Canis
Lupus
El
pequeño preguntó al término de la lectura:
—Pero,
¿eso es cierto, mamá?
—Parece
que sí. Eso dice tu libro Los
mejores amigos.
Todas las razas de perro tienen un origen común.
—Es
que veo muy diferentes al chihuahueño de mi prima y a nuestro boxer.
No se parecen. ¿Cómo pasó?
—Mañana
le preguntas a tu profesora, yo no tengo idea. Ahora, a dormir.
Ciento
cincuenta mil años antes, un grupo de niños, ancianos, mujeres y
hombres caminaba en condiciones muy adversas. El frío se
incrementaba por el viento. No obstante, el líder no ordenaba
plantar los refugios que portaban.
—Grok,
¿no te detienes por lo que hay detrás de los árboles? —preguntó
Tack, que caminaba a su lado.
—Sí.
—Es
solo uno. No viene en manada. La abandonó hace varias semanas.
—También
lo sé, Tack. Es un lobo extraño. Incluso con todo propósito nos ha
permitido verlo, no se oculta. Eso me inquieta —respondió el
líder.
—¿Quieres
que dejemos comida para retrasarlo y perderlo?
—No
es por comida por lo que nos sigue. De eso estoy seguro. Lo he oído
cazar, pero no termina de comer las piezas. Por algo se niega a
perdernos. Bajó de peso desde que va tras nosotros. Se alimenta lo
necesario y de inmediato sigue nuestro rastro.
—Es
raro su comportamiento.
—Algo
pretende esa bestia y no logro imaginarlo. Insiste a las madres que
no pierdan de vista a los críos. Lo saben, pero podrían
descuidarse.
Grok
por fin dio la orden de acampar. El viento terminó por convencerlo.
Bien sabía que el clima podría empeorar. Tampoco le gustó quedar
entre los árboles, sería más difícil protegerse en grupo. Pero
era necesario para dar protección a los endebles refugios que
podrían destruirse por el ímpetu del aire. Se dieron prisa en
armarlos.
El
viento se transformó en borrasca y la visibilidad bajó por los
copos de nieve. A pesar de lo cercano, era casi imposible divisarse
de una tienda a otra.
El
líder apenas probó los alimentos ofrecidos por su pareja. Cada vez
que pretendía asomarse fuera del refugio, el viento entraba
impetuoso donde sus críos reposaban. Se dio por vencido, pero siguió
sin comer. Fue una noche muy inquieta para Grok.
Por
la mañana, Tack encontró que el líder ya recorría los diferentes
refugios.
—Uno
fue destruido. Pide a dos hombres que vengan con nosotros. Los demás,
que levanten el campamento y se reúnan con toda la tribu en el
descampado
de enfrente. Que el resto de hombres rodeen a las familias. Voy por
mis armas.
Los
cuatro integrantes del grupo se reunieron alrededor del refugio
destruido. El viento y la nieve habían borrado todo rastro de la
familia que lo habitó durante la ventisca.
—Es
de la mujer que perdió a su hombre hace varias semanas. Todos los
hijos eran pequeños. No hay rastros de sangre, Grok. Fue la borrasca
y no un animal. ¿Por dónde los buscamos?
—El
viento por la noche corría hacia allá. Sigamos esa dirección.
Grok
se sintió sobresaltado porque no lograba divisar al lobo. Su
ausencia le provocaba más angustia que alivio. Apuró su marcha.
—¡Por
acá! —escuchó
a Tack gritar.
Era
una cueva poco profunda y dentro estaban la madre con sus cuatro
hijos, todos sanos. Los mayores presentaban magulladuras, golpes y
desgarres en las pieles de animal que los cubría, pero todos estaban
bien. Las heridas eran menores. Comían con mucho ánimo carne de
oso, recién cocida.
—Se
necesitan muchos hombres para matar a este animal —dijo
Grok, más tranquilo al ver el cadáver del oso destazado–.
—Han
sido fuertes y valientes.
—Nos
ayudó el amigo de Caneesek —explicó
el mayor. —Asestó
una fuerte mordida en una pata del oso, por la parte trasera. Eso hizo
que nos diera la espalda el animal. Aprovechamos el momento para
hincarle nuestras lanzas. A todos nos derribó su reacción, al girar
hacia nosotros. Madre, que estaba del otro lado, propinó un gran
golpe con una enorme roca. Eso nos dio tiempo para reponernos. De
nuevo el amigo de Caneesek intervino y lo mordió por el cuello. Los
demás aprovechamos para clavarle una y otra vez las lanzas. También
apedreamos lo más fuerte que pudimos al oso. Su grasa ayudó a que
pudiéramos encender una fogata y comer todos. Curtida su piel, nos
repondrá la que nos desgarró. Fue una buena noche.
—¿Qué
amigo es ese? —preguntó
Grok
Caneesek
señaló hacia los árboles. Ahí estaba el lobo, echado pero atento
a lo que sucedía en la cueva.
—¿Dejaste
comida por todo nuestro camino? —dijo
molesto Tack.
El
pequeño lo negó.
—Entonces,
¿por qué nos sigue ese animal?
Caneesek
se encogió de hombros y dijo:
—Yo…
solo acaricié su cabeza.
Que maravilla, que ternura. El amor esta ahi, y nuestros amigos fieles, es lo que desean. Muchas gracias. Es estupendo comenzar la mañana con esta lectura.
ResponderEliminarLO que puede hacer una caricia. Gracias. precioso
ResponderEliminarFelicidades Enrique. He disfrutado de tu cuento.
ResponderEliminarMe ha emocionado tu relato, una entrañable manera de imaginar cómo surgió la estrecha relación entre el hombre y su mejor amigo.
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ResponderEliminarMuy bien narrado, el relato te lleva a seguir el comportamiento del lobo que va tras la huella de la caricia recibida, todos perseguimos el amor.
Es una gran lección la que nos ofrece el relato. Cualquier animal en una situación de debilidad, como la de ese lobo aislado de la manada por las circunstancias, busca la cooperación con otros, aunque sean extraños, para luchar contra la adversidad.
ResponderEliminarCualquier animal menos uno que yo me sé.... Ahí lo dejo.
VS
Moraleja: El lobo no es el mejor amigo del oso.
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