30 octubre 2020

Criminales de guerra

Julio Sánchez Mingo

 

1920. Combatientes de una harka rifeña. EFE.

En estas breves y someras líneas no quiero entrar en el análisis de acontecimientos anteriores al siglo XX, como el genocidio de los indios norteamericanos, el esclavismo, las conquistas y guerras coloniales de españoles, británicos, franceses, belgas, alemanes y portugueses, cuando el contexto y los valores y principios morales eran muy distintos a los actuales. Me ciño a lo sucedido en nuestro tiempo y el de nuestros padres y abuelos. No contemplo ni guerras civiles ni revoluciones. La China de la Revolución Cultural de Mao o Stalin, con sus masivas y sangrientas purgas y deportaciones, entrarían en esta categoría.

La historia de la Humanidad es el relato de un permanente espanto.


Siempre nos hemos considerado superiores, en lo ético y lo moral, a los compatriotas de Trump, por ser su país reo de crímenes de guerra por las atrocidades cometidas en Vietnam, sentimiento especialmente arraigado entre la gente de mi generación. No digamos respecto a los alemanes, por el Holocausto y la II Guerra Mundial, y al Japón imperialista por su actuación en China, Extremo Oriente y el Pacífico. A veces se nos olvida que también son culpables del mismo delito personajes como Churchill, que, con la ayuda de Roosevelt, arrasó las inermes Hamburgo y Dresde con bombas explosivas y de fósforo, aniquilando a su población. O como Truman, cuya alma vagará hasta la eternidad con el estigma de frío asesino que borró de la faz de la tierra Hiroshima y Nagasaki y a sus habitantes. Ese olvido está causado por el hecho de que la historia oficial la escriben los vencedores.


Pero, ¿y nosotros, italianos y españoles? ¿Somos tan brava gente, como se autodenominan los transalpinos, y tan majetes, como nos consideramos los hispanos?

Hace pocas semanas ha aparecido M. L'uomo della provvidenza, la segunda entrega de la trilogía que Antonio Scurati está escribiendo sobre el dictador italiano Benito Mussolini. Hace poco más de un año publiqué en este blog una extensa reseña sobre la primera, M. Il figlio del secolo, que titulé Sobre Mussolini y mucho más.

La segunda parte de la obra, escrita igualmente con la construcción y el estilo propios de una novela, recoge los años de consolidación del régimen fascista, las luchas intestinas del partido, con el ascenso y caída en desgracia de multitud de personajes. Muestra el cinismo desmesurado, la desconfianza absoluta hacia todo el mundo y el progresivo aislamiento del protagonista y dedica muchas páginas a la conquista italiana de Libia, a los crímenes de guerra cometidos por sus generales Badoglio y Graziani, con la aquiescencia del Duce y de su ministro de las Colonias, el general Emilio De Bono, al que el mismo dictador haría fusilar en 1944.

Enero de 1930. A pesar de que el Estado italiano había ratificado el 3 de abril de 1928 el Protocolo de Ginebra de 17 de junio de 1925, relativo a la prohibición del uso de armas químicas y bacteriológicas, no tuvieron empacho en bombardear con iperita, el gas mostaza, a las pobres y famélicas, pero aguerridas, tribus líbicas rebeldes, contrarias a la ocupación del territorio por un país ávido de su petroleo. No contentos con ello, desarrollaron un programa de confinamiento de la población autóctona en inhumanos campos de concentración. Italiani, brava gente! Mientras tanto, el rey, Vittorio Emanuele III, miraba hacia otro lado y callaba. Su única preocupación era mantener el trono, los privilegios, como todos los monarcas a lo largo de la historia.

En el interior de la sobrecubierta del libro, se dice que el trabajo del autor reaviva la autoconciencia nacional, retirando el velo que oculta el ignominioso pasado del que la generación italiana de nuestros abuelos, y padres siendo niños, fue testigo o protagonista.


Y de los majetes españoles, ¿qué?

En la Guerra de Marruecos, entre 1921 y 1927, el ejército español gaseó a las tribus rifeñas, sus zocos, sus ríos, sus campos de cultivo, con fosgeno, difosgeno, cloropicrina e iperita.

En 1921, unas horas después del Desastre de Annual, Alfonso XIII, muy involucrado en el seguimiento de las operaciones de las tropas españolas de África, telegrafiaba al general Dámaso Berenguer, alto comisario de España en Marruecos: "Lástima no te hayamos podido mandar una escuadra de bombardeo, para con gases llevar la desolación al campo rifeño y hacerles sentir nuestra fuerza, rápidamente y en su terreno". A su vez, unos días después, Berenguer manifestaba por telegrama al ministro de la Guerra Luis de Marichalar, abuelo del popular Jaime de Marichalar, excuñado de Felipe VI: "Siempre fui refractario al empleo de gases asfixiantes contra estos indígenas, pero después de lo que han hecho, y de su traidora y falaz conducta, he de emplearlos con verdadera fruición".

