26 enero 2018

POEMAS


Matilde Bueno Aguado


J. S. M.


Callejón oscuro, oscura senda,
alegre en otro tiempo.

Por donde antes la risa, devastador invierno
hermanó tus escombros a mis recuerdos.

Y grita la esperanza por recobrar su acento
que burlón devuelve el solitario eco.

Triste calle sin fin.
Espejo de mi alma, de mi dolor entero.

Tus muros elocuentes tornáronse silencio.
Preñado de añoranza.
Anciano de recuerdos.


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Caballo blanco alado de mis sueños:
Cabalgábamos juntos.
Tu galope y mi risa,
al viento.

Mis sueños eran nubes y tus pezuñas sueños
que poblaban el aire
de inocentes misterios.

Caballo blanco alado de mis sueños:
Crecimos como hermanos.
Mi latido y el tuyo,
al viento.

Y fue en tus largas crines, umbral de un cauce negro,
donde ahogué la alegría
con despertares nuevos.

Se quebraron tus alas.
Se truncaron mis sueños.
De tu firme galope borró la alegre huella
mi caminar incierto.

Quise beber la escarcha que fundiera tu aliento
y solo hallé los ecos
de un relincho en el viento.

De tus enormes alas, apenas trozos sueltos.
De mis sueños de entonces
tan solo este recuerdo.

22 enero 2018

Hasta luego

Julio Sánchez Mingo

Era la más castiza de los doce hermanos. Fue la mejor amiga de mi madre. Trabajó duramente para su familia y se sacrificó lo indecible por sus hijas. Tenía una memoria prodigiosa. Era muy activa y le encantaba recorrer las calles de Madrid. Estaba orgullosa de su nieta y de sus bisnietas. Era una devoradora de caramelos, aunque no creo que haya podido disfrutar de los últimos que le traje de Turín, al menos no de todos. Afrontó la ancianidad con espíritu y buen humor y decía que se vivía demasiado tiempo, demasiados años. Hasta el último momento conservó la lucidez y una excelente forma física, si consideramos los 98 años que tenía. Le gustaba mucho la conversación y era muy sociable. Cenamos juntos la última Nochebuena, charlando animadamente. Con ella hemos perdido un documentadísimo archivo viviente en lo tocante a la familia y a Madrid.
Bellísima persona. Compartimos muchos momentos, buenos y malos. Para mí, una pérdida irreparable.
Hoy se ha ido. Hasta luego, tía Paz.

Puerta de Alcalá. Madrid. Diccionario Geográfico de Pascual Madoz. 1849

19 enero 2018

Diario de guerra, 1916-1917: La vigilia de Caporetto - Fragmento
Silvio D’Amico
Traducción del italiano de Julio Sánchez Mingo

La guerra saca a la luz lo mejor y lo peor del género humano.
En un regimiento de infantería se produce un conato de insubordinación. Se oyen disparos de fusil, se grita: -No queremos volver a las trincheras.
El coronel ordena una investigación, pero los culpables no son identificados. Entonces, dispone que diez soldados sean elegidos al azar y fusilados.
Los hechos habían acaecido el día 28 del mes y la pena disciplinaria había sido decidida el 30. Pero el 29 se había incorporado un contingente de reposición para cubrir las bajas producidas en las batallas anteriores, 30 efectivos por compañía.
Se pregunta al coronel qué hacer: -¿Se debe incluir a los recién llegados en el sorteo? No pudieron participar en el tumulto, que fue el 28.
El coronel responde: -Incluid a todos.
Así se hace y, de los 10 elegidos, dos se habían sumado el 29.

En el momento del fusilamiento tiene lugar una escena patética. Uno de los dos hombres, ambos pertenecientes a quintas de mayores, se desmaya. El otro, con los ojos vendados, trata de adivinar dónde está el comandante del regimiento, vociferando: -¡Mi coronel! ¡Mi coronel!
El silencio es sepulcral.
El jefe tiene que responder y finalmente lo hace: -¿Qué sucede, hijo?
El soldado vendado grita: -Mi coronel, yo soy de la quinta del 75. Soy padre de familia. El día 28 yo no estaba. ¡En el nombre de Dios!
-Hijo mío- contesta paternalmente el mando- yo no puedo saber quién estaba y quién no. Nuestra justicia hace lo que puede. Si eres inocente, Dios te lo tendrá en cuenta. Confía en Él.

