24 febrero 2017

Explotación laboral.
¿Cómo solucionar esta lacra?

Julio Sánchez Mingo

Febrero 2017

Todos somos conscientes de la explotación laboral a que son sometidos infinidad de trabajadores de sectores como el textil o la electrónica en Oriente, México e infinidad de países.
También en nuestra limpia Europa, donde hay multitud de talleres clandestinos o personas que trabajan en su casa de forma ilegal, por salarios de miseria, en condiciones donde la salud y la higiene en el trabajo brillan por su ausencia, con largas y agotadoras jornadas laborales.
¿Cómo creemos que muchas familias han hecho frente a la crisis?
Cómplices, por corrupción u omisión, son las administraciones públicas. En España, sin ir más lejos, la inspección de trabajo es casi inexistente.
Sangrante es el caso de la confección de ropa en la India y Bangla Desh, donde mujeres y niños trabajan como esclavos, como denuncia el diario El País en una serie de reportajes publicados el 28 de enero de 2017 (1). Asimismo el desguace y achatarramiento, especialmente de buques y de equipos electrónicos, se desarrolla en condiciones infrahumanas, en ambientes y en contacto con productos muy nocivos para la salud.

Yo no puedo permanecer pasivo ante estos hechos y me gustaría que, al comprar cualquier producto, no haya detrás un empresario y unos intermediarios explotadores y un rosario de vidas humanas hundidas en la miseria y la opresión laboral. Yo no quiero ser cómplice ni encogerme de hombros. ¿Qué se puede hacer?

Hay ONGs que trabajan encomiablemente para paliar esta situación. Incluso algunas de ellas tienen programas de comercio justo. Multinacionales españolas como Inditex, El Corte Inglés o Cortefiel, posiblemente para acallar su mala conciencia por el estado de cosas al que han llevado sus modelos de negocio y por la tragedia de Rana Plaza, con 1.132 muertos, han comenzado a tomar algunas medidas del todo insuficientes (2). Pero son migajas, hay que hacer más para acabar con actividades indignas del ser humano, particularmente de la infancia.

Pienso que se podría dictar una directiva comunitaria que obligue a un proceso de fabricación, libre de explotación laboral y conforme a las normas europeas de higiene y seguridad en el trabajo, de todos los productos de consumo comercializados en la Unión Europea. La homologación oficial correspondiente, efectuada por entidades acreditadas para ello, permitiría a las empresas cumplidoras etiquetar sus productos con la correspondiente marca de certificación, lo que franquearía su venta en nuestro mercado común.
Adicionalmente se crearía riqueza en los países productores por la necesidad de formar y emplear a los inspectores de las entidades de calificación, profesión que requiere personal con un cierto nivel de cualificación, y redundaría en un mayor desarrollo cultural.

El consumidor medio europeo puede asumir sin dificultades el incremento de precios derivados de aplicar una política de este género. Veámoslo con un caso real, que me desveló un amigo que trabaja en el comercio internacional de la ropa confeccionada.
Hace unas semanas una fábrica de Bangladesh cerró un contrato con una multinacional española para la fabricación de 400.000 minifaldas para esta temporada. El precio CIF Europa acordado asciende a unos 4 €. El PVP previsto es de 14,99 €, que incluye el 21% de IVA. El margen bruto es por tanto del 67,7%. Si al final de la campaña hay género sin vender, y procede una liquidación, el descuento en el punto de venta podrá alcanzar un 50%, lo que supone que el PVP se reducirá a 7,49 € y el margen bruto a un 35,42%. ¡No está nada mal!
No creo que un proceso de homologación como el propuesto repercutiera en el coste de la prenda en más de un céntimo de euro, 0,01 €, 4.000 € en el total de la operación. Inyectando 400.000 € en los salarios de los trabajadores, supongo que no son necesarios muchos de ellos para confeccionar las benditas minifaldas, estoy convencido que su nivel de emolumentos pasaría de la miseria a una soldada digna. Ese mágico euro lo podría costear el consumidor final, comprando a 15,99 €, la multinacional de turno, reduciendo un poco su exagerado márgen, o ambos, a medias, con un PVP de 15,49€.

La pelota queda ahora en el tejado de los parlamentarios europeos, que, por cierto, tienen unos jugosos salarios.

Sobre la explotación humana en el desguace y achatarramiento de buques y la producción de materias primas, agricultura y minería, habrá que volver otro día.


Sin casco, guantes, gafas protectoras, mono, botas de seguridad...



09 febrero 2017

La montaña. Superación personal y felicidad

Julio Sánchez Mingo
Febrero 2017

A Edu, ejemplo de amor propio y afán de superación

La práctica del montañismo, en sus diferentes modalidades de alpinismo, escalada o simple excursionismo, es un excelente ejercicio de superación personal y un camino a la felicidad.
Hay que sobreponerse al cansancio, incluso a la fatiga extrema, a la falta de fuerzas, al dolor causado por alguna lesión, al frío, al calor, a la sed, al mal de altura. En ocasiones al pavor al vacío, a la verticalidad de los precipicios o, en situaciones comprometidas, al miedo. En los Alpes, yo he sido incapaz de atravesar una pasarela muy aérea y oscilante, tendida sobre un barranco de más de cien metros de profundidad.
Cuántas veces se experimenta la tentación de dar la vuelta y abandonar una subida larga y exigente porque corazón, pulmones y piernas parece que no dan más de sí.
Todo ello obliga a extremar la prudencia, sopesar cuáles son nuestros límites, analizar la situación y, por tanto, actuar con inteligencia y responsabilidad. Actividad perfecta para ejercitar el sentido común y aprender de los errores. ¡Escuela de vida!
Al alcanzar el objetivo establecido la satisfacción es enorme y te sientes plenamente recompensado después de tanto esfuerzo, llegando a invadirte la euforia. Cuando se suben las escaleras del Campanile del Duomo con la meta de disfrutar de una excelente panorámica de Florencia, mucha gente renuncia porque no puede más. Otros, sobreponiéndose, llegan al final y la sonrisa de gozo, expresión de su felicidad, no les abandona en toda la bajada.

Hay casos extremos de superación que la montaña pone de manifiesto, como el que narro a continuación. En esta ocasión el objetivo era la supervivencia, la propia vida.

Hace unas semanas, por la noche, pasadas las once, encendí el televisor y vi que estaban proyectando en Paramount Channel un documental titulado Touching the Void, Tocando el vacío, de 2003 (1)
La película narra la odisea de Joe Simpson, quien, tras coronar el andino Siula Grande, 6.344 m, en compañía de su amigo Simon Yates, sufre un accidente en el descenso, fracturándose una tibia. Su compañero se ve forzado a cortar la cuerda que les une tras una noche en la que permanecen ambos colgados sobre el vacío. Él cae a una grieta del glaciar que cubre la montaña. Sólo su espíritu, sus fuerzas mental y física, su determinación, permitirán que, aunque malherido, sin agua ni víveres, logre escapar de la sima, bajar el glaciar, atravesar las morrenas y alcanzar el campamento base que Simon y otro alpinista, que había permanecido allí como apoyo, se aprestaban a abandonar.

Conocí a Joe Simpson en Vouliagmeni, cerca de Atenas, en 1999, donde acudió a dar unas charlas sobre motivación, aplicación de recursos y fijación de objetivos a unas reuniones internas de mi compañía. Contó su drama, que, obviamente, me impresionó. Tiempo después compré y leí su libro Tocando el vacío, traducción al español editada por Desnivel (2). En esta obra se basa la película documental de 2003. Es el relato pormenorizado de su aventura en el Siula Grande y sus pensamientos y reflexiones durante su terrible descenso. También detalla como se fijaba en su avance pequeños y asequibles objetivos parciales para poder lograr su objetivo global, su meta final, llegar al campamento base. Ésta es la lección aplicable al mundo empresarial que le ha permitido convertirse en un conferenciante de prestigio y que todos deberíamos trasponer a nuestra vida diaria.

