18 junio 2021

El vuelo más largo

Daniela Amadori

Traducción del italiano de Gianluigi Genovese, con adaptación y notas de Julio Sánchez Mingo

 


Ya está casi todo listo.

Observo un escaparate rebosante de trajes de baño, pijamas y sujetadores. Colores brillantes que atraen la mirada y entretienen la espera. La puerta de embarque A1 está situada a mis espaldas. Aunque no mire el panel indicador, tengo muy claro el destino del avión al que accederé en breve. El murmullo creciente delata que la gente comienza a levantarse para hacer cola, esperando el momento de subir al avión. Siempre me he preguntado qué sentido tiene apelotonarse y estar de pie tanto tiempo, inútilmente, considerando que los asientos son numerados y el avión no despegará sin todos nosotros. La zona de espera es un fulgor de luces, cristal, acero y falsa madera. El aeropuerto ha ido cambiando mucho, aunque, a mi llegada, siempre he tenido la misma sensación: ¡ya estoy en casa!

Mamá, tu casa está donde nosotros moramos dirían mis hijos si me escucharan—. Nosotros somos tu casa ¿Por qué sientes nostalgia de otros lugares?

Ellos no han conocido el terminal aéreo de Nápoles, cuando no había escaleras mecánicas, ni hoteles cápsula, el mármol no brillaba y nadie hubiera ni siquiera imaginado comprar ropa interior antes de un vuelo. Sin embargo, cada vez que partía de este aeropuerto que no tenía vuelos directos a Nueva York sentía algo familiar como el olor del ragù1 de mi madre, a la que durante tanto tiempo lloré. Y, cuando regresaba, sentía zozobra por temor a no volver a encontrar lo que anteriormente había dejado atrás.

Me levanto, necesito estirar las piernas. Me dirijo a los aseos, pero no a los más cercanos: sus rampas de acceso, aunque cortas y suaves, no son adecuadas para mis rodillas. Prefiero los más lejanos. Aunque camine más, el recorrido es llano. Según avanzo, la luz de los escaparates me molesta. Mis ojos están debilitados por la edad y el cansancio. Llevo mucho tiempo sin dormir.

Qué sabrán mis hijos de cuando en los bajos de la Via dei Ventaglieri no vivían extracomunitarios; qué sabrán de cuando, con trece años, escuché gritar por primera vez a Peppiniello: "Lecherooo..". Ese día me asomé al balcón del tercer piso y descubrí la mirada seria de un chico muy moreno. Mi Peppiniello no cambió con el paso de los años: un hombre de piel demasiado oscura para no ser del sur, de cabellos muy negros, que fueron dando paso poco a poco a las canas, de mirada penetrante, como malhumorada, incluso cuando reía. "Tu marido tiene verdadero encanto latino", me decían mis amigas. Yo sonreía orgullosa, pensando para mí en la mucha suerte que había tenido.

Cuántas tiendas. La que vende mozzarella lleva aquí muchos años, sin cambiar de marca. Cuántas veces compré varios paquetes para que la probaran aquellos que desconocían el producto. Yo la saboreaba poco a poco, para que las sensaciones de la infancia perduraran en el paladar.

Papá, ¿has traicionado alguna vez a mamá preguntó un día nuestro hijo John.

No se puede traicionar a una bruja partenopea respondió él. Siempre decía que yo era una bruja, porque lo había hechizado el día que le lancé o panariello2, lentamente, desde el balcón de casa, para comprarle una botella de leche. En mi casa todos eramos intolerantes a la leche, pero de alguna forma tenía que llamar su atención.

Aquí están los aseos. Me lavo las manos y me refresco la cara, pero no puedo borrar la nostalgia que me atenaza el corazón.

