Sentirse
español
Eduardo
Fernández Galán
Enero
2017
La
reciente campaña contra el cineasta Fernando Trueba por parte de la
caverna mediática y las fuerzas
vivas
en las redes sociales, con motivo del estreno de su última película,
“La reina de España”, me ha hecho reflexionar sobre mi propia
identidad nacional.
La
campaña llamaba al boicot a dicha película porque, hace un año,
Trueba, al recoger el Premio Nacional de Cinematografía 2015, dijo
que “nunca se había sentido español, ni siquiera 5 minutos”. Lo
hizo en un contexto en el que, entre otras cosas, confesaba que era
partidario de un mundo sin fronteras, sin nacionalidades. Recomiendo
escuchar su discurso de aceptación en Youtube1,
solamente los primeros 10 minutos,
para
comprender mejor lo que quería expresar sobre su antinacionalismo.
Y
digo que me
ha hecho reflexionar sobre mi identidad porque acabo de regresar de
mi tercer exilio
para disfrutar de mi jubilación, y de los telediarios que me queden,
en un pueblo de la Mariña lucense, después de pasar nada menos que
29 años, casi la mitad de mi existencia, fuera de España. Dos en
Inglaterra y ventisiete en los Estados Unidos de América.
Por
un lado yo nací, crecí y me formé en España durante mi primer
cuarto de siglo de vida. Mis padres eran españoles, mis abuelos,
bisabuelos y tatarabuelos también, y tengo prueba notarial de que
los ascendientes de mi abuela paterna, los De Diez Vicario, vienen
del siglo XIII nada menos, y los de mi abuela materna, Alonso Díaz
de Herrera del XV, eran españoles también. Vamos que soy español
por los cuatro costados.
Sin
embargo, como muchos otros compatriotas de mi generación, padecí
mis primeros 23 años la dictadura franquista y, durante los 3
siguientes, 16 meses de servicio militar y una transición política
bastante tensa y movidita. Habiéndome licenciado en Lingüística
Hispánica, tenía además escasas expectativas de conseguir un
empleo estable.
Para
mí, hasta ese momento, ser español no había sido exactamente algo
de lo que sentirse orgulloso. La bandera española me inspiraba, como
mucho, miedo. Esa bandera con una gallina en el medio la asociábamos
con la dictadura, la mili y, en mis años universitarios, con los
Guerrilleros de Cristo Rey3,
que aparecían por la facultad, o por Malasaña o el Rastro, buscando
a cualquier melenudo con pinta de rojo para darle una paliza. Hasta
el comienzo de la Transición no había habido libertad de nada: ni
de asociación, ni de prensa, ni de expresión…De lo único que
podíamos estar orgullosos los españoles era del triunfo de la
selección ante Rusia en la Eurocopa del 1964, el de Massiel en el
festival de Eurovisión en 1966, la victoria de Santana en Wimbledon,
o la medalla de oro del esquiador Paquito Fernández Ochoa en
Sapporo. Otro Ochoa, don Severo, era el único científico relevante
a nivel internacional.
España
era un país todavía muy aislado del resto de Europa, así que
decidí romper el cordón umbilical y fui a probar fortuna en la
entonces llamada por los ultras Pérfida
Albión3,
recalando en Londres como profesor en la Escuela Española de
Portobello, hoy Centro Cañada Blanch. En Inglaterra me “sentí”
español por primera vez en mi vida, pero no exactamente porque me
sintiera orgulloso de mi pasaporte. Sentí que venía de un país con
40 años de retraso con el resto del mundo civilizado. En Londres los
policías no solo no llevaban pistolas o porras: estaban allí para
ayudar al ciudadano, no para reprimirle. La bandera era respetada y
era de todos, no era patrimonio de ningún grupo en particular. En la
televisión se hacían chistes sobre la familia real…En vez de a
Fernando Esteso o a Andrés Pajares, tenían a Monty Python… Me
sentí ciudadano de segunda.
También
me sentí español cuando, después de un año de trabajo duro,
preparando a los hijos de nuestros emigrantes a sacarse el
bachillerato a distancia, en pleno verano, la administración sacó
nuestras plazas de profesores contratados a concurso-oposición y
enviaron a unos catedráticos de España a sustituirnos. Por supuesto
no nos enteramos de ello hasta regresar a Londres en septiembre. A
pesar del apoyo de los emigrantes, de una huelga de hambre de 5 días
y publicación de ésta en El País, fuimos desalojados - eso sí,
con unos modales correctísimos - por unos policías británicos, que
además nos dieron la dirección de unos abogados laboralistas por si
pudieran ayudarnos. La Agregaduría de Educación de la Embajada
Española en Londres nos dio una pequeña indemnización y las
gracias por los servicios prestados a la patria.
De
esa experiencia lo poco que me quedaba de patriotismo desapareció
por completo.