Joe Simpson y Simon Yates siguen siendo íntimos amigos.


(2) Joe Simpson: Tocando el vacío. Ediciones Desnivel (Edic. Española)

Siula Grande. Cordillera Huayhuas. Andes peruanos. 6.344 m.

25 enero 2017

Marita García y Juan Sumer

Julio Sánchez Mingo

Enero 2017

La relación de Marita García, de Totana (Murcia), Barbara Rey en el mundo del espectáculo, y el exjefe del Estado Juan Carlos de Borbón, que esta semana pasada Okdiario y algunas cadenas de televisión, en sus programas de máxima audiencia, nos han narrado, incluye todos los ingredientes de una muy buena novela negra: adulterio, chantaje, intervención de los servicios de información, amenazas, allanamiento de morada, dinero, bancos de Suiza y Luxemburgo, nidito de amor sostenido con fondos públicos, imágenes y documentos sonoros comprometedores, utilización de un menor con un fin pérfido, personajes interpuestos y uso indebido de fondos reservados. Sólo le falta algún cadaver en la morgue. Esperemos que la sangre no llegara o llegue al río.

A tenor de lo relatado, los cuerpos de inteligencia no estuvieron avispados ni diligentes por no advertir al rey que se metía en camisas de once varas cuando iniciaba su amorío con una señora de la calaña de la que ha hecho gala nuestra protagonista a lo largo de los años. Aunque no sé si tal aviso hubiera servido de algo ante, según cuentan, el capricho y la bragueta fácil de un irresponsable que en sus devaneos compartía información sensible.
La posterior actuación de los servicios de información es inaceptable. No se puede usar personal y recursos públicos para deshacer entuertos privados. Un rey en la cama es un particular. Además no afecta a la seguridad del estado que se sepa y se confirme que un monarca tiene una aventura extramatrimonial. Si éste considera inapropiado el conocimiento público de hechos de esta índole, siempre tiene la opción de abdicar.
Los fondos reservados deben destinarse a la defensa del Estado, no a ocultar los trapos sucios de los servidores públicos. De lo contrario se puede incurrir en un delito de malversación de caudales públicos. Rafael Vera terminó en la cárcel por aplicar esos fondos a actividades ilícitas. El Tribunal Supremo consideró probado que se lucró personalmente.

A un jefe del Estado hay que exigirle ejemplaridad y un acatamiento estricto de la legalidad Su posición no puede ni debe implicar una patente de corso para hacer de su capa un sayo, como si estuviéramos en la Edad Media. Tampoco es razonable la condición que otorga al rey nuestra Constitución: inviolable y no sujeto a responsabilidad. Debería ser como en USA, donde existe el impeachment. Que se lo pregunten a Nixon, que renunció cuando lo fueron a procesar. Y no pasó nada. Asumió la presidencia otra persona y aquí paz y después gloria. Urge reformar la Ley Fundamental española y modificar sus artículos 1.3, todo el título II y demás relacionados.
Tertulianos defensores a ultranza de Juan Carlos de Borbón argumentan que los presuntos delitos estarían prescritos y que, en cualquier caso, se le debe un respeto y un reconocimiento por la Transición, por haber traído la democracia a España. Yo creo que la previa actividad benefactora de un malhechor no le exime de culpa.

Esta triste y sucia historia, de ser cierta, dejó tres víctimas. Una señora, un niño y el bolsillo de los contribuyentes. Prefiero no hablar del descrédito de las instituciones y su máximo representante y que la fuente de legitimidad del jefe del Estado actual pudiera ser la herencia de un indigno.

Nota del autor. Sumer es el acrónimo de su majestad el rey que, al parecer, usaba Juan Carlos de Borbón para presentarse en sus llamadas telefónicas.


Comentario

No tiene desperdicio el artículo de Pilar Urbano publicado esta misma semana en EL ESPAÑOL:
No hubiera imaginado yo, por lo que relata, que altos cargos, y hasta un cura, confesor y consejero espiritual del entonces rey, se dedicaran a la alcahuetería.
Recomiendo su lectura a todo aquél que no esté al tanto de toda esta trama.