Nota del traductor. En la primera descarga el condenado sólo fue herido. A pesar de rogar, implorar clemencia, el oficial lo hizo atar a un poste y fusilar de nuevo. Unos días después, en un combate, el coronel fue alcanzado en la espalda por proyectiles italianos y cayó muerto.

Sivio D’Amico (1887-1955) fue un famoso crítico teatral y catedrático de Historia de la Dramaturgia italiano. Fundó y dirigió la Academia Nacional de Arte Dramático de Roma, que ahora lleva su nombre, por la que han pasado actores, directores, autores, escenógrafos y guionistas como Vittorio Gassman, Andrea Camilleri, Anna Magnani, Paolo Stoppa, Nino Nanfredi, Monica Vitti, Umberto Orsini, Gian Maria Volontè y Luca Ronconi, entre otros. Combatió en la I Guerra Mundial como oficial de complemento de Artillería, período en el que escribió su Diario de Guerra, 1916-1917.



Otra publicación de similar temática, las atrocidades de la guerra en los días de la catástrofe de Caporetto:
Anna, de Maria Luisa Ciattei

12 enero 2018

La tragedia de Asia Menor, las enseñanzas de la historia y Cataluña

Julio Sánchez Mingo



En 1922, Grecia perdió todas sus posesiones en Anatolia al ser derrotada en la llamada Guerra de Independencia Turca, librada contra el régimen nacionalista de Mustafá Kemal Atatürk, como consecuencia y reacción natural, tras la I Guerra Mundial, del desmembramiento del Imperio Otomano. Éste había sido decidido por los gobernantes y políticos, las élites, de Gran Bretaña y Francia, desde sus despachos, para satisfacer sus intereses geoestratégicos, sin consideración alguna por las poblaciones de las regiones afectadas, sin tener en cuenta criterios de religión, etnia o lengua o simple humanitarismo. Todo ello es el origen de graves problemas que subsisten todavía como Palestina, Kurdistán, Armenia, Siria, Irak, el Golfo Pérsico, Oriente Medio en general.

Tras la guerra griego-turca, por el tratado de Lausana de 1923, se acordó un intercambio de poblaciones entre Grecia y Turquía, de tal forma que 1,5 millones de ortodoxos anatolios hubieron de emigrar a la nación helena y medio millón de musulmanes griegos fueron asentados en Asia Menor, sin atender razones de lengua u origen étnico, sólo la pertenencia a un credo religioso. Los nuevos turcos no hablaban turco y los nuevos griegos no hablaban griego. La población desplazada a Grecia constituyó una inmensa masa humana de refugiados que, en su mayoría, se encontraron en la extrema pobreza y el mayor desamparo. Se establecieron en ciudades como Atenas, El Piréo y Tesalónica, llevando con ellos sus tradiciones, su cultura y su música. Precisamente en esos círculos de miseria y desclasamiento se desarrolló la música rebética, la popular música griega que todo el mundo conoce y casi nadie sabe que se llama así. Rebético es un término turco que significa rebelde.
La misma tragedia se produjo con los trasladados a Anatolia.
¡Una verdadera catástrofe humanitaria!
La justificación de semejante despropósito fue la existencia de tensiones y enfrentamientos étnicos, que un justo y buen gobernante debe apaciguar, no avivar, como casi siempre sucede y sucedió en este caso.

