Don Valente voló
Julio Sánchez Mingo
A María con gran pesar y mucho cariño
Don Valente era su compañero, su apoyo y ya no está. Ella lo admiraba y quería con veneración. Era fundamental en su vida. Se compenetraban y entendían perfectamente. Yo, que ya lo conocí siendo él mayor, siempre que los veía juntos, o a él en foto o vídeo, pensaba lo que sufriría María cuando su amigo del alma desapareciera. Si yo pudiera escribir un tomo de anécdotas relativas a él o a la relación de ambos, porque supiera de ellas, lo titularía “María y don Valente, inseparables para la eternidad”.
Parecido a un lhasa apso o a un maltés, era blanco y chaparrete. Transmitía una gran personalidad. Era muy independiente. Conmigo siempre fue huraño a pesar de que casi todos los perros me adoran. Cierto es que siempre coincidí con don Valente estando ella presente y él iba permanentemente a lo suyo. Eso sí, mirando por el rabillo del ojo a su ama. Ahora que lo pienso, no sé si el tratamiento de don venía de antes o se lo puse yo, algo a lo que soy muy aficionado.
Otoño de 2018. Yo había quedado con Rizito en volver a vernos en el parque México de la ciudad que ordenara levantar Huitzilopochtli. Ella acudiría acompañada por María y don Valente y yo por Lola, la chuchita chilanga de mi sobrino, que mis queridos lectores conocen por mi artículo Máquinas de amor. Allí nos conocimos. ¡Las carreras que se dieron los dos animales! Coincidimos otras veces. Recuerdo en particular una en la que estuvimos sentados en una terraza de la plaza de la Villa de Madrid, frente a la fuente de la Cibeles.
Tengo billetes para volver en octubre. Espero un apoteósico recibimiento de Lola y darme largos paseos con ella. Y miraremos hacia arriba y allí, camuflado entre las nubes de algodón, don Valente sonreirá circunspecto. Mientras, a María y a mí se nos escapará alguna lagrimita.
Ciudad de México, 29 de octubre de 2018. |
PD. En abril de 2020, durante el confinamiento por la pandemia del coronavirus, María escribió una pieza espléndida, Todos los días al atardecer. El protagonista, Don Valente, nos transmite la situación que se vivía aquellos días. Se plasma también la relación entre ambos, el perro y su ama. Una delicia de texto, llena de delicadeza, que no defrauda al lector.
Querido Julio, te agradezco mucho este homenaje a don Valente, mi compañero, maestro y mejor amigo durante 14 años. Inevitablemente me sacó varias lágrimas. Hoy tengo un hueco en el corazón, que con el tiempo y tras todo lo vivido, me encargaré de que se convierta en luz.
ResponderEliminarY “don Valente voló” alto y nos dejó un bonito recuerdo. Fue más que una mascota, un buen roomie a quien aprendí a querer. Un abrazo fuerte para María y acá te esperamos querido Sánchez Mingo.
ResponderEliminarQué preciosidad de texto... y qué tristeza que Don Valentín se haya tenido que ir a descansar y deje a su querida amiga sin la poderosa compañía y todo el amor que le daba. Esta gente peluda deja un vacío enorme cuando nos dejan. Fuerza para María. Vuela alto Don Valente
ResponderEliminarHermosa historia, gracias por compartir 👏
ResponderEliminarLola me dejo una gran lección cuando el sismo de 2017
ResponderEliminarQué bonita historia y mi más sentido pésame a María
ResponderEliminarEstos peludos son auténticas máquinas de amor y dejan un gran vacío cuando vuelan
Qué bonito homenaje a este precioso perrito don Valente. He tenido desde hace muchos años perritos y gatos. Sé el duelo que hay que realizar cuando se van. Tengo un lugar para ellos, como los ángeles que me acompañaron en las diferentes etapas de mi vida. El último Comino, un chucho sin raza, pequeño, casi negrito, adoptado a una protectora. Comino había sufrido el abandono y era un amor con nosotros, desconfiaba de perros y personas que no fueran de la familia. Tenía entonces 3 o 4 años. Estuvo junto a Pelusa mi adorada perrita cruce de bichón maltés, también adoptada. Pelusa nos acompañó desde sus tres años, hasta los 15, un año y medio antes que se nos fuera Comino, que vivió hasta los 16. A veces miro los perritos de la protectora, pero me digo no , ya no es el momento, vamos cumpliendo años, si queremos viajar, pero nunca se sabe. Comino se nos fue el pasado 1 de diciembre. La ancianidad de los perros es muy corta, pero caen en picado. Al menos fue mi experiencia con los tres que he tenido. Sabía que llegaría el momento, pero miraba hacia otro lado y disfrutaba de su compañía como si siempre fueran a estar con nosotros. Ahora hablamos de ellos recordando las anécdotas maravillosas, todo el cariño que nos brindaron, aquellas miradas suyas cuando les hablaba, sus esperas bajo la mesa por si Luis les echaba algo —yo era más dura, por si les sentaba mal—, los paseos por el campo y los obligados, que a veces me daban pereza, pero servía para que me moviera. Ahora los perritos de los vecinos vienen para que les acaricie y les diga algo. Nunca llegaré a entender porque hay personas que los abandonan. María siento mucho la perdida de Don Valente.
ResponderEliminarUn abrazo