14 enero 2017

Sentirse español

Eduardo Fernández Galán

Enero 2017

La reciente campaña contra el cineasta Fernando Trueba por parte de la caverna mediática y las fuerzas vivas en las redes sociales, con motivo del estreno de su última película, “La reina de España”, me ha hecho reflexionar sobre mi propia identidad nacional.
La campaña llamaba al boicot a dicha película porque, hace un año, Trueba, al recoger el Premio Nacional de Cinematografía 2015, dijo que “nunca se había sentido español, ni siquiera 5 minutos”. Lo hizo en un contexto en el que, entre otras cosas, confesaba que era partidario de un mundo sin fronteras, sin nacionalidades. Recomiendo escuchar su discurso de aceptación en Youtube1, solamente los primeros 10 minutos, para comprender mejor lo que quería expresar sobre su antinacionalismo.
Y digo que me ha hecho reflexionar sobre mi identidad porque acabo de regresar de mi tercer exilio para disfrutar de mi jubilación, y de los telediarios que me queden, en un pueblo de la Mariña lucense, después de pasar nada menos que 29 años, casi la mitad de mi existencia, fuera de España. Dos en Inglaterra y ventisiete en los Estados Unidos de América.
Por un lado yo nací, crecí y me formé en España durante mi primer cuarto de siglo de vida. Mis padres eran españoles, mis abuelos, bisabuelos y tatarabuelos también, y tengo prueba notarial de que los ascendientes de mi abuela paterna, los De Diez Vicario, vienen del siglo XIII nada menos, y los de mi abuela materna, Alonso Díaz de Herrera del XV, eran españoles también. Vamos que soy español por los cuatro costados.
Sin embargo, como muchos otros compatriotas de mi generación, padecí mis primeros 23 años la dictadura franquista y, durante los 3 siguientes, 16 meses de servicio militar y una transición política bastante tensa y movidita. Habiéndome licenciado en Lingüística Hispánica, tenía además escasas expectativas de conseguir un empleo estable.
Para mí, hasta ese momento, ser español no había sido exactamente algo de lo que sentirse orgulloso. La bandera española me inspiraba, como mucho, miedo. Esa bandera con una gallina en el medio la asociábamos con la dictadura, la mili y, en mis años universitarios, con los Guerrilleros de Cristo Rey3, que aparecían por la facultad, o por Malasaña o el Rastro, buscando a cualquier melenudo con pinta de rojo para darle una paliza. Hasta el comienzo de la Transición no había habido libertad de nada: ni de asociación, ni de prensa, ni de expresión…De lo único que podíamos estar orgullosos los españoles era del triunfo de la selección ante Rusia en la Eurocopa del 1964, el de Massiel en el festival de Eurovisión en 1966, la victoria de Santana en Wimbledon, o la medalla de oro del esquiador Paquito Fernández Ochoa en Sapporo. Otro Ochoa, don Severo, era el único científico relevante a nivel internacional.
España era un país todavía muy aislado del resto de Europa, así que decidí romper el cordón umbilical y fui a probar fortuna en la entonces llamada por los ultras Pérfida Albión3, recalando en Londres como profesor en la Escuela Española de Portobello, hoy Centro Cañada Blanch. En Inglaterra me “sentí” español por primera vez en mi vida, pero no exactamente porque me sintiera orgulloso de mi pasaporte. Sentí que venía de un país con 40 años de retraso con el resto del mundo civilizado. En Londres los policías no solo no llevaban pistolas o porras: estaban allí para ayudar al ciudadano, no para reprimirle. La bandera era respetada y era de todos, no era patrimonio de ningún grupo en particular. En la televisión se hacían chistes sobre la familia real…En vez de a Fernando Esteso o a Andrés Pajares, tenían a Monty Python… Me sentí ciudadano de segunda.
También me sentí español cuando, después de un año de trabajo duro, preparando a los hijos de nuestros emigrantes a sacarse el bachillerato a distancia, en pleno verano, la administración sacó nuestras plazas de profesores contratados a concurso-oposición y enviaron a unos catedráticos de España a sustituirnos. Por supuesto no nos enteramos de ello hasta regresar a Londres en septiembre. A pesar del apoyo de los emigrantes, de una huelga de hambre de 5 días y publicación de ésta en El País, fuimos desalojados - eso sí, con unos modales correctísimos - por unos policías británicos, que además nos dieron la dirección de unos abogados laboralistas por si pudieran ayudarnos. La Agregaduría de Educación de la Embajada Española en Londres nos dio una pequeña indemnización y las gracias por los servicios prestados a la patria.
De esa experiencia lo poco que me quedaba de patriotismo desapareció por completo.
Como aún no éramos miembros de la Unión Europea, me fue imposible encontrar trabajo legal alguno en Inglaterra. Di clases particulares, algún seminario de lengua en el Centro Ibérico y poco más. Tuve que regresar a España donde, por verdadera chiripa, encontré rápidamente trabajo en un colegio-cooperativa bilingüe francés-español. Todo iba relativamente bien hasta que decidí montar un sindicato ya que la junta directiva empezaba a abusar de los enseñantes y otros empleados no docentes que no éramos cooperativistas. A los tres años mi relación con la administración se hizo insostenible. Pactamos un despido y volví a hacer las maletas. Esta vez decidí cruzar el charco.
En los Estados Unidos, excepto por un hiato de 5 años, he vivido los últimos 32 años de mi vida. Allí me casé con una americana, tuve a mis dos hijos, fui profesor y periodista y experimenté The American Dream4 durante buena parte de esa estancia. Allí me sentí español cuatro veces: por el Master y el British Open ganados por Severiano Ballesteros y los dos Master de Olazábal. Como ávido golfista que soy, disfruté viendo a dos compatriotas imponerse a los jugadores norteamericanos en un deporte que dominaban, y lo siguen haciendo, aunque menos, cuando en España jugar al golf era todo un privilegio.
Durante esos años me convertí en un ciudadano fronterizo: físicamente estaba en los Estados Unidos, pero mentalmente seguía pensando como un español.
Durante mis años de periodista trabajé, especialmente, para una revista deportiva española, Gigantes del Basket. Durante 8 años me encargué, desde mi casa de escribir casi la mitad de las páginas, ya que cubría la NBA. Me volví a “sentir” español cuando la revista pasó a manos de Unidad Editorial, y la gente de El Mundo empezó a colocar a los suyos en la cabecera. Recibí a los pocos días una llamada del nuevo gerente comunicándome que me iban a bajar un 40% de mi sueldo porque “ganaba mucho” y había que recortar gastos (Por supuesto había que pagar a Pedro J. un cuarto de millón de pesetas al mes por el simple hecho de figurar como Director Editorial de la revista, aunque nunca escribió ni una línea). Les llevé a juicio, lo gané y senté jurisprudencia, ya que, aunque técnicamente no estaba en la plantilla, llevaba 8 años como redactor corresponsal en USA y así figuraba en la cabecera.
En mi experiencia laboral trabajando para los americanos siempre se me han dado oportunidades de trabajo sin necesidad alguna de enchufes. Allí te reconocen tu valía y te la recompensan. Gané un Premio Nacional de Periodismo cuando edité un periódico en Filadelfia. En el condado de New Jersey donde vivía me nombraron Hispano del Año. Fui entrevistado varias veces en prensa, radio y televisión y tuve libertad para crear programas nuevos en las escuelas donde trabajé, tanto académicos como deportivos. No me sentí español precisamente…
Desde que este verano decidí prejubilarme y volver a España – porque me encanta mi aldea gallega y mis dos hijos viven en Europa, me he vuelto a sentir español muchas veces: desde las polémicas del Toro de Tordesillas, a los presidentes que envían mensajes de apoyo a los delincuentes, las vicepresidentas que aparcan en el carril asignado solo para autobuses y taxis, las facturas sin IVA o tener que esperar, sin calefacción, más de un mes a que Iberdrola me suba la potencia en mi piso, uno ¡se vuelve a sentir español!
En resumen, no sé si me siento español o ciudadano del mundo al que le ha tocado nacer en España. Soy ciudadano español y, desde hace menos de un año, también estadounidense, pero no he visto ningún artículo, en ninguna de las dos Constituciones que he jurado respetar, que te obligue a “sentirte español o norteamericano”.
Para mí Fernando Trueba es un gran cineasta español que además ha representado a España en muchos certámenes internacionales, incluido el Oscar que ganó por “Belle Epoque”. Me da igual cómo se sienta. Me hace reír, pensar y disfrutar y le estoy y estaré siempre muy agradecido por reunir a Chucho y Bebo Valdés.
De hecho es de los pocos españoles de los que me siento orgulloso de ser su compatriota.

1 https://www.youtube.com/watch?v=H9HugWbE7PY .Este es el enlace para ver completo el discurso de aceptación de Fernando Trueba del Premio Nacional de Cinematografía 2015
2 «La pérfida Albión» es una expresión utilizada para referirse al Reino Unido en términos anglófobos u hostiles. Fue acuñada por el poeta y diplomático francés de origen aragonés Augustin Louis Marie de Ximénès (1726-1817) en su poema L´ere des Français (publicado en 1793), en el que animaba a atacar a «la pérfida Albión» en sus propias aguas. En España los franquistas la usaban a menudo en respuesta a la situación del peñón de Gibraltar.
3 Elementos fascistas, violentos, que en los años 70 aterrorizaban a los progres en los campuses universitarios, pubs de Malasaña o en el Rastro madrileño. Solían llevar la banderita española en las cadenas de sus relojes de pulsera.
4 El “Sueño americano” se atribuye al ciudadano que ha conseguido llegar a un estatus que incluye buen sueldo, casa con una hectárea de terreno, ubicada en una buena urbanización y un buen coche.

06 enero 2017

Julio... César, unos niños de Madrid

Julio Sánchez Mingo

Enero 2017

Este escrito es un regalo de Reyes para Cesítar, mi entrañable amigo y compañero

- ¡Julio... César, estaos quietos! - vociferaba reiteradamente la señora que vigilaba a los alumnos en los trayectos del autobús del colegio.

César y yo jugábamos todas las tardes en un descampado cercano a nuestras respectivas casas, fundamentalmente al fútbol. También cazábamos saltamontes, arte en el que habíamos alcanzado una notable pericia. Reunimos tres ejemplares. Los llamamos Felipón, Quisquilla y otro nombre que no consigo recordar. Eramos capaces de distinguirlos. Felipón era el más robusto. Quisquilla el de menor tamaño. Los alojamos en una caja de zapatos, con sus correspondientes orificios de ventilación, a la que sustituimos la tapa por un plástico transparente, sujeto con una goma alrededor de su perímetro, con el objeto de que los pobres animalitos pudieran ver y disfrutar de iluminación. Depositamos tan elemental cubil en el alféizar de una ventana del piso que yo compartía con mis padres y mi hermana. Una vez al día los alimentábamos con hierbajos que recolectábamos.
Inopinadamente, un día desapareció uno de ellos. No supimos por dónde. Por las aberturas practicadas en el cartón no cabía un saltamontes. Al poco tiempo, con gran pesar nuestro, desapareció otro. Decidimos liberar al tercero para que no estuviera solo. Al saltar y emprender el vuelo de la libertad, un gorrión, que estaba al acecho posado en alguna ventana o resalte de la fachada, como un ave de rapiña, se lanzó en picado sobre él, lo cogió con el pico y se lo llevó. Cabe imaginar nuestra desolación, nuestro desconsuelo y la sensación de impotencia que se apoderó de nosotros. Aquél día un tierno y frágil pajarillo se convirtió en un predador brutal y desalmado.

