09 julio 2022

Lo que realmente sucedió

Daniela Amadori

Me mira con sus ojos de un azul indefinido, curvada por el peso del sufrimiento de tantos años.

Siempre fui rubia y esbelta me dice. En su día, a mis diecisiete años, no estaba nada mal, aunque no era consciente de ello.

La creo, he visto muchas fotografías suyas. ¿Por qué, después de tanto tiempo de silencio, se ha decidido a tener esta conversación conmigo?

Aunque lo sucedido marcó mi vida para siempre, ahora, que mi edad madura me lo permite, hablo para dejar cada cosa en su sitio. Sin emoción desmedida, sin rabia. Ya no siento rencor y quiero que se sepa mi verdad. Además, usted es muy joven para recordar... y no tiene prejuicios.

Le sonrío. A lo mejor soy joven para recordar lo acontecido, pero he leído y estudiado mucho para preparar en profundidad esta entrevista.

Empecemos, pues. Cuénteme todo desde su punto de vista —. Comienza a narrar de forma introspectiva y decido interrumpirla lo menos posible.

Estudiaba bachillerato, pero lo que de verdad me gustaba era el violín. Me faltaba poco para diplomarme en este señero y exigente instrumento. Soñaba con dar recitales por todo el mundo, tocar en orquestas internacionales, ser concertino con la Filármónica de Viena en el Musikverein el día de Año Nuevo. A mis padres no les faltaban medios y conocidos para abrirme paso a la fama.

También mi hermano pequeño lo descubrí con posterioridad tenía vena artística. Escribía historias de intriga que ilustraba con impactantes y originales fotografías. Entonces él tenía sólo quince años.

Sin embargo, quien acaparaba la atención y la admiración de toda la familia era mi hermano mayor.

Se refiere a Vittorio, ¿no?

Sí, a Vittorio. Era alto, de mirada profunda y cautivadora, pelo negro con rizos siempre alborotados. Imagino que las chicas que salían con él debían sentit el irrefrenable impulso de atusarle el cabello como si fuera un caniche, que espera recibir mimos y devuelve fidelidad.

Qué suerte tienes”, me decían mis amigas cuando él venía en moto a recogerme al colegio. “Tener en casa un chico tan guapo que te cuida sin necesidad de que tengas que enamorarlo”. Yo me reía, pero también me llenaba de orgullo el hecho de que me lo dijeran. Mis padres lo adoraban. Era su primer hijo, el mayor, el más atractivo, verdaderamente inteligente. “Tomad ejemplo de Vittorio“, nos decían al pequeño y a mí, “él sí que no tiene pájaros en la cabeza, es muy aplicado y buen estudiante y llegará a ser un gran ingeniero. Es el único de vosotros con la cabeza sobre los hombros, nos dará grandes alegrías”. Esto me hacía sentir un poco de pelusa, pero solo un poco.

¿Y Vittorio, cómo reaccionaba? ¿No se sentía incómodo frente a tantos elogios?

No comentaba nada. Era reservado, prudente y esquivo. Yo le juzgaba así. Tenía pocos amigos, muy escogidos. Venían mucho a casa, por la tarde, y se encerraban en su habitación. Decían que tenían mucho que estudiar para los exámenes. No se sabía qué hacían allí dentro, pero él aprobaba los exámenes y ¡con las mejores notas! Era muy bueno, especialmente en Física y Química. No se podía pedir más.

¿Le gustaban sus amigos? ¿Eran amables?

Me gustaba sobre todo uno, Luigi. Era larguirucho y desgarbado, con pelambrera rojiza y de mirada simpática.

Yo soñaba con los ojos abiertos que se percatara de mi existencia, que un día hiciera un aparte conmigo, sin que mi hermano se diera cuenta, y me propusiera salir.

Qué sorpresa me llevé el día en que, cuando él salía del dormitorio de Vittorio, se dirigió a mí por separado. Contuve la respiración imaginando...

Sofia me dijo— necesito que me hagan un favor y he pensado que tú eres la persona adecuada para ello”.

No era lo que yo esperaba pero le respondí con presteza que estaba a su disposición.

Mira —continuó— mi hermana ha tenido una niña, Matilde, y necesita volver a trabajar lo antes posible. Quiere que yo me ocupe del bebé por las tardes, pero tengo que estudiar. Si la traigo aquí, ¿tú podrías mientras tanto cuidar de ella?”.

Su propuesta me enterneció y mi fantasía se desencadenó. Aunque ya no tenía edad de juegos, me imaginé en el papel de mamá con su nueva muñeca. Acepté.

La cría era preciosa, mofletuda y sonriente. La mayor parte del tiempo lo pasaba durmiendo en su carrito o me escuchaba mientras yo practicaba al violín: parecía que le gustaba. A media tarde Luigi se la llevaba al dormitorio de Vittorio para cambiarla, lo quería hacer él, y después me la devolvía para que yo le diera el biberón. A eso de las seis y media se iban, para entregársela a su madre cuando volvía del trabajo. Era una rutina deliciosa.

¿Duró mucho esa rutina?