Pero no aprendemos de la historia, que parece sólo servir para entretenimiento de sus diletantes como yo.
Ahora mismo, en una región del Sur de Europa, unas élites locales se dedican, desde salas alfombradas, con intereses espurios, a dibujar nuevas fronteras, que siempre separan, nunca unen a los pueblos y quiebran la cooperación y el entendimiento entre las gentes. También, esgrimiendo argumentos, muchos de ellos falsos, relativos a la cultura, la tradición, la historia, la economía, la identidad nacional, la lengua propia, las raíces y las costumbres se dedican a inducir y exacerbar la intolerancia y el fanatismo de una ciudadanía que, en política, atiende más a la pasión que a la razón y que han provocado la ruptura de familias y amistades, enrarecido el ambiente en los centros de trabajo, y dañado seriamente la economía. Además, para mayor escarnio, en contra de los deseos, expresados en las urnas, de más de la mitad de la población del territorio en cuestión.
¿Le suena, querido lector, esta situación? ¿No encuentra analogías con aquellas situaciones del pasado cuando ahora se proscribe a los que no piensan igual, no son del mismo círculo o no hablan la misma lengua?

Parece mentira, visto desde el siglo XXI, que la Córdoba musulmana, la Toledo medieval o la Constantinopla otomana fueran núcleos de coexistencia pacífica, convivencia y tolerancia sin discriminaciones por razones de religión, origen étnico, idioma, tradición o cultura.
Y los políticos y gobernantes no se aplican la lección. Todos, entonces y ahora, predicando la concordia pero sin emprender acciones que condujeran o conduzcan a la mísma. Desde sus despachos viven de espaldas a las necesidades reales de las ciudadanías. Ahora, en España, basta analizar sus decisiones en lo relativo a educación, sanidad, pensiones, investigación y desarrollo y cultura para contrastar la realidad de este aserto. Unos ocupados con su independencia, los otros afanados en alimentar a su entorno próximo y a la oligarquía financiera mientras el sufrido contribuyente cotiza, de mala gana, pues obtiene muy malos réditos, pésimos servicios.

¿Aprenderemos alguna vez de las enseñanzas del pasado?