Mi madre guardaba los botes de leche condensada La Lechera en un armario blanco que estaba en el cuarto donde solíamos jugar cuando no estábamos en la calle, que era casi siempre. En Madrid, por aquel entonces, los coches aún no habían expulsado a los niños de la vía pública. Era un producto que Nestlè fabricaba en La Penilla, Santander. Muy dulce, pegajoso, muy calórico y contundente. Toda la familia lo tomaba para desayunar o merendar, rebajado con agua o café. A los chavales nos encantaba. César y yo cogíamos las latas y practicábamos dos agujeros con un destornillador, de tal forma que por uno entraba aire, lo que nos permitía libar tan delicioso néctar por el otro. Dejábamos todas los botes mediados, abriendo uno nuevo sin agotar el anterior. Mi madre nunca se quejó. La multitud de veces que hizo la vista gorda con nuestras trastadas.

César y yo jugábamos a las chapas, los cierres metálicos de las botellas de vidrio de cervezas y refrescos. No existían los briks ni las latas de lámina de acero, con tapa y culo de aluminio y anilla de apertura. Había dos modalidades de juego: las carreras ciclistas y los partidos de fútbol. Recortábamos de Marca, o de las páginas de huecograbado de ABC, la efigie de jugadores y de esforzados de la ruta que colocábamos en el fondo de la chapa, cubierta con un vidrio redondeado ajustado a su forma circular y asegurado con cera. Antes quitábamos el corcho que hacía el cierre estanco. El trozo de cristal lo cogíamos de cualquier vertedero, basurero o montón de escombros, tan frecuentes en cualquier descampado o solar sin construir del Madrid de la época. Lo redondeábamos haciendo palanca en la holgura entre una reja de forja practicable de la tronera de una sala de calderas y su marco anclado a la fachada. Calentábamos una vela y dejábamos caer la cera líquida sobre el vidrio, que, una vez solidificada, eliminábamos en su casi totalidad, excepto los bordes, para que se viera la imagen de nuestros deportistas. Bahamontes, el Águila de Toledo, ganador del Tour, era la figura de mi chapa para carreras ciclistas. La correspondiente al portero de los equipos de fútbol era cuadrada, para que se pudiera mantener de canto y cubrir más portería. Unos martillazos bastaban para darle esa forma. El balón era un garbanzo.
Un cierto día, debía hacer muy mal tiempo, seguramente estaba lloviendo porque para nosotros el frío no existía, decidimos echar en casa un partido de fútbol de chapas. Y no se nos ocurrió mejor idea que marcar el campo de juego, con sus áreas y demás líneas, sobre las juntas del pavimento marrón, un burdo terrazo de posguerra, con cera DACS de dibujo. Blanca, naturalmente, para darle mayor realismo. Al terminar la partida el pánico se adueñó de nosotros. Mi madre no estaba y no había presenciado el estropicio pero, a su regreso, la bronca estaba asegurada. Nos hicimos con todos los productos de limpieza que encontramos en la cocina y nos pasamos el resto de la tarde fregando, frotando y restregando. La tarea resultó vana. Aquellas malditas juntas negras ya no lo eran enteramente y quedaba un delatador leve color blanco. Cuando mi madre volvió, estoy seguro que se percató del desaguisado, no dijo nada. Otra trastada que pasó por alto.
Para no volver a tentar la fortuna y la buena predisposición de la Signora, como la llamaba Ugo, otro amigo mío, construimos en clase de Applicazioni Tecniche, Manualidades, un campo de fútbol para las chapas. Utilizamos una lámina de cartón que pintamos de gouache marrón. El verde se obtenía de mezclar azul y amarillo y, por tanto, era difícil de igualar. Además, por aquel entonces, todos los terrenos de juego de Madrid eran de tierra, excepto Chamartín y el Metropolitano. También le montamos unas porterías de madera. Estábamos en I Media, el equivalente al 1º de Bachillerato de entonces, que se cursaba con once años.

Años después, cuando César se fue a casar, me llamó para que le hiciera de conductor y le llevara a la iglesia el día de la boda. Supongo que quería sentirse libre para esperar a la novia, ansioso y nervioso, a la puerta de Santa Bárbara. Así que, el día de la ceremonia por la mañana me apresuré a lavar el viejo coche de mi familia, un Seat 124 blanco, M-835178, protagonista de tantas correrías y anécdotas, y por la tarde le conduje a la ceremonia. Para mí fue un gran honor que me eligiera para ese menester, un detalle de confianza y una deferencia.


Ahora, casi sesenta años después de habernos conocido, todos los miércoles los dos niños vamos a la Sierra, nuestra sierra de Guadarrama, a subir cuestas, hablar de todo lo divino y lo humano y disfrutar de la naturaleza y el paisaje. César no para de hacer fotos y decir: - ¡Qué bonito, qué bonito.

Federico Martín Bahamontes

11 diciembre 2016

México y USA

Julio Sánchez Mingo

Diciembre 2016

México es la cloaca de los Estados Unidos. Es duro expresarlo con una afirmación tan tajante y cruda pero la nación de los charros absorbe las aguas residuales, fecales, de la economía y la sociedad norteamericanas. Mal llamadas así, pues el país azteca también es americano, y norteamericano, para más inri.
Dice muy acertadamente Almudena Grandes en su artículo El muro, cuya lectura recomiendo, publicado en El País del pasado 14 de noviembre: “... Mientras tanto, los habitantes de San Diego pasan la frontera a diario en sus coches, para comprar en Tijuana sexo, drogas, alcohol o viagra, y volver de madrugada, saltándose las agotadoras colas que sus criados, sus empleados, soportan a diario en la aduana para ir a trabajar ...” (1).
Tampoco las multinacionales de capital estadounidense han tenido empacho en abandonar a la fuerza laboral de su propio país para instalar sus fábricas a lo largo de la frontera al sur de río Bravo, río Grande para ellos, y utilizar mano de obra muy barata, pagando sueldos de miseria, para ser más competitivas e inundar el paraíso del consumo yanqui con sus productos. Así ha sucedido, por ejemplo, que Detroit, la meca del automóvil, sea hoy una ciudad abandonada, deshabitada, en ruinas, con la municipalidad en bancarrota.
Esos ciudadanos desengañados, que se sienten abandonados por las élites de Washington, han aupado a la presidencia al patoso, al pato Donald. Sus votantes son aquellos que eligen sus verdades no en función de los hechos sino de sus creencias y, sobretodo, sus prejuicios, como los votantes de Rajoy en España. No sé si Trump podrá cumplir sus promesas autárquicas dado el gran atolladero en el que se metería, cuando la economía mundial camina, cada vez más, por la senda de la globalización y el libre comercio.
Otro día me gustaría hablar, precisamente, de globalización, proteccionismo, libre comercio, populismo, demagogia, migración y xenofobia.

Un chaval de 30 años, padre de dos hijos según me confesó, con aspecto de pobre diablo, de vivir a salto de mata, pegó la hebra conmigo, hace un par de semanas, en el metro de Ciudad de México. Me preguntó si era gringo. Le respondí que no, que soy de Madrid, de España, y que no me gusta que me confundan con un estadounidense. Nunca había oído hablar de esos lugares. Me reconoció que en la escuela no había pasado de Primaria, que su aprovechamiento había sido muy bajo. Sin embargo presumió de haber estado en USA y me dijo que le gustaría volver, a instalarse allí, a cumplir lo que los vecinos norteños llaman el sueño americano.

