12 enero 2018

La tragedia de Asia Menor, las enseñanzas de la historia y Cataluña

Julio Sánchez Mingo



En 1922, Grecia perdió todas sus posesiones en Anatolia al ser derrotada en la llamada Guerra de Independencia Turca, librada contra el régimen nacionalista de Mustafá Kemal Atatürk, como consecuencia y reacción natural, tras la I Guerra Mundial, del desmembramiento del Imperio Otomano. Éste había sido decidido por los gobernantes y políticos, las élites, de Gran Bretaña y Francia, desde sus despachos, para satisfacer sus intereses geoestratégicos, sin consideración alguna por las poblaciones de las regiones afectadas, sin tener en cuenta criterios de religión, etnia o lengua o simple humanitarismo. Todo ello es el origen de graves problemas que subsisten todavía como Palestina, Kurdistán, Armenia, Siria, Irak, el Golfo Pérsico, Oriente Medio en general.

Tras la guerra griego-turca, por el tratado de Lausana de 1923, se acordó un intercambio de poblaciones entre Grecia y Turquía, de tal forma que 1,5 millones de ortodoxos anatolios hubieron de emigrar a la nación helena y medio millón de musulmanes griegos fueron asentados en Asia Menor, sin atender razones de lengua u origen étnico, sólo la pertenencia a un credo religioso. Los nuevos turcos no hablaban turco y los nuevos griegos no hablaban griego. La población desplazada a Grecia constituyó una inmensa masa humana de refugiados que, en su mayoría, se encontraron en la extrema pobreza y el mayor desamparo. Se establecieron en ciudades como Atenas, El Piréo y Tesalónica, llevando con ellos sus tradiciones, su cultura y su música. Precisamente en esos círculos de miseria y desclasamiento se desarrolló la música rebética, la popular música griega que todo el mundo conoce y casi nadie sabe que se llama así. Rebético es un término turco que significa rebelde.
La misma tragedia se produjo con los trasladados a Anatolia.
¡Una verdadera catástrofe humanitaria!
La justificación de semejante despropósito fue la existencia de tensiones y enfrentamientos étnicos, que un justo y buen gobernante debe apaciguar, no avivar, como casi siempre sucede y sucedió en este caso.

Pero no aprendemos de la historia, que parece sólo servir para entretenimiento de sus diletantes como yo.
Ahora mismo, en una región del Sur de Europa, unas élites locales se dedican, desde salas alfombradas, con intereses espurios, a dibujar nuevas fronteras, que siempre separan, nunca unen a los pueblos y quiebran la cooperación y el entendimiento entre las gentes. También, esgrimiendo argumentos, muchos de ellos falsos, relativos a la cultura, la tradición, la historia, la economía, la identidad nacional, la lengua propia, las raíces y las costumbres se dedican a inducir y exacerbar la intolerancia y el fanatismo de una ciudadanía que, en política, atiende más a la pasión que a la razón y que han provocado la ruptura de familias y amistades, enrarecido el ambiente en los centros de trabajo, y dañado seriamente la economía. Además, para mayor escarnio, en contra de los deseos, expresados en las urnas, de más de la mitad de la población del territorio en cuestión.
¿Le suena, querido lector, esta situación? ¿No encuentra analogías con aquellas situaciones del pasado cuando ahora se proscribe a los que no piensan igual, no son del mismo círculo o no hablan la misma lengua?

Parece mentira, visto desde el siglo XXI, que la Córdoba musulmana, la Toledo medieval o la Constantinopla otomana fueran núcleos de coexistencia pacífica, convivencia y tolerancia sin discriminaciones por razones de religión, origen étnico, idioma, tradición o cultura.
Y los políticos y gobernantes no se aplican la lección. Todos, entonces y ahora, predicando la concordia pero sin emprender acciones que condujeran o conduzcan a la mísma. Desde sus despachos viven de espaldas a las necesidades reales de las ciudadanías. Ahora, en España, basta analizar sus decisiones en lo relativo a educación, sanidad, pensiones, investigación y desarrollo y cultura para contrastar la realidad de este aserto. Unos ocupados con su independencia, los otros afanados en alimentar a su entorno próximo y a la oligarquía financiera mientras el sufrido contribuyente cotiza, de mala gana, pues obtiene muy malos réditos, pésimos servicios.

¿Aprenderemos alguna vez de las enseñanzas del pasado?

1 comentario:

  1. Excelente artículo Julio, no puedo estar más de acuerdo con lo que expones. Un abrazo

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