La clase media
Julio Sánchez Mingo
Pepe heredó de sus progenitores un bonito apartamento en la costa, en un edificio en primera línea de playa, rodeado de jardines. Su padre era funcionario del ministerio de Hacienda y completaba sus ingresos llevándole la contabilidad a algunos tenderos del barrio. Su madre nunca trabajó fuera de casa y, a pesar de todo, veraneaba dos meses largos en aquel lugar con sus tres hijos. Su marido iba solamente sus treinta días reglamentarios de vacaciones al año, al volante de su 1430, además de traerlos y llevarlos a principio y final de la temporada veraniega. Era frecuente, cuando estaba el cabeza de familia, ir a comer paella a alguno de los locales o chiringuitos más acreditados de la zona.
Pepe es profesor de Ciencias en un colegio religioso concertado. Su mujer, Clara, trabaja como administrativa en Iberdrola. Tienen dos hijos, la parejita, chico y chica, que estudian en sendas universidades privadas. No ayudan en casa. Él se gasta lo que no tiene saliendo de copas con los amigotes y ella no para de comprarse pingos en las grandes cadenas de venta de ropa de moda que no aguanta dos lavados. Incluso hay prendas que ni siquiera ha estrenado.
Como la economía familiar hace aguas, desde algunos años atrás, Pepe y su mujer utilizan el apartamento de la playa sólo veinte días en verano. El resto del año intentan rentabilizarlo alquilándolo en las condiciones que el mercado permite para un inmueble de sus características, incluso ofertándolo como piso turístico en plataformas de Internet, de una forma más o menos legal. Gran parte de sus vecinos hacen lo mísmo. Sus vástagos ya no aparecen por allí y su hija, en concreto, se fue este verano a Cracovia, a hacerse selfies con unas amigas. Hay que aprovechar el fenómeno de los vuelos baratos de punto a punto, aunque la arquitectura medieval de la ciudad polaca te traiga al pairo. Sale más caro acudir a las afamadas fiestas de Villarrubia del Condado, donde el precio de una habitación por noche está disparado y las litronas en vaso de plástico ni te cuento.
Nuestro protagonista también heredó de sus padres un buen piso de entreguerras en el barrio de Chamberí. Aparca su gigantesco SUV en un estacionamiento para residentes promovido por el ayuntamiento hace treinta y tantos años. Encajar semejante armatoste en su plaza de aparcamiento requiere pericia y habilidad. Como casi todos los usuarios están en la misma situación, las grescas entre ellos son habituales, dada la imposibilidad de maniobrar o abrir la puerta del vehículo. Pero claro, manda la presunción, el postureo.
Ahora hay que renovar los tres ascensores del inmueble y Pepe no puede dormir pensando en las derramas que se le vienen encima. Se queja del gobierno, de la inmigración —tienen una asistenta siria, sin dar de alta en la SS, sin la que su mujer no podría vivir. El portero de la finca es un peruano simpático y eficiente, que ayuda, asiste y saca del atolladero a los vecinos más ancianos. Los propietarios más jóvenes quieren prescindir de él y poner en alquiler su vivienda del semisótano. La fruta la compran en un establecimiento de su manzana regentado por dos silenciosos bangladesíes—. También echa pestes de los muchos herederos de la vivienda colindante que la tienen alquilada por habitaciones a estudiantes, donde a sus hijos les gusta refugiarse. ¡Y quiere denunciar a los del 3º A porque arriendan su propiedad como piso turístico! Pobre Pepe, ¿morirá de un infarto o llegará a anciano hecho unos zorros?
Que bien describes la realidad, con cierto sentido de humor, pero muy triste, porque hay personas que están "a por uvas", y estos conciudadanos nos fastidian al resto. Que ya no se cuántos quedamos de esos restos, quizás algún día que ya no veré, despierten .
ResponderEliminarExcelente descripción de esa clase media acomodada y que hoy, en su declive, se refugia en buscar culpables. Mantener ese ritmo de vida de nuestros padres requiere hoy multiplicar x 4 su capacidad adquisitiva, como para no estar enfadado
ResponderEliminarLa hipocresía pasmada en palabras. Si yo soy el que abusa o infringe la norma estoy en mi derecho. Ojito si lo hace otro ese tiparraco es un defraudador y un delincuente. Así actuaba un conocido mío. Cuando los amigos en fin de semana salíamos a cenar él se quedaba con las factura de la cena de los seis. Y además decía que para desgravar ya que al mismo tiempo que trabajaba por cuenta ajena le quitaba clientes a su empresa para que un amigo hiciese negocios con él como socio.
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