Muro entre USA y México. Lado mexicano
Igualmente, ante mi pregunta, admitió que tampoco a él le gustaría ser confundido con un yanqui. Es natural que se quiera huir de la desigualdad y el clasismo, tan acusados, de la sociedad mexicana. Aunque el futuro, para una persona de sus características, sea bastante oscuro en el norte. Posiblemente para terminar siendo carnaza del narcotráfico, el fenómeno que tanto emponzoña México desde la sociedad americana, junto con la autóctona corrupción.

¿Será algún día la relación entre estos dos países una relación entre iguales?

(1) Almudena Grandes: El muro. El País, 14 de noviembre http://elpais.com/elpais/2016/11/11/opinion/1478882934_642377.html

Muro entre USA y México. Lado mexicano. Ver artículo de Almudena Grandes
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Es loable como México resiste los embates de la cultura americana, reafirmando su identidad, de orígenes hispánicos y precolombinos. Así, al día de rebajas denominado black friday en mi paleto y papanatas país, los mexicanos lo llaman el buen fin, que deriva de el buen fin de semana de rebajas. Igualmente, Halloweeen no existe para ellos y, sin embargo, ha logrado una gran penetración entre nosotros. Ellos, naturalmente, conservan su Día de Muertos. ¿Acaso no es más divertido disfrazarse de calavera o de Catrina (1) que de calabaza? Y no digamos de espadachín, a lo don Juan Tenorio. Desde luego, hay que saber inglés, pero usarlo cuando corresponde.

(1) Dama, elegantemente ataviada, con cara de calavera. Representa a la muerte. La iconografía fue creada por el artista mexicano José Guadalupe Posada y bautizada así por Diego Rivera.


Sueño de una tarde dominical en la Alameda Central, de Diego Rivera. Personajes, de izquierda a derecha: Diego Rivera, de niño, Frida Kahlo, la Catrina y José Guadalupe Posada

08 diciembre 2016

El Solitario y nosotros. Acoso en las aulas

Julio Sánchez Mingo

Diciembre de 2016

A Mario, Diego y Alba, que están en edad escolar

Jaime Giménez Arbe, El Solitario, fue alumno de mi colegio. Sus compañeros de clase le llamaban El Ruso. Fue el mayor y más peligroso acosador que yo conocí en mis años de bachiller. Un individuo amoral, más bien bobalicón, histriónico, mentiroso y cínico, mitómano, zalamero, mañoso, nada inteligente, sin capacidad para analizar y calibrar las consecuencias de sus actos, con la astucia propia del delincuente.
El escritor Lorenzo Silva dice de él en un artículo publicado en el diario El Mundo el 29 de julio de 2007, pocos días después de su detención en Figueira da Foz: “... Ahora sabemos que ni siquiera hizo la mili, al diagnosticársele una enfermedad mental que lo incapacitaba para el servicio. Se ha hablado de esquizofrenia, paranoia o más vagamente de psicopatía. Sin pretender afinar un diagnóstico que seguramente requiere de un análisis más riguroso, algún experto apunta más bien hacia un trastorno de la personalidad de tipo paranoide, que reforzaría los rasgos obsesivos, la desconfianza, la meticulosidad en sus acciones, pero permitiéndole mantener el control de sus actos, algo que ha demostrado a lo largo de una larga ejecutoria criminal...” (1).

Durante el año académico 69-70 se dedicó a atosigar y mortificar a un compañero de su curso, hermano cuatro años menor de uno de mis más queridos amigos, entrañable camarada de clase y de correrías. El asunto fue aumentando de intensidad y llegó a las amenazas de muerte. La victima hizo lo mejor que podía hacer, recabar la ayuda de su hermano mayor. A éste le faltó tiempo para pedirnos a sus íntimos que les arropáramos cuando fuere necesario.
Tras un incidente a la salida del colegio, yo estuve presente, no me lo han contado, a la que Giménez acudió acompañado de tres o cuatro pandillleros de barrio, el director, il preside, un personaje autoritario, que se declaraba mussoliniano ardente, y que no se andaba con remilgos, procedió a su expulsión, fulminante y definitiva. Problema solucionado y concluido.
Lamentablemente los padres del interfecto no debieron tomar las medidas adecuadas, considerando en qué se convertiría el angelito con el transcurso de los años.

Aquellos, y otros lejanos sucesos como la historia de Lo stronzo (2), me han hecho pensar toda la vida sobre el acoso escolar, un problema candente, de actualidad, que puede conducir, incluso, al suicidio del acosado.
Ante estos episodios de hostigamiento creo que la mejor solución es que la victima haga de tripas corazón y exponga la tesitura que está viviendo a los compañeros más allegados, sería rarísimo no tener alguno cercano. Además, debería buscar el apoyo, el cobijo, de los líderes naturales de la clase, que nunca son acosadores. Es muy difícil, hay que vencer timideces, complejos, pero se debe hacer así. Y, desde luego, contárselo a los padres y al profesor tutor. Creo que todo ello es la mejor forma de evitar sufrimientos, angustias y, eventualmente, males mayores.
También se cortarían de raíz muchos casos de acoso escolar si los testigos de este tipo de hechos, habitualmente mudos para no complicarse la vida y evitar que se vuelvan contra ellos, los denunciaran.
En ocasiones la situación no es necesariamente la de acoso propiamente dicho pero el perjudicado la percibe como tal y el contraste de opiniones con familiares y amigos puede sacar a alguien del pozo.

Un centro educativo no se debe convertir en un infierno para muchos chavales sino en el lugar donde se aprende, se socializa y se disfruta. Yo fui muy feliz en mi colegio, pero ha habido compañeros que me han confesado, ya adultos, que para ellos fue un horror.

Desconozco si actualmente en los colegios españoles se hacen ejercicios de redacción dentro de la enseñanza de Lengua y Literatura. Lo mal que escribe y se expresa la gente joven me hace pensar que no.
Si yo fuera profesor de esa disciplina propondría a mis alumnos un trabajo, anónimo, escrito e impreso con el ordenador. El tema debería tratar las siguientes cuestiones:

  • ¿Eres o te sientes acosado? ¿A qué crees que es debido? ¿Qué medidas has tomado o vas a tomar para solucionar el problema?
  • ¿Eres acosador? ¿Por qué?
  • Si no eres ni acosado ni acosador, cuando has percibido un episodio de acoso entre tus compañeros ¿cómo has reaccionado?

Y leería en clase las composiciones con las respuestas.

Todos los padres deberían analizar y contemplar la posibilidad de que su hijo sea un acosador, no autoengañarse y tomar medidas a tiempo. Seguramente le harían un favor a su retoño y evitarían que se convirtiera en un delincuente como El Solitario.
Giménez Arbe cumple actualmente, entre otras, una condena de prisión de 47 años por el asesinato de dos guardias civiles.


Campaña contra el acoso escolar de la Comunidad de Madrid. Otoño 2016

24 noviembre 2016

Milagro en el Real Sitio de la Florida
Javier de Prada Pareja

Noviembre 2016

Muchos son los rincones de Madrid que merece la pena visitar. Uno de mis preferidos es la Ermita de San Antonio de la Florida, situada a orillas del Manzanares en el actual Paseo de la Florida. Esta ermita, tiene un interés excepcional por cuanto fue decorada con pinturas murales, nada menos que por Francisco de Goya en 1798, tras la última reconstrucción que sufrió el edificio en el siglo XVIII. En la actualidad, para preservar los frescos se ha realizado un duplicado de la iglesia donde se realiza todos los actos de la parroquia, relacionados con el culto; quedando la original reservada para el disfrute y la contemplación de las pinturas del genio aragonés.

