29 julio 2022

Perfume de higos y olivos

José Luis Castellano

 


Era el año 1973, un luminoso día de otoño. Yo tenía 16 años. Llegamos con papá a las puertas de una cochería y casa mortuoria de Santos Lugares, en la provincia de Buenos Aires, a primera hora de la tarde. Del baúl sacó un paquete envuelto prolijamente en papel blanco. Me pidió que lo sostuviera unos segundos para ordenar una documentación y me sorprendió lo frágil y liviano que era. Entramos a la casa de servicios fúnebres y entregamos los restos de mi abuelo, recién trasladados del cementerio de Tandil, para que los depositaran junto a su esposa, en la ciudad de Buenos Aires.

Fue el único contacto que ambos tuvimos con aquel hombre, al que ninguno de los dos había conocido…

El fenómeno de la emigración presenta siempre mil caras, comprende siempre mil historias. Historias que, aun enmarcadas en diferentes épocas o escenarios, parten siempre desde un difícil comienzo: no se suele emigrar por placer. Emigración significa distancia; emigración implica desarraigo. Conlleva además otro sentimiento que, en mayor o menor medida, la hace aún menos llevadera: la soledad.

La soledad de dejar atrás en el camino ciertos pilares fundamentales como la familia, la amistad o el hogar, que son los que nos arropan o nos hacen más fuertes ante las adversidades de la vida. Escribía Isabel Allende que “… al emigrar se pierden las muletas que han servido de sostén hasta entonces, y hay que comenzar desde cero. El pasado se borra de un plumazo y a nadie le importa de dónde uno viene o qué ha hecho antes… ”.

Ésta es la apretada síntesis de la historia de mi abuelo Claro Bonifacio Castellano. La titulé Perfume de higos y olivos. En el final, el bebé mencionado de casi tres meses era mi padre. J. L. C.


A finales de la primavera del año 1884, en Cantoria, España, nacía Claro Bonifacio Castellano. Era una época de privaciones y duro trabajo, también de adversidades trágicas, como las inundaciones. Su infancia no entendía de epidemias, catástrofes naturales o magra economía familiar. Así fue que una caña era una espada, una madera un carro y una hoja un barquillo navegando acequia abajo.

Con los años, Claro aprendió a amar las tradiciones de su pueblo. A soportar el sol abrasador del verano andaluz y a apreciar el perfume dulce de los higos, el aroma de las migas, la sombra fresca debajo del olivo, la brisa cálida y el cielo estrellado del Valle del Almanzora. Ya joven, el objetivo de todos los emigrantes era procurarse un buen dinero para fortalecer la economía familiar. Ilusionado con un pronto y exitoso retorno, tomó la decisión de emigrar, dejando las indicaciones necesarias para sobrellevar su ausencia.

Fue así como, apenas terminada la primera década del siglo XX, con algunas pocas ropas envueltas en humilde fardo al hombro, emprendió la gran travesía. Su familia quedaría presente en lo más profundo de su corazón, plasmada en aquel último beso, la lágrima por la mejilla derramada, el pañuelo que lo despedía, la oración que lo seguía y la incertidumbre que lo acompañaba.

En el horizonte se perdían los mástiles de los barcos anclados en el puerto. Mirando la estela luminosa que dejaba la nave, lo invadía la angustia que le oprimía al corazón. Claro dejaba atrás el sol abrasador del verano andaluz, el perfume dulce de los higos, el aroma de las migas, la sombra fresca debajo del olivo, la brisa cálida y el cielo estrellado del Valle del Almanzora.

Ya en la Argentina, se instaló en Tandil, donde organizó una chacra y se casó con Mercedes Cruz, principal protagonista en el escenario de su vida. Los campos que ocupó el matrimonio estaban ubicados en la intersección de la ruta 226 y la ruta 30. La pareja sufrió la pérdida de su hija de 8 años y, luego de varios años de duro trabajo, la llegada de otros hijos atenuaría aquel dolor.

Pronto, otro golpe sacudiría al noble labrador. Por el lugar pasaba la hacienda que iba al remate y muchas veces los arrieros pedían quedarse estacionados con las vacas, uno o dos días, y le pagaban a don Castellano por ese servicio. En una oportunidad irrumpió la policía e identificó la hacienda estacionada como robada. Claro fue detenido y sufrió el oprobio de la cárcel en la localidad de Azul, hasta que fue esclarecido el hecho e identificado el verdadero responsable.

Sin embargo, la adversidad, la vergüenza y su orgullo herido afectaron a su salud. Si el alma de Claro sufría, su cuerpo suplicaba. Así fue que una implacable enfermedad doblegó la salud del labrador y las manos curtidas por el ámbito rural no tuvieron más fuerzas. Lo atacó una neumonía que era la causa más frecuente de muerte en adultos en aquella época. En aquel duro invierno de 1929, Claro Bonifacio entregó a esta tierra su último aliento. Apenas tenía 45 años. Dejó varias herramientas de campo, algunos animales, una viuda desamparada, cuatro hijos tristes y un bebé de casi tres meses con su mismo nombre.

Se llevó consigo el sol abrasador del verano andaluz, el perfume dulce de los higos, el aroma de las migas, la sombra fresca debajo del olivo, la brisa cálida y el cielo estrellado del Valle del Almanzora.

 

7 comentarios:

  1. En muchas familias hubo emigrantes, Canarios a montones, sobre todo a Venezuela y a Cuba

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  2. Un relato bien criollo .
    El desarrollo nos sitúa realmente len esas rutas pobladas de emigrantes españoles e italianos.

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  3. Hemos llegado junto al río Almanzora y, como les pasó a los fenicios en el siglo VII a. C. cuando llegaron a estas tierras, hemos sido bien acogidos. Nos han encantado, tanto su gente, como sus playas, el extraño paisaje, el perfume de sus higueras, el silencio de sus calles y sus noches estrelladas; por lo que no nos importaría asentarnos, en esta pedanía llamada Villaricos, como hicieron los fenicios, hasta que fueron expulsados por los romanos.

    El relato de José Luis Castellano es muy bonito , lleno de poesía

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  4. Me despierto con una rara angustia de un momento histórico de falsas democracias, de mentirosos mainstream. Leo el precioso relato de una historia verdadera, de dignidad y sufrimientos, de raíces perdidas, de  aromas como anclas para almas azotadas por la vida llena de dolor y de esperanzas. Gracias al autor, gracias a Julio y a todos vosotros que abrís ventanas de luz sobre una realidad a menudo gris y maloliente. Esta breve lectura me mejora el humor, me recuerda la hermandad que nos une en el dolor, en los recuerdos mágicos de un mundo en común.

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  5. Me escribe el autor para agradecerme la publicación de sus textos y añade: "... Los descendientes de aquel labrador prosperaron haciéndose profesionales, profesores, maestros, médicos, militares, marinos y respetados comerciantes. Conformaron esa poderosa clase media de la Argentina que se superó por la movilidad social ascendente que generó la oleada inmigratoria. Toda esa gran familia está honrada al ver la historia de su abuelo reflejada en el blog... ".

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  6. Qué bonito relato
    Agridulce, pero a la vez esperanzador
    Y lo mejor, saber que su familia creció y prosperó, probablemente gracias a su esfuerzo

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