La
metatasa
Gonzalo Silván
Hace un par de añitos me llevé la sorpresa de que, tras convivir durante más de quince años con la caótica numeración de las vías de Mojácar, el Ayuntamiento de este municipio, de ahora en adelante Mojayto, tomó cartas en el asunto y decidió poner orden en el monumental desaguisado. Para que el lector se haga una idea, basta con decir que la numeración de las fincas eran pares o impares a cualquier flanco de la calle, nada de pares a un lado e impares al otro. El desorden era mayúsculo, y que llegara una carta era más difícil que acertar el Gordo de la Primitiva. Incluso, en mi propia calle, llegamos a coexistir tres viviendas con el mismo número. Un follón, pero era una promiscuidad llevadera.
El
guirigay era ya tan crónico que me quedé pasmado cuando una nueva
corporación municipal, haciendo gala de un arrojo excepcional,
asumió sus responsabilidades poniendo fin a tanta anarquía postal.
Sólo
un año después caí del guindo. Cuando, a los vecinos que
guardábamos nuestros vehículos en nuestro terrenito, el Mojayto
nos informó que si queríamos seguir con tan incívica práctica
teníamos que solicitar un vado. Y que de no hacerlo, se nos
asignaría de oficio.
¡Ya
estaba claro! De sentido de la responsabilidad, nada de nada. Para
poder imponer el nuevo tributo era imprescindible numerarnos
correctamente. Y así, de paso, convertir un “derecho” en una
obligación. Ya que hasta entonces el vecino que no quería que le
adosasen a su puerta un vehículo ajeno, era el que,
voluntariamente, solicitaba y pagaba su vado.
Una
vez más sólo se acordaban de nosotros para agasajarnos con algún
nuevo gravamen. Como detalle secundario cabe señalar que el Mojayto
no se hace cargo del avío del vado físico, es decir, el rebaje para
salvar la diferencia de cota entre calzada y acera. Además la placa
conmemorativa de dicha tropelía la ha de pagar también el sufrido
contribuyente, ellos bastante tienen con cobrar. Vamos, que encima
pones la cama. Dicho sea de paso, la placa es enorme... y
estéticamente horrorosa, afeando con su hortera presencia el
tradicional y sosegado blanco de las fachadas mojaqueras; pero eso ¿a
quién le importa? En vez de buganvillas, plantemos placas.
Ante
tan generosa oferta un servidor, tras dar las gracias, declinó la
invitación, alegando que no necesitaba ni quería vado, y menos un
“aparcamiento exclusivo” para guardar, ocasionalmente, un
vehículo de dos ruedas. Vamos, que no me importaba que cualquiera
estacionara delante de la puerta de mi casa, y que si alguien lo
hacía yo asumía que no tenía derecho a protestar. Pero el Mojayto,
erre que erre, dice que no. Que el mero hecho de aprovecharse de su
acera obliga a pagar un vado. Por cierto, por un importe mucho mayor
que el de un permiso de circulación. Claro que con el término que
emplean de “aprovechamiento” de la acera me hacen sentirme
culpable. Vamos, que no es sólo que la use... sino que soy un
aprovechado. Va a ser que tienen razón pues, aunque parezca
increíble, frente a mi casa hay una acera que el Mojayto
no costeó, y para entrar en mi vivienda no me queda otra que
franquearla; aunque es tan escueta que sería fácil hacerlo de un
salto. Que conste que soy un privilegiado pues, aunque mi calle
presenta un estado de abandono deplorable y está plagada de baches,
hoyos y parches chapuceros, yo, al menos, tengo acera.
Tercermundista sí, pero acera al fin. Muchos otros no pueden decir
lo mismo.
Aparte
de otros aspectos, como el amenazador tono de los requerimientos, la
deficiente redacción de las propias ordenanzas y las posibles
ilegalidades que presenta todo el procedimiento, el climax de todo
este indeseado concubinato se alcanza cuando, en contestación a las
alegaciones presentadas, el Mojayto tiene la desfachatez de
afirmar lo siguiente:
“Y
teniendo en cuenta que el hecho imponible es el aprovechamiento
especial que se realiza por el paso a través de
las aceras u orillas de la calle con independencia de que
estén pavimentadas, al mismo nivel o distinto nivel de cota de la
calle”...
Y
tanto que aprovechamiento
especial
pues, traducido a román paladino, el párrafo anterior viene a decir
que tienes que apoquinar por usar una acera aunque físicamente no
exista. Esto si que no lo había visto en mi vida. Cobrar
por usar algo que no existe se sale de la mera glotonería
recaudatoria, o del power delirium, para entrar en el terreno de la
metafísica. Vamos, que han inventado la metatasa.
Si
miras por el ojo de la cerradura de la puerta de atrás, la que da a
los acontecimientos del pasado reciente, verás que es fácil
reconstruir la escena que generó la brillante idea. Percibirás una
figura que paseando por las calles de Mojácar, de pronto, se
percata de la gran cantidad de viviendas cuya construcción se
autorizó con un diseño que permitía guardar los vehículos en
las propias fincas. Con ello, en cierta medida, se lograba que las
estrechas calles del pueblo quedasen más despejadas. De pronto la
figura se detiene bruscamente, entra en trance, saca su móvil y,
activando la calculadora, multiplica 150 por X; siendo X el número
de viviendas con está agraciada tipología. La cifra resultante
inflamó sus ojos, haciendo más visibles las venillas rojas de sus
escleróticas. Parecía que sus globos oculares quisieran exiliarse
de sus familiares cuencas . De la comisuras de sus labios se fugaban
pequeñas cantidades de un liquido espumoso. Sus manos se rozaban
emitiendo un rumor marino, como de ola, orilla, y chiringuito. En su
rostro quedó grabada la huella indeleble de una experiencia místico
económica, que le dejó como herencia una expresión ovejuna, muy
parecida a la de una inocente pastorcilla tras una aparición
mariana.
No
me extraña que la NASA busque vida inteligente en otros planetas,
pues para sacarnos los cuartos a base de burdos decretazos no hace
falta tener muchas luces, basta con tener pocos escrúpulos.
Gonzalo Silván es aprovechador de aceras
De risa? No.Triste y patético. Sólo que descrito con gracia.
ResponderEliminarAsí nos luce el pelo...
Me alegra ver que has captado el tono y la intención de mi crítica.
ResponderEliminarGracias por tu comentario.