Goya. San Antonio de Padua. Ermita de San Antonio de la Florida. Madrid. 1798 
He de decir además, que para mí, este monumento tiene un interés especial por cuanto hace ya muchos años que decidí analizar la pintura del artista de Fuendetodos, desde el punto de vista de la Psicología del Arte, única herramienta que, en mi opinión, permite llegar al fondo de las obras de casi todos los artistas importantes, o al menos que proporciona un punto de vista verdaderamente esclarecedor. Fruto de estos estudios fue mi libro “Goya y las Pinturas Negras desde la Psicología de Jung”, que en 2008 publiqué en Editores Asociados para la Divulgación Literaria. El capítulo VIII del mismo, lo dediqué íntegro al análisis de los frescos de San Antonio de la Florida, y quedé atónito ante el descubrimiento de que tras la anécdota del milagro del santo de Padua, representado en las pinturas, se escondía, a nivel simbólico, la expresión clarísima de la peripecia inconsciente, que rige invariablemente el momento clave de todos los procesos de creación importantes; lo cual, además, es el objeto central de todos los estudios de Psicología de la Creación. Por tanto al constatar la importancia de esta aparente “obra menor” de Goya decidí dedicarle íntegro el mencionado capítulo de mi libro como ya he dicho, y titularlo además con la ambigua frase de “Milagro en el Real Sitio de la Florida”, con la que aludo no sólo al episodio representado en los frescos sino, principalmente al prodigio artístico que en realidad constituyen los mismos.
He aquí un resumen del capítulo VIII de mi libro sobre Goya.
El  Real Sitio de la Florida era una finca situada entre el Manzanares y la montaña del Príncipe Pío, que, en época de Goya, pertenecía enteramente al patrimonio real. Desde principios del siglo XVIII existía allí una ermita  que originariamente estaba dedicada a la Virgen de Gracia, aunque rápidamente una imagen de San Antonio de Padua, que también se encontraba en el templo, empezó a atraer la devoción popular; especialmente la de las lavanderas que acudían a la orilla del río a realizar la colada; entre las cuales el santo fue ganando poco a poco fama de casamentero, fama que además ha perdurado hasta nuestros días. En época de Felipe V, la primitiva ermita fue derruida y sustituida por otra, de mayor envergadura, obra del arquitecto José Churriguera, ya dedicada al santo de Padua. Ésta a su vez fue igualmente demolida durante el reinado de Carlos III, levantándose en su lugar una nueva iglesia, proyectada por Sabatini. Con la ampliación y reformas emprendidas en el Real Sitio por Carlos IV, la ermita de Sabatini fue también derribada, encargándose la que había de sustituirla, al italiano Felipe Fontana. Éste realizó un bello edificio de corte neoclásico, cuyas obras finalizaron en 1798 [1]. Goya recibe pues el encargo de su decoración, recién construido el templo, siendo en ese momento Secretario de Estado, su amigo Jovellanos; por lo que habitualmente se suele interpretar que el político ilustrado tuvo mucho que ver en la elección del artista aragonés.
No sabemos si fue el propio Goya el que seleccionó el episodio de la vida del santo que está representado en la cúpula, pero eso tiene poca importancia porque, en cualquier caso, el tema resonó de tal manera en su inconsciente que le catapultó hacia la creación de una obra maestra del arte religioso.
El momento de la vida de San Antonio al que se alude, tomado de un libro del franciscano Fray Miguel Mestre [2]es como sigue:
En una pendencia entre dos nobles portugueses, uno de ellos resultó muerto, una noche, a las puertas de la casa de Martín Bullones –padre de San Antonio. El asesino, con ayuda de unos amigos, introdujo el cadáver en el jardín de la casa de Bulllones, donde a continuación lo enterraron. Allí lo encontraron los alguaciles, días después, por lo que el padre del San Antonio fue acusado de esa muerte. Estando en Padua el santo, predicando en la iglesia principal, tuvo la revelación de que en el juicio subsiguiente que se celebró en Lisboa, su padre había sido condenado a ser degollado por la muerte del noble. Milagrosamente el santo apareció entonces en el Tribunal, defendiendo la inocencia de su padre y proponiendo que se tomara declaración a la propia víctima del asesinato (!). Accedió el Tribunal (!!), desplazándose a continuación a la sepultura del anterior, y allí  San Antonio de Padua instó al difunto a declarar sobre la inocencia del acusado; la tumba se abrió entonces, levantándose el muerto y proclamando la inocencia de Martín Bullones –momento que se reproduce en la cúpula. Acto seguido, el santo desapareció, sin atender la petición de los jueces, de que interrogara a la víctima sobre el verdadero autor de su muerte, ya que según alegó, su presencia allí tenía por objeto librar a inocentes y no buscar culpables.

Goya. San Antonio de Padua (detalle). Cúpula de San Antonio de la Florida. Madrid. 1798
Este episodio, que en principio tiene características semejantes a las de tantas vidas de santos que durante siglos alimentaron la devoción popular, incluye sin embargo una serie de elementos que conectan con problemas y conflictos inconscientes, presentes, en muchas ocasiones, en el fondo de la psique. Así, en esta historia, la figura paterna representada por Martín Bullones, se encuentra acusada de asesinato; lo cual a nivel inconsciente puede equivaler a su propio asesinato, tanto como a una inculpación implícita –recuérdese a este respecto, la identidad de contenidos antagónicos para el inconsciente más profundo. El hijo en cambio, juega el papel de salvador; no sólo restableciendo la inocencia del padre, sino realizando el prodigio de la resurrección momentánea del asesinado que, dada la inversión y la desdiferenciación de los contenidos en el nivel más hondo de lo inconsciente, equivale a la resurrección del padre, identificado con su víctima. En resumidas cuentas el episodio, a  nivel inconsciente, supone una reconciliación con la figura paterna, a la que previamente se había desautorizado –asesinado–, por parte de un hijo –el yo triunfador, que implícitamente pretende demostrar su superioridad moral sobre el padre.
Podemos imaginar después de lo anterior, la fuerte implicación personal que a nivel inconsciente tuvo que experimentar el pintor, al  encontrarse encarado a la realización de un encargo importante, sobre una historia que tenía resonancias bastante marcadas respecto a sus propios conflictos personales. Esto en parte explicaría la enorme motivación que se percibe en la pintura y las altas cotas de calidad y creatividad alcanzadas. Por una parte en el inconsciente del artista debió rememorarse el antiguo antagonismo con el padre –incluido su probable y psicológico asesinato– y el subsiguiente conflicto emocional que ello implica.
La profundidad que alcanza la imaginación del artista al realizar este fresco, es la que Ehrenzweig [3] denomina como nivel oceánico del inconsciente, el más hondo. Es aquel en que cesan los ataques de la Diosa Blanca –los ataques orales y anales de lo inconsciente–, y el yo, arrogándose los poderes generativos del padre y de la madre, es capaz de autocrearse –es decir, reestructurar la organización consciente [4]. El santo aquí juega ese papel devolviendo la vida al muerto, que a su vez representa el contenido que, tras reestructurarse, vuelve a la conciencia. Este proceso psicológico implícito en la escena, a nivel simbólico, supone además para Goya la superación de un importante problema para su creatividad, ya que implica la anulación de las angustias de atrapamiento estéril en lo inconsciente; las cuales pueden entorpecer gravemente los procesos de retención, imprescindibles para la renovación del ego que se produce en el trabajo creativo.


