La guerra de nuestros días
Julio Sánchez Mingo
A los damnificados de las guerras de
Siria, Yemen... con mi reconocimiento y mi solidaridad
La calle de Atocha tras un bombardeo. 1936. Juan Miguel Pando Barrero |
El otro día se despertó sobresaltado.
Se había ido a la cama con las últimas novedades de la Covid-19, el
recuento diario de fallecidos de Simón y las crónicas de las
distintas guerras que asuelan el mundo. Había cenado demasiado. La
tripa llena y las malas noticias se habían conjugado hasta terminar
en aquella delirante pesadilla.
Entonces recordó lo que sus padres le
habían contado de la guerra.
Él ha perdido una primavera de su vida,
a ellos les hurtaron la juventud. El golpe de estado militar los
cogió con diecinueve años. Tres años de muerte y tragedias que les
hicieron madurar prematuramente.
Su padre estuvo refugiado en embajadas y
hospitales durante todo ese período. Sólo salía a la calle para
trasladarse de un
escondite a otro, muerto de
miedo. Su objetivo: no ir al frente a pegar tiros, donde correría el
alto riesgo de que una bala, una esquirla o la explosión de un obús
terminara con su vida o, en el mejor de los casos, le condenara a una
invalidez absoluta. Pasó un hambre canina. La mayoría de los días
su único bocado era un plato sopero de agua
en la que nadaban unos pocos
granos de arroz negruzco, que tenía que pagar a precio de
restaurante de lujo. El resto de su vida odiaría el arroz blanco.
Nuestro protagonista ha estado confinado
cerca de tres meses, pero ha podido dejar su casa en cualquier
momento para acudir a comprar comida. Se ha encontrado las
estanterías del hipermercado rebosantes de alimentos, incluso de
manjares. Y los precios se han mantenido más o menos contenidos. Si
ha sido prudente y ha acudido con mascarilla y tomado elementales
medidas de precaución, como no acercarse a nadie, no ha corrido
ningún peligro. Desde luego no habrá caído decapitado por un
proyectil, como en la contienda aquel pobre transeúnte en la Gran Vía
de Madrid.
La familia de su madre se arruinó,
tuvieron que cerrar el negocio familiar. Sin ingresos, las penurias y
el hambre de la posguerra fueron infinitas. La
cartilla de racionamiento se mantuvo hasta mayo de 1952. Su
abuelo materno y el hermano de éste murieron de enfermedad y
disgustos en ese largo espacio de treinta y tres meses. También la
casa familiar resultó dañada por los bombardeos sobre la población
civil y todos hubieron de ser evacuados al
piso de unos
primos, más alejado
de los objetivos militares de los insurgentes. En
esta primavera de 2020, él ha recibido religiosamente todos los
meses la transferencia con sus emolumentos y las viviendas, infraestructuras y
los medios de producción han salido indemnes.
Su abuela se volvía
loca de angustia por no saber nada de sus hijos que estaban en el
frente, en bandos distintos. Él, por el contrario, estos meses pasados ha hablado a todas horas por teléfono, o por
videollamada, incluso con el otro lado del charco.
Esa guerra de sus
abuelos y padres la quisieron unos pocos y la sufrieron casi todos.
Fue una tragedia que sólo trajo muerte, desolación, ruina y odio.
Ahora el enemigo es común a toda la Humanidad y, a pesar de ello,
somos incapaces de aunar esfuerzos, de empujar al unísono en la
misma dirección, apoyándonos unos a otros, sin egoísmos ni
intereses particulares de naciones, clases o individuos.
Parece que siempre olvidamos rápidamente lo aprendido. ¿Será así otra vez?
ResponderEliminarRelato de cruda realidad y eficaz corte periodístico.
Y luego nos quejamos por la pandemia, por supuesto ha habido victimas, fueron la mayoria aquellas que pasaron por la guerra, niños y niñas, hoy nuestros mayores. Me entristece su destino, morir aislados, lejos de sus familias. Mientras la mayoria hemos estado en lugar seguro como bien dices, comodo, y sin temor a los silbidos que contaba mi padre de las bombas, la espera terrible que tras ese sonido estallara encima. Por aquel tiempo un niño de 11 años. Gracias mil veces Julio por llevarme al mundo real. Mientras escucho a politicos que no se respetan asi mismos faltado el respero entre si, parecen personjes sacados de un sainete, claro que a estos no les llegan a la suela del zapato. Confio que la mayoria solucionen lo mejor posible, los efectos de esta pandemia, y no hagan como el refran de a rio revuelto ganancia de pescadores. Buenas dosis de humildad les hace falta, que los egos bien altos estan. Al final todo se esfuma con la muerte, y de esta Gran Dama, nadie escapa.
ResponderEliminarDe esta situación, privilegiada frente a la guerra civil que vivieron nuestros padres, abomino del frentismo que intentan trasladarnos nuestros políticos.
ResponderEliminarMe parece vergonzoso que se les llene la boca con las palabras «España» y «patria» y piensen tan solo en los votos futuros.
Me voy a hacer una pancarta destinada a todos ellos: «Quédate en casa».
Hola. aprendemos de aquellas experiencias. Gracias por compartir estimado Julio.
ResponderEliminar¡Ay Julito! ¡Qué difícil lo que pides!: empujar todos en la misma dirección. Me he acordado de la fábula en que el alacrán le pide a la rana que le cruce el rio, pues él no sabe nadar. La rana le contesta que como sabe que no la picará en medio del agua y el alacrán replica, “si te pico nos ahogamos los dos”. Al final la pica, ¡claro! y cuando la rana, mientras se ahogan, le pregunta por qué, el alacrán responde “Está en mi naturaleza”. Pues eso.
ResponderEliminarVS
ResponderEliminarMi madre me contaba, que lo que más le asustaba de la guerra, era el ruido de los aviones cuando llegaban para bombardear; al sentirlos, corria a refugiarse entre los brazos de su madre que era lo único que le tranquilizaba, tenía 10 años era muy pequeña.
Ahora cuando voy por la calle y veo a todo el mundo con mascarilla, siento pena, asombro, extrañeza, jamás hubiera imaginado que esto nos sucederia a nosotros. Me parece estar viviendo en un mundo de ficción, de película es decir,en un mundo irreal y lucho por impedir que la Covid-19 me envuelva.