El 16 de agosto de 1921, una semana después de la inesperada, pero previsible, derrota española, el Consejo de Ministros aprobó una partida de 14 millones de pesetas destinada a la producción y adquisición de agentes químicos, según apunta el militar y profesor René Pita en su obra Armas químicas. La ciencia en manos del mal.

Durante la dictadura de Primo de Rivera (1923-1930), continuaron los ataques aéreos y terrestres con sustancias tóxicas y vesicantes contra los combatientes de Abd el-Krim.

Si además leemos La forja de un rebelde de Arturo Barea, o la biografía de Franco de Paul Preston, conoceremos las sevicias cometidas por los militares españoles, de la mano de un protagonista y de un historiador bien documentado, respectivamente.

Así pues, los españoles estamos a la altura de los estadounidenses en Vietnam y de los italianos en Libia o Abisinia, ahora Etiopía.

En 2007, el partido ERC presentó una proposición no de ley en el Congreso de los Diputados, solicitando que el Estado español reconociera haber hecho un uso sistemático de gases venenosos contra los rifeños. La propuesta fue rechazada con los votos en contra de la mayoría compuesta por el PSOE, entonces en el gobierno, y el PP. Zapatero y Rajoy, ¿son encubridores de crímenes de guerra?

España ratificó el Protocolo de Ginebra en 1929, una vez terminada la guerra de Marruecos.


Sólo el conocimiento de lo que somos, nuestros orígenes, de nuestros hechos pasados, de nuestras culpas colectivas, creará un estado de opinión que favorecerá que esas atrocidades no se repitan.

11 comentarios:

  1. sí así es: la ignorancia lleva a reproducir la criminalidad, vuelve inconsciente al ser... como cuesta cada día que la gente quiera conocer.

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  2. España trataba de sostener un territorio disputado por otras potencias coloniales como Francia y Alemania. Pero esta guerra se había tornado muy impopular. Los convocados eran campesinos y obreros, en su mayoría padres de familia que trabajaban en las ciudades más industrializadas como Barcelona. Esta situación provoca revueltas y levantamientos de los ciudadanos, como la de julio de 1909 en Barcelona y otras localidades españolas.
    Mi tío abuelo, Ignacio, era asistente de un oficial. Recordaba angustiosos momentos cuando las balas pasaban zumbando cerca de sus cabezas y su jefe, que era medio gangoso, exclamaba en esas ocasiones “¡Hoy están malos los pacos...!”
    Se le llamaba “pacos” a los soldados enemigos y francotiradores. (La palabra Paco deriva de la onomatopeya del disparo: el ruido seco al pasar la bala sobre el observador, seguido de la detonación del disparo en la boca de fuego, que se produce antes pero llega al observador después, con un notable parecido a pac...o).
    En una oportunidad, montando su caballo en pleno combate, una bala impacta en su mochila, la atraviesa y mata a su corcel. Ignacio salva su vida por milagro.
    Cuando tuvo la oportunidad, Ignacio viaja con papeles falsos a la Argentina. Lleva una identidad y nombre adulterado, para eludir una posible reincorporación o llamada del ejército español. Así se reúne con su padre Juan y su hermano, ya radicados en Tandil, Provincia de Buenos Aires. Más tarde llamaría a su esposa.
    ¿Condenable lo de Ignacio?... No lo sé. Habrá que ponerse en el lugar y las circunstancias de una época difícil y dura para las clases más olvidadas de la sociedad española de aquella época….


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  3. Es una reflexión de quemante actualidad. Necesitamos humildad y auténtica voluntad de cambio para no batirnos en los lodos de la historia de la violencia humana. Todos los discursos, todas las buenas intenciones son humo el el agua si no hay un acto de legitima consciencia de cambio, de justicia y sentido humano.
    La denuncia y la reflexión, a través de la expresión escrita es una manera contundente de coadyuvar en esta titánica cruzada. Mi reconocimiento a Julio Sánchez por ocuparse en recordarnos la historia.

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  4. Muchas gracias. Siempre aprendo con todo. Gracias Julio y a vosotros por vuestros comentarios

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  5. En palabras bíblicas: quien esté libre de pecado que tire la primera piedra.