Goya. Ángelas. Ermita de San Antonio de la Florida. Madrid. 1798
Otros signos inequívocos de la profundidad oceánica que alcanza la imaginación del artista en esta ocasión, los tenemos en los ángeles que pueblan los arcos, el ábside y los semilunetos de las ventanas de toda la ermita. Mejor dicho, las ángelas representadas en esos espacios, ya que  así las han llamado casi todos los críticos, al advertir el marcado carácter femenino de muchos de sus rasgos. Pero tampoco esa denominación es totalmente acertada, ya que estos seres alados que pinta Goya por todo el templo, no son ni ángeles, ni ángelas, porque son al mismo tiempo las dos cosas. Ellos reúnen en sí, en efecto, los caracteres antagónicos de los dos sexos, proclamando la unificación de los contrarios, o sea, la síntesis de los antagonismos, que sólo a nivel inconsciente es posible, al margen de toda coherencia racional. De esta forma obtenemos nueva constancia de cómo a esas alturas de su carrera, el pintor se dejaba ya guiar por las intrusiones maníacas provenientes de lo más hondo de su ser, contraviniendo la estructura superficial de la obra sin que ello supusiera para el ego un inconveniente demasiado serio. Dice Ehrenzweig [5] que un yo verdaderamente creativo, debe aprender a tolerar dichas intrusiones de los distintos niveles inconscientes; ellas en efecto encauzan el proceso de creación por los senderos más profundos que la conciencia no es capaz de encontrar.


Goya. Ángelas. Ermita de San Antonio de la Florida. Madrid. 1798
La capacidad que Goya demuestra en los frescos de San Antonio de la Florida, para la creación de imágenes de extrema desdiferenciación salta a la vista. Hoy en día, con la proliferación de lenguajes plásticos expresionistas, se nos hace más difícil captar la verdadera significación del lenguaje que el artista aragonés supo crear, al margen de modas o experimentos ajenos, en estas pinturas.
Las ángelas, con su antinatural unión de caracteres masculinos y femeninos, expresan en primer lugar, esa conjunción de elementos contrarios o antagónicos que es característica de las más hondas imágenes poemagógicas.
Una análoga conjunción de características de ambos sexos, ve Ehrenzweig en otras figuras con una marcada función estructural dentro de otra obra extraordinaria en la plástica occidental: los sensuales y a la vez musculosos ignudi del monumental techo de la Capilla Sixtina de Miguel Ángel.
Dice Ehrenzweig:
Por mi parte, me inclino a aceptar la interpretación que de los desnudos de Miguel Ángel ha dado A. Stokes. Sus objetivamente grandes distorsiones simbolizan, a un nivel de visión indiferenciada, las propiedades de un ser muy ambisexual. La fornida cuadratura de sus torsos no es tanto un signo de fuerza viril, cuanto de su femínea fecundidad. Y como esta fusión indiferenciada no puede analizarse a un nivel consciente, suscita ansiedad. [...] los ignudi representan el genio autocreante identificado con el seno germinal. Como las escenas bíblicas del Génesis, narran ellos también la historia de la creatividad divina y humana.” [6]


Miguel Ángel. Ignudi. Bóveda de la Capilla Sixtina. Roma. Siglo XVI

A pesar de las grandes diferencias entre los frescos de Goya y los del florentino, tanto por su envergadura, como por la intencionalidad derivada de temperamentos muy dispares, el esfuerzo creativo de ambos ha  dejado, sin embargo, su huella simbólica en sus respectivas obras, demostrando de paso una vez más, la universalidad de los arquetipos que actúan en lo profundo, cuando los resortes de la creación se ponen en juego.
De esta forma,  las ángelas, reuniendo en sí los principios masculino y femenino, incorporan también, como los ignudi, los poderes generativos de ambos sexos, convirtiéndose en expresión del último estadio del proceso creativo; aquel en que el yo, superando oscuros temores y angustias, es capaz de autocrearse, alumbrando la estructura final de la obra. Manifiestan así, por toda la ermita, el tema último, escondido tras la anécdota del milagro, que los frescos de San Antonio trasmiten secretamente a quien sabe observarlos: es decir los ocultos procesos que abren las puertas de la creatividad humana.



Goya. Cúpula de San Antonio de la Florida (detalle). Madrid. 1798
Veamos a continuación como se materializa en la cúpula de la ermita, la visión creativa del genial aragonés. Advertimos inmediatamente que Goya ha obviado cualquier sentimiento superficial de piedad y, dejándose llevar plenamente por su genio, ha creado uno de esos abigarrados conjuntos de gentes de toda especie, que representan la variopinta diversidad de la vida. Ha pintado por tanto uno de sus temas favoritos, el de la vida que bulle y se expresa a través de la variedad de tipos y actitudes, dentro de una muchedumbre que se convierte en protagonista por encima de quienes la integran. Si exceptuamos la obligada presencia del santo, tenemos en efecto, una  aglomeración de gente en la que paradójicamente lo que  destaca es precisamente la ausencia de líderes, y que por ello recoge magistralmente la diversidad de todo grupo humano, así como la innata rebeldía de nuestra naturaleza y la resistencia a actuar unificados bajo un ideal común. Esto como sabemos es uno de los temas típicos presentes en la obra del aragonés; y probablemente tiene motivaciones que derivan de la psicología inconsciente del pintor.
En la muchedumbre que se agolpa tras la barandilla, en la cúpula de San Antonio de la Florida, ni siquiera el prodigio que realiza el santo, sirve para unificar ni las actitudes, ni las emociones, de quienes la integran –como de hecho sucedería en la realidad, si tal escena llegara a tener lugar. Así en efecto, junto a quienes alzan los brazos en señal de sorpresa, devoción o piedad, la mayor parte de los que allí se encuentran se mueven entre la simple curiosidad y la total indiferencia, demostrando, muchos de ellos, que su presencia está motivada por la propia aglomeración –¿Dónde va Vicente? Donde va la gente. De esta manera, justo a continuación del resucitado, y dándole la espalda, apoyadas en la barandilla, en primer plano, tres bellas jóvenes charlan  entre sí como si estuvieran en un balcón cuchicheando sobre los vecinos que aciertan a pasar ante ellas. Un poco más a la derecha otro joven, vestido con una amplia capa, interrumpe momentáneamente su conversación y  vuelve la mirada distraída hacia el milagro; la muchacha que le acompaña se inclina hacia él como si quisiera hacerle una confidencia.

Goya. Cúpula de San Antonio de la Florida (detalle). Madrid. 1798

Enfrentado al grupo principal, al otro lado de la cúpula, un hombre que cumple la función compositiva de contrapunto del anterior, alza los brazos ante el prodigio que contempla; sin embargo justo delante de él, otra bella muchacha, absorta en sus pensamientos dirige su abstraída mirada en dirección opuesta. Más a la izquierda un grupo de unas ocho o nueve personas parecen completamente ajenas a la situación, y finalmente detrás del santo otro grupo observa el milagro con grados de atención muy dispares. Es, probablemente, esta realista forma de comportamiento, que tienen los personajes de Goya en esta cúpula y que es completamente ajena a la falsa teatralidad de otras representaciones análogas, uno de los factores que dotan a toda la escena de una autenticidad y vigor narrativo que pocos pintores son capaces de conseguir.
Pero además de esa amalgama de reacciones y actitudes diversas que define este grupo humano, otro elemento contribuye aún más a hacer de esta muchedumbre lo más alejado de la sacralidad que cabría esperar en la representación de un milagro. En efecto entre las caras que aparecen en la cúpula dominan quizás los tipos menos tranquilizadores: oscuros personajes con rostro semiescondido o en sombra, caminantes embozados, dudosos profetas, mozas de equívoca actitud, mendigos desdentados, nobles de gesto esquivo, santones de feria de largas barbas, viejas con probable ocupación de alcahuetas, y finalmente –no lo olvidemos–, en el grupo principal, un cadáver con signos de descomposición, recién resucitado (!).
Entre los anteriores se mezclan también sin solución de continuidad, inocentes chiquillos que se encaraman con curiosidad a la barandilla, ingenuas o pensativas jóvenes de gran belleza, fervorosas mujeres, extáticos ancianos y curiosos o indiferentes personajes que contemplan la acción del santo sin grandes signos de emoción.
Pero además, la diversidad psicológica y social de los personajes, se refleja también en la multiplicidad de sus atuendos. Ésta no sólo es debida a procedencias sociales muy distintas, sino que la genialidad de Goya ha convertido a esta variopinta troupe en un grupo al margen del tiempo. Si el milagro se desarrolla a principios del siglo XIII, las figuras de la cúpula, sin embargo, visten según las modas de varios siglos (!). Algunos pudieran ser majos y majas contemporáneos del pintor; en otros en cambio, se reconocen cuellos y gorgueras propios del Siglo de Oro; mientras que los atuendos más humildes, encajan perfectamente con la vestimenta de los pobres de muchos siglos.

