. Otro pretexto perfecto para desaparecer. No sé a quién le gustaba más garbearse si a nuestra chuchilla o a mí. Menuda pieza el susodicho suicida del ascensor. Si era él quien la llevaba a la calle, la ataba a una barandilla y se escondía detrás de la esquina para ver cómo reaccionaba el pobre animal. Conmigo siempre iba suelta y me esperaba junto al bordillo de la acera antes de cruzar cualquier calzada. Eso sí, si llovía frenaba en seco al salir del portal y me miraba como diciendo que, la calle, mejor para otro momento. A Cesítar lo adoraba, se derretía con él. Precisamente, con este amigote, iba yo casi todas las tardes a dar patadas a un balón a un descampado cercano, pomposamente llamado campo de los deportes. Con el tiempo, en ese solar construyeron un polideportivo.

La comida de verdad, frutas y verduras, carne y pescado, era cosa de mi madre. El pan, muy esporádicamente algo de la taberna, la farmacia, las patatas fritas, los domingos churros y porras para el desayuno, el periódico y los pasteles de postre, y en verano un cuarto de barra de hielo para la nevera, que traía goteando en una bolsa de red, eran de mi responsabilidad. El periódico vespertino, también. El matutino, de mi padre. Los primeros frigoríficos en España fueron posteriores al 600. Así se pasó de la compra diaria a un aprovisionamiento doméstico más espaciado. A la pastelería solía acompañarme mi hermana, para poder elegir los pasteles a su gusto.

También acudía al zapatero remendón a que pusiera medias suelas y tapas al calzado familiar. Era un hombre muy amable, de mirada triste, de tez y piel blancas, delgado y de cabello abundante, ensortijado y moreno. No muy mayor, no debía superar los cuarenta. Tullido, con una cojera muy ostensible, probablemente resultado de la polio, que al levantarse y caminar le obligaba a apoyarse en el mostrador de su reducido establecimiento, un local al que se accedía bajando unos escalones desde la calle, con cuidado para no golpear la cabeza en el dintel de la puerta. Le gustaba charlar conmigo y cada una de mis visitas podía dilatarse más de una hora. No tenía grandes pretensiones y su sueño era, si algún día le tocaban las quinielas, tener un coche con chófer para que le subiera hasta el puerto de Navacerrada y allí comerse un bocadillo de jamón. Qué extrema sencillez la de aquella bella persona. Qué calamidades no habría pasado en la infancia, la guerra y la posguerra. Y todos los días en aquel agujero, respirando los vapores de colas y pegamentos, aspirando el polvillo que desprenden suelas de cuero y goma al pasarlas por la lijadora.

Nunca sisaba. Posiblemente por ello mi madre todas las tardes me daba dos reales para que me comprara dos caramelos Ben-Hur de fresa, como ya he relatado en un escrito anterior, Caramelos.

Yo fui un chaval muy feliz. Por esto sufro cuando veo en España a los niños extranjeros desvalidos, sin familia, a los que despersonalizan denominándoles menas y los utilizan como arma política.

7 comentarios:

  1. Todas esas vivencias me han llevado a mi infancia, aunque con algunas diferencias pues yo las pase en un pueblo y por supuesto con más tiempo en las calles,jugando y haciendo alguna que otra travesura.He repasado algunos ""videos""de aquellos momentos recordando la figura de aquellos cómplices del momento.

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  2. Hace siglos que existen dos clases de españoles: los que viven EN España y los que viven DE España. A los primeros les preocupa su familia, sus amigos, sus vecinos y su trabajo, para poder cubrir sus necesidades. También a los segundos les preocupa lo mismo, pero diferente motivo: intentan enriquecerse de cualquier modo, para que su familia pueda seguir manteniendo la diferencia social sin tener que dar un palo al agua. Le importa que sus amigos sean de su misma clase social, así como que sus amistades sean lo más selecta posible. En cuanto al trabajo, también es motivo de preocupación: que lo haga otro. A ser posible un extranjero ilegal, que cobrará poco y nunca podrá reclamar sus derechos. Que lo público sea mínimo, para que lo privado sea una fuente inagotable de dinero. Para ellos, también lo de los MENAS es una tragedia. Una tragedia que no hayan muerto en su país de origen o que no mueran antes de alcanzar nuestra tierra. Si alguien piensa que tienen razón los que defienden la xenofobia y el racismo contra estos jóvenes y que lo hacen por patriotismo, yo no quiero esta patria.

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  3. Menudo trasto Ughino...
    Auguroni caro.
    También a mí me ha traído muchos recuerdos tu artículo.
    Sobre todo el recado de los domingos, porras y churros, éstos ensartados en un junco.
    No puedo ni nombrar el drama de los menores no acompañados, se me parten las entretelas.

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  4. Mi recuerdo de infancia me lleva a la casa de vecinos en Triana donde jugamos en los dos patios a todo tipo de juegos que implicase perseguirse los unos a los otros. Recuerdo perfectamente como ayudaba a mi abuela, vivía con ella porque mis padres no tenían dinero para dar de comer a los tres hermanos que éramos, a hacer el gazpacho majando el ajo con sal y vinagre. Por cierto, que en aquellos tiempos el gazpacho era un postre. Otra de las “negociaciones” mías era convencer a mi abuela para que me cambiase una perra chica por una gorda y así comprarme un chuche*. No obstante, el hambre al final nos hizo salir de España.
    *No confundir chuche con chuché que es realizar el acto sexual según la RAE en Nicaragua

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  5. Agradables recuerdos, momentos que queremos volver a vivir.
    Saludos estimado Julio.
    Linda historia.

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  6. Yo también hacia los recados de pequeña, pero protestaba porque éramos cinco hermanos, (yo la del medio) y, casi siempre me tocaba a mi hacerlos; cosa que, nunca entendí.
    Ver tu escrito me ha hecho pensar en que emplear el tiempo en recordar nuestras vivencias, nuestros afectos por las pequeñas cosas de la vida es ganar en felicidad. Y reviviendo esos años pasados nos damos cuenta de... con que poco nos conformábamos entonces. Seguramente ese zapatero alcanzaría su sueño, sin necesidad de que le tocara la lotería, porque algún hijo o amigo lo llevaría a la sierra con el paso de los años..

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  7. Has hecho que regresara a mi infancia, a una tienda así parecida, con el dependiente exactamente igual, cortando la mantequilla. Que dulces recuerdos. Por entonces nuestros vecinos familiares se conformaban al igual que el buen zapatero con ilusiones sencillas.En casa la llegada de visitas era motivo de alegría.Los domingos mi madre y a veces mi padre, nos hacían pan frito, y otros comíamos churros. Había alegría, buen humor, después y al ser la mayor, mi padre me llevaba a ver a mis abuelos que vivían en por Tetuán, nosotros en la calle Mandes. Allí me dejaba a comer. Mi abuela cocinaba toda la mañana el típico cocido madrileño, recuerdo ese olor.Mis dos tías, las hermanas de mi padre , me miraban . Mi abuelo tocaba muy bien la guitarra, mi abuela reía fácilmente. El ambiente era alegre, de ahí que mi padre heredara esa gracia que mantuvo hasta el final de sus días. En casa teníamos lo suficiente, en cuanto a lo material. Pero había lo más preciado, paz amor y alegría. Esto deseo también para todos aquellos niños, jóvenes, los menas. Gracias Julio

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