El
rey cojito
Maricarmen
Rizo
G. S. L. |
Sebastián
luchaba contra el piso de cemento para poder deslizar su carrito de
madera. Las grietas le impedían tomar velocidad. Lo empujó fuerte
y, tras una vuelta en el aire, cayó y se atoró en una esquina justo
a un lado del rifle, el que utilizaba su padre para cazar güilotas1,
que su mamá cocinaba con una salsa de tomate exquisita. Era un
verdadero manjar que llenaba el estómago a diferencia de otras
comidas que no le satisfacían por completo, pero, al menos, tenían
para comer.
Su
hermana, quien se encontraba en el patio, tallaba con fuerza para
quitar las manchas de lodo de la ropa que lavaba a mano. Afuera
soplaban las ramas de los camichines2,
era la hora en que pasaba el chivero y se escuchaba a las chivas
balar mientras los muchachos del barrio jugaban futbol llanero3.
El
pequeño Sebastián pensaba en que pronto llegaría el día más
esperado por casi todos los niños: cuando al amanecer aparecen
juguetes y regalos en los zapatos. Debería alegrarse pero esa fecha
le entristecía. Sus compañeros de escuela –a la que tardaba horas
en llegar porque le quedaba lejos- platicaban anécdotas de cómo, la
noche anterior, ponían cubetas con agua y baldes de comida para el
elefante, el caballo y el camello de Melchor, Gaspar y Baltazar, él no
tenía nada similar que contarles.
A
su casa, de adobe, que aún conserva las corraletas de la época en
que sus papás criaban puercos para luego venderlos a los granjeros
de la ciudad, (en La Piedad, Michoacán, a 300 kilómetros de la
capital mexicana), no pasaban estos misteriosos reyes. A su hogar,
con varios días de retraso, llegaba otro rey.
Mientras
jugaba con su carrito trataba de entender por qué a él le tocaba
dicho rey; se le ocurrió que porque su casa no era muy bonita pero
inmediatamente descartó esa idea porque, ubicada en el cerro, sería
un buen lugar para que los majestuosos animales estiraran sus patas.
Con
su boca hacía ruidos, de acelerar el carrito, cuando recordó que no
siempre lograba vender en la central de autobuses todos los dulces
que su mamá horneaba durante la madrugada. Las cocadas4
eran las más solicitadas, casi no había viajero que se resistiera
al verlas, los higos endulzados también eran de los más populares a
diferencia de los dulces de canela, que su madre empecinada
en cocinarlos, casi siempre se quedaban.
Sentía
remordimiento porque el cansancio, o tal vez porque estaba creciendo,
lo hacía quedarse dormido en las bancas de la sala de espera, luego
no alcanzaba a abordar todos los camiones5
para, con su charola6
en mano, ofrecer los ricos dulces antes de que el camión partiera a
su destino.
También,
se le vino a la memoria todas las veces que su hermana le reclamaba
por llegar con la ropa tan sucia, aunque pues era mujer y le tocaba
lavar, se dijo, por lo que rápidamente se le pasó ese reproche.
Su
cabecita daba mil vueltas. Su mamá ya le había explicado sobre el
cuarto rey mago; el que está cojito, que por su discapacidad y
porque además no cuenta con ningún animal como los otros tres
reyes, y todo lo carga en su espalda, hace su caminar más lento por
lo que siempre llega después del 6 de enero. Pero no sólo eso, sino
que a diferencia de algunos de sus compañeros de escuela a él nunca
le ha dejado juguetes de pilas,
pero a su hermana, adolescente, le toca la peor parte; para ella de
plano ya no se molesta en cargar nada, hace varios años que el rey
cojito la olvidó.
Su
madre le insistía en que aprendiera a valorar el gran esfuerzo de
tan noble rey, pero ¿por qué a él le tenía que tocar ese valioso
rey cojo? Al tiempo que intentaba no odiarlo tomó otra decisión:
nunca más le escribiría la famosa carta porque era otra ilusión
inútil, pues jamás le había dejado un regalo o algo parecido a sus
deseos, así que mejor esperaría “la sorpresa” del rey cojito,
ese que el destino se empeñaba en imponerle y que, curiosamente,
llegaba a las casas más pobres.
Así
ha pasado año con año, pensando en la cojera del rey que tal vez se
había accidentado o quizá fue castigado por mandato divino, podía
durar horas imaginando y soñando con un final diferente; uno lleno
de juguetes de moda. Pero este año también sus papás visitan las
jugueterías pasada la fecha, cuando todo está en oferta, sin que
Sebastián, por supuesto, se entere.
Maricarmen Rizo es periodista mexicana.
Maricarmen Rizo es periodista mexicana.
1
Güilota: Variedad de tórtola.
2
Camichín: Variedad de ficus.
3
Futbol llanero (Méx.):
Fútbol callejero, que en el mejor de los casos se juega en una
cancha de tierra.
4
Cocada: Dulce de coco
5
Camión (Méx.):
Autobús.
6
Charola (Bol.,
Hond., Méx. y Perú):
Bandeja.
Nota
del editor.
En México, lo niños atan su carta a los Reyes Magos a un globo con gas, que dejan volar hacia el cielo.
Allá arriba, Alan* las lee divertido y se las reparte a sus Majestades de
Oriente.
* http://jsanchezmingo.blogspot.com/2018/12/alan-desde-el-cielo-juliosanchez-mingo.html
* http://jsanchezmingo.blogspot.com/2018/12/alan-desde-el-cielo-juliosanchez-mingo.html
Queridos Melchor, Gaspar y Baltazar:
ResponderEliminarEste año solo quiero pediros solidaridad con el Rey cojito. Vosotros sois unos privilegiados, montados en vuestros camellos, con carteros reales y pajes que os ayudan, carrozas cargadas de regalos valiosos...En todos los lugares por los que pasais os preparan grandes recibimientos multitudinarios.
Así que me parece que va siendo hora de que penséis en el cuarto rey, tan solito, caminando cargado por andurriales perdidos, llevando solamente los regalos que vosotros no acaparais.
ResponderEliminarEn fin, no quiero enfadaros pero sí que reflexionéis. Pensad en Sebastián y en tantos niños como él, seguro que son mayoría frente a los que reciben juguetes con pilas.
ResponderEliminarMe aseguraré de que recibís ésta, lanzándola al cielo colgada de un globo.
ResponderEliminarSiempre vuestra.
Paz
Tierno y triste a la vez. Me recuerda mi niñez. En mi caso no siempre el pobre rey cojito llegaba
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