Annarella, ¿tú cómo quieres vivir la vida? me preguntó un día en italiano, sin utilizar el dialecto, porque según repetía a menudo: "Las cosas importantes hay que decirlas en un idioma importante". Lo miré desconcertada. ¿Qué debía responder? ¿Qué quería que yo dijera?¡Quiero vivirla contigo! Y pensé: "Lo demás no importa".Entonces vamos, vámomos de aquí. 

Nuestro primer viaje no fue en avión. Cuatro trapos en una bolsa, poco dinero en el bolsillo y el miedo de estar cometiendo un grave error. Me abrazaba a mi Peppiniello. En ese abrazo no sólo había amor, había también necesidad de protección.

Después de los aseos hay un bar más. Antes no había tantos... Este local es la típica bodega de degustación. Si no fueran las 10 de la mañana pediría un blanco seco. El vino es bueno en Italia. ¡El vino es bueno en mi casa! No es el miedo a que se me suba a la cabeza lo que me reprime. Es el miedo a sentirme indispuesta en el avión. El vuelo es largo y quien esté a mi lado tiene derecho a relajarse, sin tener que preocuparse de mí o, peor aún, tener que atenderme. Nunca me gustó ser un peso para los demás y me apoyé solamente en mi marido hasta que tuve hijos. Los niños tienen derecho a tener otros puntos de referencia a su lado, más allá de padres más infantiles que ellos mismos. Antes de que nacieran tuvimos años difíciles, años de peregrinación, de penurias, de llantos nocturnos contenidos para que no se oyesen, de cansancio, de trabajo, de dignidad, de ahorros, de crecimiento... Y, después, nacieron ellos: John y Nancy.

Cuando volvimos a casa por primera vez, lo hicimos con la cabeza bien alta. El calor del verano, ropa nueva y dos niños muy curiosos cogidos de la mano. ¡Cuántas veces habían oído hablar del lugar donde habían nacido papá y mamá! Querían ver y saberlo todo y nosotros estuvimos encantados de complacerles. A John le gustaba sobre todo la cocina: la pizza frita, los cucuruchos, coppetielli, de manitas o de morro de cerdo fritos, las zeppole3 y los panzerotti4. En muy poco tiempo se olvidó de las hamburguesas. Nancy, por su parte, se sentía más atraída por lo que veía. Podía ensimismarse con los vendedores callejeros de San Gregorio Armeno, que vendían los infalibles cuernos contra la mala suerte, curnicielli, o enmudecer emocionada contemplando el Cristo Velado de la capilla de San Severo.

Vuelvo a sentarme porque todavía hay que aguardar. La gente que me rodea parece presa de un parsimonioso nerviosismo. Es lo que tiene la espera: cansa más que correr, pero no vas a ponerte a gritar que no puedes más.

Siempre me ha gustado observar a la gente en los aeropuertos y tratar de adivinar de dónde vienen, dónde van y por qué. Por su ropa presupongo cuál es su trabajo, quién les espera a su llegada, si están contentos por irse o si se sienten como ahora me siento yo. Incluso si alguna vez Nápoles ha significado para ellos lo mismo que para mí, si tienen familiares aquí o sólo viajan por trabajo. Hoy, sin embargo, sólo pienso en los recuerdos de un pasado muy presente.

¿Por qué vas siempre vestida de negro? le preguntó John a mi abuela. Perdí a mi primer hijo y nunca lo he olvidado. Llevas su nombre.¿Cuándo se murió? Ella bajaba los ojos ante esta pregunta, que tantas veces le habían hecho. Entonces todos callaban, conscientes de que hacían revivir un profundo y viejo dolor. Mi abuelo volvía la cara hacia otro lado. El sentimiento de culpa aún le quemaba el alma. Desde 1875 el torno de la Annunziata estaba clausurado, pero en el hospicio se podía entregar a los hijos del pecado y de la miseria. En la penuria había nacido aquel primer hijo. Ella era poco más que una niña y el abuelo había marchado al frente, a luchar en la Primera Guerra Mundial. Escaseaba el pan y, con el pan, faltaba la leche para las parturientas. Una noche, con el rostro cubierto por un velo, la abuela abandonó para siempre a su primer hijo. Su corazón nunca se lo perdonó.