30 diciembre 2017

Emilio García Delgado. In memoriam
Álvaro Delgado Gal
Sé que conocí a Emilio en el 57, cuando cursábamos ambos Materna, pero mentiría si declarase ahora su rostro, sus trazas o su altura. En realidad, Emilio se empieza a perfilar para mí más tarde, y no como una silueta que viene del fondo y se agranda sino como una presencia en la que pongo cosas que he sabido a medida que pasaba el tiempo, desordenadamente: los ojos color uva, el pelo rubial, la frente ancha. Me contó su hermano Carlos, en el velatorio, la versión que había hecho correr Emilio en su familia. Al parecer, la primera vez que nos vimos nos dimos una paliza, y después nos hicimos amigos. Es verosímil. Pegarse, entonces, era como decir “¡hola!”, y los que se saludan diciendo “¡hola!” se dan después la mano. Aquella España era muy pobre todavía: desvencijados los autobuses que recogían y devolvían a sus casas a los escolares, pobres las provisiones de boca que cada uno llevaba para entretener el hambre durante el recreo (una delicia no infrecuente era el bocadillo de plátano machacado: la carne se reservaba para los días de fiesta), pobres los arreos con que nos echaban a rodar por la calle. Pobres, sí, y, en el caso del Liceo, rigurosamente reglados por la Administración italiana: grembiule blanco para los de Materna, luego babi negro o azul, que se abotonaba por detrás y remataba por arriba en un cuello de hule blanco; y así hasta los once años. Las chicas, al revés que los chicos, conservaban el rigor indumentario hasta el último curso, el de Quarta Liceo. Visto desde un helicóptero, no se habría podido distinguir nuestro colegio de un orfelinato, con sus pueriles bandadas, menudas y oscuras, salpicando el patio durante las horas de asueto. Y allí estaba Emilio y allí estaba yo, o para ser más exactos, allí estaba García y allí estaba Delgado. Porque nos conocíamos por los apellidos, reproduciendo las jerarquías aprendidas en el aula cuando la maestra leía la lista antes de que empezara la clase, en mala prosodia castellana:
Delgado, Álvaro
García, Emilio
Pérez Lozano, Valeriano
Pérez Martínez, José Ignacio
La duplicación de apellidos, ideada por las autoridades docentes para distinguir a los dos Pérez, se transmitió también al patio de recreo, y Valeriano era Pérez Lozano y José Ignacio era Pérez Martínez. Emilio, en fin, fue para mí García hasta muy tarde. No empecé a llamarle “Emilio” hasta mucho después de habernos hecho realmente amigos, quiero decir, el tipo de amigos que lo son por algo más que haberse sacudido previamente la badana. ¿Cuándo ocurrió la amistad, la amistad de veras? A la vuelta de Terza Media, unos minutos antes de iniciarse oficialmente el curso siguiente, nos habíamos congregado todos frente a la puerta de entrada, un día de principios de octubre. Emilio nos sorprendió mirándonos desde arriba: había dado un estirón fabuloso y nos llevaba al resto más de una cuarta. Además, el verano o el esfuerzo de crecer lo habían dejado medio pelón. Ese es el primer Emilio que recuerdo como una fotografía de verdad, esto es, no hecha con fragmentos arbitrarios de fotografías dispersas. Después, no creció más. En Preu, estaba en la media, ni alto ni bajo. Seguía perdiendo pelo, y apuntaba ya, en el horizonte, el Emilio joven y después maduro: los ojos claros color uva, una calva a lo Ramón y Cajal y finalmente la barba bíblica, rubia primero y después canosa, como tienen que ser las barbas bíblicas. Nos hicimos irreversiblemente inseparables, copiamos a los siameses, a los 14-15 años, en Quinto. Primero en compañía de otro Álvaro, Forqué, y luego solos cuando Forqué empezó a echarse novias y a tirar por otro lado. Emilio era un hombre fuerte, y muy veloz corriendo: lo llamaban “el hombre bala”, no el peor mote en un mundo donde ser cortés se confundía con ser un pringado. Salíamos con chicas en grupo, que era salir con chicas y a la vez no salir con ellas. Los de nuestra generación recordarán igualmente lo previsible de nuestros movimientos, los sábados por la tarde: desde el cruce de Goya con Alcalá, a la Casa de la Moneda, y al revés. Volvíamos a casa hacia las nueve y media, después de haber comido un pastel en Italnova o visto una película en las salas de la margen derecha, según se baja la calle. Me parece no mentir si digo que algunos lucíamos corbata y blazer. Tengo también la impresión de que éramos inimaginablemente castos, aunque quizá esté proyectando mi caso sobre los de los demás. Cultivábamos nociones voluntariosas aunque equivocadas sobre la anatomía femenina, extraídas de las películas toleradas para todos los públicos. Ya en la universidad, donde cursé Ciencias Físicas, puede descubrir que mis nuevos compañeros me superaban en la inopia total. Oí una conversación en que un joven de veinte años disputaba con otro sobre la forma de las piernas de las mujeres: uno afirmaba que eran cilíndricas, y el otro, que cónicas. Más que el desconocimiento, me sorprendió el punto de vista, o si preferís, la perspectiva.
Emilio eligió medicina, como su hermana Menchu. Y pasado un tiempo, se hizo novio de Nieves, con la que se casaría terminada la carrera. Yo seguí por ahí rodando, y un poco perdido. Tengo la sensación de que Emilio me dio a mí más que yo a él. No me sentía culpable, porque Emilio ha sido enorme, casi lunáticamente, generoso, y resultaba difícil competir con él. Fue un hombre inteligente. Fue un buen padre. Fue un buen hijo. Fue un buen médico. Ser simultáneamente bueno en todas estas cosas es raro, aunque no absolutamente extraordinario. Lo absolutamente extraordinario, en Emilio, ha sido la generosidad. Yo he reposado en él, cada vez que tenía un problema, de forma refleja, como se reposa en la pierna izquierda o la derecha después de un tropezón. Ahora que ha muerto, no sé qué hacer. Estoy como el hombre al que han amputado un miembro que persiste en usar porque sigue haciéndose a la idea de estar entero. Creo que a esto, los sicólogos, lo denominan “fase de negación”, o algo parecido. Y sí, ahora me siento culpable, aunque no acierte a explicarme el motivo a ciencia cierta. Me quedaban cosas por decirle. Cosas por demostrarle. Podríamos, dentro de unos años, haber ido a tomar el sol de invierno a un banco del Retiro, para ver cómo perdían sus últimas hojas los castaños de India. Podríamos haber hecho lo que teníamos derecho a hacer, después de tanto tiempo juntos. Y no, no será. Uno ha corrido demasiado o el otro se ha rezagado. No hemos sabido igualar el paso, amigo mío, como Dios manda.