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  6. No existe país en el mundo que no tenga una gran mancha en su pasado. No es excusa, sino vergüenza de pertenecer a la raza humana, que presume de una inteligencia superior y la utiliza para hacer el mal a sus semejantes. Una crónica aleccionadora.

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  7. Aunque parezca mentira, todavía en el siglo XXI se siguen cometiendo crímenes de guerra y atrocidades contra la población civil.
    Ahora nos llega la noticia de los asesinatos perpetrados por el ejercito australiano en Afganistán.
    Ver:
    https://elpais.com/internacional/2020-11-19/el-ejercito-australiano-reconoce-que-mato-a-39-afganos-desarmados-durante-la-guerra.html

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  8. Presentismo, siempre presentismo. Juzgamos hechos del pasado con nuestros ojos. Sabemos que muy pocos entre los humildes querían esa guerra, pero a nadie en esa época le parecía atroz el uso de gases, o al menos más atroz que cualquier otra forma de matar, lo cual, incluso hoy, es cierto. Matar mata todo y siempre es horrible.
    Probablemente dentro de unos años parezca criminal el uso de combustibles fósiles y el zamparse chuletones, pero ni a Ustedes ni a mí nos apetece renunciar al coche o al chuletón, o al menos los que no queremos renunciar no somos más malos que otros. La historia es conocer, juzgar queda para los jueces. Juzgar la Historia, además de un error, es inútil: nada va a cambiar.
    Mi abuelo mató moros en Marruecos. No se le había perdido nada allí, es cierto, pero tuvo que hacerlo. Después no se andaba lamentando. También los moros le mataron amigos. No era mala persona. Y cuando volvió a encontrarse moros en el 39 tenía siempre los ojos abiertos.

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    1. Interesante comentario, pero me ha chocado mucho el hecho de que su abuelo, con todos los respetos, no andaba lamentando nada, porque rifeños mataron a sus amigos... Lamento decirle que mi abuelo, rifeño, que falleció meses de muchísimo sufrimiento, por heridas graves de guerra, dejando huérfanos de 1, 3, y 4 años, que las pasó canutas....en definitiva, su señor abuelo, e el mío, no se pueden comparar. El mío defendía su tierra, del abuso del invasor. Así de simple. El mío no tenía opción, el suyo si, teniendo en cuenta que muchos españoles se negaron ir a matar a personas inocentes. Muchos se largaron, otros fueron juzgados y presos durante años, y los últimos fusilados, pero con la cabeza muy alta porque nunca mataron a nadie. Que pase usted un feliz día.

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    2. En este caso hablar de presentismo creo que no es muy afortunado. La sociedad europea estaba escandalizada con el uso de agentes quimicos en la Gran Guerra. Tanto es así, que el Protocolo de Ginebra para su prohibición es de 17 de junio de 1925.
      Efectivamente, la Historia no juzga, informa. De ella debemos aprender y cada cual que extraiga sus propias conclusiones.
      Y no generalicemos tanto, por favor. Muchísima gente no come chuletones y la Comisión Europea ha fijado para 2035 el fin de la venta de coches de combustión.

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    3. Mi abuelo, como el suyo, fueron víctimas inocentes de una guerra que ninguno de ellos quería. Mi abuelo no tenía elección, era un semianalfabeto campesino que no tenía donde caerse muerto. Lo mandaron a África y trató de sobrevivir. Lo consiguió frente a otros que no. No se lamentaba de haber sobrevivido. Él no fue a Marruecos a matar a nadie, pero lo tuvo que hacer para poder volver. Todo bastante sin sentido, pero en aquella época se hacía así, el sentido lo veían. O no lo buscaban. Así son las guerras, y como seguro que sabe, sólo los muertos verán el final de la guerra.
      La sociedad europea estaría escandalizada, pero estaba a las puertas de desatar con el mayor entusiasmo la destrucción más atroz que el hombre ha provocado, a escala mundial e industrial.
      Hitler, que había padecido los horrores de la guerra con gas se negó a usarlos contra los soldados, pero no le tembló el pulso para hacerlo contra millones de civiles. Los gases están prohibidos, pero de vez en cuando se siguen usando, hasta se invaden países para buscarlos. No lo quiere llamar presentismo? Mejor llamarlo cinismo?
      Bien busqué el ejemplo de los chuletones y los coches, lástima que no haya sabido hacerlo entender. Efectívamente, cada vez hay más veganos y menos gasolina, pero los que todavía seguimos comiendo carne y volando somos criminales del futuro o personas de nuestro tiempo en el que aún está bien hacer lo que en el futuro no se podrá hacer? Presentismo o cinismo?

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