El tiempo transcurre lentamente cuando tenemos una meta anhelada que alcanzar o muchas citas que atender. A mi edad parece que el tiempo ya no nos posee, sino que lo controlamos nosotros. Pero no es así. El tiempo siempre nos supera y domina, incluso aquí, incluso ahora, mirando los ojos de las personas que están a mi lado. Un niño llora de aburrimiento y su madre intenta pacientemente distraerlo, sin dejar de mirar el reloj que lleva en la muñeca.

Abuela, ¿por qué te asomas al balcón y utilizas el panaro en lugar de hacer la compra en el supermercado? le preguntó un día mi hija a mi madre. Nunziatina, si no lo hubiera hecho, tu madre nunca habría conocido a tu padre y todavía la tendría aquí en casa, conmigo.

Nancy miró a su abuela sin alcanzar a comprenderla y a mí me disgustó el tono de suficiencia que había en sus palabras.

Mamá, ¿por qué no vienes y te quedas a vivir con nosotros? No puedes imaginar lo que se apreciaría tu ragù donde vivimos. Mi madre se encogió de hombros y murmuró una negativa. Pero yo sabía que no era indiferente a los halagos de aquel atezado e intrigante yerno. Nunca vino a vernos, nunca tuvo suficiente valor para subirse a un avión. "Si el hombre tuviera que volar, el Padre Todopoderoso le habría dado alas", solía decir. De esta forma empezamos con los viajes de ida y vuelta a través del Atlántico. Eso sí, cada vez que nos lo podíamos permitir, porque los vuelos entonces eran muy caros. Pero Peppiniello sabía lo mucho que yo deseaba regresar y se esforzaba en ahorrar para poder traerme a casa.

Asistí al paulatino cambio de Nápoles. Cada vez había algo diferente, algo más bonito: la ciudad estaba más limpia, edificios y monumentos fueron restaurados y se revalorizaron. Incluso los típicos callejones se convirtieron en polos turísticos en lugar de concentraciones de pobreza.

Nuestros hijos han crecido, conocen bien Nápoles, pero su casa está en otro lugar. Por ello retornamos a visitarlos, es lo propio. Nuestro hogar se encuentra donde lo construimos, donde abrimos nuestros corazones y nuestro amor se hizo más fuerte, donde lo perpetuamos generando dos criaturas que a su vez generaron tres más. Los nietos, ¡qué alegría dan!

Abuela me preguntan ¿por qué no te pones nunca de negro? Está de moda, ¿sabes? Porque la vida ha sido generosa conmigo, me ha dado al abuelo y a todos vosotros. Siempre me ha ofrecido lo justo, lo necesario y nunca he tenido necesidad de mendigar más allá de lo imprescindible. No lo entienden, pero se sonríen con esta abuela siempre de colorines.

El cansancio me supera: las últimas noches de insomnio empiezan a pesarme y casi apuro una cabezadita, arrebujada en estas amplias butacas. Este retorno no es fácil. Sabemos muy bien que esta vez será el definitivo. Es un regreso doloroso, con el corazón de ambos roto, pero lo más importante es que lo hacemos juntos. Nada nos volverá a separar. Cuando lleguemos nuestros hijos nos estarán esperando y ellos sabrán lo qué hay que hacer para arreglarlo todo.

Señora, está todo listo. Podemos ir. —Me giro y dirijo la vista a un joven del servicio de asistencia, alto y delgado. Espero que aprecie en mi mirada una muestra de agradecimiento. Me levanto lentamente, hoy no tengo prisa. Por aquí, por la vía preferente. Es amable, tal vez porque se compadece de mí. Le susurra algo a la auxiliar. Ella asiente, sin apenas comprobar los documentos que le tienden. Me sonríe, queriendo mostrarse amable, pero tiene que aligerar, porque los otros pasajeros de la cola se inquietan. Me apoyo en el brazo del joven que me ayuda a subir la escalerilla y me acompaña hasta mi asiento. No se preocupe, señora. Cuando lleguen, un compañero la ayudará a descender y podrá esperar a pie de avión la descarga del ataúd de la bodega. Todo irá bien. Ánimo.