29 diciembre 2017

Ya vienen los Reyes

Jesús Ramos Alonso

Estaba oscuro, pero la figura de los tres hombres se vislumbraba, como un borrón de luz emergiendo de un bosque en tinieblas…
Dylan se despertó sudando, ¡otra vez ese sueño! Fue al baño y se miró al espejo que le devolvió seguridad, confianza, autoestima.
Ese sueño no significa nada —le susurró su imagen—, tú te has fabricado tu propia suerte.
Ya más tranquilo, se fumó un cigarrillo con la ventana abierta a la cálida noche de diciembre.
Se volvió a dormir hasta que le despertaron unos golpecitos en la puerta:
¿Sí…?
Buenos días señor, son las nueve y media: su desayuno y los periódicos —dijo un camarero.
Desayunó opíparamente mientras ojeaba los titulares de la prensa y se instaló en una tumbona, con el mar al fondo, entretenido con el suplemento de economía.
Antes de bajar a la playa, llamó a la recepción del hotel y encargó un billete para el cinco de enero. Eligió un vuelo que llegaba a la una, con margen suficiente antes de la cabalgata.
Dylan no era creyente, pero ese año la fiesta de Reyes tenía para él un significado muy especial.
Nada más colgar anotó en su libreta de cuero los datos del viaje: las horas de salida y llegada, la duración del taxi hasta el hotel, situado pared con pared con el edificio del ayuntamiento… Quedaban algunos detalles por precisar pero aún tenía unos días para pulirlo todo. Respiró satisfecho… Todo perfecto.
El sonido del teléfono le despertó. Descolgó; una melodía surgió del auricular: “…ya vienen los Reyes, por los callejones…”
¿Sí? —dijo entre bostezos.
Señor, son las siete, recuerde que debe hacer el check-in dentro de hora y media.
Se levantó de mal humor, ¡de nuevo el maldito sueño!, y esta vez le había tenido despierto hasta el alba. ¿Quiénes eran esos hombres, esas figuras difuminadas que le visitaban noche tras noche?...”Solo es un sueño”, pensó, mirándose al espejo mientras hacía la señal de la victoria. Su reflejo ojeroso le dijo “todo va a salir bien”.
Estuvo todo el vuelo medio adormilado. Entre cabezadas vio que sobrevolaban el inmenso bosque que rodeaba aquella ciudad de provincias; un par de días allí y, después, un tranquilo invierno al sol con el Teide como paisaje de fondo.
Luego se volvió a dormir; no escuchó el anuncio de rigor de la azafata por el altavoz, “…tomaremos tierra en cinco minutos, recojan sus equipajes de mano y no olviden adelantar una hora sus relojes. El comandante…”
Le despertó el contacto del tren de aterrizaje con la pista.
A las seis ya estaba oscuro; en esa parte de la ciudad, a espaldas de la Plaza Mayor no se veía un alma. Todo el mundo estaba en la cabalgata.
Dylan cogió la mochila y cinco minutos después, como un corcel negro a través de la noche, se deslizaba por los sótanos del hotel hasta el punto exacto que marcaba su libreta, un metro veinte centímetros desde la columna. Con pulso firme aplicó el berbiquí en los puntos previamente marcados con rotulador, después rellenó los huecos con goma explosiva y, a las seis cincuenta, un hermoso boquete le daba acceso al viejo caserón del ayuntamiento, muy lejos de la entrada principal custodiada por dos municipales atentos al bullicio de la plaza mayor.
Dylan recorrió pasillos precedido por el óvalo amarillo que proyectaba su linterna. En las encrucijadas, bajo el haz de luz, consultaba sus anotaciones: giro a la izquierda, siete pasos al frente, puerta a la derecha,...
Al fin llegó a las dependencias de la recaudación, donde estaba la caja fuerte. Miró el reloj, casi las siete, se relajó un minuto:
Tranquilo —se dijo—, te sobra tiempo…
De repente un ruido le sobresaltó. ¡No!, ¡no podía ser! su corazón le dio un vuelco al oír voces que se acercaban; apagó la linterna y se arrebujó sobre sí mismo conteniendo la respiración. Una puerta se abrió, la luz lo llenó todo y, esta vez sí, esta vez pudo distinguir perfectamente la figura de los tres hombres, uno, el que se le echó encima, tenía barba blanca y capa de armiño...
Al día siguiente los periódicos locales publicaron la noticia en la primera página:
Los Reyes Magos atrapan a un ladrón que intentaba hacerse con la recaudación de los impuestos municipales. Un funcionario y dos concejales que volvían de la cabalgata, disfrazados de Reyes Magos, le sorprendieron in fraganti. Melchor redujo al caco que no ofreció resistencia. Eran las ocho en punto de la tarde, una hora menos en Canarias.”
Esa noche, en el calabozo, Dylan durmió de un tirón.

