La
tragedia de Asia Menor, las enseñanzas de la historia y Cataluña
Julio
Sánchez Mingo
En 1922, Grecia perdió todas sus
posesiones en Anatolia al ser derrotada en la llamada Guerra de
Independencia Turca, librada contra el régimen nacionalista de
Mustafá Kemal Atatürk, como consecuencia y reacción natural, tras la I
Guerra Mundial, del desmembramiento del Imperio Otomano. Éste había
sido decidido por los gobernantes y políticos, las élites, de Gran
Bretaña y Francia, desde sus despachos, para satisfacer sus
intereses geoestratégicos, sin consideración alguna por las
poblaciones de las regiones afectadas, sin tener en cuenta criterios
de religión, etnia o lengua o simple humanitarismo. Todo ello es el
origen de graves problemas que subsisten todavía como Palestina,
Kurdistán, Armenia, Siria, Irak, el Golfo Pérsico, Oriente Medio en
general.
Tras la guerra griego-turca, por el
tratado de Lausana de 1923, se acordó un intercambio de poblaciones
entre Grecia y Turquía, de tal forma que 1,5 millones de ortodoxos
anatolios hubieron de emigrar a la nación helena y medio millón de
musulmanes griegos fueron asentados en Asia Menor, sin atender
razones de lengua u origen étnico, sólo la pertenencia a un credo
religioso. Los nuevos turcos no hablaban turco y los nuevos griegos
no hablaban griego. La
población desplazada a Grecia constituyó una inmensa masa humana de
refugiados que, en su mayoría, se encontraron en la extrema pobreza
y el mayor desamparo. Se establecieron en ciudades como
Atenas,
El
Piréo y
Tesalónica,
llevando
con ellos sus tradiciones, su cultura y su música. Precisamente en
esos círculos de miseria y desclasamiento se desarrolló la música
rebética, la popular música griega que todo el mundo conoce y casi
nadie sabe que se llama así. Rebético es un término turco que
significa rebelde.
La
misma tragedia se produjo con los trasladados a Anatolia.
¡Una
verdadera catástrofe humanitaria!
La
justificación de semejante despropósito fue la existencia de
tensiones y enfrentamientos étnicos, que un justo y buen gobernante
debe apaciguar, no avivar, como casi siempre sucede y sucedió en
este caso.
Pero
no aprendemos de la historia, que parece sólo servir para
entretenimiento de sus diletantes como yo.
Ahora
mismo, en una región del Sur de Europa, unas élites locales se
dedican, desde salas alfombradas, con intereses espurios, a dibujar
nuevas fronteras, que siempre separan, nunca unen a los pueblos y
quiebran la cooperación y el entendimiento entre las gentes.
También, esgrimiendo argumentos, muchos de ellos falsos, relativos a
la cultura, la tradición, la historia, la economía, la identidad
nacional, la lengua propia, las raíces y las costumbres se dedican a
inducir y exacerbar la intolerancia y el fanatismo de una ciudadanía
que, en política, atiende más a la pasión que a la razón y que
han provocado la ruptura de familias y amistades, enrarecido el
ambiente en los centros de trabajo, y dañado seriamente la economía.
Además, para mayor escarnio, en contra de los deseos, expresados en
las urnas, de más de la mitad de la población del territorio en
cuestión.
¿Le
suena, querido lector, esta situación? ¿No encuentra analogías con
aquellas situaciones del pasado cuando ahora se proscribe a los que
no piensan igual, no son del mismo círculo o no hablan la misma
lengua?
Parece
mentira, visto desde el siglo XXI, que la Córdoba musulmana, la
Toledo medieval o la Constantinopla otomana fueran núcleos de
coexistencia pacífica, convivencia y tolerancia sin discriminaciones
por razones de religión, origen étnico, idioma, tradición o
cultura.
Y
los políticos y gobernantes no se aplican la lección. Todos,
entonces y ahora, predicando la concordia pero sin emprender acciones
que condujeran o conduzcan a la mísma. Desde sus despachos viven de
espaldas a las necesidades reales de las ciudadanías. Ahora, en
España, basta analizar sus decisiones en lo relativo a educación,
sanidad, pensiones, investigación y desarrollo y cultura para
contrastar la realidad de este aserto. Unos ocupados con su
independencia, los otros afanados en alimentar a su entorno próximo
y a la oligarquía financiera mientras el sufrido contribuyente
cotiza, de mala gana, pues obtiene muy malos réditos, pésimos
servicios.
Excelente artículo Julio, no puedo estar más de acuerdo con lo que expones. Un abrazo
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