Como
aún no éramos miembros de la Unión Europea, me fue imposible
encontrar trabajo legal alguno en Inglaterra. Di clases particulares,
algún seminario de lengua en el Centro Ibérico y poco más. Tuve
que regresar a España donde, por verdadera chiripa, encontré
rápidamente trabajo en un colegio-cooperativa bilingüe
francés-español. Todo iba relativamente bien hasta que decidí
montar un sindicato ya que la junta directiva empezaba a abusar de
los enseñantes y otros empleados no docentes que no éramos
cooperativistas. A los tres años mi relación con la administración
se hizo insostenible. Pactamos un despido y volví a hacer las
maletas. Esta vez decidí cruzar el charco.
En
los Estados Unidos, excepto por un hiato de 5 años, he vivido los
últimos 32 años de mi vida. Allí me casé con una americana, tuve
a mis dos hijos, fui profesor y periodista y experimenté The
American Dream4
durante
buena parte de esa estancia. Allí me sentí español cuatro veces:
por el Master y el British Open ganados por Severiano Ballesteros y
los dos Master de Olazábal. Como ávido golfista que soy, disfruté
viendo a dos compatriotas imponerse a los jugadores norteamericanos
en un deporte que dominaban, y lo siguen haciendo, aunque menos,
cuando en España jugar al golf era todo un privilegio.
Durante
esos años me convertí en un ciudadano fronterizo: físicamente
estaba en los Estados Unidos, pero mentalmente seguía pensando como
un español.
Durante
mis años de periodista trabajé, especialmente, para una revista
deportiva española, Gigantes del Basket. Durante 8 años me
encargué, desde mi casa de escribir casi la mitad de las páginas,
ya que cubría la NBA. Me volví a “sentir” español cuando la
revista pasó a manos de Unidad Editorial, y la gente de El Mundo
empezó a colocar a los suyos en la cabecera. Recibí a los pocos
días una llamada del nuevo gerente comunicándome que me iban a
bajar un 40% de mi sueldo porque “ganaba mucho” y había que
recortar gastos (Por supuesto había que pagar a Pedro J. un cuarto
de millón de pesetas al mes por el simple hecho de figurar como
Director Editorial de la revista, aunque nunca escribió ni una
línea). Les llevé a juicio, lo gané y senté jurisprudencia, ya
que, aunque técnicamente no estaba en la plantilla, llevaba 8 años
como redactor corresponsal en USA y así figuraba en la cabecera.
En
mi experiencia laboral trabajando para los americanos siempre se me
han dado oportunidades de trabajo sin necesidad alguna de enchufes.
Allí te reconocen tu valía y te la recompensan. Gané un Premio
Nacional de Periodismo cuando edité un periódico en Filadelfia. En
el condado de New Jersey donde vivía me nombraron Hispano del Año.
Fui entrevistado varias veces en prensa, radio y televisión y tuve
libertad para crear programas nuevos en las escuelas donde trabajé,
tanto académicos como deportivos. No me sentí español
precisamente…
Desde
que este verano decidí prejubilarme y volver a España – porque me
encanta mi aldea gallega y mis dos hijos viven en Europa, me he
vuelto a sentir español muchas veces: desde las polémicas del Toro
de Tordesillas, a los presidentes que envían mensajes de apoyo a los
delincuentes, las vicepresidentas que aparcan en el carril asignado
solo para autobuses y taxis, las facturas sin IVA o tener que
esperar, sin calefacción, más de un mes a que Iberdrola me suba la
potencia en mi piso, uno ¡se vuelve a sentir español!
En
resumen, no sé si me siento español o ciudadano del mundo al que le
ha tocado nacer en España. Soy ciudadano español y, desde hace
menos de un año, también estadounidense, pero no he visto ningún
artículo, en ninguna de las dos Constituciones que he jurado
respetar, que te obligue a “sentirte español o norteamericano”.
Para
mí Fernando Trueba es un gran cineasta español que además ha
representado a España en muchos certámenes internacionales,
incluido el Oscar que ganó por “Belle Epoque”. Me da igual cómo
se sienta. Me hace reír, pensar y disfrutar y le estoy y estaré
siempre muy agradecido por reunir a Chucho y Bebo Valdés.
De
hecho es de los pocos españoles de los que me siento
orgulloso de ser su compatriota.
1
https://www.youtube.com/watch?v=H9HugWbE7PY
.Este es el enlace para ver completo el discurso de aceptación de
Fernando Trueba del Premio Nacional de Cinematografía 2015
2
«La
pérfida Albión»
es una expresión utilizada para referirse al Reino
Unido en
términos anglófobos u
hostiles. Fue acuñada por el poeta y diplomático francés de
origen aragonés Augustin Louis Marie de Ximénès (1726-1817)
en su poema L´ere
des Français (publicado
en 1793),
en el que animaba a atacar a «la pérfida Albión»
en sus propias aguas. En España los franquistas la usaban a menudo
en respuesta a la situación del peñón de Gibraltar.
3
Elementos fascistas, violentos, que en los años 70 aterrorizaban a
los progres en los campuses universitarios, pubs de Malasaña o en el
Rastro madrileño. Solían llevar la banderita española en las
cadenas de sus relojes de pulsera.
4
El
“Sueño
americano” se
atribuye al ciudadano que ha conseguido llegar a un estatus que
incluye buen sueldo, casa con una hectárea de terreno, ubicada en
una buena urbanización y un buen coche.
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