Gonzalo Silván Lago

15 diciembre 2017

Día de Muertos 2017 en Ciudad de México


Texto y fotografías de Julio Sánchez Mingo


A Clementina Cruz, por su aportación a mi conocimiento de la cultura popular mexicana


La primera vez que fui a viajar a México le pregunté a una amiga mía mexicana qué era lo más interesante de su país. Sin dudarlo un segundo me contestó que la cultura popular.
Uno de sus máximos exponentes es la celebración del Día de Muertos, el 1 y el 2 de noviembre, cuyos preparativos comienzan unas fechas antes. De origen mesoamericano, coincide con las conmemoraciones católicas de Todos los Santos y los Fieles Difuntos. Se trata de una de las festividades más antiguas y populares de México y, como muchas de sus tradiciones, nace de la fusión de la cultura indígena y de la cultura de los conquistadores españoles. En esos días se venera y recuerda a los difuntos, con la instalación de ofrendas, altares, en su memoria, se acude a los panteones, cementerios, a adornar las sepulturas de los antepasados y familiares fallecidos, donde se vela por la noche, se convive con los símbolos de la Muerte, siempre tan presente en la vida de los mexicanos, se señala la mortalidad de los humanos y la fugacidad de la vida, ante las que todos somos iguales, se publican las calaveras políticas y literarias, composiciones en verso, impresas en pasquines, cuyo objeto es satirizar, ridiculizar y criticar, en la línea de las chirigotas gaditanas. También se ríe, se canta, se baila y se bebe, y los niños, y bastantes mayores, se disfrazan, enmascaran o maquillan, de calaveras y catrinas. No es una festividad morbosa, sino que reina la paz y la felicidad.
 

Ofrenda frente al Palacio de Bellas Artes
 
He sido afortunado al poder asistir y disfrutar este año en Ciudad de México de algunas de las actividades propias de esta celebración, cumbre del calendario festivo mexicano y que pone de manifiesto la peculiar relación de la sociedad del país norteamericano con la Muerte y su personificación.

Cojín con calavera en una casa particular
 
Los terremotos del mes de septiembre han marcado la edición de este año, con recuerdos especiales a las víctimas, damnificados, rescatadores y voluntarios.

Dos fines de semana antes del primero de noviembre, los alebrijes monumentales recorren la ciudad desde el Zócalo hasta la moderna zona financiera del paseo de la Reforma, donde quedan expuestos hasta el domingo posterior al Día de Muertos, entre las glorietas del Ángel de la Independencia y la Diana Cazadora. El Zócalo es la inmensa plaza del Centro Histórico, oficialmente llamada plaza de la Constitución, en honor de la Constitución de Cádiz de 1812, la Pepa. Está rodeada por la catedral metropolitana, el antiguo palacio de los virreyes, ahora Palacio Nacional, sede de la presidencia de la República, y otros soberbios edificios. En su centro se levanta un monumental mástil en el que ondea la bandera nacional.