El aeropuerto de Nápoles ha perdido el olor del ragù de mi madre. Sé que nunca volveré.

"Annarella, ¿tú cómo quieres vivir la vida?". "Espero que sin ti sea muy breve. Cerraré los ojos hasta el final del vuelo, el último vuelo contigo, mi amor".

 

1 Ragù: salsa a base de carne de añojo picada gruesa, tocino triturado, zanahoria, apio, cebolla, pulpa de tomate, nuez moscada, clavo, sal y pimienta, que se utiliza como condimento para pasta o primeros platos. En la cocina napolitana, el ragù consiste en una pieza de carne de añojo —cocinada entera— que se sirve en rodajas, en la salsa del mismo nombre. No confundir con el ragout francés, que también se prepara en España.

2 En Napoles se usaba antiguamente el panaro una cesta de mimbre atada a una cuerda de unos 10 a 20 metros de largo para hacer la compra desde los balcones de las casas. Cuando pasaban por la calle los vendedores ambulantes, las mujeres dejaban caer la cesta con el dinero y la recogían a continuación, cargada con el género adquirido y las vueltas.

3 Zeppole: dulces de masa frita rellenos, similares a los buñuelos españoles.

4 Panzerotti: empanadillas rellenas, típicas de Campania y Apulia.

 

Il volo più lungo

Daniela Amadori

 


Tutto è quasi pronto, ormai.

Davanti a me una vetrina con tanti costumi, pigiami e reggiseni. Un insieme di colori sgargianti che attira gli occhi e stravia la mia mente. Dietro di me il gate A1. Anche se non lo guardo conosco bene la destinazione dell’aereo su cui sto per imbarcarmi. Il brusio mi dice che la gente già comincia ad alzarsi per fare la fila in attesa dell’imbarco. Mi sono sempre chiesta che bisogno ci sia di accalcarsi e stare tanto tempo in piedi inutilmente, visto che tutti abbiamo i posti numerati e l’aereo non partirà comunque senza di noi… La sala in cui attendo è uno sfavillio di luci, vetri, acciaio e finto legno. Non è sempre stato così questo aeroporto, ma la sensazione è stata sempre la stessa: quando vi approdo, sono a casa!

Mamma, la tua casa è con noi!” direbbero i miei figli se mi sentissero. “Noi siamo la tua casa! Perché senti la nostalgia di altri luoghi?”

Ma cosa ne sanno loro di com’era prima l’aerostazione di Napoli… quando non c’erano le scale mobili… né gli hotel in “capsule”…i marmi erano opachi e nessuno avrebbe mai pensato di comperare la biancheria intima prima di partire…? Eppure, quell’aeroporto, che non aveva un volo diretto per New York, ogni volta che partivo, per me, aveva il buon profumo del ragù di mia madre, che avrei rimpianto per molto tempo… ed ogni volta che tornavo aveva l’odore stantio della paura di non ritrovare ciò che avevo lasciato…

Ho deciso: mi alzo. Devo sgranchire un po’ le gambe. Vorrei andare in bagno, ma non quello alla mia destra: le salite, sebbene corte e lievi, non sono gradite alle mie ginocchia… opto per le toilettes più lontane, quelle a sinistra. Il percorso è più lungo, ma almeno è in piano. Mentre cammino, la luce delle vetrine mi ferisce gli occhi sciupati dall’età e dalla stanchezza. Mi sembra così tanto tempo che non dormo…

