Ya
vienen los Reyes
Jesús
Ramos Alonso
Estaba oscuro, pero la figura de los
tres hombres se vislumbraba, como un borrón de luz emergiendo de un
bosque en tinieblas…
Dylan se despertó sudando, ¡otra
vez ese sueño! Fue al baño y se miró al espejo que le devolvió
seguridad, confianza, autoestima.
—Ese sueño no significa nada —le
susurró su imagen—, tú te has fabricado tu propia suerte.
Ya más tranquilo, se fumó un
cigarrillo con la ventana abierta a la cálida noche de diciembre.
Se volvió a dormir hasta que le
despertaron unos golpecitos en la puerta:
—¿Sí…?
—Buenos días señor, son las
nueve y media: su desayuno y los periódicos —dijo un camarero.
Desayunó opíparamente mientras
ojeaba los titulares de la prensa y se instaló en una tumbona, con
el mar al fondo, entretenido con el suplemento de economía.
Antes de bajar a la playa, llamó a
la recepción del hotel y encargó un billete para el cinco de enero.
Eligió un vuelo que llegaba a la una, con margen suficiente antes de
la cabalgata.
Dylan no era creyente, pero ese año
la fiesta de Reyes tenía para él un significado muy especial.
Nada más colgar anotó en su
libreta de cuero los datos del viaje: las horas de salida y llegada,
la duración del taxi hasta el hotel, situado pared con pared con el
edificio del ayuntamiento… Quedaban algunos detalles por precisar
pero aún tenía unos días para pulirlo todo. Respiró satisfecho…
Todo perfecto.
El sonido del teléfono le despertó.
Descolgó; una melodía surgió del auricular: “…ya
vienen los Reyes, por los callejones…”
—¿Sí? —dijo entre bostezos.
—Señor, son las siete, recuerde
que debe hacer el check-in
dentro de hora y media.
Se levantó de mal humor, ¡de nuevo
el maldito sueño!, y esta vez le había tenido despierto hasta el
alba. ¿Quiénes eran esos hombres, esas figuras difuminadas que le
visitaban noche tras noche?...”Solo es un sueño”, pensó,
mirándose al espejo mientras hacía la señal de la victoria. Su
reflejo ojeroso le dijo “todo va a salir bien”.
Estuvo todo el vuelo medio
adormilado. Entre cabezadas vio que sobrevolaban el inmenso bosque
que rodeaba aquella ciudad de provincias; un par de días allí y,
después, un tranquilo invierno al sol con el Teide como paisaje de
fondo.
Luego se volvió a dormir; no
escuchó el anuncio de rigor de la azafata por el altavoz,
“…tomaremos tierra en cinco minutos, recojan sus equipajes de
mano y no olviden adelantar una hora sus relojes. El comandante…”
Le despertó el contacto del tren de
aterrizaje con la pista.
A las seis ya estaba oscuro; en esa
parte de la ciudad, a espaldas de la Plaza Mayor no se veía un alma.
Todo el mundo estaba en la cabalgata.
Dylan cogió la mochila y cinco
minutos después, como un corcel negro a través de la noche, se
deslizaba por los sótanos del hotel hasta el punto exacto que
marcaba su libreta, un metro veinte centímetros desde la columna.
Con pulso firme aplicó el berbiquí en los puntos previamente
marcados con rotulador, después rellenó los huecos con goma
explosiva y, a las seis cincuenta, un hermoso boquete le daba acceso
al viejo caserón del ayuntamiento, muy lejos de la entrada principal
custodiada por dos municipales atentos al bullicio de la plaza mayor.
Dylan recorrió pasillos precedido
por el óvalo amarillo que proyectaba su linterna. En las
encrucijadas, bajo el haz de luz, consultaba sus anotaciones: giro a
la izquierda, siete pasos al frente, puerta a la derecha,...
Al fin llegó a las dependencias de
la recaudación, donde estaba la caja fuerte. Miró el reloj, casi
las siete, se relajó un minuto:
—Tranquilo —se dijo—, te sobra
tiempo…
De repente un ruido le sobresaltó.
¡No!, ¡no podía ser! su corazón le dio un vuelco al oír voces
que se acercaban; apagó la linterna y se arrebujó sobre sí mismo
conteniendo la respiración. Una puerta se abrió, la luz lo llenó
todo y, esta vez sí, esta vez pudo distinguir perfectamente la
figura de los tres hombres, uno, el que se le echó encima, tenía
barba blanca y capa de armiño...
Al día siguiente los periódicos
locales publicaron la noticia en la primera página:
“Los Reyes Magos atrapan a un
ladrón que intentaba hacerse con la recaudación de los impuestos
municipales. Un funcionario y dos concejales que volvían de la
cabalgata, disfrazados de Reyes Magos, le sorprendieron in fraganti.
Melchor redujo al caco que no ofreció resistencia. Eran las ocho en
punto de la tarde, una hora menos en Canarias.”
Quiero felicitar y dar las gracias a Julio, por el blog, y a Gonzalo Silván por el dibujo.
ResponderEliminarRelato muy bueno y sorprendente.
ResponderEliminarMe ha gustado mucho.
Me ha parecido un relato precioso
ResponderEliminarUn relato magnifico me ha gustado muchisimo
ResponderEliminarIngenioso y emotivo. Vinieron Los Reyes para todos.
ResponderEliminarExcelente relato,como todos los tuyos.
ResponderEliminarMarisol
Sinceramente me ha sorprendido, muy bueno, cuando empecé a leer pensé que iba a ser una bonita historia sobre los reyes magos y así fue, jejeje
ResponderEliminarEl relato engancha desde el principio, una cuidada narracion con un rico vocabulario y un inesperado desenlace...sin duda leeria una novela de su escritor
ResponderEliminarMe ha parecido un relato precioso
EliminarNo sabes lo que va a pasar y está muy bien escrito. Me ha gustado mucho. Enhorabuena.
EliminarEs un relato muy original y fuera de los tópicos que suelen acompañar a las figuras de los reyes magos. Me ha encantado.
ResponderEliminarDescribes muy bien lo que va sucediendo hasta atrapar al lector que lleno de intriga va recorriendo el camino hasta llegar al genial desenlace.relato maravilloso.
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