Los alebrijes son animales fantásticos que poseen garras para aferrarse a la tierra, símbolo de realidad, y alas para construir sueños y volar hacia ellos. Nacieron, a finales de los años treinta del siglo XX, en el barrio de la Merced, de los diseños y las ideas conjuntas del artista plástico José Gómez Rosas, conocido como el Hotentote, y del maestro artesano Pedro Linares. Por aquel entonces se realizaban en cartonería. Posteriormente la tradición se extendió a Oaxaca, donde se fabrican en madera.
Son una muestra magnífica y muy representativa del arte popular mexicano.
















De unos pocos años a esta parte, el sábado anterior al primero de noviembre, se celebra el desfile de ofrendas móviles, acompañadas de una multitud de personas disfrazadas de catrinas, las mujeres, y calaveras, los hombres, desde la Estela de Luz, en el paseo de la Reforma, junto a la puerta de los Leones del Bosque de Chapultepec, hasta el Zócalo. La muchedumbre que asiste al paso de la comitiva es ingente, incontable. De hecho me acerqué a presenciarlo, pero la masa humana agolpada al borde del recorrido me impidió ver nada. Otra vez será.

Hay una serie de elementos propios del Día de Muertos y sus actos, entre los que destacaré las ofrendas, la flor de cempasúchil, las calaveras literarias, las catrinas, el chilacayote, el pan de muerto y las calaveras, siempre calaveras por todas partes.

Se supone que las almas de los difuntos regresan por el Día de Muertos. El día 1 de noviembre las almas de los niños y el día 2 las de los adultos. Para ellos, cada familia prepara las ofrendas, altares domésticos con alimentos, pan de muerto entre otros, bebidas, flores, velas, cruces, estampas con las Ánimas del Purgatorio, efigies de la Guadalupana, objetos de uso cotidiano y agrado de los finados, juguetes en el caso de los pequeños, y fotografías o retratos de los ancestros fallecidos.

Ofrenda en una casa particular en Mixquic (Ciudad de México)

Otra ofrenda en una casa particular en Mixquic
 
La flor de cempasúchil, tagete en España, y sus pétalos todo lo adornan y están omnipresentes. Es la flor de Muertos y se alfombran calles y caminos con sus pétalos para guiar las almas de los difuntos. Es el símbolo del resplandor del Sol.

Flores de cempasúchil listas para su uso en el jardín de la antigua casa de campo del general López de Santa Anna, vencedor de El Álamo y varias veces presidente de la República, en Tlalpan.
 
Las llamadas calaveras literarias son rimas satíricas y burlescas, escritas a modo de epitafio humorístico de personas aún vivas, donde la muerte hace mención a alguna de las características o comportamientos del personaje en cuestión, del que se habla como si ya estuviera muerto. Generalmente hacen alusión a políticos en el poder. Se publican en vísperas del Día de Muertos.
Como puede verse más abajo, muchas de las de este año estaban dedicadas a los terremotos del mes de septiembre.



La catrina, o calavera garbancera, es un personaje femenino con cabeza de calavera y ataviado con elegantes prendas. Representa a la Muerte y su iconografía fue creada por el artista mexicano José Guadalupe Posada e inmortalizada por Diego Rivera en su mural Sueño de una tarde dominical en la Alameda Central. Nace de la crítica, en la época del Porfiriato, a las damas que se daban mucho postín y renegaban de sus orígenes mestizos y humildes, a las que llamaban garbanceras, las que venden garbanza. Posada dibujó y grabó por primera vez una catrina para una calavera literaria con el título Las que hoy son empolvadas garbanceras pararán en deformes calaveras. Hoy en día es el disfraz más extendido entre las mujeres para el Día de Muertos.