Cosa ne sanno i miei figli di quando i “bassi” di Via Dei Ventaglieri non erano abitati dagli extracomunitari; di quando, a tredici anni, sentii per la prima volta la voce di Peppiniello urlare “O lattaaarooooo!”. Quel giorno mi affacciai al balcone del terzo piano e vidi uno sguardo serio sul viso di un ragazzino abbronzato. Anche con lo scorrere degli anni, è sempre stato così il mio Peppiniello: un uomo dalla pelle troppo abbronzata per non essere del sud. Capelli corvini che l’hanno abbandonato da poco tempo, lasciando spazio alla canizie… Uno sguardo penetrante, quasi imbronciato, perfino quando rideva.

Tuo marito ha proprio il fascino latino!” mi ripetevano le amiche ed io sorridevo orgogliosa dicendo dentro di me che ero stata una donna fortunata…

Quanti negozi… Quello delle mozzarelle c’è da tanti anni… La marca è sempre la stessa. Quante volte me ne sono portata qualche confezione a casa per farle assaggiare a chi non le conosceva… ma con parsimonia, perché io me le centellinavo il più a lungo possibile, affinché proseguisse nel tempo il sapore della infanzia…

Papà, hai mai tradito la mamma?!” chiese un giorno nostro figlio John. “Non si può tradire una strega partenopea!” rispose lui. Ha sempre detto che ero una strega, perché l’avevo ammaliato il giorno in cui avevo fatto scendere, lentamente, ‘o panariello’ perché ci mettesse una bottiglia di latte. In casa eravamo tutti intolleranti al latte, ma io dovevo assolutamente attirare la sua attenzione!

Ecco i bagni. Mi lavo le mani e mi rinfresco il viso, ma non riesco a lavare via la nostalgia che mi attanaglia il cuore.

Annarella, ma tu, come la vuoi vivere la vita?” mi chiese un giorno in italiano, senza usare il dialetto, perché, ripeteva spesso, “Le cose importanti devono essere dette in una lingua importante”. Lo guardai spiazzata… Cosa dovevo rispondere? Cosa voleva che rispondessi? La voglio vivere con te!” e pensavo “Il resto non conta…”. Allora partiamo, andiamo via di qua.”

Il primo viaggio non fu in aereo… Quattro stracci in una borsa, pochi soldi in tasca e la paura di fare un grande errore… Mi abbracciavo al mio Peppiniello e in quell’abbraccio non c’era solo amore: c’era anche il bisogno di essere rassicurata.

Dopo i bagni c’è un altro bar. Una volta non ce n’erano così tanti… Se non fossero le 10 del mattino ordinerei un bicchiere di bianco secco. Il vino è buono in Italia! Il vino è buono a casa mia!

Non è la paura di ubriacarmi a frenarmi, è la paura di stare male in aereo: il volo è lungo e chi starà al mio fianco ha il diritto di rilassarsi, senza doversi preoccupare o, peggio, soccorrermi. Non mi è mai piaciuto essere di peso e mi sono appoggiata a mio marito solo fino a quando non sono diventata madre. I figli hanno diritto ad avere al fianco dei punti di riferimento non dei genitori più infantili di loro!

Prima dei figli, furono anni difficili, anni di pellegrinaggi, di stenti, di pianti notturni cercando di non farmi sentire, di fatica, di lavoro, di dignità, di risparmi, di crescita… E poi… nacquero loro: John e Nancy.

Quando tornammo a casa per la prima volta, lo facemmo a testa alta. Il caldo dell’estate, i vestiti nuovi e due bambini curiosi per mano. Quante volte avevano sentito parlare del posto in cui erano nati mamma e papà! Volevano vedere e sapere tutto e noi eravamo ben felici di accontentarli.