Cerca de tres meses. Una tarde, con la primavera avanzada y los árboles en flor, Luigi me dijo que su hermana iba a regresar antes. “¿Podrías, después de darle la papilla, llevar a la niña a este sitio, atravesando el parque? Así le da un poco el aire. Es su casa”, me dijo, al mismo tiempo que me daba una nota con una dirección escrita. Aquel papel tenía un extraño olor… el mismo olor que desprendía Luigi cuando cogía a Matilde y se iba.

Yo me sentí muy orgullosa de que me hubiera hecho un encargo de tal responsabilidad. A las cuatro y media, como siempre, Luigi cambió a la cría en la habitación de mi hermano, yo le di el biberón y nos fuimos.

¡Venga, pequeñaja, vamos al parque!”. Matilde seguía mi voz con la mirada y me respondía con simpáticos y continuos gorjeos. Cuando llegué a la dirección indicada en la nota, me encontré frente a un edificio de aspecto decadente. Llamé y me abrió la portera.

¿Es usted Sofia? ¿La chica de Luigi?”.

Enrojecí, pues no me esperaba semejante comentario. Balbuceé: “No, no, solo soy una amiga suya”.

Bueno, bueno, esos no son asuntos míos. En cualquier caso, señorita, la mamá de Matilde no ha vuelto todavía”.

Entonces me voy y se la devuelvo a Luigi”.

No hace falta. Me ha telefoneado diciendo que me puede dejar a la niña aquí”. La miré perpleja. ¿Podía confiar en esa señora? Como si me hubiera leído el pensamiento, añadió: “Si desconfía, puede llamar a su casa y hablar con él. Lo conozco desde que era pequeño”.

Y usted, ¿qué hizo?.

Como no me fiaba, telefoneé. Me dijo que se la dejara a aquella mujer y así lo hice.

¿Recuerda que día era?

Sí. Todavía recuerdo la fecha, porque el día después explotó una bomba en uno de los lugares estratégicos de otra ciudad. Dejó decenas de muertos. Para mí fue una noticia terrible, como tantas otras en aquellos tiempos.

Sin embargo, mi padre estaba muy alterado con el suceso: “Estos malditos terroristas… “, decía. “Ninguna idea política puede justificar un asesinato. En el fondo son unos cobardes, que se juntan para matar porque no saben argumentar y dialogar. Carecen de inteligencia, de cultura y sus padres no han sabido educarles”. En casa nadie le replicaba.

¿Qué sucedió a continuación?

Parecía que nada podía llevar hasta los culpables de aquella tragedia. Pero fue encontrado un trozo de tela de algodón, que, según la opinión de los peritos, podía haber envuelto la bomba o servirle de apoyo. Parecía la sabanita de un carrito de bebé… de un carrito de bebé… Unos días después, a las cinco de la mañana, la policía nos despertó, apuntándonos con sus metralletas. Se llevaron detenido a mi hermano, que no volvió a casa hasta muchos años después. Se demostró que el artefacto había sido fabricado en nuestro domicilio.

Calla. Se abstrae en sus pensamientos, presa de un dolor que todavía la aflige. Yo no interrumpo su ensimismamiento. Al poco vuelve a la conversación y retoma su relato.

Mis padres consumieron todo su patrimonio en ayudar a su querido hijo. Mi carrera y la de mi hermano pequeño se truncaron. Quedamos marcados para siempre. Nadie quería tener relación con alguien que llevara ese apellido. Al final he desarrollado un trabajo modesto y conseguí casarme porque mi marido se enamoró de mí, sin importarle nada mi familia.

¿Volvió a ver a Matilde? —le pregunto a media voz, con delicadeza, pues sé que es un tema difícil de encarar para ella.

No. Afortunadamente, no se encontró entre los restos de la explosión ningún cadáver de niño. Yo no la volví a ver, ni siquiera en el proceso. Juntas, ignorantes de ello, habíamos transportado el explosivo desde el lugar de su producción para entregárselo a las personas encargadas de emplazarlo. Juntas, sin saberlo, habíamos arriesgado la vida.

He odiado a mi hermano muchos años por lo que hizo, por lo que nos hizo y por lo que, sin ningún escrúpulo, me hizo además a mí. Ahora ya no lo aborrezco, pero no quiero ni puedo olvidar. Hay una pregunta que siempre me hago, que me persigue: “Mi pequeña Matilde, ¿dónde estará? Y, ¿realmente se llamará Matilde?”.

Se vuelve hacia mí con un rápido gesto de curiosidad, que contrasta con la tristeza que reflejaban sus ojos un momento antes: Por cierto señorita Muguruza, cuando me ha telefoneado para solicitarme esta entrevista sólo me he quedado con su apellido. Querida, ¿cuál es su nombre?

¡Matilde, señora! ¡Me llamo Matilde!

 

4 comentarios:

  1. Estupendas ambas versiones

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  2. Me ha gustado muchisimo
    Muy bien llevado y con un sorprendente final

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  3. ¡Gran historia, qué final!
    Da para una versión más extendida

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  4. Estremecedor relato...Las Brigadas Rojas...

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