Espectacular efigie de catrina, emplazada entre la Alameda Central y el Palacio de Bellas Artes. Patrocinada por una funeraria

Sueño de una tarde dominical en la Alameda Central. Diego Rivera 


Calavera literaria. Grabado original de José Guadalupe Posada
 
El chilacayote es una cucurbitácea como el melón, la calabaza o la sandía. Se tiene la creencia de que este fruto absorbe los malos humores del difunto. Por ello es un elemento más de las ofrendas. Se utiliza para elaborar la tradicional calavera, vaciándolo de pulpa y semillas y practicándole unas aberturas a modo de orificios craneales. En el interior se coloca una vela.
Los niños le añaden un asa de alambre y así lo emplean a modo de pozalito, donde guardan las calaveritas, dulces con esa forma, y otros confites que van pidiendo por la calle, de casa en casa, de tienda en tienda, el día 1 de noviembre: - Una limosna para mi calavera….

Chilacayote y pétalos de flor de cempasúchil
 
El pan de muerto se elabora especialmente por las celebraciones del Día de Muertos. Tiene forma semiesférica. En su polo superior un pequeño abultamiento representa un cráneo y cuatro canillas simulan huesos. Esta forma simboliza los cuatro rumbos del universo. Se come como un bollo más y también se incorpora en las ofrendas. Tan sabroso como un buen roscón o un buen panettone, pero distinto.


No sólo se montan ofrendas en las casas particulares sino por doquier. En las vías públicas, en los edificios oficiales, en los centros de trabajo, en los hoteles y los restaurantes.
Las familias las dedican a sus parientes. En los lugares de trabajo a compañeros desaparecidos o, de forma satírica y humorística, a los jefes u otros colegas, como si ya estuvieran muertos. Ello recuerda que la Parca nos iguala a todos y nos espera, irremediablemente, también a todos.





En el Zócalo se levanta la llamada ofrenda monumental, una instalación artística muy variada y de colosales dimensiones. Este año, como no podía ser de otra manera, erigida a “la memoria de las víctimas de los seísmos y en honor de los rescatistas y voluntarios que, de manera inmediata, participaron en las labores de ayuda, así como en las tareas de reconstrucción”.















En la bellísima plaza de Santo Domingo, con sus soportales de pueblo castellano, distintos centros de la UNAM, Universidad Nacional Autónoma de México, instalan una ofrenda gigantesca, este año dedicada a Diego Rivera.













Donde más se refleja la tradición cultural católico española es en la asistencia a los panteones, los cementerios, para velar a los difuntos y rezar por ellos.
Las sepulturas se adornan de flores hasta el paroxismo.

Acudí a Mixquic, localidad rural de la delegación capitalina de Tláhuac, donde tiene fama la celebración del Día de Muertos. El recoleto panteón de San Andrés se engalana soberbiamente y por la noche se apagan las luces para que solamente esté iluminado por velas y cirios. Las calles se llenan de ofrendas e instalaciones, se organizan espectáculos de música, baile y juego de pelota tradicional mexica y se come y se bebe en la plaza pública.








Paisanos muy amables, autores de algunas de las instalaciones de la vía pública, me invitaron a pasar a sus casas y me mostraron las ofrendas a sus deudos fallecidos.




El genial y querido Mario Moreno Cantinflas, con sus característicos pantalones caídos







Instalación en un huerto
 
Mucha gente, especialmente jóvenes y niños, se disfraza, enmascara y maquilla por Día de Muertos. Las mujeres de catrina, los hombres de calavera. Por la calle se ven verdaderas obras de arte vivientes.










Turista de Seattle (EUA)





El Día de Muertos es la muestra irrefutable de lo artista e imaginativo que es el pueblo mexicano y nos permite extraer dos importantes lecciones.
Primera, la importancia de la familia, de los mayores, del respeto y el cariño hacia ellos, de mantener viva su memoria cuando ya han fallecido. Segunda, la desaparición real de una persona, tras su muerte física, se produce cuando deja de estar en el recuerdo y los corazones de los vivos. Por ello Cervantes es inmortal y mis tatarabuelos, de los que desconozco todo, hace mucho tiempo que dejaron de existir.