John amava soprattutto la cucina: la pizza fritta, i “cuppetielli” ripieni di ‘o pere’ e ‘o musso”, le zeppole, e i panzerotti. In poco tempo aveva dimenticato gli hamburger! Nancy, invece, era più attratta da ciò che vedeva. Riusciva ad incantarsi davanti agli imbonitori di San Gregorio Armeno che vendevano “curnicielli” collaudati… e ad ammutolirsi commossa davanti al Cristo velato nella Cappella di San Severo.

Torno a sedermi, tanto devo ancora aspettare… La gente attorno a me sembra pervasa da un calmo nervosismo. E’ così l’attesa: ti stanca più di una corsa, ma non puoi metterti ad urlare che non ce la fai più… Mi è sempre piaciuto guardare le persone in aeroporto e cercare di indovinare da dove venissero, dove andassero, e perché. Dai vestiti suppongo che tipo di lavoro facciano… chi li attende all’arrivo, se sono felici di partire o se… si sentono come me. Se Napoli sia mai stata per loro quella che è stata per me, se avessero dei parenti qui o… solo degli affari in corso… Oggi invece non riesco a pensare se non ai ricordi di un passato per me così presente!

Nonna perché sei sempre vestita di nero?” chiedeva John a mia nonna “Ho perso il mio primo figlio e non l’ho mai dimenticato. Tu porti il suo nome, Giovanni” “Quando è morto nonna?” Lei, a quella domanda, che più volte le avevano rivolto, abbassava gli occhi e tutti tacevano, pensando di aver fatto riaffiorare un antico dolore. Il nonno girava la faccia dall’altra parte per un senso di colpa che gli bruciava ancora l’anima… Dal 1875 la ruota dell’Annunziata era chiusa, ma non l’orfanotrofio in cui si potevano lasciare i figli del peccato e della miseria. Nella miseria era nato quel primo figlio. Nonna era poco più di una bambina e mio nonno era partito per la prima guerra mondiale. Mancava il pane e con il pane, anche il latte alle partorienti… Così una notte, con il viso coperto da un velo, la nonna aveva lasciato per sempre il suo primo figlio, ed il suo cuore non glielo aveva perdonato.

Il tempo passa lentamente quando si ha una meta ambita da raggiungere o tanti appuntamenti che ci attendono, alla mia età ci pare che non sia più il tempo a possederci, ma noi a possedere lui… Non è così: il tempo ci sovrasta sempre e ci domina. Anche qui, anche ora, guardando gli occhi delle persone che mi sono accanto. Un bimbo piange annoiato e la mamma cerca di distrarlo pazientemente, ma è una finta: continua a guardare l’orologio che ha al polso…

Nonna perché butti giù il cesto invece di andare a supermercato?” chiedeva mia figlia a mia madre. “Nunziatina, se non l’avessi mai fatto, tua madre non avrebbe mai conosciuto tuo padre ed io l’avrei ancora avuta qui con me…”. Nancy guardava la nonna senza capire ed a me spiaceva quella nota di rimprovero nelle sue parole…

Mamma’, perché non venite voi a stare con noi? Il vostro ragù sapete come sarebbe apprezzato dove abitiamo noi?!” Mia madre faceva spallucce e borbottava il suo rifiuto, ma io sapevo che non riusciva a rimanere indifferente ai complimenti di quel genero moro ed intrigante. Però lei non è mai venuta da noi, non ha mai affrontato l’aereo. “Se l’uomo avesse dovuto volare, il Padreterno gli avrebbe dato le ali” diceva sempre. E così sono iniziati i viaggi di andata e ritorno, ogni volta che potevamo. I voli allora erano cari… ma Peppiniello sapeva quanto ci tenessi e, giorno per giorno, risparmiava per potermi riportare “a casa”.