Goya. Cúpula de San Antonio de la Florida (detalle). Madrid. 1798

Si más arriba hablábamos de la flexibilidad creativa que el ego del pintor ha alcanzado a estas alturas de su carrera, para aceptar e incorporar en el trabajo, las intrusiones irracionales de lo inconsciente, en esta amalgama de tipos y atuendos de todos los siglos –inaceptable para una coherencia superficial y exclusivamente racional–, tenemos un ejemplo claro de ello. El signo inequívoco de la armonía entre el yo profundo y el yo superficial, y de la lógica creativa incuestionable que guía el proceso, superando la unilateralidad de la conciencia y dotando a la obra de una profundidad que va más allá de la racionalidad chata, es esa unidad innegable, que se desprende de toda la escena y delata la existencia de un principio subyacente que permite la convivencia sin contradicción, de elementos tan dispares. ¿Quién diría en efecto, que la presencia en la misma escena de majas y majos del XVIII, nobles del XVII y un santo del siglo XIII que está resucitando a un cadáver, junto con mendigos, caminantes y santones más o menos intemporales, pudieran convivir de forma tan natural y animada en un grupo que refleja a la perfección la antinómica naturaleza de toda sociedad humana? La acción irracional pero coherente de la psique inconsciente del pintor ha dialogado en esta obra con el yo superficial, de tal manera que el resultado se percibe como un todo, en el que hay una presencia mágica de vida, difícil de definir.
El fondo irracional e inconsciente de Goya, ha tenido por tanto, en esta obra –como en todas las otras grandes obras suyas– un papel decisivo en su creación, lo que además se refleja en su contenido de forma más concreta. En efecto, varios de los personajes del abigarrado conjunto que puebla la cúpula de la ermita, son inequívocas personificaciones de principios arquetípicos, es decir, de esas estructuras que desde el fondo de la psique orientan la vida consciente e inconsciente del hombre. [7]
Vemos así, cómo toda la muchedumbre está salpicada por inquietantes personajes medio embozados, o tapados en parte tras otros, o cuyas facciones están cubiertas por profundas sombras que ocultan parcialmente el rostro. Son aspectos de la sombra, de ese arquetipo que incorpora los principios instintivos más primarios o aquellos rasgos que la conciencia prefiere ignorar y reprimir.
Otro arquetipo presente de forma clara es el de lo femenino, el ánima; cuyas diversas facetas también se reparten entre varias de las bellas muchachas que el pintor ha representado en la cúpula. Podemos verla en las tres jóvenes que cuchichean casi al pie del grupo principal, o en la muchacha de amplio pecho y generoso escote que está un poco más a la derecha, junto al hombre de la capa azul.  La vida femenina está presente en toda la escena, reflejándose en  las mujeres pintadas, tras cuyos gestos se percibe el eco de esa exploración que el artista hizo del mundo femenino a través de sus dibujos y grabados.


Goya. Cúpula de San Antonio de la Florida (detalle). Madrid. 1798

También en las proximidades del árbol, justo detrás del personaje que Lafuente Ferrari llama el mendigo desdentado [8], encontramos una clara imagen arquetípica, de gran importancia en la vida  del hombre, que Jung relacionaba con el aspecto dinámico de la vida inconsciente, es decir con el espíritu. Se trata del anciano de larga y blanca barba. Esta figura en efecto, aparece en toda suerte de mitos, leyendas y cuentos de hadas, personificando la capacidad del inconsciente para orientar la vida en armonía con las exigencias más profundas de nuestro ser.


Goya. Cúpula de San Antonio de la Florida (detalle). Madrid. 1798

Finalmente me referiré de nuevo al grupo principal, del que ya hablé al interpretar el aspecto simbólico de la leyenda del milagro. Aquí, el santo encarna al yo capaz del ascetismo y la contención  –al estar representado por un fraile–, que incorpora además el poder generativo de los padres –al ser capaz de devolver momentáneamente la vida a la víctima– y consigue así la superación del estado de estancamiento de la energía inconsciente; proceso éste que aparece proyectado en la resurrección del cadáver. Precisamente un simbolismo idéntico  –el del cadáver–, encontró Jung al estudiar los escritos alquimistas y desentrañar la multitud de  proyecciones de procesos inconscientes que había en ellos.
De esta manera, la escena del milagro supone, a nivel simbólico, la expresión de aquel proceso inconsciente por el cual, a través del símbolo, la psique es capaz de encontrar el elemento superador de las contradicciones internas, solucionar la tensión entre los contrarios y conseguir de nuevo la restauración del estado progresivo de la libido. Esta función, que es importante para todo ego sano, es además fundamental para el proceso creativo. En el artista aragonés, dicha función estaba en gran medida obstaculizada por los graves conflictos internos con la figura paterna y la consecuente dificultad para aceptar, sin angustias importantes, la tendencia introvertida de la libido.
El sentido profundo de la escena, se completa ahora si tenemos en cuenta que esa muchedumbre que acompaña al santo, es el símbolo de la propia energía inconsciente, de la libido, de la vida que se desarrolla en el fondo de la psique y de la cual el yo se nutre para actuar con plenitud a lo largo de la existencia. Aquí en los muros de San Antonio de la Florida, la coherencia simbólica de todo el conjunto es tal, que los frescos desprenden una vitalidad y una energía insuperables, percibiéndose una obra de  total unidad.
Además, en estas paredes de San Antonio de la Florida, el pintor ha encontrado un momentáneo punto de equilibrio interior. Después de muchos años, ha enfrentado inconscientemente una de sus problemáticas más delicadas, dándole una solución que implica cierta reconciliación consigo mismo. A la vez, su habilidad como artista y su profunda concepción de la pintura le han permitido crear una obra que aún hoy mantiene todo el vigor y la genialidad originales. La muchedumbre es aquí una entidad compleja, enigmática y ambivalente, pero acompaña por el momento a la acción creativa del fraile, permitiéndole el milagro de la resurrección del cadáver. Es más, esa acción creadora que es el tema implícito en la cúpula, se convierte en el sentido último de esa vida inconsciente que se expresa a sí misma a través de la masa variopinta de personajes.



[1]  BUENDÍA, José Rogelio, La ermita de San Antonio de la Florida. págs. 13-17
[2]  Aunque siempre se había creído que la fuente literaria del fresco era el Año Cristiano del Padre Croisset, el relato del franciscano se adecua mucho más a la escena pintada por Goya. Ver:  BUENDÍA, José Rogelio, La ermita de San Antonio de la Florida.  Págs 37 y sigs.
[3]  Anton  Ehrenzweig, psicólogo, ensayista, músico y dibujante, es una figura decisiva en los estudios de Psicología del Arte. Sus obras más importantes son El orden oculto del arte y Psicoanálisis de la percepción artística.
[4]  EHRENZWEIG, Anton. El orden oculto del arte. Cap. 12:  El dios que se autocrea
[5]  EHRENZWEIG, Anton. Op. Cit. Cap. 12, págs. 232 y sigs
[6]  Ibid. Págs. 244-45.
[7]  Véase la definición de arquetipo en la obra de Jung: Tipos psicológicos.
[8] LAFUENTE FERRARI, Emilio y STOLZ, Ramón. Goya. Los frescos de San Antonio de la Florida. Pág. 30

Javier de Prada Pareja es pintor, profesor y estudioso de la Psicología de la Creatividad