Ho visto Napoli cambiare… Ogni volta c’era qualcosa di diverso, di più bello: la città più pulita, certe opere d’arte rivalutate. Persino i vicoli, li ho visti diventare mete turistiche più che agglomerati di povertà,,,

I figli sono cresciuti, Napoli la conoscono bene, ma la loro casa è un’altra ed è da loro che stiamo tornando, perché è giusto così… La nostra casa è dove l’abbiamo costruita… dove abbiamo aperto le porte del nostro cuore ed il nostro amore si è irrobustito, là dove l’abbiamo eternato generando due creature e loro generandone altre tre. Che gioia sono i nipoti!

Nonna” mi chiedono, “Perché non ti vesti mai di nero? E’ di moda, sai?!” “Perché la vita, con me, è stata generosa, mi ha donato il nonno e tutti voi e se non mi ha mai dato nulla di più di quanto avessi bisogno, non mi ha neppure mai costretto ad elemosinare il necessario”. Loro non capiscono, ma sorridono a questa nonna sempre “colorata”.

La stanchezza si sta facendo sentire: le ultime notti insonni iniziano a pesare e quasi mi appisolo.

Non è un ritorno facile questo, sappiamo bene che stavolta il ritorno sarà definitivo. E’ un ritorno sofferto che ha spaccato il cuore ad entrambi, ma la cosa più importante è tornare insieme. Non separarci mai. I figli ci attendono all’arrivo. Loro sapranno che fare per organizzare ogni cosa.

Signora, è tutto pronto! Possiamo andare!” Mi giro e guardo quel ragazzo, alto e magro, dell’assistenza speciale sperando che legga un barlume di riconoscenza nei miei occhi. Mi alzo piano, io non ho fretta. Di qua! Dalla via preferenziale” E’ gentile, ma forse lo è solo perché mi compatisce… Sussurra qualcosa all’impiegata di volo e lei annuisce, quasi non guarda i documenti. Mi sorride, vuole sembrare comprensiva, ma io so che deve sbrigarsi perché la coda degli altri passeggeri scalpita…Mi appoggio al braccio del giovane che mi aiuta a salire la scaletta e mi conduce al mio posto. Non si preoccupi signora! All’arrivo un mio collega la aiuterà a scendere e potrà aspettare ai piedi dell’aereo che la bara esca dalla stiva: andrà tutto bene, si faccia coraggio!”

L’aeroporto di Napoli non ha più il profumo del ragù di mia madre, ed io so che non tornerò più.

Annarella, ma tu come la vuoi vivere la vita?” “Spero in modo breve, senza di te! Ma ora chiuderò gli occhi e aspetterò la fine del volo, l’ultimo volo con te, amore mio”.

5 comentarios:

  1. Absolutamente precioso. Haciendo revivir los miedos y alegrias que todos tenemos y tuvimos en momentos similares.

    ResponderEliminar
  2. Gianluigi Genovese19 de junio de 2021, 0:33

    Raccontare una intera vita con poche parole non è facile ma Daniela è riuscita a farlo. Sullo sfondo un aereoporto, quello di Napoli, in continuo divenire ed una città presentata con i suoi sapori ed odori antichi e, soprattutto, con i sentimenti. In un secondo piano leggo l’amore di una mamma verso i propri figli e verso i nipoti, un viaggio nello scrigno dei ricordi .
    Ritengo però che il vero protagonista sia lui, Peppiniello, il compagno di una intera vita. Alla fine il racconto diventa dialogo, e’ a lui che la donna si rivolge facendo scivolare il loro Amore verso l’eternita.

    ResponderEliminar
  3. Excelente relato de viaje. Dan ganas de coger el avión y volver a Nápoles a comer un cucurucho de manos de cerdo.

    ResponderEliminar
  4. Un gran relato para desvelar los temores al futuro tras la pérdida, lejos del lugar que consideramos «nuestro hogar». Hermosos recuerdos que van aflorando como en una despedida definitiva. Como cuando se llena una maleta para un viaje sin retorno. Me cautivó la narrativa.

    ResponderEliminar

Los comentarios de este blog están sujetos a moderación. No serán visibles hasta que el administrador los valide. Muchas gracias por su participación.